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Patricia Artés Ibáñez, directora de obra sobre Venda Sexy: “No olvidar significa tomar una posición política” BRAGA

Patricia Artés Ibáñez, directora de obra sobre Venda Sexy: “No olvidar significa tomar una posición política”

“Irán #3037 [violencia político sexual en dictadura]”, es la propuesta artística de la Plataforma Escena Crítica y Memoria, obra que se adentra en las  prácticas de tortura y violencia político sexual realizadas en el centro de detención conocido como “Venda Sexy”, lugar cuyas sobrevivientes han levantado en una lucha contra el olvido, la impunidad y el borramiento que el mismo mundo de los derechos humanos ha hecho de esta práctica del terrorismo de estado.


Fue en octubre de este año que se estrenó “Irán #3037 [violencia político sexual en dictadura]”, obra del colectivo Plataforma Escena Crítica y Memoria, dirigida por la artista Patricia Artés; dos semanas antes del 18 de octubre, fecha luego de la cual una de las principales denuncias fueron testimonios sobre lo mismo que la obra plantea en su argumento: el ejercicio impune de la violencia político sexual, pero en el contexto dictatorial, misma práctica que se comenzó a agudizar en el marco de la revuelta social.

La obra -que vuelve a las tablas este viernes 17 en Talca, sábado 18 en Llongocura, sábado 25 en Villa Francia, y 27 y 28 en Matucana 100 como parte de la cartelera de Santiago Off-, como plantea Artés, “se levanta, como un gesto de justicia y reparación social”, dado que como ha quedado en evidencia, “la violencia represiva que hoy vivimos mujeres y disidencias sexuales durante las manifestaciones y en la detención, no son más que el fiel reflejo de la impunidad de quienes abusaron de nosotras en dictadura”.

Ante este escenario, advierte la directora, “el desafío es nombrar la violencia político sexual como un crimen específico de género y develar su carácter patriarcal”.

Pero no sólo de violencia física estamos hablando. También como explica Artés, está presente la invisibilización. “Hasta el cansancio, incluyendo la retórica de la izquierda, se nos ha agradecido acompañar a los compañeros. Aunque sea con las más ‘hermosas palabras’, de la manera más ‘amorosa’, es un ninguneo brutal”, plantea la directora teatral.

Esto tiene como resultado que “por un lado, se invisibiliza la militancia activa de las mujeres y, por otro, desvaloriza las labores vinculadas a lo doméstico que han realizado las compañeras, se las repliega a lo íntimo y se las despolitiza, situándonos como telón de fondo o como el arroz graneado de la gran lucha de los hombres, el adorno de la épica masculina”. 

Violencia político sexual

De ese correlato entre la dictadura y la actualidad, del diálogo transgeneracional de los feminismos, de la urgencia de construir la memoria feminista, y del arte político como forma de reparación y enunciación de la justicia social habla la directora de “Irán #3037 [violencia político sexual en dictadura]” y también integrante de Memorias de Rebeldías Feministas, Patricia Artés. 

¿Qué potencialidades puede ofrecer el teatro para abordar este tema que agrupaciones estaban luchando por visibilizar previo al 18 de octubre, pero que hoy emerge nuevamente en el marco de la represión?

La primera potencialidad que tiene el teatro es que logra suspender nuestro tiempo y espacio cotidiano para mirar nuestras prácticas. El teatro político -que es la escena que me interesa- permite ver las relaciones sociales y de poder, y esto siempre puede ser una potencia agitativa de develamiento a un problema político que puede remecer mentes y corazones en distintos escenarios teatrales y sociales.

En el teatro político el desafío es la realidad y el develamiento de las estructuras de poder, quiero decir, que el impulso es desmantelar la realidad y no un fin estético en sí mismo. Ahora bien, el problema de todas maneras sigue siendo la pregunta por la forma, en la medida que se trata de la búsqueda de procedimientos que permitirán la circulación de los problemas que se quiera instalar.

En el caso de Irán #3037 [violencia político sexual en dictadura], la preocupación fue encontrar la manera de hablar nuevamente de la dictadura, pero esta vez de un espacio invisibilizado e incómodo: la violencia político sexual ejercida por el Estado en contra –mayoritariamente- de las mujeres. 

La no revictimización, la insistencia en relevar la resistencia y la lucha de las compañeras, fueron las premisas que guiaron el proceso. ¿Cómo hablar del horror sin representar la tortura?, ¿cómo mostrar el dolor como acto de dignidad?, fueron algunas de las preguntas que cruzaron esta investigación. Por ello fue que finalmente pensamos que debíamos contar la historia del lugar desde la familia que vive en el ex centro de tortura, cuestión que ya parece ficción. Estirar ese dato de la realidad para que la propia casa se develara a sí misma como problema político. 

Aquí es donde el diseño audiovisual, lo sonoro y el montaje de la puesta entre ficción y documento fue fundamental para abrir otras maneras sensibles de acercarse a este problema.

Patricia Artés

¿Cuál es el correlato que tienen la violencia política sexual de la dictadura como terrorismo de Estado en la actualidad?

Me parece que la violencia como mecanismo del Estado para reprimir a los pueblos es constituyente al propio Estado. Esa violencia se manifiesta y se desplaza de diferentes maneras según sea los contextos y que tan agudas se encuentren las contradicciones y disputas políticas.

En ese sentido, aunque es diferente o menos visible, la violencia de Estado siempre está presente. Todos los gobiernos de la pos dictadura tienen las manos manchada con sangre con asesinatos a mapuches, estudiantes y dirigentxs sociales. Antes inclusive del 18 de octubre se había normalizado ver a la policía en la sala de clases de los liceos y en los patios de las universidades, y la cifra de lesionadxs después de cada manifestación era altísima.

Ahora, esta política de la violencia está desatada, la represión a nuestros pueblos es espantosa, poblaciones sitiadas, mutilaciones oculares, asesinatos; la criminalización de la protesta social hoy en día es escandalosa y peligrosa.

En este contexto la violencia política sexual también opera, y mientras más se agudicen las contradicciones, más abierta será esta práctica vejatoria.

Cuerpos de las mujeres

¿Por qué se ejerce esta violencia principalmente contra las mujeres y disidencias sexuales?

En tiempos de violencia de Estado, los cuerpos de las mujeres son un territorio a invadir. La militarización del país exacerba la virilidad como característica del varón-solado. Así, la violación y el abuso sexual de mujeres, niñes y disidencias sexuales se convierte en arma de guerra, y nuestros cuerpos en un campo de batalla. 

Esta política de Estado ha sido continua a lo largo de nuestra historia. Desde la revolución pingüina del 2006 han aparecido múltiples testimonios de estudiantes que fueron desnudadas, manoseadas, insultadas por ser mujeres; y se intensifica en periodos de violencia política explicita como lo que vivimos hoy.  

Durante la dictadura cívico militar, fue una estrategia para castigar a las mujeres que luchaban, militaban, que pensaban y construían una alternativa radical de cambio. Era una forma de castigar a quienes se salían de la heteronórma que dicta lo que significa ser mujer: madre, esposa abnegada, relegada al espacio doméstico y de la familia.

La violencia represiva que hoy vivimos mujeres y disidencias sexuales durante las manifestaciones y en la detención, no son más que el fiel reflejo de la impunidad de quienes abusaron de nosotras en dictadura.

Los discursos de los feminismos han permeado diferentes dimensiones de la sociedad, incluyendo las visiones e institucionalidades existentes en materia de derechos humanos. ¿Qué desafíos le imprimen estas perspectivas?

Efectivamente los feminismos trastocan todos los espacios de la vida, desde los más íntimos hasta las esferas institucionales. En el caso de los derechos humanos, específicamente el atropello mediante la violencia ejercida hacia lxs luchadores sociales en la dictadura cívico-militar pero también en democracia, no es la excepción, y no solo trastoca sino que incomoda.

Distingo dos cosas en este sentido. Por un lado, el vacío legal que supone la no tipificación del delito de la violencia político sexual, por tanto, la imposibilidad de la justicia institucional de juzgar a quienes cometieron estas prácticas; y, por otro, la posición de hombres vinculados a temas de memoria o derechos humanos a subsumir la violencia política sexual en la tortura en general, y peor aún, a señalarla como un daño colateral. Con esta perspectiva, se da por entendido que si eres mujer te van abusar o violar. 

Esta apropiación de los cuerpos de las mujeres no solo fue en los centros de tortura sino que fue una política de Estado que se extendió en las poblaciones, en los campos: la mujer como botín de guerra y como territorio a invadir.

Me parece que el desafío principal es nombrar este tipo de prácticas como un crimen especifico de género y develar su carácter patriarcal, sobre todo en el actual escenario de violencia política que estamos viviendo en el que nuevamente abusan sexualmente de nuestros cuerpos de maneras sistemática e institucionalizada.

Memoria feminista

¿Y en relación a este vacío jurídico dada la no tipificación de la violencia político sexual?

Relacionado con esto, recuerdo las palabras de Beatriz Bataszwe, sobreviviente de Venda Sexy y activista de Memorias de Rebeldías Feministas, a propósito de la imposibilidad de que haya justicia institucional. No la hubo antes y tampoco la habrá en los casos que se han denunciado ahora luego de la revuelta de octubre, puesto que el Estado no va reconocer nunca que sus valientes soldados son violadores. La única justicia que podemos tener es la justicia social, esa que nosotrxs mismxs nos bridamos a través de la reparación colectiva; y es en esa perspectiva que Irán#3037 [violencia político sexual en dictadura] se levanta, como un gesto de justicia y reparación social.

¿Cuál es la ganancia política visibilizar las luchas de las mujeres, en este caso, durante la dictadura? 

Son varias las que se me vienen a la cabeza, pero la que puedo pensar ahora es que contribuye a la construcción de nuestra genealogía como mujeres activistas, militantes y luchadoras, y eso siempre potencia el presente, sobre todo hoy que necesitamos armarnos de todas las maneras posible, también desde la memoria. 

Hasta al cansancio, incluyendo la retórica de la izquierda, se nos ha agradecido acompañar a los compañeros. Aunque sea con las más “hermosas palabras”, de la manera más “amorosa”, es un ninguneo brutal. Por un lado invisibiliza la militancia activa de las mujeres y, por otro, desvaloriza las labores vinculadas a lo doméstico que han realizado las compañeras, se las repliega a lo íntimo y se las despolitiza, situándonos como telón de fondo o como el arroz graneado de la gran lucha de los hombres, el adorno de la épica masculina. 

Estas violencias no se pueden aceptar y una de esas maneras es construirnos a nosotras mismas, construir nuestra memoria feminista, y en eso relevar la lucha y resistencia de las mujeres en contra de la dictadura es fundamental.

Quiero insistir en la idea que esta acción nos potencia en el presente porque la memoria feminista está lejos de ser un ejercicio arqueológico, sino que por el contrario, se trata de una memoria para construir el porvenir, porque no olvidar significa tomar una posición política, puesto que no solo no olvidamos a nuestxs muertxs, sino que tampoco olvidamos las razones por las que fueron asesinadxs, porque había un proyecto radical de transformación de la sociedad. “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos, ni transamos” no son consignas vacías, más bien son premisas fundamentales para trazar un plan de acción política en nuestro presente.

Hoy, de la mano de los feminismos hay algunos acercamientos generacionales entre mujeres luchadoras, ¿qué podría fructíferar de ese diálogo?

No sé si es un acercamiento exclusivo del presente, pero sin duda se ha potenciado gracias a la lucha feminista del 2018 y sin duda desde la revuelta de octubre 2019. Pienso que el feminismo es una construcción y experiencia política que apuesta por la disolución de las jerarquías, de la lucha de egos -tan falocéntrica-, y que se plantea como una construcción horizontal en el sentido más radical. Entonces, la experiencia de las compañeras mayores es valorada y tomada desde esa potencia y no desde la idolatría. 

Además, siempre estamos construyendo nuestra genealogías y para eso es necesario estar juntas todas, independiente de los años y experiencias distintas. Otra cosa que también pienso que hace al feminismo transgeneracional es que las opresiones entre mujeres y disidencias son compartidas porque de alguna u otra manera todas las hemos vivido, tenemos dolores transversales y trangeneracionales.  En ese sentido claro que el feminismo es trasgeneracional

Creo y apuesto que el feminismo habilita este tipo de construcciones. Es una construcción no un asunto esencial. Con esto digo que no idealizo, puesto que el patriarcado opera en nosotras en rinconcitos que a veces pensamos que ya limpiamos, pero ahí aparece de nuevo, y tenemos que trabajarlos. Las divisiones generacionales son ficciones que nublan la potencia política de una experiencia, y en estos momentos no podemos perder el tiempo.

 

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