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La marihuana también salió del clóset: libro «Un viaje fantástico» relata su historia en Chile y el mundo CULTURA

La marihuana también salió del clóset: libro «Un viaje fantástico» relata su historia en Chile y el mundo

«Existe mucha información contradictoria, mitos y verdades a medias en este tema, donde las posiciones siguen siendo bastante extremas: para unos, esta es la ‘hierba del diablo’, para otros, la ‘santa María’. Ni lo uno ni lo otro, plantea el libro: efectivamente la mayoría de los mitos prohibicionistas son eso, mitos, tal como lo demuestra la evidencia científica e histórica. Pero la planta, como toda sustancia o droga, tampoco es inocua como muchos creen: si la usas mal te puede hacer daño», plantea el autor Marcelo Ibáñez.


Un libro con la historia de la marihuana en Chile y el mundo ha publicado el periodista Marcelo Ibáñez (Santiago, 1978), en el que cuenta los mitos y verdades sobre el consumo de esta planta, que hoy pareciera haber salido del clóset.

«Un viaje fantástico» (Planeta), un texto muy bien documentado, es un relato que aborda su devenir en nuestro país, de Arica a Punta Arenas, e incluye a una serie de personajes históricos: desde Heródoto hasta Shiva; de O’Higgins a Piñera; de Jimi Hendrix a Matías Vega, y mucho más. También aborda la historia: la conquista española, la primera plantación de marihuana del país, la persecución policial y los movimientos por la legalización, los hippies chilenos y la particular ley nacional. Todo de mano de un autor de una larga trayectoria periodística en varios medios de Chile, Argentina y España, que fue finalista del Premio Periodismo de Excelencia UAH (2012) y del Premio Eco Periodismo UAB (2012).

«Existe mucha información contradictoria, mitos y verdades a medias en este tema, donde las posiciones siguen siendo bastante extremas: para unos, esta es la ‘hierba del diablo’, para otros, la ‘Santa María'», dice su autor. Ni lo uno ni lo otro, plantea el libro: «efectivamente la mayoría de los mitos prohibicionistas son eso, mitos, tal como lo demuestra la evidencia científica e histórica. Pero la planta, como toda sustancia o droga, tampoco es inocua como muchos creen: si la usas mal te puede hacer daño».

 

El interés de Ibáñez surgió a partir de un hecho para él absolutamente innegable: «Chile es un país muy marihuanero».

Para probarlo, cita cifras oficiales de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), que establecen que actualmente somos el tercer consumidor de marihuana con fines recreativos del mundo, después de Israel y Estados Unidos. Además, el consumo se dispara en la última década, lo que coincide con el crecimiento del activismo canábico en el país.

Por otra parte, el consumo en menores de edad según cifras oficiales de Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (SENDA) también ha experimentado un importante y preocupante aumento, tanto en el consumo de marihuana como de alcohol. De hecho, en ese grupo solo ha descendido el consumo de tabaco, luego que se aplicaran regulaciones más estrictas.

«Más allá de las cifras, está también lo que uno puede observar en el día a día en una ciudad como Santiago: a la salida de conciertos, fiestas y estaciones de metro es habitual que se vendan queques ‘mágicos’ que supuestamente contienen cannabis, con los peligros para la salud pública que ello implica, por ser un mercado no regulado y entregado al arbitrio del narcotráfico», comenta Ibáñez.

No importa que Salvador Allende creara la primera Ley de Drogas en 1972 ni que exista la famosa y estricta ley 20.000 de 2005.  «En Chile surgió toda una industria alrededor del consumo de marihuana: desde los growshops que se extienden de Arica a Punta Arenas, pasando por importadoras de semillas, pipas y hasta toda la parafernalia moderna alrededor del consumo recreativo. Y en ferias artesanales, growshops y ferias libres, se venden supuestos fitofármacos artesanales a base de cannabis, lo cual nuevamente genera un riesgo para la salud pública y evidencia la expansión de su uso medicinal en el país», sentencia.

¿Por qué a Chile le gusta tanto la marihuana? ¿Cómo es posible que sucediera todo esto si la Ley 20.000 sigue sin tener grandes modificaciones? ¿Por qué fracasó el primer intento serio del Parlamento y del activismo cannábico por crear una nueva regulación para el cannabis en 2015? ¿Cómo se generó el cambio de percepción social y cultural del país frente a los consumidores de marihuana?. Estas son las preguntas que este libro intenta responder o, al menos, entregar las claves para que el o la lectora pueda elaborar posibles explicaciones.

Cannabis gourmet

Para Ibáñez, actualmente hay una evolución del consumidor de cannabis recreativa en Chile y afirma que se ha producido  «un nivel de sofisticación en sus formas de consumo entre los más jóvenes, el cual resulta comparable al de la enología: en Chile se cultiva y consume cannabis gourmet de calidad mundial. Y los grupos más fumetas cada vez consumen menos cogollos secos y más extracciones sofisticadas como el hashís o el rosin».

Su libro abarca los 12 mil años de historia de esta planta, desde los primeros restos arqueológicos de semillas encontradas en Japón y de fibras en Taiwán hasta los brotes legislativos en varios países que buscan cambiar la «fracasada» política de drogas prohibicionista por una regulación estricta, pero acorde a esta sustancia en particular.

«La primera historia que cuenta el libro es el consumo de marihuana en el Imperio romano, donde era un bien de lujo, y la última es la única utopía cannábica de la que se tiene registro: la tribu de los balubas en Congo, que cambió el alcohol por el consumo de marihuana como droga social», relata Ibáñez.

«Esta planta se ha usado como fuente de fibra, droga y medicina en todas y cada una de las culturas, civilizaciones y grupos humanos que han tenido contacto con ella: los escitas, tribu de origen iranio, tribus africanas,  sociedades y cultos europeos y todas las grandes civilizaciones: Roma, Grecia, Egipto, China, India, etc…», añade. Sin olvidar la historia de casi medio milenio de cultivo en Chile.

Presencia colonial

La presencia de la marihuana en nuestro país es de vieja data. Uno de los personajes relacionados con ella es Bautista Pastene, navegante genovés avecindado en el Chile colonial, amigo y compinche de Pedro de Valdivia en el robo a parte de sus soldados con el cual financió un viaje al virreinato del Perú en 1548.

Luego de ese viaje, Valdivia le entregó a Pastene amplios terrenos en los valles del Mapocho, Cachapola y Pangue. En este último, cerca de la zona de Curacaví, Pastene sembró lino y cáñamo (cannabis sativa cultivada para uso textil), creando un negocio llamado «Frezada y Jarcias», ya que la fibra se usaba principalmente para fabricar ropa y aparejos navales. «Así nació un cultivo que ha existido en el campo chileno de manera ininterrumpida durante cuatro siglos para fibra legal -con cultivo de Coquimbo a Chiloé- y durante medio siglo con fines de tráfico de la marihuana como droga», explica el autor.

[cita tipo=»destaque»]Otro personaje fundamental en esta historia es Salvador Allende, quien firma la primera Ley de Drogas que ilegaliza una serie de sustancias, entre ellas la marihuana, en mayo de 1973. «Hasta antes de eso era legal fumar hasta en la calle: los relatos orales que recopilé de fumadores de la época hippie, señalan que incluso lo hacían al lado de la policía sin problemas. Esto sucede por tres razones a mi juicio: uno, en esa época la izquierda veía con muy malos ojos el consumo de marihuana, considerándolo un vicio de la burguesía ociosa, corruptora de los ideales de la juventud revolucionaria. Así lo da cuenta la prensa de izquierda de la época, particularmente con el caso de los primeros detenidos por consumo de marihuana en Chile, entre los cuales estaba Rafael Edwards, sobrino de Agustín Edwards, fallecido dueño de El Mercurio», relata Ibáñez.[/cita]

Luego de ello hubo variados personajes políticos que impulsaron el cultivo de esta materia prima en el campo chileno, firmando leyes que bajaban sus impuestos, partiendo con el decreto de la Corona Española, una Real Cédula emitida en 1545 por el rey Carlos I. En 1777 vuelven a emitir una nueva orden real que eliminaba los impuestos adanueros para esta materia prima y en 1796 incluso la Corona autoriza a entregar terrenos a los pobres que quisieran dedicarse al cultivo del cáñamo y el lino, según el autor.

«Es decir, se podía pasar de ‘patipelado’ a terrateniente cultivando marihuana», comenta Ibáñez.

Cuenta que entre quienes impulsaron su cultivo estuvieron Bernardo O´Higgins, Manuel de Salas y el Presidente José Joaquín Prieto, entre otros.

«Así, dado que esta planta se adaptó muy bien al clima de la zona central de Chile, el país se convirtió en el principal productor de cáñamo de América. De acá salían las mejores fibras de cáñamo de todo el continente, cuya calidad y resistencia fue alabada por cronistas y recibió premios en la Exposición Universal de París, según relató Vicuña Mackenna. Chile llegó a ser el polo productivo más importante del continente de una fibra esencial para poder navegar, abasteciendo a España y mercados de todo el continente, principalmente a Lima», afirma el periodista y luego agrega que «algunos aseguran que llegamos a ser el tercer productor de cáñamo del mundo. Aunque ese dato no lo encontré oficialmente en mi investigación, es muy probable que así sea. Y sin duda fuimos uno de los principales productores del mundo, después de Rusia, Italia y España».

Los pitos de Allende

Otro personaje fundamental en esta historia es Salvador Allende, quien firma la primera Ley de Drogas que ilegaliza una serie de sustancias, entre ellas la marihuana, en mayo de 1973. «Hasta antes de eso era legal fumar hasta en la calle: los relatos orales que recopilé de fumadores de la época hippie, señalan que incluso lo hacían al lado de la policía sin problemas. Esto sucede por tres razones a mi juicio: uno, en esa época la izquierda veía con muy malos ojos el consumo de marihuana, considerándolo un vicio de la burguesía ociosa, corruptora de los ideales de la juventud revolucionaria. Así lo da cuenta la prensa de izquierda de la época, particularmente con el caso de los primeros detenidos por consumo de marihuana en Chile, entre los cuales estaba Rafael Edwards, sobrino de Agustín Edwards, fallecido dueño de El Mercurio», relata Ibáñez.

La segunda razón es que Chile se había hecho parte de la Convención Única de Estupefacientes de 1961, convenio que obligaba al país a crear una legislación punitiva al respecto. Ese tratado internacional, por primera vez en la historia de sus 12 mil años de uso documentado, ilegaliza la marihuana a escala global.

La ley de Allende sería antecesora de la famosa Ley 20.000, promulgada en el gobierno de Ricardo Lagos. «Buscaba castigar el narcotráfico, no así el consumo», reflexiona Ibáñez. Pero a pesar de eso, explica que «los tribunales comenzaron a condenar a consumidores por varios años de pena efectiva: en el libro relato una de las primeras condenas a un bibliotecólogo de Punta Arenas: cinco años de cárcel efectiva por fumarse un pito de hoja en la calle. De esa condena, cumplió tres años antes de recibir beneficios carcelarios y cumplir el resto en libertad».

Esto generó el surgimiento de un movimiento político en torno al consumo de cannabis, que buscaba defender los derechos de libertad individual de los consumidores y plantear la idea que es más beneficioso para la sociedad regular estrictamente estas sustancias más que prohibirlas. «Fue la prohibición la que dio nacimiento al narcotráfico, la corrupción y la violencia, tal como sucedió con la prohibición del alcohol en Estados Unidos», señala el autor.

De ese movimiento cannábico, el libro de Ibáñez destaca varios nombres importantes: Nicolás Espinoza, presidente de Movimental, quienes desde 2005 han organizado de manera ininterrumpida la marcha «Cultiva tus Derechos» , convirtiéndose en una de las más masivas desde la vuelta a la democracia. También a Pedro Mendoza, uno de los pocos abogados defensores de consumidores y cultivadores para consumo personal, además de fundador de la revista Cáñamo y la Expo Weed; a la actriz Ana María Gazmuri, de Fundación Daya; y al doctor Sergio Sánchez de Latinoamérica Reforma.

En la lista destaca a Angello Bragazzi, uno de los pioneros en el negocio de ventas de semillas de marihuana de calidad gourmet en Chile, cuyos envíos de simientes de cannabis de Arica a Punta Arenas, incluidas la Isla de Pascua y el Archipiélago de Juan Fernández, expandió el cultivo personal de marihuana de gran calidad en Chile, con fines medicinales y usos lúdicos. «Por ello, Bragazzi fue acusado de narcotráfico. Luego de un juicio quedó absuelto por unanimidad, ya que se estableció que las semillas de cannabis no contienen THC, por lo tanto su venta está permitida en Chile. El tribunal podría haberse ahorrado todos los costos del juicio pagados por los contribuyentes. Que las semillas de cannabis no contienen THC es un hecho científico que la farmacología y botánica establecieron hace décadas (…) pero ese es uno de los problemas que siguen afectando a consumidores, pacientes y cultivadores con fines personales en Chile: el desconocimiento de temas botánicos tan básicos como ese», afirma Ibañez.

Insignes consumidores

La yerba ha tenido consumidores de renombre mundial y el libro los recuerda. Ahí está Louis Armstrong, eximio trompetista y consumidor de marihuana por medio siglo, el primero en componer una canción en honor a la marihuana («Muggles», 1928) y uno de los primeros detenidos de fama mundial por consumo, cosa que también vivieron los Beatles, Rolling Stones, Miles Davis y Michael Phelps, el deportista que más medallas ha ganado en la historia de las Olimpiadas.

Sin embargo, para Ibáñez sin duda los dos nombres más fundamentales en la historia mundial de la marihuana son Harry J. Anslinger, jefe de la Oficina Federal de Narcóticos de Estados Unidos, y el magnate de las comunicaciones William Randolph Hearst. Fueron los autores de la campaña de «fake news» o propaganda «que llevaron a la primera persecución de marihuana en Occidente en la década de 1930 en Estados Unidos, que terminó con su prohibición a escala global».

Hearst reprodujo, sin chequear, las notas de prensa que salían de la Oficina Federal de Narcóticos, donde, relata Ibañez, se describía el consumo de marihuana como causante de los más horrendos crímenes -asesinatos, violaciones, etc…- y accidentes de tránsito, se establecían relaciones causales falaces y se aseguraba que la marihuana te hacía adicto inmediatamente, te volvía flojo, estúpido y criminal. «Todos mitos que las estadísticas en los lugares donde la marihuana se ha legalizado -y qué decir la evidencia histórica- han demostrado ser falsas: lo que ha subido el crimen, la violencia y la corrupción ha sido el narcotráfico que nació con la prohibición y no los usuarios de marihuana», reflexiona Ibáñez.

De esa asociación, el autor admite que solo una podría ser considerada verdad: el consumo crónico de marihuana puede generar lo que se ha llamado un ‘síndrome amotivacional’, especialmente en adolescentes. «Pero también es cierto que ello tiene un componente ideológico: no es que quite las ganas de hacer cosas, es que al parecer hace que valores actuales como la competencia desmedida, propia del capitalismo, dejen de importar tanto. Esta es una de las tantas razones de por qué para muchos consumidores, el fumar marihuana sigue siendo un acto político», acotó.

El caso Anslinger

Anslinger es uno de los personajes más insólitos de esta historia para Ibáñez, sobre todo porque como han documentado las investigaciones sobre el tema y sus propias palabras, recalca, consideraba ineficaz el prohibir la marihuana. «Su consumo no era un problema de salud pública, no estaba extendido en los Estados Unidos de la década del 30 y es muy difícil controlar una planta que es una maleza que se adapta a muchísimas condiciones de cultivo y que en esa época aún crecía de manera silvestre en muchas partes de Estados Unidos, particularmente a orillas del Río Grande», explica.

Agrega que «a pesar de ello, como buen político republicano, decidió generar esta campaña de prohibición para apernarse en el aparato gubernamental y potenciar la recién creada oficina que tenía a su cargo. Esto no lo digo yo, sino David F. Musto, médico de la Universidad de Washington, máster en Historia de la Ciencia y la Medicina de Yale, además de experto en políticas de drogas en la administración de Jimmy Carter, quien investigó el tema en profundidad en varios libros, incluidas numerosas entrevistas al propio Anslinger».

Ibañez explica que Anslinger no se equivocó en nada, «a pesar de sus mentiras: tal como lo predijo, la persecución penal contra el cannabis no solo resultó ineficiente, sino que completamente contraproducente, ayudando a que a la larga su consumo creciera de manera explosiva a nivel mundial, al convertirlo en un acto de rebeldía contracultural y política. Y tal como esperaba, se apernó durante treinta años (1932-1962) en su rol como primer zar antidrogas de Estados Unidos y el mundo, y el presupuesto asignado a su oficina no paró de crecer, dando origen a diversas instituciones como la DEA o la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas de EE.UU o el Instituo NAcional sobre Abuso de Drogas, algo así como el SENDA gringo».

La lista de mitos

El libro también hace un repaso de la lista de mitos que rodean a la marihuana. «Los principales que se ha demostrado que son falsos: la relación entre consumo de marihuana como causa de crímenes, tal como lo ha descartado la evidencia histórica, la evidencia médica y las estadísticas de los lugares que han regulado su consumo», dice el autor.

El mito de que mata neuronas, agrega, surgió de «un estudio en los años 50, el cual fue posteriormente desacreditado por la comunidad científica, un caso similar al de aquel estudio publicado en Lancet y después desmentido, en el que se relacionaba a las vacunas como causante de autismo, dando paso al movimiento ‘antivacunas’, uno, y al ‘prohibicionismo’, el otro estudio. De hecho, hoy hay investigaciones en curso que estarían demostrando que algunos químicos presentes en la planta hacen todo lo contrario: tendrían propiedades neuroprotectoras».

El texto también señala que el consumo de marihuana como puerta de entrada a otras drogas es un mito bastante desacreditado por la evidencia médica y las estadísticas de salud pública. Otro, que causa esquizofrenia o psicosis: «por una parte si uno ve los gráficos, los casos de esquizofrenia se mantienen estables y el consumo de marihuana se ha disparado. Lo que sí es cierto es que si uno tiene una esquizofrenia latente, el consumo de marihuana puede gatillar la enfermedad, tal como lo puede hacer el consumo de alcohol u otras sustancias. Eso es distinto a establecer una relación causa y efecto, como señaló durante décadas el mito», dice Ibáñez.

En cuanto a que el consumo crónico de marihuana en adolescentes provocaría una baja de CI, alteraciones estructurales y de funcionamiento cerebral, pérdida de capacidades cognitivas y aumento de posible consumo problemático de sustancias, para el autor la evidencia es contradictoria. «Hay estudios que muestran esos resultados y otros que muestran resultados opuestos. Es por ello que el único punto en común que tienen los prohibicionistas con la cultura cannábica o aquellos que impulsan políticas de drogas que regulen las sustancias es el de prohibir su consumo en menores de edad», explica.

De la misma manera, Ibáñez destaca el mito de que la marihuana es inocua y solamente beneficiosa. «Eso no es así. Si uno la usa mal o de manera irresponsable, puede provocar daños en la vida personal y social del usuario (…) algo que puede pasar con muchas sustancias, desde el azúcar y el alcohol hasta las drogas ilegales».

Lo que sí es verdad, acota Ibáñez, es que la marihuana es «una droga o susstancia bastante segura: su dosis letal mediana o DL 50 en adultos es altísima y aún teórica: se calcula que habría que consumir cerca de media tonelada de marihuana en 15 minutos para inducir una respuesta letal. Es por ello que no existe ni un solo caso aceptado por la comunidad científica que registre una muerte por sobredosis o abuso de marihuana. Es decir, la marihuana es una de las sustancias psicoactivas más seguras que existe (mucho más que la mayoría de los fármacos a la venta en farmacias), pero no es inocua. De hecho, su uso tanto medicinal como recreativo está contraindicado para quienes padezcan una condición cardiaca, alguna enfermedad pulmonar o renal grave y personas con antecedentes familiares de enfermedades psiquiátricas como la psicosis o la esquizofrenia».

Con respecto a verdades, para el autor hay tres principales. «La marihuana es una de las drogas más seguras que existen, muchísimo más que el alcohol y el tabaco; el «síndrome amotivacional» estaría suficientemente documentado y puede afectar a usuarios crónicos, especialmente a adolescentes, y se expresa en una cierta apatía o desinterés, aunque no en los extremos que la caricatura prohibicionista ha difundido; y efectivamente genera pérdida de memoria a corto plazo, la cual en el caso de quienes iniciaron su consumo en la adultez, es reversible dejando de consumir marihuana por al menos un mes».

La marihuana hoy en Chile

Ibáñez considera el consumo de marihuana en Chile hoy tanto un acto político de defensa de las libertades individuales desde la perspectiva de muchos usuarios, como una forma de automedicación ante el alto precio de los medicamentos para varios pacientes y una industria millonaria para quienes han creado negocios alrededor de su uso.

«Como tantas otras cosas en Chile, en lugar de regular una realidad -Chile como tercer mayor consumidor de marihuana del mundo- la elite política ha preferido mirar para el lado», critica. «Y si bien en el caso de ser cultivador o consumidor uno aún corre el riesgo de enfrentar un juicio, lo más probable es que actualmente el consumidor reciba condenas bajas y en libertad. Pero ello es gracias al trabajo en tribunales y social del movimiento cannábico, no del Estado y sus leyes».

A pesar de no existir una regulación, Chile consume mucha marihuana y lo hace habitando los resquicios legales, según el autor, «tal como sucedió durante décadas con las separaciones matrimoniales antes de que existiera una ley de divorcio, cuando los conservadores señalaban que de regularse ello traería el Apocalipsis a la Tierra. Eso no sucedió, como tampoco ha sucedido en los países y en estados de Estados Unidos que han regulado el consumo de marihuana».

Para él, el tema preocupante es el alto consumo de alcohol y marihuana en menores de edad. «En Estados Unidos, por ejemplo, la regulación del cannabis hizo que ese consumo en menores bajara: es tan buen negocio para quienes tienen las licencias de producción que no se van a arriesgar a perder el negocio por venderle a un menor de edad. En el caso del narcotráfico, el incentivo es todo lo contrario».

A modo de conclusión, y basado en la evidencia internacional, Ibáñez cree que regular constituye una mejor política de drogas a nivel social e individual que prohibir, más aún en el caso de una sustancia como la marihuana, porque «si vemos la estadísticas de problemas generados por el consumo de alcohol -muertes por accidentes, actos violentos, casos de cirrosis y consumo problemático- versus los de la cannabis, simplemente no hay comparación».

Regular puede ser muy discutible en el caso de ciertas drogas, pero en el caso de la marihuana el autor recalca que «ya no hay muchos argumentos que sostengan su prohibición. Es por ello que cuando las sociedades médicas o de neurología en Chile envían cartas a los medios de comunicación repitiendo muchos de los mitos ya señalados, lo hacen sin citar ni un solo estudio científico, mucho menos uno revisado por pares. Cuando la marihuana se regula, y esa regulación está bien hecha, lo único que suele dispararse es la recaudación de impuestos y no las externalidades negativas -violencia, accidentes, adicción, criminalización-, problemas sociales que dicho sea de paso, nacieron con la prohibición, tal como sucedió durante la Ley Seca en Estados Unidos que prohibió el alcohol».

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