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Entre lo ajeno y lo propio: ¿Por qué los partidos prefieren a los candidatos «outsiders»? Opinión

Entre lo ajeno y lo propio: ¿Por qué los partidos prefieren a los candidatos «outsiders»?

Jaime Lindh
Por : Jaime Lindh Investigador Idea País
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Si bien el predominio de lo ajeno sobre lo propio entre los partidos políticos puede deberse a una estrategia comunicacional, la escasa disponibilidad de figuras «presidenciables» acentúa este patrón. Ahí, el fortalecimiento de la institucionalidad regional representa un gran beneficio a largo plazo: el mejorar los semilleros de los partidos políticos con quienes han estado más cerca de los problemas de la gente. Así, quizás en un futuro optarán por candidatos propios que serán siempre preferible a los ajenos.


¿Por qué los partidos políticos tradicionales están eligiendo a candidatos que no encarnan sus convicciones? ¿Por qué lo ajeno está dominando a lo propio? Lo primero que se nos viene a la mente son los problemas de representación que enfrentan los partidos políticos. No obstante, a esto se le puede sumar una segunda gran razón: el debilitamiento de sus semilleros de políticos.

Con independencia del carisma y de las ideas, todo político con pretensiones presidenciales debe transmitir capacidad de gobierno. Es una condición necesaria para ser competitivo que los votantes perciban dicho atributo entre los aspirantes. Desde el retorno a la democracia, los candidatos con esta capacidad han provenido de tres esferas diferentes: la oposición al Pinochet, el Senado o alguna cartera ministerial. Sin embargo, la rentabilidad de estas tres está en declive. El clivaje del plebiscito no tiene el peso de antes y la imagen del Gobierno y el Congreso viene en declive hace bastante tiempo. Dado que no hay más alternativas, es entendible que los partidos opten por lo ajeno. La pregunta viene sola, ¿podrían existir otras esferas de «legitimidad presidencial»?

Que duda cabe en que un buen indicador de capacidad es la experiencia. En este sentido, una cuarta esfera debería estar en el gobierno de otra instancia del Estado como el local o regional. Si bien en la historia reciente han existido candidatos con estos antecedentes curriculares, son la excepción y tienen la particularidad de haber gobernado territorios con visibilidad nacional (es decir, alguna comuna del Gran Santiago). Pero, ¿qué ocurre con el resto de las regiones? ¿Cuántos candidatos tienen como «origen» el haber presidido un gobierno regional? Ninguno. Esta realidad contrasta con la situación estadounidense: de los últimos seis presidentes, cuatro lideraron un segundo nivel territorial antes de asumir el desafío mayor de manejar el país.

Gobernar instancias subnacionales debiese ser la escuela de formación de los futuros presidentes, sin embargo en Chile no lo es y nunca lo ha sido. ¿La razón? El marco institucional desincentiva fuertemente el considerar a las regiones dentro de un itinerario hacia la presidencia. El nivel de captura de los recursos y de la capacidad para tomar decisiones por parte del gobierno central es tal, que políticamente son más rentables los cargos en algún órgano desconcentrado o un sillón en el parlamento.

Esta situación, que en Chile no incomoda, implica ciertos costos. Primero, significa tener una menor oferta de «presidenciables». En un escenario con gobiernos regionales empoderados, podríamos llegar a tener quince candidatos más a la presidencia. Segundo, la oferta no solo es menor, sino que también peor. Es cuestionable si el trabajo legislativo predice bien el desempeño futuro de un presidente, mientras que, el resultado en materia de gobierno de una región con facultades y recursos sería un insumo más útil a la hora de evaluar aptitudes de liderazgo tanto para los partidos políticos como para los ciudadanos.

Si bien el predominio de lo ajeno sobre lo propio entre los partidos políticos puede deberse a una estrategia comunicacional, la escasa disponibilidad de figuras «presidenciables» acentúa este patrón. Ahí, el fortalecimiento de la institucionalidad regional representa un gran beneficio a largo plazo: el mejorar los semilleros de los partidos políticos con quienes han estado más cerca de los problemas de la gente. Así, quizás en un futuro optarán por candidatos propios que serán siempre preferible a los ajenos.

 

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