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Frente Amplio, primarias y refundación democrática del neoliberalismo Opinión

Frente Amplio, primarias y refundación democrática del neoliberalismo

Miguel Urrutia y Gael Yeomans
Por : Miguel Urrutia y Gael Yeomans Miguel Urrutia, Doctor en Sociología por la Universidad de Lovaina, Bélgica. Académico del Depto. de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Militante de Izquierda Libertaria. Gael Yeomans, Egresada de Derecho de la Universidad de Chile. Candidata a diputada por el Frente Amplio en el distrito 13. Primera Secretaria de Izquierda Libertaria.
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Ciertamente el feminismo de Beatriz Sánchez no representó a los pueblos de Chile en esta elección primaria, ni tampoco a todos los sectores políticos colocados de parte del trabajo y en contra de los abusadores. Sin embargo, su coalición ha comenzado a comprender que esta refundación neoliberal no está tan preocupada de contender con el progresismo, el socialismo del siglo XXI, o la insurgencia encapuchada, sino que se prepara para aprovechar las contraposiciones de todas estas fuerzas, en función de redisciplinar a la clase trabajadora chilena para que acepte sobrellevar los costos del estancamiento y la crisis primario exportadora.


Los 327 mil votos obtenidos por el Frente Amplio (FA) en las primarias, ocasionaron, a lo menos, la inquietud de un gobierno que preveía no más de 100 mil; sin embargo, dado que la votación de Chile Vamos cuadruplicó a la del FA, se ha  querido proclamar la insignificancia de cualquier combate a la derecha por fuera de la Nueva Mayoría. Pensamos que la premura de este tipo de afirmaciones atestigua no solo compromisos con una realidad socialmente cuestionada, sino que olvida un dato histórico fundamental.

Más allá del abuso que implica caracterizar al FA como una fuerza política de profesionales acomodados (juicio tan rasante que podría aplicarse al PC si no se lo mirase más allá de su bancada), lo que salta a la vista en la campaña del FA es su carácter autogestionado y el reemplazo de las grandes sumas de dinero por trabajo militante gratuito. Este no es un dato menor para quienes desde la dictadura sabemos cómo se ha hecho política en Chile.

Como alguna vez nos dijo un dirigente del partido en que uno de nosotros militó durante los ochenta: hasta para arriesgar la vida de las direcciones había que conseguir una maleta de dólares. Otro testimonio notable que alguna vez obtuvimos indagando sobre violaciones a los DD.HH. nos refirió la cantidad de operaciones no declaradas por los agentes de la DINA en contra de ayudistas de todos los partidos antidictatoriales que transportaban dinero en efectivo de la solidaridad mundial con la resistencia chilena. Qué decir más tarde, cuando la solidaridad ya pudo fluir hacia instituciones políticamente asediadas pero financieramente establecidas. Hacemos notar fehacientemente que, a lo menos hasta antes del plebiscito de 1988, estos recursos no quedaron en el bolsillo de ningún protopolítico de la época. Sin embargo, desde entonces, se marcaron dos formas de hacer política “democrática”. La de las bases militantes, más bien automovilizadas, y la de los partidos que aportaban organicidad al proceso, pero que se convertían en aparatos muy caros de mover.

Sabemos cuál de esas culturas político-democráticas ha controlado la postdictadura. Es sobre este fondo de cultura política que, sin ninguna euforia, los 327 mil votos del FA en primarias deben ser considerados como un éxito fundamental y una primera victoria rotunda sobre la idea de que sin arreglines no se puede hacer política.

Ahora bien, nadie desconoce que el FA es apenas una parte de la corriente histórica que ha venido moviendo los límites de lo posible en Chile; sin embargo, paso a paso, ha sido el FA el que ha ido definiendo un modo de materializar la expansión de esos límites. De igual manera, las franjas más extensas y activas del FA, se han comprometido a trascender  el pacto electoral, para contribuir decididamente a una sociedad en que sean los propios pueblos quienes, desde su imaginación económica, cultural y política, instituyan los lazos de la producción para el bienestar de sus miembros y de la vida en común.

Esta posición estratégica del FA se expresa también en que una parte importante de sus cuadros políticos ha sido la primera en comprender que la posibilidad de una Democracia auténtica, sin apellidos, ni letras chicas, ha quedado seria y terriblemente amenazada por la performance electoral de la derecha en primarias.

Según dirían sabios tan diversos como Thompson o Freire, hay que hacer la experiencia para aprender de ella. El Frente Amplio hizo la experiencia de estar allí, donde esta derecha -acaso la más dura y dogmática del orbe- le cuadriplicó cada uno sus laboriosos 327 mil votos. Dicha experiencia no da lugar a ninguna prelación moral, sino que establece una obligación para el FA de profundizar sus vínculos rigurosamente políticos con los movimientos sociales chilenos. Han sido las propuestas y las prácticas de estos movimientos las que han mostrado la viabilidad de una verdadera democracia para Chile.

Es obvio que en esa profundización de vínculos políticos deberá proyectarse un gobierno encabezado por los sectores transversalmente presentes en los movimientos sociales chilenos, o sea, aquella parte supernumeraria de la población que vive de su propio trabajo, sea éste manual, intelectual, de servicios o incluso de emprendimientos orientados por mercados específicos.

Razonablemente, se pedirá que ese proyecto del FA muestre su distancia con el de la Nueva Mayoría. No obstante, en este punto, consideramos vital que el FA se haga cargo de una tarea anterior: demostrar que el carácter impresentable de la derecha chilena no es un calificativo moral, ni un mero accidente de debate provocado por las personalidades de Ossandón y Piñera, sino un enunciado estrictamente literal.

Lo que la derecha chilena no puede presentar, es su consuno con el 1% más rico del país para concluir que el modelo de economía social de mercado ya no puede ser administrado por la misma composición de fuerzas. El FA ha aquilatado in situ y por golpiza que la derecha no solo participa en elecciones para cooptar e institucionalizar fuerzas sociales rebeldes; si así fuera, lo mismo le daría ganar que perder. Hubo que estar allí para reconocer el desbroce del campo que, mediante las primarias, operó la derecha. Se ha tratado de un hito clave para intentar la refundación del neoliberalismo en democracia, validando de paso la refundación dictatorial del capitalismo chileno.

Hace bastante tiempo la derecha chilena comprendió que cancelar el proyecto latinoamericano de industrialización y reemplazarlo por la comercialización de materias primas en contexto de liberalización global sería pan para ayer y hambre para hoy. Su actual desafío de refundación neoliberal en democracia busca hacer gobernable el traspaso de estos costos a la población que vive de su trabajo. Un propósito que no obedece a la avaricia o maldad intrínseca del 1% más rico, sino a una ética estructurada y estructurante que vincula dogmáticamente cualquier recuperación económica con gigantescos procesos de acumulación de capital (por supuesto en manos de la gente [de] bien).

La breve experiencia orgánica del FA está situada entonces en el ojo político del ciclón refundacional derechista. El FA sabe, por ejemplo, que un eventual gobierno de Piñera con mayoría parlamentaria, constituiría el necesario momento institucional de la refundación.

Como democratacristiano de derecha y miembro del 1%, Piñera tiene evidentes ventajas para alinear a los inversionistas de la región y convencerlos de que la verdadera cosecha comenzará con Kast (o un equivalente socialcristiano que podría provenir incluso de la derecha concertacionista).

Las franjas más activas y extensas del Frente Amplio comprenden que, más allá de toda buena intención, esa cosecha derechista consistirá en traspasar masivamente los costos del estancamiento primario exportador a la población chilena que vive de su trabajo. Estas mismas extensas franjas del Frente Amplio han sido las primeras en alertar sobre el dogmatismo neoclásico de Felipe Kast, dispuesto a hablar de Pinochet como dictador con tal de colar su terrorífico libremercadismo: una concepción lineal y mecanicista del desarrollo como una “cola” de problemas sociales donde los actores se forman disciplinadamente. No es extraño que en este componente de la  refundación neoliberal -recientemente saludado por la candidata Goic- la cola sea encabezada por los niños, “beneficiarios” primeros de todos los disciplinamientos desplegados en la historia de Chile.

La contienda de primarias además ha enseñado al FA, y ojalá a otras muchas fuerzas y analistas políticos, que la derecha refundacional es heredera del riñón pinochetista: su odio mortal contra toda forma colectivista o comunitaria. Esto es, por ejemplo, lo que permite a Kast acoplar los dos extremismos históricos de la oligarquía chilena: el conservadurismo y el libremercadismo. De ahí que en su concepción del desarrollo social, la figura del cigoto-embrión resulte capital, como la manifestación más elevada de la individualidad y de una existencia que no requiere estar en comunión ni siquiera con la voluntad de la mujer que Dios ha decidido sea su madre.

Ciertamente el feminismo de Beatriz Sánchez no representó a los pueblos de Chile en esta elección primaria, ni tampoco a todos los sectores políticos colocados de parte del trabajo y en contra de los abusadores. Sin embargo, su coalición ha comenzado a comprender que esta refundación neoliberal no está tan preocupada de contender con el progresismo, el socialismo del siglo XXI, o la insurgencia encapuchada, sino que se prepara para aprovechar las contraposiciones de todas estas fuerzas, en función de redisciplinar a la clase trabajadora chilena para que acepte sobrellevar los costos del estancamiento y la crisis primario exportadora.

¿Qué política puede hacer el FA con estos datos que ha obtenido en el terreno? Eso será materia para una siguiente columna, no sin antes dejar una piedra en su camino: el FA debe su existencia y sentido político a movimientos sociales que, a todas luces, se han configurado de un modo diferente al antiguo movimiento obrero ¿puede entonces el FA asignarle al trabajo una nueva centralidad política en la que el feminismo juegue un papel fundamental? Parte de la respuesta ya está dada por los descubrimientos del FA respecto de la refundación neoliberal. Falta hacer el análisis específicamente político de la contienda que dicha refundación plantea.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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