Publicidad
La visión del ministro de Economía cuando era columnista que critica las políticas antidiscriminación de las mujeres

La visión del ministro de Economía cuando era columnista que critica las políticas antidiscriminación de las mujeres

«La discriminación positiva que propone el gobierno de Michelle Bachelet (…), implica que debemos forzar a las empresas a pagar el mismo salario a un hombre o a una mujer que se ha mantenido trabajando ininterrumpidamente durante 10 años seguidos versus una persona que ha trabajado intermitentemente durante ese mismo período. A pesar de que la primera haya acumulado mucho más experiencia y, por tanto, sea significativamente más productiva que la segunda. ¿Es esa una buena política pública? ¿Debería Alexis ganar lo mismo que Pinilla?», escribió en 2015 José Ramón Valente.


El 15 de febrero de 2015, José Ramón Valente era uno más de los economistas conocidos con tribuna para opinar en los medios. Desde ese lugar, el actual ministro de Economía publicó en La Tercera una columna que se llamó «Machismo o Harakiri». En el texto, Valente refuta los argumentos de una columna anterior publicada por Sebastián Edwards, también economista pero residente en Estados Unidos, y proclive al Gobierno de la época, encabezado por Michelle Bachelet.

En ese contexto, Edwards dice que Chile es un país «profundamente machista», resumiendo todas las áreas donde los hombres prevalecen ocupando puestos de importancia en desmedro de las mujeres, particularmente las empresas y los negocios. Además, destaca en términos positivos la agenda legislativa en la materia que impulsaba Bachelet, como la creación del Ministerio de la Mujer y Equidad de Género y la ley de cuotas contenida en la reforma al sistema electoral.

Sin embargo, para Valente el diagnóstico de su colega, profesor en la UCLA, está equivocado.

«Desde ya habría que preguntarse si la evidencia irrefutable de la baja participación de las mujeres en los puestos de alta dirección es un problema de demanda (discriminación) o de oferta (preferencias). Las escuelas de administración y economía en Chile efectivamente tienen aproximadamente la misma cantidad de mujeres que de hombres entre sus estudiantes, como señala Edwards. Lo que no menciona Sebastián Edwards es que al egresar de dichas escuelas, tanto hombres como mujeres tienen ofertas de trabajo en puestos similares y a rentas similares. De manera que no hay a esas alturas ninguna evidencia de discriminación», plantea Valente.

Y, en tal sentido, agrega: «La discriminación positiva que propone el gobierno de Michelle Bachelet, y que aplaude Sebastián Edwards en su columna, implica que debemos forzar a las empresas a pagar el mismo salario a un hombre o a una mujer que se ha mantenido trabajando ininterrumpidamente durante 10 años seguidos versus una persona que ha trabajado intermitentemente durante ese mismo período. A pesar de que la primera haya acumulado mucho más experiencia y, por tanto, sea significativamente más productiva que la segunda. ¿Es esa una buena política pública? ¿Debería Alexis ganar lo mismo que Pinilla?».

Para el actual titular de la cartera de Economía, «en Chile hay ciertamente algunos espacios donde la competencia es menor que lo deseado, como en el sector público y en la política. Pero afirmar que Chile es un país profundamente machista, como lo hace Sebastián Edwards en su columna, es una afirmación que no se condice con la realidad de un Chile abierto al mundo, y donde en la mayoría de los mercados arrecia una competencia feroz».

A su juicio, Edwards exagera y el Estado no debe inmiscuirse sugiriendo leyes para frenar la falta de igualdad en acceso a los puestos directivos. «Si hay trabas regulatorias, privilegios o carencias, como la necesidad de mayor cobertura de salas cuna que menciona Sebastián Edwards, que impidan a las mujeres competir en igualdad de condiciones con los hombres, obviamente hay que eliminarlas. Pero de ahí a sugerir que el Estado debe intervenir en las decisiones propias de las personas y afectar el derecho de propiedad, la soberanía de los empresarios para manejar sus empresas y de las personas de manejar sus vidas, hay un salto enorme. No por inteligentes los líderes de opinión o los líderes políticos deben arrogarse el derecho de interferir en las decisiones privadas de las personas y las familias», concluye.

Publicidad

Tendencias