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Peña le da con un fierro a Pedro Guell: «El correcto ímpetu transformador se transformó de pronto en mala sociología y se alejó de la realidad» Dice que «eso fue lo que le pasó a Bachelet en estos mil días»

Peña le da con un fierro a Pedro Guell: «El correcto ímpetu transformador se transformó de pronto en mala sociología y se alejó de la realidad»

«Lo que en un político es sensata ambición transformadora, en manos de los intelectuales que se ganan la vida no exactamente pensando, sino dando ideas, redactando informes y escribiendo discursos, suele transformarse en un desvarío», sentencia el rector de la UDP, agregando que dichos intelectuales que soplan sus consejos al oído del poder buscan conceptos que justifiquen la decisión del político, «y de ahí entonces que cuando se les solicita fundamentar un proyecto de cambio suelen elevarse en búsqueda de premisas cada vez más abstractas, elevadas e inverificables hasta que así logran perder todo contacto, o casi todo, con la realidad»


En su columna semanal, el rector de la UDP, Carlos Peña, aprovechó el aniversario de los mil días del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet para evaluar cómo será recordado.

«Ante todo la ambición transformadora», escribe, agregando que desde que se recuperó la democracia «ningún gobierno había mostrado el apetito de cambio del segundo gobierno de Bachelet».

Peña le reconoce el haber sido la primera que sugirió «cambiar el carácter totalmente contributivo de esa modernización, por un enfoque universalista de derechos en algunas áreas básicas», consigna El Mercurio.

«Si en el sistema contributivo cada uno recibe en razón de haber previamente aportado», explica el abogado, «en el sistema universalista cada uno recibe bienes básicos en razón de ser miembro de la comunidad política. Allí donde cada uno en pensiones, salud o educación recibe tanto como dio, su gobierno declaró el propósito que en cada una de esas áreas cada uno reciba lo que necesita. Algo así no suprimía el mercado, simplemente lo corregía».

«Pero, desgraciadamente, lo que en un político es sensata ambición transformadora, en manos de los intelectuales que se ganan la vida no exactamente pensando, sino dando ideas, redactando informes y escribiendo discursos, suele transformarse en un desvarío. Los intelectuales que soplan sus consejos al oído del poder buscan conceptos que justifiquen la decisión del político, y de ahí entonces que cuando se les solicita fundamentar un proyecto de cambio suelen elevarse en búsqueda de premisas cada vez más abstractas, elevadas e inverificables hasta que así logran perder todo contacto, o casi todo, con la realidad», sentencia.

«Eso fue lo que le pasó a Bachelet en estos mil días», puntualiza Peña, explicando que el correcto ímpetu transformador se derivó en una mala sociología y «se alejó de la realidad: las complejidades de la modernización se redujeron a defectos del neoliberalismo, este último se equiparó a la expansión del mercado, el mercado al lucro, la expansión del mercado a falta de cohesión social, la falta de cohesión social a segregación, la segregación a peligro de una fractura social definitiva».

Y el análisis se vuelve más lapidario: «Y como se comprende, después de que el intelectual -siguiendo un concepto tras otro, hilando una palabra tras otra, rimando una idea con otra- diagnosticó ese trágico destino, las reformas aparecieron pálidas y pocas. ¿Acaso frente a grandes peligros no habrá que idear grandes soluciones? Había pues que radicalizarlo todo, así fuera nada más en las palabras. El resultado de todo esto fue la distancia, que las mediciones de opinión constatan, entre la subjetividad de las personas, la manera en que ellas viven y relatan su propia trayectoria vital, por una parte, y la manera en que el Gobierno y sus personeros describen la experiencia de dos décadas de modernización».

«Allí donde la gente ve una experiencia de autonomía y mejora material», continúa Peña, «el Gobierno y sus personeros ven una simple mercadización de la vida; y allí donde la gente disfruta la libertad y padece sus inevitables zozobras, el Gobierno y sus personeros ven un malestar que anhela comunidad y cohesión»-

«Por supuesto, es la gente la equivocada», asegura, argumentando que «uno de los rasgos del diagnóstico que efectúa el intelectual que sopla sus secretos al oído del poder, es que es irrefutable, porque cualquier dato que lo contradiga se explica al interior del propio diagnóstico. Así si la gente quiere escoger colegio y pagar por él en la competencia por el estatus que la modernización desató, ello es porque son arribistas y el arribismo es una forma de enajenación que el mercado, al acicatear la competencia, desató. Y si la gente no participa en gran número del proceso constituyente, ello es porque la política carece de legitimidad, que es justamente lo que la nueva Constitución viene a remediar. Lo que parecía desmentir el diagnóstico, concluye triunfante el intelectual, lo confirma».

«Todo ello -claro- hasta que la siguiente elección lo refute», dice, detallando que el «sensato impulso transformador» arriesga dar el triunfo por segunda vez a la derecha. Algo que, recuerda, no ocurrió durante todo el siglo XX.

«Hay que reconocerlo: todo un logro para apenas mil días», concluye.

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