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Inmigración: el nuevo rostro de la lucha de clases Opinión

Inmigración: el nuevo rostro de la lucha de clases

Andrés Cabrera
Por : Andrés Cabrera Doctorando en Sociología, Goldsmiths, University of London. Editor Otra Frecuencia Podcast.
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La configuración de un escenario internacional en el que comienzan a predominar las derechas populistas, no solo se debe a las “virtudes” de dicho sector sino también a la complicidad de ciertos idearios liberales y/o de izquierda, incapaces de otorgar respuestas satisfactorias a problemas tan graves como la crisis migratoria. Así, estas últimas posiciones han respondido a este dilema civilizatorio casi por ‘efecto de negación’: si la derecha populista propone levantar muros en las fronteras, la contrapropuesta debe ser entonces abrir las fronteras de par en par. Ciertamente, ejecutar esta última opción no haría más que agudizar el problema, acelerando incluso la llegada al poder gubernamental de la derecha populista. ¿Qué es esto sino el semblante de la nueva lucha de clases?


Uno de los tantos desafíos cruciales que enfrenta la humanidad en los albores del siglo XXI, se encuentra en la posibilidad de desmontar los fundamentos que provocan la actual crisis migratoria. Atender los factores que provocan esta nueva oleada migratoria resulta un imperativo inexcusable en el contexto de un capitalismo globalizado que –quiera reconocerse o no–  tiende a la catástrofe.

Siendo más incisivo, podría incluso sostenerse que la concreción de un escenario cada vez más catastrófico se explica en gran medida por la decadencia experimentada por un actor hegemónico a nivel mundial, EE.UU., que en el transcurso de una generación (desde la pax clintoniana a inicios de la década de los noventa hasta la reaccionaria y belicista era trumpiana actual) ha intentado preservar su posición ante la consolidación de renovados actores que disputan la primacía del orden mundial (los más importantes, Rusia y China). La descomposición orgánica de la actual crisis planetaria se expresa –en el nivel de la Foreign Policy–  por medio de una intensa conflictividad multipolar. Por cierto, la configuración de Estados y/o proyectos ‘fallidos’ también entra dentro de la misma órbita.

¿No es este el trasfondo de la crisis de los refugiados en Europa; aquella que comenzó a evidenciarse a partir de la reveladora fotografía de un pequeño de tres años que yacía muerto en las costas del Mediterráneo? Detrás de aquella imagen que reveló el lado más espantoso de la crisis migratoria hace poco más de dos años, había el intento de una familia kurda del norte de Siria de escapar de la guerra que las fuerzas occidentales, especialmente EE.UU., han exportado a Medio Oriente. El pequeño Alan Kurdi, provenía del mismo territorio donde hace poco más de un mes, la Turquía liderada por Recep Tayyip Erdoğan lanzó una ofensiva contra los kurdos en territorio sirio, violando la soberanía de este último en la denominada ‘Operación Rama de Olivo’. He aquí una de los fundamentos que asume la actual crisis migratoria. ¿Qué es esto sino la nueva fisionomía que adquiere la lucha de clases?

El reverso de este fenómeno, se da en el marco de los Estado-nación que resienten los efectos de la migración forzada, donde reaparecen ciertas tendencias reaccionaras que han aprovechado el ‘momento populista’ desatado a nivel global: me refiero fundamentalmente a la emergencia de sectores asociados a la derecha populista que han capitalizado políticamente el estado de indignación que corroe a vastos segmentos de nuestra sociedad. En efecto, no es difícil constatar que en el transcurso de los últimos años las derechas populistas han llegado al poder gubernamental y parlamentario utilizando eficientemente el xenófobo discurso antiinmigrante con el objetivo de movilizar el voto a favor de su proyecto político. La promesa de Donald Trump de levantar un muro en la frontera con México es un buen ejemplo de esta situación. Otra muestra puede encontrarse en el escenario electoral internacional reciente, a partir de la consolidación de la derecha italiana más recalcitrante que reúne a Forza Italia, Liga Norte y Hermanos de Italia, a la par del auge obtenido por el Movimiento 5 Estrellas, mientras la socialdemocracia del Partido Democrático sigue dando cuenta de su agotamiento histórico.

[cita tipo=»destaque»]A pesar de que los antecedentes se multiplicaban en todos los niveles, el debate migratorio finalmente terminó instalándose con resonancias inusitadas a partir una grabación en la que se mostraba a un grupo de haitianos descendiendo de un avión perteneciente a una aerolínea no identificada, a la que se suman las declaraciones de un humorista que exorcizó un “argumento” que pensábamos extinto (la inmigración puede ser perjudicial porque “puede cambiar la raza”) y la viralización de ciertas “intervenciones urbanas” que caricaturizan el rostro de un inmigrante haitiano al más puro estilo fascistoide. Ciertamente, es imposible predecir cuáles serán las imágenes y opiniones que se alzarán como los ingredientes que –en su contingente conjunción–  catalizarán la visibilización de un “nuevo” conflicto político y social. [/cita]

La configuración de un escenario internacional en el que comienzan a predominar las derechas populistas, no solo se debe a las “virtudes” de dicho sector sino también a la complicidad de ciertos idearios liberales y/o de izquierda; incapaces de otorgar respuestas satisfactorias a problemas tan graves como la crisis migratoria. Así, estas últimas posiciones han respondido a este dilema civilizatorio casi por ‘efecto de negación’: si la derecha populista propone levantar muros en las fronteras, la contrapropuesta debe ser entonces abrir las fronteras de par en par. Ciertamente, ejecutar esta última opción no haría más que agudizar el problema, acelerando incluso la llegada al poder gubernamental de la derecha populista. ¿Qué es esto sino el semblante de la nueva lucha de clases?

Nuevamente habrá que repetir, casi como un mantra, la advertencia fundamental de Walter Benjamin actualizada en la pluma del filósofo Slavoj Žižek: “El fascismo reemplaza literalmente a la revolución izquierdista: su ascenso es el fracaso de la izquierda, pero simultáneamente una prueba de que había un potencial revolucionario, una insatisfacción que la izquierda no pudo movilizar”. Podemos agregar: un problema que la izquierda no pudo resolver, un problema en el que quedó –como quien dice–  permanentemente offside.

Siguiendo las ideas del autor esloveno anteriormente citado, es que debemos resistir el ‘doble chantaje’ (double blackmail) de posicionarnos o “a favor” o “en contra” de la inmigración, ya que en este nivel nos enfrentamos a una dicotomía que encubre o ‘mistifica’, más que ‘soluciona’ el problema. Un ejemplo notable de aquello es la pregunta que Cristóbal Bellolio lanzó hace unos días a través de su Twitter: “¿Se puede ser liberal y estar en contra de la inmigración?”. Incluso, debemos resistir la tentación de quedarnos en una especie de “posición intermedia”: aquella que exige mayores restricciones para impedir el ingreso masivo de migrantes a un determinado país. No es difícil proyectar que aquellos(as) que no lograrán ingresar serán personas con un color de piel determinado y con escaso o nulo poder adquisitivo.

Para contrarrestar dichos abordajes, resulta imprescindible ubicar las raíces efectivas de la actual crisis migratoria, más aun cuando dicho tema se ha instalado en el centro de la opinión pública en el Chile actual, alcanzando durante la última semana registros inéditos en términos de resonancia y conflictividad social.

Tal como en otras ocasiones, el problema terminó estallándonos en el rostro. A pesar de que era bastante evidente que la crisis migratoria había consolidado durante los últimos años un intenso circuito entre Chile y algunos países caribeños (especialmente Haití, Colombia y Venezuela), el problema fue en gran medida obviado.

Evadimos el problema sabiendo que la fisonomía cultural de algunas de las principales urbes de la zona centro-sur del país presentaba modificaciones importantes producto del flujo migratorio desarrollado en el país. O peor aún, sorteamos ingenuamente el problema, sabiendo que en nuestra memoria reciente pervivían los dramáticos registros de un inmigrante haitiano que afortunadamente logró sobrevivir después de ser atacado con un cuchillo en el terminal pesquero de la comuna de Lo Espejo, a diferencia de Joane Florvil, una joven madre de 28 años, también de nacionalidad haitiana, que murió en la Posta Central (por causas que aún se investigan), un mes después de haber sido condenada mediáticamente por haber supuestamente abandonado a su hija, situación que el Quinto Tribunal de Garantía de Santiago negó a fines del año pasado, decretando que Joane no había cometido el delito que se le imputaba. Joane Florvil murió –aún no sabemos cómo– siendo inocente. ¿Qué es esto sino el nuevo semblante de la nueva lucha de clases?

A pesar de que los antecedentes se multiplicaban en todos los niveles, el debate migratorio finalmente terminó instalándose con resonancias inusitadas a partir una grabación en la que se mostraba a un grupo de haitianos descendiendo de un avión perteneciente a una aerolínea no identificada, a la que se suman las declaraciones de un humorista que exorcizó un “argumento” que pensábamos extinto (la inmigración puede ser perjudicial porque “puede cambiar la raza”) y la viralización de ciertas “intervenciones urbanas” que caricaturizan el rostro de un inmigrante haitiano al más puro estilo fascistoide. Ciertamente, es imposible predecir cuáles serán las imágenes y opiniones que se alzarán como los ingredientes que –en su contingente conjunción–  catalizarán la visibilización de un “nuevo” conflicto político y social.

Como sea, el problema ha saltado a la palestra de la opinión pública y ya resulta imposible seguir escondiéndolo “debajo de la alfombra”. La única solución posible al profundo dilema civilizatorio en que nos encontramos, es por medio de instancias supranacionales que permitan superar las condiciones que atentan contra la sobrevivencia de comunidades humanas, ya sea por la acción de la guerra imperialista o por la conformación de Estados o proyectos ‘fallidos’, tal como sucede en el circuito migrante a nivel latinoamericano. Por todo ello, es que hoy en día es necesario reivindicar, más que el “derecho humano a migrar”, el derecho a vivir en nuestras comunidades de origen. Puede esto parecer una solución utópica. Sin embargo, por más utópica que sea esta alternativa, es la única salida realista a la encrucijada civilizatoria en la cual nos encontramos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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