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Capítulo 3: Ignacio y Fernanda… ¿qué está pasando? Historias de sábanas

Capítulo 3: Ignacio y Fernanda… ¿qué está pasando?

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Sin lugar a dudas, lo sucedido había sido una locura. Luego de varios minutos en que ninguno de los dos habló, Ignacio, sintiéndose frustrado, abandonó la habitación. Fue recién ahí cuando Fernanda pudo respirar, no en paz, pero al menos entró aire en sus pulmones.

Intercaladamente miraba sus piernas y los platos en el suelo, por supuesto que ninguno de los dos le daban una explicación, aunque sí le recordaban lo que acababa de suceder, y sobre todo, cómo una cosa había llevado a la otra.

Mientras recogía los pedazos para que el desastre pareciera menor, se recriminaba su actuar. ¿Cómo había sido capaz? ¿Qué pensaría ese hombre de ella? ¿Sería una medalla más en su colección?

Todo había sido un terrible error y, lo peor, es que esta vez sí que no se podía quejar. Habían avanzado mucho más que en el ascensor. Pero había sido ella la que lo había dejado entrar… ¡Y sin oponer ni media resistencia!

De pronto, y como una tromba de viento, ingresó Cristina y, nada más ni nada menos, que tomada de la mano de Sebastián. Ella en cosa de fracción de segundos al ver a Fernanda se quedó cuan estatua de sal. No esperaba ver a su amiga, es más, no esperaba ver a nadie, pero cuando fijó la vista en el suelo y con lo nerviosa que estaba por ser descubierta gritó:

-¡Mis platos!

-Escúchame y cálmate -le pidió mirando a Sebastián que estaba anonadado sin entender nada, claramente él iba a otra cosa y tampoco esperaba encontrarse con nadie.

-¡¿Qué mierda le pasó a mis platos?! ¡No le dije a todo el mundo que eran como un tesoro y que había que cuidarlos! -le volvió a gritar, pero ahora recogiendo uno del suelo para enrostrárselo-. ¡Está roto!

-Fernanda… -comenzó Sebastián cerrando la puerta, los gritos se podían escuchar hasta la otra punta.

-¡No te metas! Es más, ¿me puedes decir qué mierda estás haciendo aquí todavía?-le preguntó poniéndose las manos en las caderas en una actitud desafiante.

El aludido la miró con mala cara, ¿Qué le pasaba a esa mujer si minutos anteriores habían estado a punto de hacer un cuadro plástico? A pesar de todo, tenía que reconocer que esa chica lo eclipsaba, sus labios bien formados, sus ojos chispeantes y su personalidad arrebatadora era lo que le daban un augurio prometedor, que seguro terminarían en besos de alto impacto. Sin decir nada, pero muy molesto, salió dejándolas solas. Únicamente cuando él cerró la puerta, Cristina se atrevió a mirar a Fernanda mostrándole confusión y sorpresa por haberse sentido descubierta y, a pesar de que su amiga no la había visto haciendo nada, su corazón estaba tan acelerado que creía que en cualquier momento se le saldría por la boca. Pero, a decir verdad, eso no le preocupaba tanto, en cambio, sí lo que había estado a punto de hacer. Ese hombre podía acabar con su reputación y su carrera en cosa de segundos, y solo con una queja podría destruir todo por lo que tanto había luchado.
-¿Ya estás más calmada?, ¿o seguirás gritando cómo una loca desquiciada? -Cristina afirmó positivamente mirando el estropicio-. Los platos van a ser pagados, no tendremos ningún problema.

-¿¡Acaso eres tonta!? No tienes el dinero para pagarlos, eso sería como que hoy hubieras trabajado gratis, y yo he visto cómo te has sacado la cresta por este evento.

-Cris…

-Ni siquiera intentes negármelo –continuó, cortándole la frase-, he visto cómo te has quemado las pestañas, y aunque no lo quieras reconocer, esto ha sido todo para demostrarle a ese señor, porque no digamos que es muy joven, que tú puedes con todo.

-No es tan mayor -murmuró despacio, defendiéndolo.

-¿Qué? ¿De todo lo qué te he dicho solo me vas a decir que no es tan mayor?

-Bueno, no… sí. Lo que pasa es que no me estás dejando hablar.

-Y qué estamos haciendo, ¿cantando? ¿Dime quién hizo esto? Porque tú no vas a pagar los platos rotos de otro, y no me mientas que te conozco, y por encubrir a los chicos eres capaz de cualquier cosa. Seguro fueron los nuevos.

Fernanda negó con la cabeza.

-¡Peor! ¡Uno de los antiguos! -chilló poniéndose la mano en la frente.

Volvió a negar con la cabeza.

-¡Entonces quién! Solos no se pudieron caer.

-Yo…

-¿Yo qué?

-Yo los quebré.

-Buen intento, Fernanda, pero no te creo nada, pero tranquila que cuando todo esto termine voy a averiguar quién fue.

-Y… ¿no te basta con que solo serán pagados?

-Por supuesto que no, quiero saber quién fue el insensato que rompió mis platos.

-Pero…, pero no tenemos cómo saberlo -afirmó atragantándose con su propia mentira. Después de todo Ignacio le había dicho que los platos serían pagados, ¿para qué saber más?

-¿Eso es lo que crees? –quiso saber, levantando una ceja sintiéndose vencedora de antemano. Porque de una cosa sí estaba segura, averiguaría quien había roto los platos a como dé lugar, y sabía muy bien cómo hacerlo y con quién.

De pronto, la puerta se volvió a abrir, ambas se giraron al mismo tiempo, y el ayudante de cocina que entraba también se quedó sorprendido con lo que veía.

-¡Los platos!

-Sí, los platos -rectificaron las dos al unísono. Hasta para eso eran coordinadas.

-Cristina, tenemos un grave problema, te necesitamos en la cocina.

-¿Y no lo puedes resolver tú?

El chico negó con la cabeza.

-Se quemó la carne.

-¡Qué! -ahora sí que chilló fuerte y desde sus entrañas-. ¡¿Cómo?!

-Bueno, tú…, tú estabas a cargo, y desapareciste de repente… -Cristina levantó su mano para que no continuara, cerró los ojos y lo primero que vio fue el rostro de Sebastián, él había ido a preguntarle algo, o mejor dicho a exigirle. Y para no hacer un escándalo frente a sus compañeros había decidido salir y arreglar el problema afuera. Pero justo cuando comenzaban la discusión, esa maldita química que sentía se apoderó de ella, con la adrenalina fluyendo por sus venas lo había tomado de la mano para ir a la bodega. Justo en la que se encontraba ahora.

-Lo voy a solucionar, no habrá plato principal, total -dijo con calma levantando los hombros al mismo tiempo que dejaba los trozos de porcelana en el mesón-, no tenemos platos.

-¿Y qué vamos a hacer?

-Yo, arreglar el problema de la carne con el culpable. -Fernanda miró al cocinero que estaba igual que ella, sin entender nada-. Y tú, ve qué platos se salvan y luego sal y hace lo mejor que sabes hacer.

-¿Y eso sería…?

-Ser encantadora, y más de lo normal. Nos vamos a tardar un poco más -dijo, y como un general que se prepara para la batalla, salió a su cocina, aunque antes debía hacer otra parada, y de las más importantes para salvar el evento.

Fernanda suspiró mirando al techo, la noche iba de mal en peor, y quizás qué sucedería al final de la hora. Lo único que esperaba era que Cristina pudiera solucionarlo todo.

Salió con su mejor cara y comenzó a pasearse por entre medio de las mesas, conversando con todo el que se le cruzara por delante. La parte del show al menos estaba saliendo impecable, y los camareros no estaban escatimando en tragos para los invitados, así, al menos, se mantenían tranquilos. Pero a pesar de todo sentía el estómago apretado, ni siquiera le pasaba el jugo de naranja que le había pedido al barman.

Una hora después, cuando los platos calientes empezaron a salir de la cocina, pudo respirar un poco mejor. Al parecer, del conflicto, nadie se había enterado y habían salido airosas. Lo único que no comprendía era de dónde había salido toda esa carne, pero lo averiguaría luego, porque en ese momento, lo único que se le pasaba por la cabeza era lo tonta que había sido al caer redondita al capricho del arrogante de Suberaseaux, porque claro, él no había dicho nada de nada, no es que estuviera esperando “un gracias” o “un fue maravilloso”, ¡pero algo qué fuese! Al menos un beso… pero nada de nada había sucedido.

Y lo peor de todo es que tenía que hablarle para solucionar el tema de los platos, porque de una cosa sí estaba segura. ¡No los iba a pagar!

Al fin, la noche estaba terminando. Casi todos los invitados, como le gustaba llamarlos a ella, se estaban retirando, y no había ni uno solo que no les felicitara, incluso varios le pidieron el contacto para futuros eventos. Pero el que sí habían concretado había sido con una importante marca automotriz, que aunque parecía sencillo y común, ellas le darían un toque de su propio estilo.

Cuando ya no quedaba nadie, ni nada que ordenar, ambas se derrumbaron en un sofá, ya eran casi las cinco de la mañana y estaban literalmente reventadas, pero lo peor era que Fernanda tenía un compromiso a las diez de la mañana.

-Voy a dormir menos de tres horas -se quejó bostezando.

-Mentirosa, mañana seguro dormirás todo el día -comentó haciendo el mismo gesto.

-Te dije que tengo el bautizo de Agustina.

-¡¡Verdad!! Es el bautizo de la Agus, soy una mala tía, no le he comprado nada.

-Hazle una torta a mi cuñada y segurito te perdona todo –sonrió.

-Y hablando de perdonar, no te he perdonado por lo de mi loza.

-¿Ah no? Bueno, ya que estamos en esas, yo tampoco he perdonado tu silencio.

-¿Qué silencio? si llego a estar afónica de tanto gritar –rió, abrazándola nerviosa, porque ya sabía por dónde iba la conversación.

-De tonta no tengo un pelo… -la azuzó, pero justo cuando iba a seguir con el interrogatorio apareció Sebastián, sorprendiéndolas a las dos porque traía una cara de cabreo descomunal.

-¡Tú! -apuntó a Cristina que se envaró como el mástil de una bandera-. Me debes una explicación, y una muy buena.

-Yo no te debo nada -se defendió, pero Fernanda que la conocía como la palma de su mano sabía que su amiga estaba nerviosa, así que se paró a su lado, no la dejaría sola en la batalla.

-¿Cómo qué no? ¡Te aprovechaste de mí! -exclamó avanzando hasta ellas. Cristina ahogó un grito porque ahora sí que no se salvaba, estaba absolutamente bloqueada.

-Podrías explicarte, Sebastián, por favor. La verdad es que ni Cristina ni yo entendemos.

-Te lo voy a explicar -expresó metiéndose las manos en los bolsillos porque quería aparentar ser un hombre frío, cosa que claramente no le sucedía con esa cocinera que lo ponía como olla a presión a punto de explotar-. Resulta que aquí la señorita me pidió unos alimentos de la cocina del hotel, pero omitió decirme que haría un saqueo completo al congelador de las carnes.

Fernanda miró a Cristina, y en menos de dos segundos comprendió todo, dándole respuestas a su pregunta sobre la comida, pero ni loca la ponía en evidencia.

-Ah, eso –comentó como si estuviera despreocupada-. No es culpa de Cristina, sino que tuya. –Su amiga se volteó a verla como si fuera la niña del exorcista, ¿Qué estaba diciendo? ¿Los había visto? Incluso Sebastián se había puesto nervioso-. Sí, no me mires así, los fuegos de las cocinas están mal regulados, y así no se puede cocinar, la carne quedó completamente seca. De hecho tuvimos que cambiar el menú a última hora para salvar tu reputación.

Sebastián estaba anonadado, en cambio en la cara de la chef comenzaba a formarse una sonrisa imposible de disimular.

-Pero…

-No hay pero que valga –argumentó Cristina apoderándose de la situación-, pero no te preocupes, no creas que somos un par de aprovechadoras, el lunes tendrás en el congelador toda la carne que utilizamos y, como si eso no fuera suficiente, además nos guardaremos el secretito de la cocina. Pero eso sí -le advirtió acercándose a él-. Me debes una. Y una muy grande.

-Yo…

-Yo nada, todo aclarado, ahora vámonos que muero de sueño.

-Sí, por favor -rogó Fernanda, estaba agotada y de verdad, la noche anterior no había dormido nada por culpa de los nervios.

-¿Podríamos hablar un momento, Cristina? -pidió en un tono tan solicito Sebastián que hasta él mismo se sorprendió.

-Tú, dirás -respondió con actitud triunfal.

-Bueno, los dejo. Estoy agotada.

-Espera -habló su amiga-. No me he olvidado del asunto de los platos.

-Ya te dije que no sé nada.

-Si de aquí al lunes no sé quién fue, lo tendré que averiguar yo.

-El lunes ya estarán pagados y asunto zanjado -respondió caminando hacia al ascensor apresuradamente. Porque ahora sí que estaba en problemas, si no se coordinaba con Ignacio Subercaseaux, sería ella la que tendría que pagar la loza.

Apenas se abrieron las puertas, Fernanda descansó su espalda en el espejo, y acto seguido se soltó el cabello, el peinado tirante que tenía le estaba haciendo un lifting facial y lo mejor… ¡Totalmente gratis!

Al salir, un suspiro de puro placer se le escapó del alma mientras caminaba descalza por el lobby del hotel.

-Llevo casi un par de horas esperándote.

Sentado con una pierna sobre la otra y mirando el reloj, Ignacio Subercaseaux con esa voz del demonio le habló haciéndola saltar.

-Casi me matas del susto… -le recriminó, pero rápidamente se acordó de los famosos platos-. Tenemos que hablar.

De inmediato él, con elegancia, se puso de pie, como si estuviera a sus órdenes, aunque en realidad lo que estaba era abrumado, verla así con el pelo revuelto y los zapatos en su mano, estaba haciendo una fiesta en sus partes más delicadas. Con un movimiento de cabeza se quitó la idea que justo en ese momento le rondaba tratando de centrarse.

-A decir verdad, yo estoy esperándote justamente para que hablemos -suspiró con picardía.

-Bueno… -balbuceó-, ya que estamos aquí, hablemos sobre el tema de los platos, necesito que…

-Calma -la detuvo poniéndose a su lado, y con solo rozarle el brazo ambos sintieron esa maldita corriente eléctrica al mismo tiempo. Pero esta vez, no fue ella la que tembló-. Te invitaría una copa al bar, pero creo que a esta hora está cerrado. Así son las ordenanzas municipales -se disculpó, aunque en realidad no le importaba en lo más mínimo.

-No… no se preocupe, sr. Subercaseaux…

-Ignacio -la corrigió, mientras con la palma de su mano le rozaba el brazo en dirección al cuello. Lo hacía lento, casi en un movimiento hipnótico para Fernanda, pero lo que ella no sabía es que él se estaba controlando, ¡y de qué manera!

-Bueno, Ignacio, yo además de los platos quería disculparme por…

-Dame un momento -la cortó enérgico. Y acto seguido caminó hasta el mesón de la recepción del hotel, cruzó un par de palabras con la chica que atendía y luego, ya no con elegancia, sino que con la fuerza que emana un león antes de comerse a su presa, se acercó enseñándole una tarjeta de plástico.

-¿Para qué es eso? -quiso saber asombrada, muy asombrada, aunque en realidad sabía perfectamente lo que era y para qué se usaba.

-No pienses mal, debemos sacar las cuentas de lo que te debo pagar y, si no me equivoco, tu amiga no sabe que fui yo. Y, por lo demás, no tiene por qué enterarse de cómo sucedieron las cosas. Así que lo mejor es que lo solucionemos entre los dos, sin que nadie nos pueda ver.

-O sea, me está escondiendo -soltó con rabia sin saber por qué.

Ignacio soltó una gran carcajada que retumbó por todo el lugar, llamando la atención del poco personal que aún quedaba trabajando.

-En absoluto, lo estoy haciendo para que tú no tengas problemas, pero si quieres subimos al salón y arreglamos todo allá, como prefieras.

Por donde lo analizara, ese hombre tenía razón, así que muy a su pesar y sin decirle nada comenzó a caminar al ascensor acristalado que los llevaba a las habitaciones, y él, como un perrito faldero, la seguía.

-Este ascensor me gusta más, y no lo digo por la vista -comentó Fernanda mirando hacia afuera.

-¿Por qué? -preguntó despreocupado-, de todas formas se puede detener y nos podemos quedar encerrados por varios minutos.

-Pero sería diferente -refutó indicándole los cristales completamente transparentes.

-Mmm… -ronroneó acercándose demasiado-. No sé si esta vez tienes razón.

-¿Puedes dejar de invadir mi espacio? El lugar es bastante amplio para los dos.

-Sí, es verdad, de hecho tiene una capacidad máxima para ocho personas.

Fernanda solo levantó las cejas y una mueca de sonrisa se le escapó.

Cuando se detuvieron, la primera en salir fue ella, pero como no sabía a qué habitación irían exactamente, tuvo que esperarlo. Ignacio caminó seguro de sí mismo, mientras Fernanda se deleitaba mirando su retaguardia. Sacó la tarjeta, la deslizó por la ranura y la habitación se iluminó automáticamente.

Ante ella apareció una lujosa habitación, las paredes, al igual que las cortinas, eran de un blanco impoluto, excepto por ribetes azules que hacían perfecta combinación con el mobiliario. Un sofá que de solo mirarlo daban ganas de sentarse, y qué decir de la cama, además de ser de un tamaño exagerado, ni siquiera un adulto podría resistir las ganas de saltar sobre ella.

-Tiene buen gusto el decorador -aseguro Ignacio mirándola divertido, se notaba que la vista le encantaba, y bueno, ¿a quién no? Y eso que aún no miraba por las ventanas que daban una vista privilegiada a la cordillera.

-Creo que… mejor deberíamos salir.

-¿Por qué? -preguntó haciéndose el tonto, caminando hasta una mesita para dejar su chaqueta colgada sobre la silla-. Aquí vamos a estar cómodos. Entra, no te quedes parada como si me temieras.

-Por supuesto que no te tengo miedo -respondió acercándose, sentándose justo en frente.

-Tal vez deberías tenerlo -susurró haciendo que su piel se erizara-. Después de todo solo estaremos tú y yo.

-Por poco tiempo, ¿podrías solo firmar el cheque y listo?

-¡Uf! -teatralizó tocándose la frente-, no suelo llevar la chequera conmigo cuando asisto a una fiesta.

-Pues…, entonces haz una transferencia.

-Pero qué inútil soy -se volvió a mofar de sí mismo-, no tengo las coordenadas de transferencia.

-¿A qué crees que estás jugando, Ignacio? -le preguntó alterada porque teniéndolo tan cerca, con esa voz de los mil demonios y, exudando testosterona le estaba costando una enormidad relajarse y pensar con claridad, pero cuando lo miró a los ojos, su cuerpo tembló al darse cuenta de que él la miraba con pasión.

-A nada, es solo que…

-Te voy a explicar una cosita para que te quede bien clarito -comenzó-, y como eres un hombre maduro -puntualizó atacándolo-, seguro me vas a entender. Lo que pasó hace algunas horas me mata de la vergüenza, pero soy adulta, claro, eso sí, no tanto como tú…

-La majadería no te queda nada, cuál es tu punto, Fernanda.
-Mi punto es que yo no soy así, no voy “tirándome” hombres por la vida, y mucho menos en eventos que mi empresa realiza. Y aunque te parezca todo lo contrario, no soy una mujer fácil ni ligerita de cascos, sino que todo lo contrario, y me siento pésimo por cómo se han dado las cosas entre nosotros, y no solo una, ¡sino dos veces! -exclamó escandalizada. Incluso le costaba encontrar las palabras para continuar mientras Ignacio estaba en silencio, en ese maldito silencio incómodo. Fernanda respiró profundo mirando a su alrededor hasta que vio una botella de champaña y dos copas.

-Esto no me gusta -negó con la cabeza mirando a todos lados para terminar viéndolo a él.

-Es un Dom Perignon de excelente calidad.

Fernanda negó con la cabeza y con lo cansada que estaba se sentó sobre la mullida cama.

-No es el champagne, Ignacio, es esto, es el ahora, es lo de la bodega, es lo del ascensor, ¡todo! Por la cresta, esto está mal por donde lo mires, he tenido relaciones antes, y la última salió de lo peor, aún Pablo cree que le debo algo -confesó sin darse cuenta, y el gesto amable de Ignacio cambió, sabía perfectamente a quién se refería y no le gustó nada-. Y… y además yo te odio, incluso me quejé con el gerente del hotel y…

-Es el gerente de ventas –puntualizó-, no el director -respondió como si nada, quitándole importancia.

-¡Es el gerente!-repitió ella dándole la energía que correspondía.

-Fernanda, escúchame, sobre eso quiero hablarte…

-Sobre el gerente -chilló esta vez-, no me digas nada, ya sé que estuve mal poniendo una queja sobre ti, que pudo incluso quitarte la membresía del hotel, y…y lo que hicimos fue entre los dos. –Se disculpó tratando de mantenerse calmada, pero la actitud de poca importancia que le estaba dando Subercaseaux la estaba exasperando. Claro, no podía negarse a sí misma que verlo así, tan seguro y relajado como si tuviera todo bajo control le encantaba, después de todo, seguro que los años le daban esa madurez, pero ella era la que perdería más si lo que habían hecho salía a luz.

-¿Qué? ¿Justo ahora decidiste quedarte callado? ¿No me vas a decir nada?

Ignacio sacó de su chaqueta un cigarrillo y ante la atenta mirada de Fernanda lo encendió.

-¡Estás loco!, seguro aquí no se puede fumar, ahora sí que nos vamos a meter en problemas, y esta vez por tu culpa.

Él sonrió cuan truan.

-¿Quieres?

-¡No…! -dijo haciendo un aspavientos con las manos para mirar si habían detectores de humo.

-Te puedes calmar, y volver a sentarte -le pidió en tono suave pero autoritario a la vez-, me voy a quedar aquí -aclaró sentándose en el sillón de enfrente.

-¿Contento? -le respondió sentándose furiosa con ganas de estamparle el cigarrillo en la boca…, o en realidad quería estamparle otra cosa a decir verdad.

Acomodándose y dándole una larga pitada a su recién encendido cigarrillo la miró por un largo instante, luego de que dos aureolas perfectas salieran por sus labios empezó a hablar.

-Creo, y estoy seguro que no me equivoco, que llevas horas pensando en lo que yo creo que pienso de ti, pero sobre todo en qué clase de hombre soy. –Otra pitada, pero esta vez sin tanto preámbulo-. En ningún momento te he juzgado y, como bien dices, soy adulto igual que tú, por ende, no estoy ni he hecho un juicio de valores hacia tu persona. En cambio, tú sí me lo has hecho a mí, ¿o me equivoco?

Ella no desvió la mirada, y por primera vez en muchos años le dieron ganas de fumar, ¡y eso que le había costado horrores en dejarlo!

-Deja de cuestionarte lo que ha sucedido, es evidente que ambos sentimos una fuerte atracción y nos dejamos llevar por nuestros impulsos, no veo cual es el drama.

Enojada, se levantó de la cama y con rabia comenzó a decirle:
-¿No ves el drama? ¡Claro! Para ti seguro el sexo es algo sin importancia, que se da en cualquier momento, como si fuéramos animales que no nos podemos controlar, pero resulta que para mí ¡no! Es algo diferente, algo que nace desde dentro -indicó tocándose el corazón-. Y no creas que con esto te estoy diciendo que me atraes, o que siento algo más por ti.-Él levantó una ceja incrédulo-. No, y no me mires así.

Ahora el gesto de Ignacio era diferente, porque a él sí le pasaban cosas y no le importaba sentirlas, y mucho menos expresarlas, después de todo…. ¿por qué no?
-Fernanda, no has escuchado nada de lo que te he dicho. Lo que pasó es porque nos atraemos, y no por ser animales. No soy un adolescente con ganas de probar experiencias nuevas ni anotar mis victorias en alguna libreta como piensas tú. Eres preciosa, y no solo físicamente, eres inteligente y hay algo en ti que me encanta -continuó ahora acercándose a ella, enculillándose para que lo viera porque hace unos segundos Fernanda miraba el suelo-. Lo que quiero que entiendas es que lo que ha pasado no ha sido solo “tirar” como dices, es algo más que no sé explicar y que creo que tú también quieres volver a probar.

Los ojos casi se le salieron, y se envaró cuan estaca oponiéndose nerviosa nuevamente. Ese tono tan claro y calmado le crispaba hasta los pensamientos.

-¿Qué es lo que me estás diciendo exactamente…?

-Nada diferente a lo que tú estás pensando.

-¿Qué?, estás loco, ¡Cristina está aquí en el hotel con Sebastián!

-Por favor, Fernanda, que tiene que ver Cristina o Sebastián en esto -se carcajeó sonoramente-, estamos solos en esta habitación.

-Porque me dijiste que me darías el dinero de la loza, ¡que tú quebraste! Y para que lo sepas no soy una mujer más de tú lista dispuesta a decirte que sí porque se te viene en gana.

Las aletas de su nariz se dilataron tanto como un toro a punto de atacar, y ni siquiera necesitaba de un capote rojo para saber cuál era su presa.

-Se acabó -dictaminó-, vamos a ser adultos, quítate la ropa.

¿Qué había dicho? ¿Había escuchado mal?

-¿Cómo dices? -preguntó indignada y confundida a partes iguales.

-No tengo platos que romper ahora para que me entiendas -se jactó-, pero sí estoy hablando claro. Quítate la ropa y no me digas que no estás tan excitada como yo, no seas tú la que quiera comportarse como una niña. Llevas la noche entera buscándome con la mirada, te has retorcido las manos infinidad de veces, tus ojos brillan y tienes un ligero rubor en las mejillas, tus labios están colorados debido a la sangre que bombea rápidamente, también lo puedo notar aquí -indicó tocándole la vena del cuello mientras ella temblaba-. Cuando pensaste que no tenía nada que decir te estaba observando, y me encanta todo lo que veo en ti, sobre todo el vaivén de tus senos cuando te alteras.

Su primer instinto fue mirar hacia la puerta. ¿Qué mierda le estaba ordenando? ¡Ordenando! Como si ella no tuviera poder de decisión. No podía creer lo que estaba sucediendo, o mejor dicho lo que últimamente le sucedía con Ignacio Subercaseaux.

-¿Me vas a violar?

-¡Dios! -blasfemó poniéndose totalmente serio-. ¿Cómo se te ocurre pensar una cosa así? Si te quieres ir, ahí está la puerta, solo estoy siendo honesto. Me encantas, y más de lo que te puedes imaginar, y por lo que he visto de ti, sé que actúas mejor bajo presión cuando te dejas llevar. Así que ya sabes, quítate la ropa o lo haré yo. Y ya has notado que la paciencia no es mi mayor virtud. Porque si lo hago yo, tengo todo el presentimiento que romperé tu bonito corsé y terminaré siendo el adolescente que tanto odias que sea -suspiró apagando el cigarrillo, desabrochándose los botones de la camisa-. Y no estoy diciendo que abusaré de ti, porque lo único que ambos queremos es sentirnos desnudos y sin que nadie nos interrumpa, no es que no haya disfrutado de ti sobre el mesón, pero quiero mirarte, besarte, lamerte…

Fernanda negó con la cabeza al tiempo que sus propias manos iban temblorosas a su espalda para desabrocharse el corsé. ¡Estaba loca!

-Hermosa, son más de las cinco de la mañana y mi paciencia se está agotando -anunció inclinándose hacia adelante, apoyando los brazos sobre sus hombros.

-Estoy… estoy…

-Se acabó -dijo bajando sus manos tibias por su espalda, hasta que sin saber cómo la tela del corsé se desprendió.

-Al parecer tienes experiencia -murmuró medio en serio medio en broma.

-Más sabe el diablo por viejo que por diablo -se mofó besándole el cuello, excitándola completamente. Fernanda miró sus ojos y se sintió segura, tanto así que fue ella la que levantó las caderas para facilitarle el trabajo. ¡Sí¡ ¡Estaba loca y perdiendo la cabeza! Porque nuevamente estaba experimentando la sensación de horas anteriores. Temblaba mientras esos dedos mágicos recorrían su espalda y escuchaba su respiración en su oído.

-Quítame la camisa -susurró.

Ella obedeció y él se conmovió.

-Fernanda, quiero decirte algo.

-Ah, no, ahora no quiero escucharte, quiero que me hagas todo eso que dices que tengo ganas de hacer, a ver si además de todo eres síquico y te llamas Patrick Jane y trabajas en una serie de televisión.

-Voy a hacerte el amor como he deseado hacerlo desde el día que te senté sobre mí en el ascensor, y me dejaste ver a la verdadera Fernanda, una mujer frágil que necesita amor. Por eso es que quiero decirte que…

-Nada, no quieres decirme nada porque esto no es una sesión de sicoterapia, ni tu eres un sicólogo. Ahora por favor deja de hablar y comienza a actuar -ordenó y esta vez fue ella la que con maestría le desabrochó el pantalón.

-No seré diablo, ni vieja, pero hay cosas que no se olvidan, como andar en bicicleta -le soltó con todo el desparpajo del mundo dejándolo por primera vez sin palabras en la boca. O sí, solo un sonido gutural soltó desde sus entrañas por imaginársela en esa tesitura pero no con él, ¡y eso que no era un adolescente con la testosterona revolucionada! Lo que sí sabía era que estaba a punto de perder la cabeza, y cuando tocó su sexo, supo que fue en ese mismo instante cuando la perdió.

-Estas tan mojada.

-¿Y qué esperabas…?

-Muy mojada -anunció introduciendo su dedo al mismo tiempo que separaba sus piernas y trataba de controlarse. Las medias caladas eran la fantasía de muchos hombres y él no era la excepción. No era el diablo, pero feliz quería perderse en ese infiero que hervía de deseo.

-No me hagas esperar más -pidió con ganas de sentirlo adentro.

-Quiero disfrutarte a mi manera, con tiempo.

-No dijiste que eran más de las cinco de la mañana -le recriminó levantando las caderas, tentándolo aún más.

-Por ti soy capaz de olvidar el tiempo del reloj.

Al escuchar aquello supo que estaba perdida, “no era solo tirar” lo que estaba a punto de experimentar, y al sentirse segura se desinhibió, solo quería sentir, y la mirada de Ignacio junto con su erección decían lo mismo.

Él con una sonrisa buscó sus labios succionándoselos mientras que su mano libre la atraía más por la nuca. Era un beso exigente, caliente y morboso.

Ambos estaban sumidos en esa extraña corriente que los recorría de arriba abajo con ansias de más, de mucho más.

Como quien recorre algo que le pertenece, Fernanda bajó sus manos hasta agarrar sus glúteos, y muy despacio clavó sus uñas, acercándolo.

-Fernanda, qué estás haciendo -ronroneó con los dientes apretados. Así sí que no se iba a poder controlar. Estaban tan juntos que incluso podía sentir el latir de su corazón. Intentaba concentrarse, pero al primer gemido de Fernanda pasó de la seriedad al desenfreno total. Y peor aun cuando ella llevó la punta de pene hasta la hendidura de su sexo. En ese mismo instante, al sentirla tan cerrada, tan suya, tan desenvuelta, fue cuando supo que ya estaba perdido. Mirándola a los ojos la penetró lentamente hasta el final soltando un suspiro de satisfacción.

Ambos comenzaron a moverse rítmicamente, excitándose cada vez más. Ignacio pensó en las mujeres a lo largo de su vida, y que con ninguna había experimentado tanta pasión, cada jadeo que daba Fernanda lo enloquecía un poco más, con ninguna de ellas había querido tanto, o aun peor, ninguna le había importado tanto. Deseaba que fuera Fernanda la que sintiera, la que gozara el placer del sexo, que se sintiera protegida y segura mientras él le proporcionaba todas esas emociones placenteras.

-Mi Fernanda… -murmuró besándola apasionadamente-, siéntelo, siénteme y no dejes de moverte…así…

¡Mi Fernanda! Nadie en su vida la había llamado así, ni mucho menos mirado con tanto cariño, porque aunque no podía negar la pasión que sentían y lo excitada que estaba, eso era algo mayor. ¿Posesión? Era demasiado, incluso intentó controlar la respiración, pero cada embestida la hacía jadear un poco más. Todo era tan lento, tan placentero que sentía que el aire se le acabaría en cualquier momento. Sentía un espasmo constante que recorría todo su sexo sin detenerse en ningún lugar específico, se estaba volviendo loca de placer. Y cuando sintió sus dientes rozarle sus senos supo que estaba perdida, y tras varias embestidas y esa lengua morbosa que la estaba llevando al mismísimo infierno se dejó llevar sin ningún pudor ni atisbo de racionalidad.

Cuando creyó que ya no podía más se afirmó en su pecho para tratar de separarse, pero Ignacio cautivado por todo lo que estaba experimentando no cesaba sus embestidas que ahora eran cada vez más duras y exigentes. Cuando Fernanda gritó, fue su propia boca la que la acalló, llevándoselo también por el camino de la felicidad, pero cuando intentó quitarse, fue ella la que lo retuvo por el trasero alargándole tanto el placer como lo había hecho él.

Segundos después, como dos viejos amantes cómplices comenzaron a reír, a besarse y contemplarse. Segundos, minutos pasaron así, hasta que fue Fernanda la primera en hablar.

-No quiero alimentar tu ego… pero fue increíble.

Ignacio Subercaseaux sonrió.

-Y yo no quiero saber de tus experiencias, pero te han llevado a ser una gran maestra.

Volvieron a abrazarse y, al cabo de un momento, Fernanda se sentó a horcajadas sobre él y todo volvió a comenzar. Pero ahora, diferente, con ternura y dedicación.

Casi cuando comenzaba a amanecer, agotados, sudados pero felices, ambos cayeron en el letargo del cansancio, y sintiéndose la mujer más segura del mundo por ser abrazada por ese hombre, Fernanda se durmió, en cambio, Ignacio solo tenía ojos para contemplarla. No lo podía negar, y tampoco quería hacerlo, por esa mujer sentía mucho más que solo placer.

A la mañana siguiente, acurrucados los dos, Fernanda escuchó su teléfono celular, sin muchas ganas lo cogió para apagarlo hasta que vio el nombre de su hermano.

-¡Agustina! -chilló soltándose de su agarre, pero su mano la detuvo impidiéndole salir-, te juro que no estoy arrancado, pero me tengo que ir -le dijo acariciándole el rostro en el que ya le aparecía una insipiente barba.

-Mi Fernanda -sonrió atontado, ahora sí era un adolescente-, tenemos que hablar.

-Lo sé, pero si te preocupa que ahora vaya a dar una queja al director del hotel, quédate tranquilo, ni siquiera Sebastián lo sabrá.

-Es que no me entiendes -se alarmó al ver como se vestía.

-Te prometo que esto se repetirá cuántas veces queramos, pero si no me voy ahora, mi hermano me mata. Soy la madrina de mi sobrina, y en veinte minutos la bautizan ¡y yo estoy aquí! -anunció, y antes que Ignacio pudiera detenerla o decirle algo, fue Fernanda la que atacó sus labios con tanta pasión que lo dejó literalmente atontado.

Sacó una tarjeta, la dejó en el velador y le habló:

-Ese es mi número, hoy tengo compromisos, pero mañana soy toda tuya y vuelvo a ser tu Fernanda, y aclaramos todo lo que nos está pasando. Pero yo…. ¡quiero repetir! -exclamó cerrándole un ojo, dejándolo absolutamente atontado.

Y ahora… ¿cómo lo iba a hacer?

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