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El técnico, el político, y el filósofo político Opinión

El técnico, el político, y el filósofo político


De un tiempo a esta parte, se ha vuelto un lugar común criticar a los políticos por su pragmatismo. De la mano con esta crítica, generalmente vemos una contrapropuesta que opera mediante una redefinición en la práctica del rol de los políticos. El resultado es que, irónicamente, esto puede resultar en un torpe pero aún más radical pragmatismo.

Lo que defiendo es que este dilema se puede comprender mejor al clarificar cuál es la función, la labor propia del político, labor que, cómo iré a defender, se encuentra entre aquella del técnico y del filósofo político.

La política debe siempre presuponer un horizonte normativo, es decir, un orden que no es el actualmente el existente, pero que se afirma debiera existir, un fin que se busca. Mas no se reduce a ello, pues también debe fijarse en cómo acercarse a este horizonte normativo, es decir, debe deliberar acerca de los medios que se han de emplear para llegar a tal fin.

Estos dos son los componentes que debe congeniar un político. Debe, tras una deliberación acerca de cuáles son los fines correctos, ver qué medios son los adecuados para realizar su idea en el mundo. Debe, en suma, ver como acercar el ser al deber ser.

Debe tenerse en cuenta, por un lado, que la deliberación acerca de medios presupone un fin, mas no la deliberación acerca de cuál ha de ser este, y, por otro lado, que la deliberación acerca de los fines no implica una reflexión acerca de cuáles han de ser los medios para lograr tal fin. El político se encuentra entre ambos roles, pero no se reduce a ellos. Se parece al técnico, pues delibera acerca de los medios necesarios para llegar a un fin, pero se diferencia de él, pues mientras el técnico no elige el fin que persigue, el político sí. Se parece al filósofo político, pues delibera acerca de fines, mas se distingue de él porque también debe fijarse en cómo realizarlos, en los medios que tiene a mano.

Poniendo esto en el contexto chileno, lo cierto es que parte de la crítica dirigida hacia el pragmatismo de la clase política tradicional se resume en su errónea lectura acerca de qué era lo posible, y por cómo traicionó los ideales políticos profesados. Acerca de lo primero, uno debe mantener en mente que el horizonte de posibilidades en un momento histórico, perfectamente puede ser distinto del horizonte de posibilidades presente en otro; y en todo caso, que se haya corrido el límite de lo que es posible no significa que tal límite no exista, sino que tan solo el anterior era un horizonte ideológico (y por supuesto, esto no debe llevarnos a pensar que todos los horizontes de posibilidades son ideológicos, y que basta el mero voluntarismo para correrlos aún más). Sobre lo segundo, acerca de la traición de los ideales, lo cierto es que el político, en su rol de filósofo político puede mantener siempre claro cuál es realmente el fin al que aspira, pero en su rol de técnico siempre mantendrá en mente cuáles son realmente los medios con los que cuenta, cuan factible es realizar el fin que se propone; un artesano no tratará de construir una mesa para la cual no tiene la madera. Un político puede perfectamente mantenerse fiel a sus ideales, aun si no llega a realizarlos del todo, pues como se descubriera en el siglo XVIII, hay un abismo entre el ser y deber ser.

En esta línea, hacer política en la medida de lo posible es perfectamente razonable, pues de hecho es la única medida que la política tiene. Lo condenable es, por supuesto, no hacer todo lo posible, y tener sueños normativos deplorables, pues así se es un mal técnico y/o un mal filósofo político. Pero no se puede criticar a los políticos por ser pragmáticos y no se les puede pedir más que una actuación en la medida de lo posible.

Acerca de lo dicho al principio de esta columna, es decir, como de la negación del pragmatismo puede nacer un pragmatismo aún más radical, lo cierto es que una vez que se descarta el trabajo pragmático del político, en principio quedaría solo su rol de filósofo político. Sin embargo, de la negación de lo pragmático, no se seguiría su supresión, puesto que los políticos siguen siendo distintos a filósofos políticos, pues los anteriores actúan sobre el mundo y éstos últimos no.

La negación de la pragmática no resultaría en su supresión, sino que resultaría en una política pragmáticamente torpe y discursivamente moralista. Una versión pragmáticamente torpe, pues en la medida que no se delibera conscientemente acerca de los medios que se tienen a mano, y tan solo se busca el horizonte normativo que se tiene, se es ciego a las consecuencias que tiene esta búsqueda. Por supuesto, este no es siempre el caso, pero puede llegar a pasar que, si es que no se tiene una visión pragmática,  justamente por buscar un ideal mayor, por buscar la mayor realización de una idea, se termine por dañar justamente aquellas conquistas del pasado que son valiosas en sí mismas, y que son el invaluable presupuesto de aquello que se quiere buscar. Es así como se llega a un pragmatismo aún más radical, puesto que instrumentaliza incluso aquello que es bueno en sí mismo. Y también se termina por dañar los medios que se tienen a disposición para perseguir los horizontes normativos que se tienen por comunes con otros actores. Esto dado que esta visión “no pragmática” tiene una fuerte tendencia a impedir el trabajo colaborativo entre distintos políticos, puesto que los políticos que reniegan de la pragmática tendrán dificultades a la hora de unirse con gente que no comparta del todo sus fines o su apreciación acerca de cómo lograr estos fines. Es solamente lógico que una postura que no se detiene a tener consideraciones prácticas tenga, derivativamente, dificultades prácticas. Y no debemos dejarnos tentar por los logros ocasionales del pragmatismo radical. En su propia negativa a considerar los efectos concretos de su actuar se encuentran las semillas de su propia destrucción.

Y esta negación del pragmatismo también nos lleva a una versión discursivamente moralista de la política, pues al negar su rol técnico, estos políticos resaltan su rol de filósofos políticos. Y así terminamos con políticos que usan su código moral para justificarse, políticos que le achacan a sus colegas “pragmáticos” traicionar sus ideales puesto que no los realizan del todo. Y así, estos políticos que reniegan del pragmatismo y se rehúsan a entrar en un cálculo de medios, se terminan por indignar, condenando todo aquello que signifique transar y no realizar del todo un ideal; paradójicamente, es a veces más fácil criticar cuando quien critica no ha logrado nada (no tranzar y por ello no caer jamás en contradicciones es otra forma de no quedar mal con nadie). Y de la mano de esta indignación viene una sarta de descalificaciones que muchas veces termina siendo contradictoria con los principios de estos “políticos no pragmáticos”, pues a veces estas mismas personas que abogan por una nueva política que no sea violenta (y que defienden una definición bastante amplia de violencia) terminan incurriendo en las formas más violentas de política. Y de la mano con este moralismo, viene el chantaje moral que se ve facilitado para quienes nunca comprometen sus valores políticos, pues se rehúsan, a priori, a entrar en la deliberación acerca de qué es de hecho es posible; así denuncian como traidor a todo político que no realice del todo las aspiraciones populares. Curiosamente, sin embargo, las más de las veces son los políticos que menos inciden en el mundo aquellos que más mantienen su pureza. Quizá será que inciden poco en el mundo no principalmente porque se los excluya, sino que porque ellos mismo se abstienen de actuar para así poder mantener su pureza. Al negarse a priori a deliberar explícitamente acerca de lo que está al alcance y lo que no, están en una posición extremadamente cómoda para criticar a los “políticos pragmáticos” por no realizar del todo sus horizontes normativos y una posición muy cómoda para tildarlos de traidores.

Por último, creo que debemos recordar que no solo los políticos de profesión se dedican a la política, sino que todos participamos de ella a diario. Todos somos políticos. Todos, a nuestra manera, aportamos a que el discurso político tome una forma, y debemos ser conscientes de ello. Al incidir en la vida pública debemos, al mismo tiempo que defendemos una visión acerca de cómo es la sociedad idea, ver en qué medida es posible realizar esta visión, y ver explícitamente cuales son las consecuencias prácticas que nuestro activismo político trae.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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