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La confesión de Gerardo Varela: de la sátira al escarnio público Opinión

La confesión de Gerardo Varela: de la sátira al escarnio público

Andrés Cabrera
Por : Andrés Cabrera Doctorando en Sociología, Goldsmiths, University of London. Editor Otra Frecuencia Podcast.
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Más allá de lo que la prensa ha llamado insistentemente “errores no forzados”, lo que verdaderamente genera preocupación en el Gobierno de Sebastián Piñera es que la pérdida relativa del control de la agenda se da en un contexto en el que empiezan a resonar los “ecos de la calle”. Prende la incertidumbre en el gran empresariado y en el Ejecutivo, ya que saben que el principal déficit político del primer mandato de Sebastián Piñera fue su incapacidad para contener la emergencia de los movimientos sociales. La derecha sabe que abrió –deliberadamente o no– un flanco. Por ahora, quedará abierta la pregunta sobre si Sebastián Piñera, al igual que en el pasado, puso a la cabeza del Ministerio de Educación un “fusible de corto alcance”, el cual en esta oportunidad tendría como único objetivo “tantear” la respuesta de “la calle” ante la ofensiva restauradora.


«Una explicación necesaria”. Así se titula la columna que el ministro de Educación Gerardo Varela publicó este domingo en El Mercurio, medio que hace solo unos meses cobijaba sus satíricas columnas. El tono de la confesión está plagado de frases hechas. Palabras de buena crianza que permiten a Varela reconocer su error, el cual, se apresura a restringir a un desafortunado “comentario sobre sus hijos”.

En resumidas cuentas, lo que quiere justificar el ministro es que su exclusiva equivocación es una especie de resabio profesional. Una “anécdota” que, muy probablemente, hubiese causado furor en aquellos cafés de Sanhattan frecuentados por lo más refinado del “mundo del derecho”, pero que en los rituales de la política es una broma de mal gusto que termina oliendo mal. Por lo tanto, de ahora en más, el lenguaje del secretario de Estado se volcará a detallar los “temas esenciales de la educación” con una “visión de futuro”.

Por supuesto, podríamos efectuar una exégesis hermenéutica mucho más acabada acerca de la prosa de Gerardo Varela. Algo de esto ya habíamos adelantado con Alberto Mayol en ciertos pasajes de nuestro libro Frente Amplio en el momento cero, en el que detallábamos explícitamente –antes de que hubiera indicio alguno de que el flamante columnista sonara como carta para conducir el ministerio más complejo de la última década– que la satírica y errónea pluma de Gerardo Varela no tenía límites (véanse páginas 137-138 de la obra citada).

La pluma del ministro no solo daba cuenta de una clara ceguera analítica respecto al actual ciclo sociopolítico, sino también, y más grave aún, tendía a despreciar políticamente a sus opositores políticos, especialmente al Frente Amplio. Recuérdese su icónica comparación entre el bloque emergente y las “garotas de Río”, realizada el domingo posterior a las elecciones del 19 de noviembre (también referenciada en el libro): “El FA se parece a las garotas de Río de Janerio. Desde lejos se ven jóvenes y estupendas, pero una vez que uno se acerca no todas son ni tan estupendas ni tan garotas”. Claramente, la seguidilla de exabruptos era tolerable para el columnista más “dicharachero” de los medios adscritos al partido del orden, más no para un ministro de Educación.

Con todo, es evidente que estamos ante un arquetípico caso en que el contenido de una misiva pública es mucho menos relevante e intrascendente que el síntoma que ella misma manifiesta. Dicho de otro modo, la carta confesional de Varela dice mucho menos que la señal política que el Gobierno de Sebastián Piñera intenta dar. “La política no es lo que es, sino lo que parece ser”, suele repetir como un mantra el asesor periodístico de este medio, Mirko Macari. Quizás no hay otro axioma más propicio para sumergirnos en este caso.

[cita tipo=»destaque»]»Pareciera ser» que la imagen proyectada por la confesión de Varela es nada más que el ejercicio de un escarnio público ejecutado por un Gobierno restaurador. Sebastián Piñera y los cuadros políticos más experimentados del bloque sabían que era necesaria una ‘reprimenda ejemplificadora’. El escarnio estaba a la vuelta de la esquina. Tanto es así, que el día jueves por la tarde el vespertino La Segunda, en vez de poner en portada la multitudinaria marcha estudiantil, festinó con la fotografía de Varela y el titular: “Campeón en problemas”. Por supuesto, lo más importante de dicho ejemplar no era la portada, sino la sentencia ejecutora de Andrés Allamand, quien reconocía que Varela “debe erradicar sus resabios de columnista que han impregnado su estilo (…) debe hacer noticia más por el programa político que por sus declaraciones (…) estoy seguro de que Varela va a aprender rápido y que hará desaparecer los ripios en su estilo que pueden haber afectado el conocimiento de su gestión”. A confesión de parte, relevo de pruebas.[/cita]

En efecto, «pareciera ser» que la imagen proyectada por la confesión de Varela es nada más que el ejercicio de un escarnio público ejecutado por un Gobierno restaurador. Sebastián Piñera y los cuadros políticos más experimentados del bloque sabían que era necesaria una ‘reprimenda ejemplificadora’. El escarnio estaba a la vuelta de la esquina. Tanto es así, que el día jueves por la tarde el vespertino La Segunda, en vez de poner en portada la multitudinaria marcha estudiantil, festinó con la fotografía de Varela y el titular: “Campeón en problemas”. Por supuesto, lo más importante de dicho ejemplar no era la portada, sino la sentencia ejecutora de Andrés Allamand, quien reconocía que Varela “debe erradicar sus resabios de columnista que han impregnado su estilo (…) debe hacer noticia más por el programa político que por sus declaraciones (…) estoy seguro de que Varela va a aprender rápido y que hará desaparecer los ripios en su estilo que pueden haber afectado el conocimiento de su gestión”. A confesión de parte, relevo de pruebas.

El escarnio de Varela expresado en la publicación de sus confesiones en El Mercurio debía consumarse precisamente este domingo, el mismo día en que publicaba sus columnas. Tanto es así que, desde este lunes, es probable que nos topemos con un Varela purificado mediante el arrepentimiento de sus palabras.

Para el orden restaurador, la incontinencia verbal de Varela y sus resabios sarcásticos permitieron que Sebastián Piñera perdiera por primera vez el control de la agenda en lo que va de su segundo mandato, el cual había demostrado cierta eficacia durante su primer mes. Es más, Varela se transformó durante esta semana en el símbolo del Gobierno restaurador, cuestión que quedó clara en la pasada rutina de Yerko Puchento donde literalmente –y como siempre advierte el humorista– “hizo bolsa” tanto a Varela como al propio Gobierno que representa. Podrá relativizarse este punto, pero sociológicamente hablando no es menor que en la ‘sociedad de las audiencias’ –y replicando ciertos patrones asociados al agotamiento histórico que experimentan los sectores dominantes– un ‘bufón’ impacta mucho más en la población que una confesión pública por parte de un ministro en un medio de prensa fáctico.

La encarnación restauradora de Varela, también fue adornada esta semana con las despreciables palabras del diputado UDI Ignacio Urrutia, tildando de “terroristas” a las víctimas de crímenes de Estado durante la dictadura (situación dejada sin ningún tipo de sanción por la UDI, dando cuenta del negacionismo histórico que aún se vive en dicho partido), además de la designación nepotista del hermano de Sebastián Piñera en la embajada de Argentina o la compra de un lujoso automóvil Lexus de 70 millones para la comitiva del Presidente, en un período en que la política económica diseñada por Hacienda se basa en “la reducción del gasto fiscal”. Sello tan propio de la marca neoliberal.

Más allá de lo que la prensa ha llamado insistentemente “errores no forzados”, lo que verdaderamente genera preocupación en el Gobierno de Sebastián Piñera es que la pérdida relativa del control de la agenda se da en un contexto en el que empiezan a resonar los “ecos de la calle”. Prende la incertidumbre en el gran empresariado y en el Ejecutivo, ya que saben que el principal déficit político del primer mandato de Sebastián Piñera fue su incapacidad para contener la emergencia de los movimientos sociales.

La derecha sabe que abrió –deliberadamente o no– un flanco. Por ahora, quedará abierta la pregunta sobre si Sebastián Piñera, al igual que en el pasado, puso a la cabeza del Ministerio de Educación un “fusible de corto alcance”, el cual en esta oportunidad tendría como único objetivo “tantear” la respuesta de “la calle” ante la ofensiva restauradora. ¿No fue Varela quien, a una semana de haber asumido como ministro, declaró a Reportajes de La Tercera que “el tiempo de las marchas ya pasó, hoy se quiere ver a los estudiantes en las aulas”?

La hipótesis no deja de ser coherente. Si la táctica del “cambio de fusible” es lo que está en el fondo de este escarnio hacia la figura de Varela, es un hecho que la ofensiva restauradora de Sebastián Piñera está dispuesta a “jugar con fuego” en un contexto en que solo una chispa puede incendiar una “calle” que hoy –a diferencia del acontecimiento del 2011 desatado durante su primera Presidencia– ha logrado “instalar un pie” en el Congreso.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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