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Bachelet 3.0 y el dilema del “Prexit” Opinión

Bachelet 3.0 y el dilema del “Prexit”

Marco Moreno Pérez
Por : Marco Moreno Pérez Decano Facultad de Ciencia Política y Administración Pública, Universidad Central de Chile.
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La situación con los ex presidentes nos obliga a una cierta cautela antes de enterrar definitivamente lo que por ahora aparece debilitado para anunciar un nuevo ciclo. Es cierto que vienen cambiando los temas sobre los que se debate o gobierna. Pero también hay que señalar que no han cambiado del todo ni los sujetos ni las condiciones. Esto explica que los ex presidentes quieran seguir influyendo en la política, lo que parece confirmar la creencia –tanto de seguidores como detractores– acerca de que son los únicos que poseen legitimidad para protagonizar la política que viene.


Diversas reacciones ha provocado la hipótesis acerca de la eventualidad de que la Presidenta Michel Bachelet aspire a volver a La Moneda en 2022. Por ahora, esta es solo una elucubración de analistas de la plaza y de los viudos(as) del bacheletismo. El argumento que sirve de base a estas especulaciones se vincularía con un cierto frenesí por la llamada operación legado. Este tiene sentido si posibilita eventualmente reclamar su reivindicación posterior. Si no hubiera una agenda oculta, habría que haber dejado entonces al juicio de la historia lo realizado en su segundo mandato, ya que como bien sabemos dicho examen no corresponde nunca a los contemporáneos sino a los historiadores futuros.

Más allá de que esto sea el natural deseo de sus colaboradores más cercanos –wishful thinking en palabras de la propia Presidenta–, lo cierto es que la sucesión Bachelet-Piñera-Bachelet-Piñera durante 16 años nos habla en los hechos de, por una parte, la falta de renovación de los liderazgos pero también de un complejo dilema que se instala sobre nuestra aún frágil democracia y que remite al rol de los ex presidentes.

Después de Patricio Aylwin, todos los ex presidentes, sin excepción, se han resistido a abandonar del todo la política activa. Apostaron a mantenerse vigentes a través de la creación de fundaciones. Alternaron dichas funciones con una agenda internacional que les daba visibilidad y los mantenía vigentes en la opinión pública encuestada. Sin embargo, más temprano que tarde, todos buscaron la reelección con distintos resultados. Frei Ruiz-Tagle fue derrotado en 2009 y Lagos abandonó en abril de 2017 su intento al no contar con una convergencia que respaldara su proyecto. Solo Bachelet (2013) y Piñera (2017) consiguieron reelegirse, poniendo en entredicho la hipótesis del cambio de ciclo y de cómo seguirían al evolucionar las cosas.

La situación con los ex presidentes nos obliga a una cierta cautela antes de enterrar definitivamente lo que por ahora aparece debilitado para anunciar un nuevo ciclo. Es cierto que vienen cambiando los temas sobre los que se debate o gobierna. Pero también hay que señalar que no han cambiado del todo ni los sujetos ni las condiciones. Esto explica que los ex presidentes quieran seguir influyendo en la política, lo que parece confirmar la creencia –tanto de seguidores como detractores– acerca de que son los únicos que poseen legitimidad para protagonizar la política que viene.

En necesario abordar este dilema que está tensionando nuestra democracia y que pone en discusión, de paso, la publicitada idea del cambio de ciclo. El politólogo Javier Corrales acuñó la idea del “Prexit” para referirse a la dificultad que supone para las democracias de la región la compleja convivencia con los fuertes liderazgos que cultivan los ex presidentes. Estos impiden la circulación de liderazgos, polarizan y opacan la emergencia de nuevos actores capaces de disputar la hegemonía que ejercen al interior de los partidos. Se trata entonces de cómo evitar la excesiva influencia de ex presidentes después de que concluyen sus mandatos.

El desafío para un real cambio de ciclo pasa por cómo afrontamos también el problema del Prexit. Esto supone necesariamente un cambio de reglas del juego que ponga límite a los intentos de estos por seguir vigentes, aun cuando su momento tal vez haya pasado. No hacernos cargos de este dilema, creyendo que para Chile no es un problema, es esconder la cabeza a otro déficit de nuestra democracia en vías de consolidación. Si de verdad queremos evitar el continuismo –lo cual es importante para que haya alternancia y democracia–, no les queda más camino que poner límite efectivo a los ex mandatarios.

Los 16 años que sumarán Bachelet y Piñera y la sola insinuación de una Bachelet 3.0, son la demostración irrefutable de que tal vez nuestros ex presidentes se están resistiendo más de la cuenta al retiro dorado para dedicarse a “cultivar tomates”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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