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Nadie vio nada, nadie sabe nada: ¿sexualidad o poder? Opinión

Nadie vio nada, nadie sabe nada: ¿sexualidad o poder?

Claudia Leal
Por : Claudia Leal Académica Facultad de Teología UC
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Recordémoslo una vez más, repitámoslo cuanto sea necesario: no estamos de frente a un tipo solitario con un vicio secreto, que escondido en su habitación incurre avergonzado en su falta. Estamos, en cambio, de frente a una red que trasciende las fronteras de una sola congregación religiosa, una red parásita del sistema que abusa de seres humanos vulnerables


Hace unos días Felipe Berríos dio una entrevista donde nos comparte sus reacciones ante las denuncias contra Renato Poblete. El padre Felipe nunca vio nada, no sabía nada.

Tampoco Renato Hevia, aunque él sí ha sido pródigo en elementos contextuales que aportan a trazar algunas líneas del paisaje que debemos reconstruir.

Juan Ochagavía tampoco sabía nada acerca de los reales alcances de la doble vida de Poblete, nunca se imaginó los trágicos detalles que escondía el tímido relato que llegó hasta él, así que cumplió con la formalidad de avisar a quien correspondía y descansó.

Ninguno de los jesuitas que vivió con Renato Poblete sabía nada.

Tampoco los laicos cercanos sabían nada.

Yo les creo. Pero ese no el problema.

Entre todo el lamento y la ignorancia que Felipe Berríos declara, asoma una frase que contiene una clave del abuso a las mujeres, tanto en el contexto de esta crisis de la iglesia católica chilena, como en términos más amplios, a saber: lo que más le sorprende es que no haya de por medio, en el caso de Marcela Aranda, “una relación romántica, de seducción” y que se trate de “simplemente una cosa depravada, violenta”.

¿Porqué Berríos evidencia la ausencia de la seducción y del romanticismo? ¿Son acaso estos elementos importantes?

En mi opinión, históricamente hablando, en el perfil heroico del jesuita chileno estos rasgos son esenciales, por eso Berríos los echa en falta. El prototipo del jesuita no es el del sabio ni el del santo, sino el del héroe, y el héroe es sexuado, su virilidad seduce, atrae masas, conquista. Su poder se impone así, para nuestro bien.

Renato Hevia, por su parte, enuncia folclóricamente la inocencia de Poblete: qué culpa podía tener él de “ser picado de la araña”? … Pero la araña no lo picaba – solamente – en cenas elegantes y escenarios glamorosos, sino también de frente a adolescentes que buscaban en él ayuda para discernir la voluntad de Dios en sus vidas. Mujeres-niñas que se sentían halagadas cuando este héroe les dedicaba un poco de su tiempo y de su atención.

Leyendo a Hevia queda de manifiesto que el hecho que un jesuita sea mujeriego o coqueto – al menos en las últimas tres décadas – no ha sido motivo de sorpresa, asombro ni mucho menos alarma. Es muy probable que la ignorancia y el estupor estén vestidos de una – si no total absolutamente mayoritaria – normalización de las relaciones románticas, así como del coqueteo.

Juan Ochagavía, un teólogo ejemplar del que muchos y muchas hemos aprendido, ha sido objeto de defensas públicas y privadas, y se le tiende a justificar porque no supo de las violaciones grupales ni los abortos. Por mientras, seguimos evadiendo que una de las aristas fundamentales del problema es la resistencia sistémica a comprender que una relación romántica que nace en el seno de una relación que originalmente fue de ayuda – es decir, que nació asimétrica – es de suyo abusiva. Aunque estemos hablando de mayores de edad.

Recordémoslo una vez más, repitámoslo cuanto sea necesario: no estamos de frente a un tipo solitario con un vicio secreto, que escondido en su habitación incurre avergonzado en su falta. Estamos, en cambio, de frente a una red que trasciende las fronteras de una sola congregación religiosa, una red parásita del sistema que abusa de seres humanos vulnerables. Aquí no solo Renato Poblete importa, los que importan son también todo el resto, somos todo el resto.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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