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Regalo del Día de las Madres: ¿Costabal sabe lo que es realmente el amor? Historias de sábanas

Regalo del Día de las Madres: ¿Costabal sabe lo que es realmente el amor?

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Capítulo 4

Lo primero que escucho es cómo unas voces me hablan, ordenándome a mí que deje de golpear. Poco y nada me importan los gritos de mujeres histéricas a mi alrededor, hasta que siento cómo unas manos detienen mis brazos.

-No puede estar aquí, señor.

-¡Yo puedo estar donde se me dé la gana!, y claro que puedo estar aquí -grito-. Soy Mauricio Costabal.

-Esta no es su casa -me repite ahora el carabinero poniendo la mano sobre su arma de servicio.

-¡Una mierda lo que me digan! Los que no deberían estar aquí son ustedes -les escupo y me vuelvo hacia la puerta para seguir gritando-. ¡Beatriz, abre la maldita puerta!

Como si a nadie le importara lo que siento, este par de hombres me cogen por los brazos y sin saber cómo de pronto estoy esposado y, como si eso no fuera suficiente, un palo de goma está guiando mi camino.

Bajamos por el ascensor entre forcejeos y gritos. Me empujan hacia la camioneta de Carabineros. Aunque les cuesta cerrar la puerta lo logran y, segundos después, escucho:

-Estarás unas horas en el calabozo por violencia intrafamiliar y mañana de “patitas en la calle”.

-No tienes ni la puta idea de lo que estás diciendo -gruño molesto.

-Ya…, bueno, si la puta se lo merecía, nada que hacer entonces -responde como si me conociera, hablando de mi Beatriz como si fuera una…-, así aprenden las mujeres, aunque son duras algunas, pero una pateadura efectiva lo soluciona todo, después solitas llegan a ofrecerte el cho…

Antes de que termine de hablar, me abalanzo sobre el imbécil que además huele a alcohol, pongo mis manos por detrás de su cabeza y choco la mía con la de él. Éste se abalanza y comenzamos a rodar por el suelo húmedo de la camioneta.

Hasta el momento, ni me había enterado que más hombres venían con nosotros. Se ponen a vitorear como si esto fuera un circo romano.

“Vamos, ctm, dale más…”; “defiéndete, maricón…”; “le apuesto al maricón…”, son algunas cosas que escucho, hasta que, de pronto, nos detenemos en seco. Se abren las puertas y unos golpes duros nos separan, a continuación todos quedamos esposados al fierro del techo y ninguno nos podemos mover, pero no por eso no nos seguimos insultando hasta llegar a la comisaría.

Me quitan todos mis documentos, y ni siquiera me entregan un paño para limpiarme.

De mala gana, de parte de ellos y mía, me dejan separado de los demás, pero con las esposas puestas.

-Cabro-me habla alguien con voz ajada desde el otro lado-, mientras más tranquilo te quedes, más fácil será que salgas de aquí.

-No me diga -me burlo.

-Aquí no es nada comparado con lo que es estar en “cana” así que más te vale quedarte calladito, a nadie le gustan los maricones que le pegan a las “minas”.

-¿Qué…? -me enfurezco acercándome a los barrotes-. ¡Qué mierda estás diciendo!

-Que eres un maricón, y que adentro te van a enseñar a respetar a las mujeres, la cara es lo menos que te destrozarán -se rió con sorna.

-No tienes ni puta idea de lo que dices -espeto mirándolo con odio, decidiendo que ya no tengo nada más que hablar con este individuo.

Me siento sobre lo que parece ser una banca adosada al suelo, que huele a orina y a excrementos. Cierro los ojos sintiéndome realmente miserable, con una oscuridad que no había sentido jamás. Mientras, las imágenes de lo que le hice a Beatriz pasan por mi mente una y otra vez, recordándome lo imbécil que soy.

¿Cómo mierda pude pensar que ella, el único amor de mi vida, me fuera traicionar así?

Sonrío como el idiota que soy y, para calmar estas ansias que tengo por salir de esta pocilga, respiro profundamente, cosa que resulta peor.

Tengo que controlarme y esperar que amanezca para hablar civilizadamente con los carabineros o, en su defecto, esperar que aparezca el fiscal de turno, porque lo que en realidad tengo ganas de hacer es gritarles a todos y cada uno de ellos que son unos incompetentes, deteniéndome a mí por tocar una puerta, cuando los verdaderos delincuentes están en la calle.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que un ruido metálico me saca de mis pensamientos.

-Arriba -me dice un carabinero que parece sacado de una tira cómica, casi como el de “Buenos días, Buenas tardes” y no es que lo mire en menos, pero así no asusta a nadie-. Llegó el fiscal. Mucha suerte.

Esposado, salgo de la celda. Al pasar recibo abucheos y promesas de agresión, que estoy en este momento encantado de responder.

La oficina mide dos por dos, la luz fluorescente parpadea varias veces hasta quedar normal, y un hombre, que más parece un niño, me recibe.

¿Este es un fiscal, y de la República?

Me siento, mirándolo directamente a los ojos, necesito que su trabajo sea rápido, yo no tengo tiempo que perder.

-Mauricio Costabal… -comienza leyendo todos mis antecedentes personales, como si yo nos los conociera, hasta que me siento correctamente en la silla cuando escucho-: está aquí por el cargo de violencia intrafamiliar y…

-¿Perdón? -me exalto-, esto es el colmo, ¡acaso nadie sabe hacer su trabajo!

-No me falte el respeto -me expresa indignado, levantándome la voz.

-Perdón, no me lo falte usted a mí, aquí no existe ningún caso de violencia -recalco bien la palabra mirándolo a él y al señor de verde que abre los ojos como si yo le estuviera sacando la madre-. No he tocado a nadie, fiscal, no al menos dentro del margen de violencia intrafamiliar-. Apunto porque claramente mi cara y mis puños están ensangrentados-. Estaba tocando la puerta del departamento, como no me abrían comencé a gritar, sí, lo reconozco, tal vez un poco fuera de control, pero de ahí a ¿violencia? ¿Está usted loco? ¡Cómo se le ocurre! -. Me levanto, como engendro del demonio-, tengo una madre, hermana, hija, ¿qué cree que soy? Ahora, ¡sí! me puse a pelear dentro de la “cuca”. ¡Esos delincuentes estaban hablando mal de mi mujer! ¿Qué hubiera hecho usted? -lo increpo, sentándome al sentir una mano fuerte y pesada en mi hombro.

El fiscal mira nuevamente los antecedentes y luego al carabinero que se encoje de hombros. Se pone de pie y sale con la carpeta.

Los minutos que pasan se me hacen eternos y, como forma de amedrentamiento, la mano de carabinero está en su arma.

«¿Creerá que soy idiota?». «¿Que me voy a escapar?».

La puerta se abre y ahora la actitud del fiscal es totalmente diferente.

-Señor Costabal, creo que ha habido un pequeño error de interpretación.

-¿Pequeño?

-Tal parece que usted tiene razón…

-Por supuesto que la tengo -golpeo la mesa.

-Pero no se equivoque, que no sea culpable de violencia intrafamiliar no lo exculpa de su falta.

-Por supuesto que no me exculpa, pero sí me da la posibilidad de irme de este lugar y esperar que llegue la citación de la fiscalía, para que mi abogado acuda y, por supuesto, revise detenidamente el proceder de carabineros, y el suyo… todo sería más normal.

Ambos nos miramos retándonos, sé que en parte tengo razón, pero eso no quita que el fiscal esté haciendo su trabajo y se pueda equivocar cuando son las 5 de la mañana y es el único de turno en la zona oriente.

-Terminaré el papeleo para que pueda retirarse, una señorita lo está esperando en la puerta. Haré que entre, ya que es la misma que retiró los cargos.

-¿Beatriz? -pregunto solicito y sorprendido a la vez.

No me responden ni media palabra. Siento que las esperanzan vuelven a mi alma y mi corazón empieza una carrera desbocada dentro de mi pecho. Intento arreglarme lo mejor que puedo, pero con las esposas no es mucho lo que puedo hacer. Llevo tanto esperando este momento para pedirle, no, rogarle que me disculpe, que ahora que por fin ha llegado. La ansiedad me está matando, un nudo en mi estómago aprieta el corazón.

Por la mierda, ¿por qué no entra de una vez? Los minutos pasan como en cámara lenta, uno tras de otro, sin darme la posibilidad de verla, tocarla y…

La puerta se abre como un verdadero vendaval, atontándome por unos segundos. Cuando la veo quedo totalmente atontado y el aire desaparece de mis pulmones, mareándome por una milésima de segundo.

Esos zapatos de tacón altísimos, y lo que hay bajo esa chaqueta militar me desconciertan.

La rabia me invade.

La tolerancia me abandona.

Y la decepción se apodera de mí.

Y cada uno de mis sentimientos se transforman en ira.

-¿Qué se supone que haces tú aquí? -pregunto bruscamente, sin siquiera saludar.

Con su mirada me lo dice todo, pero es esa boca la que me responde.

-Vaya, vaya, siempre pensé que te gustaba más el papel de amo dominador que el de sumiso esposado, pero viéndote así, y no precisamente en una escena sexual, me sorprende Costabal.

Se burla abiertamente, incluso el carabinero hace esfuerzos para no reír ante tamaña estupidez.

-No estoy de humor para tus idioteces, qué haces aquí.

-¿Qué? Tan mal educado es el gerente de “HDP Management Consulting GmbH”, que no va a agradecer mi presencia? He retirado todos los cargos, Mauri -. Se vuelve a burlar-. ¿Que mal agradecido eres, y sordo? -puntualiza.

-Contenta.

-Te dije que Beatriz no estaba en su casa, que no la buscaras, y tú, don inteligencia emocional ¿qué haces? Vas a buscarla, es que realmente eres estúpido. Te dije que no te acercaras a ella, que la perdiste, que no te la merecías.

-Sal de aquí, Francisca…

-Error, señor Costabal, soy tu salvación, y si te digo que saltes, tú me dirás, cuan alto…

-Vete a la mierda -respondo justo en el momento en que el fiscal entra y literalmente se come a la feminazi con la mirada.

-¿Está seguro, señor, que quiere que se las quite? -pregunta el carabinero, que al menos presenta más respeto y no se la está devorando.

-Por supuesto –responde, sonriéndole como idiota, y luego mira al uniformado para que se acerque.

Apenas me quitan las esposas, salgo hacia el mesón para que me entreguen mis documentos.

Ya casi está aclarando, y aunque no se bien dónde estoy, camino para tomar un maldito taxi, pero siento esos tacos atrás mío.

-¿No me vas a agradecer?

-Ni siquiera sé porque estás aquí -respondo-, supongo que has venido a reírte.

-Equivocado, aunque pena por ti no siento, que te quede claro.

-¿Entonces? -me detengo para mirarla, si tengo una oportunidad para encontrarla, la única que me puede ayudar es esta mujer que tengo en frente.

-El conserje llamó a Bea, y yo tengo su teléfono, el resto de la historia te lo podrás imaginar.

-¿No quiso venir ella?

-Qué fácil sería decirte que no quiso venir, pero no tiene idea de dónde estás, y mucho menos que yo estoy aquí contigo ahora.

-¿Estás disfrutando este momento, verdad?

-La verdad es que sí, para que te lo voy a negar, Costabal, pero lamentablemente tengo unos principios un poco extraños para el común de los mortales. Se llama lealtad hacia la amistad. ¿Lo conoces?

-Por supuesto que sí.

-Pues yo lo dudo. Y lo que hice, fue por ella. No podía dejar que te quedaras aquí -dice apuntando a la comisaria-, mi amiga no me lo hubiera perdonado, porque aunque yo sí te habría dejado para castigarte por imbécil, ella no…, a pesar de todo lo que le hiciste.

-¡Me arrepiento! -exclamo más fuerte de lo que quisiera, pero a esta mujer parece que no le afecta nada, es como si siempre se llevara al mundo por delante.

-Sí, también lo sé -reconoce entregándome una botellita con alcohol gel-, aunque no por eso es menos deleznable lo que hiciste. Tu problema es que no sabes lo que realmente es el amor.

-¿Qué no lo sé? ¡Claro qué lo sé! -Le digo mirándola seriamente, no se esperaba una respuesta tan efusiva de mi parte- . El amor es una emoción que se mezcla con dolor, no es un concepto con una definición cerrada. El amor desbarata tu esquema, es algo que no se puede expresar semánticamente, y esa precisamente es la magia y el enigma que envuelve ese maldito sentimiento, que no se elige, que nos elije a nosotros, porque el amor aterra, nos da miedo entregarnos a lo desconocido, no hay un guión ni reglamento que seguir. El amor es sentir, descubrir, aprender, entregar, ¡es todo eso y más! No entiende de idiomas, colores, ideologías, edades, incluso de sexos, pero hay que ser valiente para sentirlo y que los prejuicios no te alejen de esa persona. “El príncipe azul” es un mito, también lo es eso “de que a las mujeres nadie las entiende”, o “cazador cazado”. Son estupideces, una perspectiva equivocada. Y por supuesto -tomo aire para seguir-, estoy consciente que también existe la química, un cierto componente biológico o fisiológico que te une a esa persona especial, eso… eso es el amor para mí.

-¡Wow, Costabal! -expresa, y es primera vez que la veo parpadear sorprendida-. Ya sé qué ve la tonta de mi amiga en ti. ¿Seguro no eres pariente de Nicanor?

-No estoy para juegos, Francisca.

-Y para seguir conversando aquí tampoco, vete a tu casa, dúchate y espera a que el tiempo solucione las cosas. Bea es terca como una mula, y esta vez, las cosas no serán tan fáciles.

-¡Le voy a explicar todo! ¡Le voy a pedir perdón!

-¿Es que todavía no lo entiendes? Ni siquiera pasando una noche preso eres capaz de entender-me dice acercándose un poco, mirándome casi con pena-, esto no se trata de ti, ni de lo que sientas tú. Es lo que Bea siente.

-Eso lo dices porque no quieres que estemos juntos -refuto indignado-, ¡pero eso sí que no depende de ti!

-Uf, realmente eres intratable, en un minuto casi quiero hacerte un altar y ahora quiero darte con una pala en cabeza por idiota, entiende de una vez por todas lo que te estoy diciendo, ¡es un consejo! -grita volviendo a ser la misma loca de siempre.

-Entonces métete tu consejo por…

-Ándate a la mierda, Costabal -ladra caminando en la dirección opuesta.

-¿Te vas? Viniste hasta acá, te tragaste tu orgullo y porque no pienso como tú, no me vas a ayudar.

-¡Dios! -exclama mirando al cielo suspirando-, no sé cómo mierda lidiar contigo.

-Francisca -me apresuro a hablar-, necesito encontrarla, y solo tú me puedes ayudar -tiro de su mano para que se detenga y me vea-. Ella se merece una explicación de mi parte.

-Hasta luego.

-¿Hasta luego?

-Sí, ambos estamos cansados y tú no te ves muy bien.

-Francisca…, no…

-Vete a tu casa y descansa, Costabal -me ordena con una calma inusual, y yo siento la necesidad de remecerla para que me entienda-. ¿Y ahora qué pasa? –quiere saber porque no me he movido ni soltado su mano.

-No puedo esperar más… -hago una pausa porque no sé ni cómo explicarle lo que estoy sintiendo.

-¡Vamos hombre! Habla de una buena vez.

-No quiero que esto termine, quiero…

-¡Quiero!, ¡¿quieres, qué?!

-Quiero quedarme con ella para siempre -murmuro despacio, escuchando mi voz un tanto desgarrada.

Francisca suelta una suave risa y agrega:

-¿Y dónde está el problema? –Pregunta, en tanto yo me llevo las manos a los ojos para aclare la vista-. Vamos, Costabal, que no quiero una escena en plena calle, no soy una feminazi sin sentimientos, soy feminista, cosa muy diferente, lucho por los derechos de todas las mujeres por igual.

-No te vayas, eres el único nexo que tengo para llegar a ella…

-No me voy a desaparecer.

-¡Me dijiste hasta luego! -exclamó cada vez más confundido con estos malditos sentimientos que casi no puedo controlar.

-¡Por supuesto, hasta luego, hasta más tarde! Tienes que ducharte.

-¡No!

-Costabal, entiende, descansa, pasaste una noche espantosa y muy intensa -me dice cogiéndome el rostro-, y te recuerdo que he sido yo la que he venido a buscarte.

-Lo sé, y no sabes cómo te lo agradezco. Esto es todo culpa mía…

-Alto ahí, solo una parte es culpa tuya, pero la otra parte es de tu cuñadita y a esa sí que no la voy a perdonar ni en esta, ni en la próxima vida.

-Cálmate Francisca, sé exactamente lo que hay que hacer con ella.

-Dímelo -me apremia con la luz de la venganza en los ojos, la misma que a mí me está dando energías para seguir y no aparecer en su casa advirtiéndola de lo que ya tengo planeado-. ¡No te quedes callado ahora!

Cuan niña chica, ansiosa, me agarra de la manga, tironeándola y ahora soy yo el que río.

-Descansa, Francisca, nos vemos luego.

-Serás…

-Aprendo rápido, y de la mejor maestra.

-Nunca creí decir esto, pero me sorprendes cada vez más, Costabal, y espero no equivocarme contigo, porque si no, la pateadura que te voy a dar me dejará a mí en la celda por unos buenos años.

-No te defraudaré -le digo con convicción.

-Entonces, espera mi llamado, en la tarde, “luego” –recalca esa maldita palabra-, te daré mi dirección, y tú me dirás ese plan que sé que ya tienes en tu cabeza para aplastar a esa rata.

-Lo haré.

-Hasta luego, Mauricio -me dice despidiéndose, y justo cuando va a subirse a su auto, grito.
-¿Podrías llamarla ahora, solo para escuchar su voz?-suplico, ella me mira, saca el teléfono y mi corazón se acelera.

-Lo siento, esta santa concede solo un favor diario, y el tuyo ya se concedió, y con creces, Costabal.

-Francisca -gruño tratando de frenar mis impulsos, y al parecer eso da resultado.

-¡Olvídalo! Son las 6 de la mañana, ¡esa loca me mata si la llamo! Además, deberías agradecerme, la necesitas descansada para que te escuche. ¿Te das cuenta qué sí soy una santa?

-Una santa del demonio -replico.

-Espera mi llamado.

-Gracias -susurro.

-¿Perdón? No escuché, ¿Qué dijiste?

-¡Gracias! ¡Gracias! Y que vivan las feministas como tú.

Se larga a reír como una loca, hasta incluso veo como se limpia la comisura del ojo.

-Agregaré una polera más a mi lista de compras -me dice, y la quedo mirando mientras se va.

A los pocos minutos, vuelvo a estar solo, pero esta vez con la esperanza de poder hablar con ella.

Y como que me llamo Mauricio Costabal, me perdonará.

Cuando vuelvo a mi departamento, me siento solo de nuevo. Miro el teléfono esperando a que suene, pero éste permanece en silencio. Sin ruido, tan solo como yo. A ratos vibra y creo que es ella, pero luego esa ansiedad creciente se desintegra al saber que no lo es.

¿Y si no quiere escucharme?

¿Y si de verdad esto se acabó?

No, no puede ser así, Beatriz tiene corazón, me va a escuchar. Estaba dispuesta a vivir conmigo, con Sofía, no puede mandar todo a la mierda sabiendo toda la verdad.

-¡Por la cresta!-grito y el eco retumba en las parees.

La espera me está matando, hasta que suena el teléfono y corro a contestarlo.

-¿Beatriz?

-¿Beatriz?-dice mi madre y yo me veo obligado a tragarme mi decepción y escuchar que ya están en camino.

Lo único que le pido es que se quede con Sofía un día más, cuando acepta, vuelvo al sillón… a esperar.

A esperar… y a esperar…

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