Publicidad
“Topografía de las lágrimas”: Tratado moderno sobre la opresión de clase Crítica teatral

“Topografía de las lágrimas”: Tratado moderno sobre la opresión de clase

Como lectura de la institución social que es el trabajo doméstico, Barrales parece apuntar que pese a los aires reformistas y la sensibilidad políticamente correcta que lo inunda –y ahoga- todo, las diferencias de clase son irreconciliables


Estrenada en 1947, “Las sirvientas”, del francés Jean Genet, supuso un remezón enorme para el teatro contemporáneo por representar a través de una violenta carga simbólica la humillación de clase de dos hermanas sirvientas, quienes planean la muerte de su patrona mientras juegan entre sí a intercambiar roles de dominación y sumisión.

Escrita en la cárcel, la obra respira inadaptabilidad social y un enfermizo trasfondo sicológico en el juego teatral que Jean-Paul Sartre llamó “demoníaco; la apariencia, sin cesar a punto de hacerse pasar por realidad, debe revelar sin cesar su irrealidad profunda. Todo debe ser falso”, como escribió en “San Genet, comediante y mártir”.

Uno de los montajes contemporáneos más representados en el mundo, es aquí adaptada con bastante libertad por el reputado dramaturgo Luis Barrales (“H.P.”, “La mala clase”, “Allende, noche de septiembre”, “Xuárez”), quizás el más persistente autor de vocación social de nuestro medio y relevo natural de la impronta de Juan Radrigán, quien subvierte de entrada el eje dual de las protagonistas originales y su juego de intercambiabilidad de roles respecto a los de patrona/trabajadoras, y lo adapta a una realidad cercana con la figura de Isabel (Claudia Cabezas), una periodista que prepara en su departamento una ponencia sobre las nanas justo el día en que su propia nana, Solange (Katy Cabezas), va a hacer el aseo.

Todas las fotografías: Andrés Olivares / Matucana 100

Todas las fotografías: Andrés Olivares / Matucana 100

El texto adaptado por Barrales y llevado a escena por Sebastián Jaña (quiénes ya adaptaron antes otra obra de Genet, “Severa vigilancia”, convertida en “Jardín de reos”), establece como punto de partida el virtual desconocimiento de ambas con respecto a la otra. Producto de la especialización y flexibilización del trabajo, ambas son patrona y trabajadora pero casi nunca coinciden en el mismo espacio.
Esta dicotomía es expresada en el deseo de Isabel de leerle su texto a Solange sin posibilidad de establecer un diálogo. La representación de una realidad desconocida para ella –en un importante guiño irónico de Barrales al progresismo intelectual que habla con propiedad de temas que no conoce- choca de frente con la sabiduría práctica de Solange, para quien la estratificación social y económica, incluso ética, está dada por su condición: ella es la trabajadora y consciente de eso, sabe que no puede ocupar un espacio que le está vedado.

Esta idea es reforzada a modo de discurso por el director Jaña con el uso de textos proyectados en pantallas que son a su vez los ventanales del departamento. Como un guión cinematográfico, estos describen gestos, emociones y acciones de los personajes para marcar los puntos opuestos que representan. Si bien es un recurso atractivo visualmente, especialmente como efecto del paso del tiempo, se hace ilegible por la gran cantidad de texto que es proyectado, lo que distrae del relato más que aportar.

Como lectura de la institución social que es el trabajo doméstico, Barrales parece apuntar que pese a los aires reformistas y la sensibilidad políticamente correcta que lo inunda –y ahoga- todo, las diferencias de clase son irreconciliables. Y donde el énfasis no está ya en la imagen clásica del ingreso económico como barrera infranqueable, sino que en las prioridades cuando la clase trabajadora está consciente de sus capacidades adquisitivas: Solange ha ahorrado toda su vida y tiene el dinero para comprarse una parcela, mientras Isabel, exitosa mini empresaria y profesional reconocida, es frágil y vulnerable y no parece comprender que la sumisión de Solange es solo un recurso de sobrevivencia laboral.

Todas las fotografías: Andrés Olivares / Matucana 100

Todas las fotografías: Andrés Olivares / Matucana 100

Barrales sociologiza el texto eminentemente moral de Genet, invirtiendo su tono pesadillesco por la descripción de una realidad que emerge amenazante y del cual estamos prestando –como sociedad- poca atención. Pero en su versión, la dialéctica de la opresión parece apuntar como tesis final a un conflicto que va más allá de la lectura sociológica: la figura de la sobrina de Solange (Francisca Riquelme), una joven recién salida del colegio con instrucción y curiosidad intelectual atípica que detona un ambiguo e imprevisto desenlace al simbolizar un cambio de orden posible que excede al análisis del problema de la servidumbre en el país y e instala una reflexión más amplia –y urgente- de género y clase.

La estilizada y funcional puesta en escena del director le otorga énfasis al recurso de los visuales, con el uso de textos y una voz en off (del modo “corriente de conciencia”) que resulta invasiva y que poco aporta al sentido del relato, al igual que algunos efectos de iluminación. Pero donde la sensibilidad del autor se aprecia en pleno uso es en el buen oído para rescatar el lenguaje sintético y coloquial, modismos y sentido práctico de Solange, espléndidamente interpretada por Katy Cabezas hasta en un cierto cansancio físico apenas perceptible en sus movimientos.

“Topografía de las lágrimas” reafirma ciertas constantes de Barrales como la aguda mirada hacia figuras de clase popular, a las que dota de un humanismo y complejidad poco común en el teatro chileno, y una dimensión poética para aquilatar la violencia de la realidad que retrata, una violencia tan aparentemente distante de la de Jean Genet pero que opera como reverso de una moneda que pese al paso de tiempo, aún no logra conciliar sus contradicciones vitales.

“Topografía de las lágrimas”

Adaptación de “Las sirvientas”, de Jean Genet.

Dirección: Sebastián Jaña

Dramaturgia: Luis Barrales

Elenco: Katy Cabezas, Claudia Cabezas, Francisca Riquelme.

Matucana 100, Espacio Patricio Bunster. Hasta el 27 de noviembre. Jueves a Domingo, 20:30 hrs. General $5000. Est y 3ra edad $3000. Jueves Popular $2000.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias