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Eduardo Castillo, el hombre del conflicto que tiene a la Filsa en su peor momento CULTURA

Eduardo Castillo, el hombre del conflicto que tiene a la Filsa en su peor momento

La Filsa históricamente fue reducto de Castillo y los suyos. Ha manejado la Cámara del Libro, en tres periodos, por dos décadas. En el mundo editorial, hay quienes tienen un pésima impresión de él tras los escándalos de plata en los que se vio envuelto en su segunda gestión y que incluyen –según diversas fuentes– millonarias cifras adeudadas a título personal con editores y polémicas como la autocondonación de una deuda que tenía con la señalada Cámara del Libro, cuando presidía precisamente el gremio. En el conflicto que hoy enfrenta a las grandes editoriales con la Cámara y que tiene en jaque la realización de la Filsa, su nombre figura en el centro de la discordia, ya que se le atribuye a él la pérdida de influencia de la Feria en el mundo de la cultura y la inclinación por privilegiar el tema comercial por sobre el intelectual.


En medio del conflicto por la Feria Internacional del Libro de Santiago de 2018 (Filsa), donde se enfrentan la histórica Cámara del Libro y la Corporación del Libro, que agrupa a las editoriales transnacionales, un actor clave es el empresario Eduardo Castillo García.

Él es hoy el presidente de la Cámara, organizador oficial de Filsa, por tercera vez, por el periodo 2017-2019. Antes fue jefe de la entidad en dos periodos (1989-2001 y 2003-2011), cuando quebró su librería Atenea y perdió su cargo en elecciones, acusado de malas prácticas económicas. «Es un tipo muy desprestigiado, nadie le compraría un auto usado», comenta un editor.

Hoy la Cámara, con casi siete décadas de existencia, no vive sus mejores tiempos. Tampoco la Filsa. En los últimos años ha perdido muchas ferias, especialmente las regionales, que fueron asumidas por las municipalidades, y solo le queda la Filsa como gran botín que no quiere soltar, porque le da de comer el resto del año, junto a la Agencia del ISBN y las cuotas de sus miembros, que son cada vez menos.

«Ahora hay menos ingresos, y eso implica un control muy estricto de los gastos y cercena la posibilidad de hacer otros proyectos», asegura Castillo. «Pero buscando alianzas, eso se puede», precisa. También desmiente que la Filsa sea un gran negocio. «Si fuera así, la Cámara sería una multinacional. Filsa solo mantiene el resto del año el equipo que tiene la Cámara, que es minúsculo, y los gastos de operación para organizar la Feria», dice.

[cita tipo=»destaque»] En Chile, usualmente las editoriales envían a las librerías sus textos en consignación, es decir, cuando el libro se vende reciben su parte y el librero se queda con la diferencia. «Ese mecanismo, Castillo no lo tiene hace veinte años, porque dejó de pagarle o no le pagó directamente a cinco o seis de las editoriales grandes en aquella época, como Ediciones B, Random House, Alfaguara, Planeta, Zig Zag. Solo tenía que pagar lo que había vendido y cobrado, y no lo pagó. Cagó económicamente a las editoriales más grandes de Chile. Y esto sucedió mientras era presidente de la Cámara».[/cita]

Poco representativa

Lo cierto es que hoy la entidad que preside es poco representativa.

En la propia Cámara no están las grandes editoriales (Random House Mondadori, Planeta, Zig Zag, que dominan el 70% del mercado y se fueron en 2016 para formar la Corporación del Libro), ni tampoco las principales librerías (como la Feria Chilena del Libro, Antártica, Qué Leo y Metales Pesados).

No están editoriales medianas como LOM –agrupadas en la Asociación de Editores– ni las independientes de la Cooperativa de la Furia.

En la Cámara principalmente solo hay una editorial grande (Fondo de Cultura Económica), algunas universitarias (como Usach), distribuidoras y librerías más chicas.

A esto se agrega que para la Filsa 2018, la propia Corporación y la Asociación de Editores han anunciado que no participarán. Castillo, sin embargo, asegura que lo que ha habido ha sido una «comedia de equivocaciones».

«Es un tema que está abierto. Hay gran entusiasmo, mucha gente se está inscribiendo. La Asociación de Editores va a participar, eso está conversado. Ellos van, están comprometidos con la Feria. Con la Corporación estamos en conversaciones, espero que salga algo bueno», señala.

El señor feudal

En sus primeros mandatos, Castillo era conocido no solo por manejar la Cámara de manera cuasi feudal, sino por su vida social, cuyos abultados gastos eran pagados por dicha entidad. Un funcionario policial del área de derechos de autor también manifestaba su sorna cuando supo que Castillo, como dueño de una librería, era miembro de la Comisión Nacional Antipiratería (Conapi).

Volvió el año pasado, cuando nadie lo esperaba, tras una bullada salida en 2011, acusado de malas prácticas, que hoy desmiente por completo. Y asevera que si regresó es porque se lo pidieron, porque –según dice– su cargo presidencial es «ad honorem«, aunque en el pasado fue remunerado. De hecho, señala que ni siquiera le pagan los gastos de representación –insiste en que la Cámara vive sin grandes ingresos– y que a veces incluso paga de su bolsillo. «Estamos viviendo un tiempo de vacas flacas y todos tenemos que aportar», asegura.

Oficialmente es miembro de la Cámara gracias a su empresa Publicaciones Nuevo Extremo, que distribuye cómics, libros de cocina y textos infantiles, aunque Castillo señala que no es el dueño, sino que tiene varios socios. En la misma ha publicado por encargo cinco títulos de quien define como «un conocido», Cristian Labbé, el ex coronel de la DINA –acusado y detenido por torturas al estudiante Harry Cohen– y ex alcalde de Providencia, a quien conoce por la Feria del Libro Infantil y Juvenil de esa comuna.

Otro de sus amigos es el ex jefe comunal de Ñuñoa, Pedro Sabat, quien lo designó en un cargo de la municipalidad, el «Consejo de Educación y Salud, que lo elige la asamblea de socios… es un trabajo totalmente gratuito». Castillo figura además como uno de los accionistas del Instituto Tecnológico de Ñuñoa S.A., también ligado al cinco veces alcalde de la comuna, quien hoy enfrenta un juicio por corrupción en el Caso Basura.

¿Ligado a los libros?

Algunos señalan que, más que un hombre ligado a los libros, lo es a los negocios. Su currículo como dirigente habla por sí solo, y no precisamente a nivel literario. Castillo es consejero de la Cámara Nacional de Comercio desde 1998, presidente del Instituto Nacional de Comercio desde 2009 y miembro de la Asociación Chilena de Seguridad (ACHS). Su membresía del Consejo Nacional del Libro y la Lectura (donde ingresó en 1994) luce aquí casi secundaria.

¿De qué vive Eduardo Castillo?

«Esa es una pregunta un poco personal. Vivo de mi trabajo…».

¿Le pagan por ser presidente de la Cámara?

«Por supuesto que no. Es un cargo ad honorem, como lo ha sido el 95% del tiempo. Soy director en algunas empresas de gente amiga, de años, de servicios, y realizo trabajos de servicios editoriales por Publicaciones Nuevo Extremo. Ahí está lo fuerte y donde se puede crecer y desarrollar. Te encargan desarrollar un libro, por ejemplo, de una historia familiar, esas cosas», dice.

También preside (igualmente ad honorem, según él, con excepción de los «gastos de gestión») GS1, una entidad dedicada a la venta de códigos de identificación y barras de los productos comerciales. Esta entidad nació en Chile en 1989 y estuvo alojada en la Cámara de Comercio hasta 2015, cuando se independizó.

Malas prácticas con editoriales

Un episodio que lo retrata es la quiebra de su empresa Librería Atenea Edicsa Sociedad Editora, aunque él asegura que solo era uno de sus accionistas. Fue declarada por el Primer Juzgado Civil de Santiago en junio de 2006. Lo insólito es que ocurrió justamente cuando él era presidente de la Cámara.

En aquel momento, según informó el diario La Nación, Castillo señaló que no era efectivo que la sociedad hubiera quebrado como tal, ya que dentro del proyecto había distintas entidades.

“Es efectivo que atravesamos una crisis, pero no quebramos, sino que estamos reestructurando y reciclando algunas partes de este gran proyecto”, dijo en aquel momento. Hoy asegura que la quiebra fue dentro de una crisis generalizada «gigante» del sector. «Quebró la Universitaria, la Andrés Bello, que llevaban cincuenta años», añade.

De aquella época datan las acusaciones de haber recibido material de muchas editoriales, que nunca pagó o solo parcialmente. Una editora que prefiere el anonimato señala que no trabaja con él porque «es mal pagador».

«Yo personalmente no quedé debiendo. La empresa Edicsa fue parte de las que desaparecieron y algunas deudas quedaron pendientes, igual que en las otras. Era el único camino. Se hicieron todos los esfuerzos, pero la crisis era más grande. Eso afectó toda la cadena del libro», expresa.

«Él no es sujeto de crédito de ninguna de las grandes editoriales del país», señala Pablo Dittborn, editor de larga trayectoria (Quimantú, Random House), quien ya en 2012 lanzó duras acusaciones con Castillo en el semanario The Clinic, nunca desmentidas. «Es lo más parecido a un impresentable».

En Chile usualmente las editoriales envían a las librerías sus textos en consignación, es decir, cuando el libro se vende reciben su parte y el librero se queda con la diferencia.

«Ese mecanismo, Castillo no lo tiene hace veinte años, porque dejó de pagarle o no le pagó directamente a cinco o seis de las editoriales grandes en aquella época, como Ediciones B, Random House, Alfaguara, Planeta, Zig Zag. Solo tenía que pagar lo que había vendido y cobrado, y no lo pagó. Cagó económicamente a las editoriales más grandes de Chile. Y esto sucedió mientras era presidente de la Cámara», detalla Dittborn.

Y no se queda ahí. Igualmente señala que también pidió dineros prestados a conocidos, que tampoco canceló.

«Ha cagado a amigos míos, les pidió plata prestada, no les pagó nunca, y tengo el cheque. Mi amigo no lo quiso meter preso, pero nunca le pagó, jamás», remata.

«¡Pero flota! Nosotros íbamos a las ferias internacionales y nos preguntaban cómo podíamos tener ese presidente, lo decían en España, en México, en Colombia, porque también tenía deudas con los proveedores extranjeros», añade.

«Yo no tengo deudas personales», responde Castillo.

No pago en la Cámara

Eso no es todo. «Mientras él era presidente de la Cámara, se autocondonó una deuda que tenía su empresa con la Cámara. ¿Te parece pertenecer a una asociación gremial, a la que hay que pagarle cuotas, participar en la Feria y no pagar la cuota? Y transcurría un año o dos y ordenaba al contador condonar la deuda, que era de él. No pagó nada».

Había enviado sus propios pasivos a «castigo» al Servicio de Impuestos Internos (SII) como incobrables. De ahí el mote de «Eduardo Castigo». Aunque él afirma que pagó todo.

«No hay ninguna deuda con la Cámara, ni la hubo después» de su salida en 2011, aunque «es normal que los socios tengan deudas en curso». Consultado sobre si se autocondonó deudas, es enfático: «Por supuesto que no. Yo soy uno más, hay un directorio, hay una asamblea. Es una entidad que tiene estatutos, permanentemente auditada por auditores externos. Las cosas se hacen muy bien. Si las cosas fueran como tú dices, nadie me hubiera pedido volver».

Dittborn insiste, sin embargo, en que «a raíz de eso, terminó saliendo del directorio» en 2011. Castillo hoy, en cambio, lo atribuye a «unas peleas internas» en la Cámara y «porque tenía a mi mujer muy enferma, que finalmente falleció en 2012. No tenía alma ni espíritu para estar en estos temas gremiales».

¿Cómo es posible que, con estos antecedentes, hoy siga en la Cámara?

«Eso te habla de la calidad del gremio», concluye Dittborn.

Gremios enfrentados

Al interior de la Cámara, Castillo representa a un sector (libreros y distribuidores) que en los últimos años se enfrentó con las editoriales por el manejo de Filsa.

Históricamente, la Cámara, fundada en 1950, agrupó a estos tres estamentos. Sin embargo, en 2016 se produjo su mayor quiebre en la historia, cuando las principales editoriales –entre ellas las transnacionales Planeta y Random House Mondadori, así como Zig Zag, que reúnen el 70% del mercado– decidieron retirarse y formar su propio gremio, la Corporación del Libro.

Las causas del quiebre fueron el enfrentamiento entre un grupo formado por libreros y distribuidoras, con una visión más comercial de Filsa, lideradas por Castillo, y las editoriales, que querían convertirla en un acontecimiento cultural de alto impacto, comparable a las otras ferias de Latinoamérica.

La Filsa históricamente fue reducto de Castillo y los suyos. Estuvo ahí cuando fue creada en 1981 por el entonces alcalde designado de la comuna de Santiago, Carlos Bombal, quien luego sería diputado y senador por la UDI. Su primera versión fue en el Parque Forestal, de acceso gratuito. Desde 1989 se realiza en la Estación Mapocho.

En los años 80 y 90, la Cámara no solo era responsable de Filsa, sino también de varias ferias regionales, como la de Viña del Mar. Sin embargo, con el advenimiento de la democracia, las corporaciones culturales de los municipios comenzaron a hacerse cargo de las ferias comunales, y la Cámara fue perdiendo terreno. Un ejemplo es la Feria del Libro Infantil de Providencia, por mencionar alguna.

Hoy el principal reducto –y casi único– que le queda a Castillo y los suyos es Filsa. Un evento donde, en palabras de Paulo Slachevsky (fundador de LOM), ha predominado «un modelo de Filsa tipo mall, sustentado en el privilegio de unos pocos y el lucro, como primer fin», según publicó recientemente en El Desconcierto.

En sus palabras, esto se expresa en «un alto costo de la entrada para el público; una programación cultural tipo matinal de TV; el elevado cobro por stand que se ha configurado en una real barrera de entrada para los editores medianos y pequeños; la distribución del espacio tipo apartheid, donde las multinacionales dominaron toda la nave central, relegando a la edición local e independiente a los márgenes; así como la venta de saldos de bodegas acumulados por estos últimos grupos».

Un modelo que a Castillo no parece incomodarle.

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