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¿Haciendo justicia para Nabila o usando a Nabila? Opinión

¿Haciendo justicia para Nabila o usando a Nabila?

Pablo Torche
Por : Pablo Torche Escritor y consultor en políticas educacionales.
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El tratamiento otorgado a este trágico caso, y en particular la filtración que cometió Canal 13, constituyen así una metáfora de la mercantilización del Chile actual, donde, con el propósito de maximizar los beneficios de una determinada industria o persona, se pueden traspasar límites básicos, usando como pretexto discursos valóricos de distinto tipo.


La semana pasada se produjo un comprensible escándalo por la filtración, en el matinal de Canal 13, ‘Bienvenidos’, de aspectos privados del informe ginecológico de Nabila Rifo. Con esto, una víctima particularmente vulnerable de un crimen horrendo termina doblemente victimizada, pues, como parte de la cobertura de un proceso judicial que se supone tiene que hacer justicia para ella, el señalado canal termina sometiéndola a la nueva vejación de exponer aspectos de su vida íntima. El hecho –que terminó con la salida del director histórico del espacio–, puso en el tapete el festín que se han venido dando los medios de comunicación con este caso, trágico emblema de la violencia de género en el país.

La forma en que se ha abordado el juicio en cuestión, constituye también un lamentable reflejo de otro desarrollo determinante del Chile que hemos construido en las últimas tres décadas: la farandulización de todos los aspectos de la esfera pública.

Como se aprecia aquí con claridad, esta farandulización no consiste simplemente en destinarles demasiado tiempo o importancia a personajes de la “farándula”, sino también en la tendencia mucho más general de adoptar el lenguaje de la farándula para abordar cualquier problemática social, cultural o incluso política del país.

En este caso, el atroz crimen contra una mujer es abordado, quizás incluso de manera inconsciente, como una más de las peleas y escándalos entre los famosillos de turno de un reality show.

Así, el nuevo sistema de justicia penal, basado en juicios orales, a efectos de darle mayor transparencia, es instrumentalizado por los medios como la puesta en escena perfecta para exhibir sin restricciones los detalles más escabrosos del caso. Las transmisiones, que pueden durar horas, van acompañadas de subtítulos efectistas, en grandes letras que se deslizan en la parte baja de la pantalla, con frases del tipo “¡en minutos, el impactante testimonio de Mauricio Ortega!”, “pronto, el testigo clave entrega testimonio que puede dar un vuelco al caso”.

Toda la dinámica televisiva en torno al tema se orienta a escarbar, sin ningún pudor, en la vida privada de los involucrados, y cada una de sus acciones, hábitos u opiniones son discutidos hasta el hartazgo, por un siempre numeroso panel, compuesto principalmente por figuras del espectáculo, que emiten sin mayor reflexión todo tipo de opiniones e hipótesis sobre cada uno de los nuevos aspectos revelados.

En este contexto, no tiene nada de extraño que el panel de ‘Bienvenidos’ haya traspasado un límite básico, al revelar en público un informe con datos que pertenecen exclusivamente a la intimidad de la víctima. De hecho, creo probable que, si no se hubiera producido un escándalo al respecto, jamás se hubieran dado cuenta de su error. Simplemente no lo ven, les parece la forma normal de enfrentarse a cualquier tipo de hecho noticioso.

La “farandulización” del caso de Nabila Rifo pone de manifiesto también otro fenómeno muy sintomático de nuestra sociedad: la tendencia a recubrir el morbo y los excesos comunicacionales bajo un discurso de empatía y preocupación personal por los afectados.

En efecto, el enfoque con que los matinales (no tanto los noticiarios), abordan este tipo de casos, adopta usualmente una apariencia de solidaridad y compromiso personal, como si su principal motivación fuera acoger y ayudar a la víctima, y no exponer sus problemas a través de la pantalla para regocijo de la audiencia.

Este discurso, supuestamente empático y compasivo, sirve como fachada para recubrir, o darle una cierta pátina de justificación moral, el verdadero propósito que persiguen los matinales con este tipo de enfoques, que es simplemente el de obtener mayor rating y aumentar su rentabilidad. No hay nada de malo en esto; lo que resulta crítico es la forma en que discursos valóricos y mercantilistas se entremezclan y confunden, hasta el punto de hacerse indistinguibles.

[cita tipo= «destaque»]Esta confusión de discursos –donde la preocupación por el otro se utiliza como coartada para la instrumentalización de ese otro, y se usa el primero para encubrir al segundo– es la crisis de alcance más amplio que la cobertura televisiva del caso de Nabila Rifo pone de manifiesto. [/cita]

El propósito de hacer justicia para Nabila Rifo se metamorfosea, así, en la cobertura televisiva que se hace del caso, en un supuesto propósito de compadecerse de Nabila Rifo o apoyarla, que encubre en verdad el propósito más profundo, el de instrumentalizar el caso y a la víctima, simplemente con objetivos de rating. El tratamiento otorgado a este trágico caso, y en particular la filtración que cometió Canal 13, constituyen así una metáfora de la mercantilización del Chile actual, donde, con el propósito de maximizar los beneficios de una determinada industria o persona, se pueden traspasar límites básicos, usando como pretexto discursos valóricos de distinto tipo.

Un procedimiento similar, si bien en planos completamente distintos, es el que utilizan las AFP, isapres, farmacias o las papeleras coludidas, cuando se contrastan sus discursos publicitarios con su real forma de accionar. Bajo un aparente discurso de buscar siempre lo mejor para los consumidores, lo que persiguen en realidad es beneficiarse del consumidor, aumentar lo más posible sus ganancias a expensas de este.

Entonces, mientras ambos discursos coinciden, es decir, mientras los beneficios al consumidor y la rentabilidad de las empresas resultan convergentes, no hay problemas y, en términos generales “el sistema funciona”. Cuando estos discursos, por alguna razón, se contraponen, ya sea porque los consumidores se vuelven muy exigentes o se organizan o porque la competencia es demasiado dura o, simplemente, porque los vacíos en las regulaciones lo permiten, entonces se muestra efectivamente cuál de los dos discursos tiene primacía: aparecen así las colusiones, las preexistencias, las reprogramaciones unilaterales y los engaños. En pocas palabras, los abusos.

El atropello a la privacidad de Nabila Rifo es otra prueba dramática de este trato abusivo. Mientras la supuesta preocupación personal por la víctima corre a parejas con los objetivos de rating que persigue el canal, el sistema funciona. Los matinales ofrecen una cobertura de alta audiencia, al tiempo que dan la imagen de estar prestando un servicio social, quizás más bien un servicio personal, de compromiso y apoyo a la víctima. Cuando los discursos se distancian, es decir, cuando el objetivo de obtener mayor rating demanda, más que un apoyo a la víctima, una invasión de su vida privada, emerge a la superficie entonces el propósito de fondo que guía a la televisión, y surge la instrumentalización de esta tragedia personal, para aumentar la audiencia.

Esta confusión de discursos –donde la preocupación por el otro se utiliza como coartada para la instrumentalización de ese otro, y se usa el primero para encubrir al segundo– es la crisis de alcance más amplio que la cobertura televisiva del caso de Nabila Rifo pone de manifiesto.

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