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Las estrategias retóricas contra el aborto libre y la erosión del diálogo democrático Yo opino

Las estrategias retóricas contra el aborto libre y la erosión del diálogo democrático

Sofía Rivera Sojo y Ana Sojo
Por : Sofía Rivera Sojo y Ana Sojo Estudiante de maestría en Ciencias Políticas en la New York University/Consultora independiente e investigadora de la CEPAL 1989-2016
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Al fundamentarse en la búsqueda de acuerdos y compromisos entre diversos intereses, la democracia necesariamente depende de la voluntad de diálogo. Dentro de este proceso político, evidentemente, cada cual trata de formular su posición de la manera más convincente posible, para aunar apoyos y articular una mayoría favorable. Sin embargo, en ámbitos en los cuales las fundamentaciones morales y éticas son muy fuertes, como el aborto, ello puede derivar hacia una discusión polarizada, que apela fundamentalmente a lo emocional, a tal punto que se socava la racionalidad y se relega la coherencia argumentativa a un segundo plano.

Habiéndose ya ganado la lucha por el aborto en tres causales en Chile, la discusión sobre el aborto libre se ve actualmente obstaculizada de esta manera por las estrategias retóricas que despliegan los opositores al aborto. Tales estrategias tergiversan los argumentos con que el aborto se fundamenta, para confinarlos a un espacio comunicativo relegado que obstaculiza la capacidad de diálogo y la comprensión pública de esta posición, coartando el desarrollo de un apoyo político y social. Este proceso tergiversador, que puede darse en cualquier ámbito, atenta contra el carácter democrático de la deliberación política, al manipular lo que la filósofa Adela Cortina llama “la autocomprensión ética de los ciudadanos”, la cual es indispensable para configurar, de una manera genuinamente representativa, la voluntad común de una sociedad.

Uno de los principales mecanismos en este proceso de tergiversación consiste en promover asociaciones espurias e infundadas entre el apoyo al aborto y un sinnúmero de acontecimientos históricos, ideologías y realidades inconexas. Estas nociones suscitan reacciones emocionales en sí y por asociación consecuentemente promueven un rechazo visceral y poco reflexivo del aborto. Sobran los ejemplos: en artículos y tweets, la ministra Isabel Plá categoriza el aborto como “una de las mayores injusticias de la humanidad”, igualándolo con la esclavitud, y sugiriendo que brotan de una misma raíz, sin ofrecer fundamento alguno. Surgen caricaturas abominables y falsas, como las formuladas por José Antonio Kast, quien se refiere al aborto como “asesinato” e incluso afirma que se pretende legalizar abortos hasta “los nueve meses”. Abundan ejercicios ad hoc de asociación libre, que parecieran tener como único objetivo insertar la palabra aborto dentro de una enumeración de asuntos repudiables. Es el caso de Claudio Alvarado, quien concluye su columna “De Nuevo el Aborto” conectando el apoyo al aborto con la indiferencia social ante fenómenos como el alza de los campamentos, la criminalización del comercio informal, y la lamentable situación de los niños del Sename. Considerando la gravedad y el tono inflamatorio de tales afirmaciones, es deplorable que carezcan de un adecuado respaldo empírico y argumentativo. A su vez, tales actores buscan disimular esta falta de coherencia interna y hasta imprimirle mayor resonancia política a sus ideas mediante el uso de etiquetas insultantes y fáciles de recordar, como “la cultura de la muerte” o “neoliberalismo cultural”, las cuales aglutinan estas asociaciones negativas.

En la antípoda de estos desvirtuados conceptos, los opositores se autocalifican como los “defensores de la vida,” los promotores de la “cultura de la vida”, y los “guardianes de los indefensos”, discurso que se conecta a una segunda estrategia retórica dominante: dotar de extrema vulnerabilidad únicamente a los “no nacidos.” Este aspecto se instrumentaliza, con el objeto de lograr identificaciones emocionales para su causa y hacer vista gorda de otra vulnerabilidad: la de la mujer que experimenta un embarazo no deseado y que no goza de las condiciones socioeconómicas que posibilitan un aborto seguro. Se ignora que el movimiento por la legalización del aborto tiene como una de sus banderas principales beneficiar a las mujeres que viven situaciones precarias y que se ven forzadas a poner en riesgo sus vidas. Esta sensibilidad respecto de la mortalidad femenina asociada con estas causas parece caer en oídos sordos. Además, se banaliza que forzar el nacimiento de niños en familias que no se sienten preparadas económica o emocionalmente reproduce pobreza y vulnerabilidad, sin mencionar lo que significa predestinarlos a un sistema de adopción y de cuidado social sobrecargado. En conjunto, se evidencia que esta retórica está plagada de una mirada restrictiva y reduccionista de lo que significa ser vulnerable.

Por otra parte, una y otra vez vemos a detractores confrontar a representantes del movimiento por el aborto libre con intencionadas preguntas sobre qué significa pare ellas el no nacido. En Estado Nacional, por ejemplo, Ignacio Walker intentó arrinconar a Macarena Castañeda al preguntarle reiteradamente qué significaba para ella el feto: ¿una cosa? ¿una persona? ¿algo deseable? ¿algo negativo? Tras tales hostiles líneas de cuestionamiento sobre percepciones individuales, suele subyacer la injusta idea que es paradójico que una mujer pueda apoyar el aborto libre si ella individualmente desea ser, o ya es madre. Pero además de construir esta falsa disyuntiva, esta estrategia va más allá, al tratar de ignorar y velar un aspecto fundamental del movimiento por el aborto libre: la comprensión que un embarazo puede tener significados diametralmente opuestos, de acuerdo con el proyecto vital de cada mujer, y a sus circunstancias precisas a lo largo del tiempo. Para una mujer el embarazo puede ser una fuente de felicidad y expectativas, mientras que para otra puede ser una perspectiva agobiante que es ajena a sus planes y deseos presentes y/o futuros. El movimiento por el aborto libre ilumina esta diversidad de realidades, y afirma la importancia y pertinencia de cada una, al exigir que las mujeres puedan ejercer con libertad e independencia la organización de sus vidas. Se advierte que las decisiones sobre la maternidad se potencian por las asimetrías de género y por los incipientes sistemas sociales de cuidado. Realidades que hacen que las labores de cuidado aún recaigan fundamentalmente en las mujeres, agudizando las discriminaciones laborales y constriñendo sus opciones vitales.

Pero, además, este movimiento comprende que la libertad y soberanía personal quedan incompletas si no se complementan con educación sexual y otras herramientas de planificación familiar que, en primera instancia, permitan prevenir embarazos no deseados. De allí que los movimientos feministas contemporáneos en América Latina hayan condensado magníficamente estas tensiones en la sabia y matizada consigna “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir.” Consigna a la que podría agregarse soberanía sobre el cuerpo para la libertad, que alude tanto a la libertad positiva de la mujer como sujeto, como a impugnar la violencia de que se es objeto. Por todos estos matices es necesario recalcar vehementemente que esta demanda no se realiza de una manera frívola, ni simplista.

Hay quienes declaran que el proyecto del aborto libre simplemente debería ser desestimado, ya que varias encuestas de opinión indicarían que solo una minoría de los chilenos lo respalda. Sin embargo, cabe cuestionar la validez de esta afirmación, precisamente por la manera en que se ha llevado a cabo la discusión sobre el aborto a lo largo de la historia. Las estrategias retóricas que aquí analizamos han sido desplegadas una y otra vez por gran parte de los opositores para sembrar confusión y rechazo, vilipendiando y torciendo los fundamentos morales y empíricos de esta lucha. Un debate político basado en tal manipulación pierde rápidamente su carácter democrático, ya que conduce a que la ciudadanía cultive su posicionamiento ideológico desde una raíz adulterada. Por eso esperamos que el debate en torno al nuevo proyecto de aborto libre se haga de una manera distinta, que permita un diálogo nacional honesto y abierto a los cambios.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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