Publicidad
Los síntomas en el naufragio de la DC Opinión

Los síntomas en el naufragio de la DC

Con la partida del «controlador», Gutemberg Martínez, la DC naufraga mientras las nuevas generaciones, que debieran ser las mandatadas a rescatarla, también abandonan el frágil barco por no sentirse representados. Chile requiere el aporte, compromiso y valores fundacionales de la DC, y al parecer estos tendrán que renacer y dotarse de una nueva institucionalidad con una mirada más fuera que dentro del partido, para sobrevivir y proyectarse.


Los partidos políticos son, más que nunca hoy, un síntoma de aquello que llamamos la crisis de la representación en el mundo. Los fenómenos globales han hecho más evidente la dificultad de los distintos conglomerados de adaptarse a los tiempos, con la consiguiente pérdida de repercusión democrática.

Lo que vive estos días uno de los partidos más emblemáticos en Chile, la Democracia Cristiana, nos muestra precisamente el resultado de no haber sabido adoptar prácticas en sintonía con la governance, exigible quizás más que a ninguna otra institución. La forma en que los países formulan y revisan constantemente sus leyes, en sintonía con las exigencias de la sociedad, ha parecido un ejercicio ajeno a las organizaciones políticas y eso es lo que ha llevado a la DC a convertirse en ícono de esta carencia.

Desde el conocimiento de la gobernanza, podemos afirmar que los partidos políticos deben reinventarse para estar a la altura de los desafíos. La globalización ha transformado a tal punto la manera de hacer política que los partidos se han ido quedando atrás y no han encontrado el camino para dar al pueblo una forma de participación y control que permita seguir consolidando los sistemas democráticos. El puente, el diálogo, la capacidad de vincularse permanente y directamente con sus electores, se rompieron, pero en las cúpulas partidarias no quisieron enterarse.

Los cambios estructurales en la economía, las transformaciones culturales y sociales, la crisis de representación de las instituciones del Estado, han contribuido a este desapego. ¿Cómo interpretan los políticos la voluntad ciudadana para una mejor toma de decisiones en pro del bien común?
[cita tipo=»destaque»]La crisis no es menor. Los sistemas democráticos dependen de una compleja red de estructuras que sean capaces de canalizar las voluntades individuales y convertir los anhelos ciudadanos en hechos concretos, en avances sociales. Los partidos políticos, en ello, son esenciales. Y la falange resulta emblemática, o lo era, en ese hacer, en tanto partido representativo, en sus buenos tiempos, de la clase media chilena, una mayoría que se fue escindiendo paulatinamente, subdiviendo en grupos con intereses distintos, separados entre sí por visiones ideológicamente opuestas en asuntos tan fundamentales como los valóricos (divorcio, aborto) y, en general, en una visión de mundo y sobre cómo hacer las cosas (lucro, educación, salud pública).[/cita]

En la DC, la gota que rebasó el vaso fue la salida de quien ejercía el rol de controlador de facto, de la tradición, los valores y el modus operandi. Gutenberg Martínez, siguiendo la misma decisión de su esposa, Soledad Alvear, de dar un paso al costado, se lleva consigo la forma emblemática de hacer las cosas dentro del partido; y la conexión con el sentido de propósito de sus padres fundacionales. Y deja a la institución en la cima de su desarticulación.

La crisis no es menor. Los sistemas democráticos dependen de una compleja red de estructuras que sean capaces de canalizar las voluntades individuales y convertir los anhelos ciudadanos en hechos concretos, en avances sociales. Los partidos políticos, en ello, son esenciales. Y la falange resulta emblemática, o lo era, en ese hacer, en tanto partido representativo, en sus buenos tiempos, de la clase media chilena, una mayoría que se fue escindiendo paulatinamente, subdiviendo en grupos con intereses distintos, separados entre sí por visiones ideológicamente opuestas en asuntos tan fundamentales como los valóricos (divorcio, aborto) y, en general, en una visión de mundo y sobre cómo hacer las cosas (lucro, educación, salud pública).

Mientras ese proceso de disociación estaba ocurriendo frente a sus ojos, este partido en mayor medida – todos los demás también – descuidó gravemente tres dimensiones fundamentales o problemas que debía procurar resolver: su alineamiento tras un propósito superior (el eje central de toda governance); el empoderamiento paulatino de las nuevas generaciones y la accountability de los dirigentes a las bases, al país, y a esos mismos ideales (ambos, mecanismos claves para bajar la governance a la organización y a la acción y así mantener la representatividad y legitimidad, y poder proyectarse al futuro); y el problema de la gobernabilidad de sus alianzas estratégicas que terminaron por fragmentarla, diluirla y anteponer los fines de facciones y personas a los institucionales -reblandeciendo la ética, los valores e hiriendo de muerte su esencia basada en el espíritu social-demócrata y respetuoso de la dignidad humana.

Con la partida del «controlador», la DC naufraga mientras las nuevas generaciones, que debieran ser las mandatadas a rescatarla, también abandonan el frágil barco por no sentirse representados. Chile requiere el aporte, compromiso y valores fundacionales de la DC, y al parecer estos tendrán que renacer y dotarse de una nueva institucionalidad con una mirada más fuera que dentro del partido, para sobrevivir y proyectarse.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias