Por ahora los partidos parecen estar abocados al indispensable pero parcial esfuerzo por establecer un perfil propio que los distinga de sus pares. Y, como era de esperar, el campo escogido para hacer más nítido el perfil propio, se concentra en los contactos con el gobierno. Esto con la finalidad de establecer acuerdos parciales que obliguen a los demás a seguir el ejemplo y sumarse a los logros ya obtenidos. Con esto no se está haciendo un alarde de astucia.
El gobierno ha dividido a la oposición mediante el uso de un método para llegar a acuerdos: la convocatoria a participar de comisiones no previamente concordadas. Con esto puede considerar que está obteniendo un éxito y, sin duda, lo es en la coyuntura, pero ¿durante cuánto tiempo se podrá emplear tal procedimiento?
Nadie discute que, en las materias de acuerdo nacional, la resolución y debate formal corresponde al parlamento y se realiza en el parlamento. Sin duda, las instancias previas son muy importantes en la misma medida en que sean concordadas con los mismos con los que se quiere establecer el diálogo.
Si quien define estas instancias es unilateralmente el Ejecutivo, entonces estas instancias son de gran importancia para el Ejecutivo, pero no compromete el apoyo colectivo de la oposición. Al parlamento no se puede llegar con resoluciones sino con proposiciones.
Participar a título personal de una comisión convocada por el gobierno es completamente legítimo, quienes lo hagan podrán decir después si sus ideas fueron tomadas en cuenta. El resultado debe ser considerado en su mérito. Pero propiamente, no se trata de trabajo prelegislativo.
Si el entendimiento es la meta, el entendimiento ha de ser el método para establecer un diálogo fructífero. En caso contrario, se agrega un paso para llegar a acuerdo, en vez de acortar camino.
[cita tipo=»destaque»]“Uno pudiera esperar que se encendieran todas las luces de alarma en la dirigencia opositora ante una trampa evidente. No necesariamente es así. No todo el que está a la cabeza está dirigiendo. Estar en la cúspide no siempre sirve para ver más lejos, más cuando el que está en la cumbre se está mirando el ombligo”.[/cita]
Quienes estando en la oposición participan de las comisiones lo hacen de buena fe y a la espera que sus puntos de vista logren acercar posiciones. Saben también que su participación es a título personal, y aceptan el riesgo de verse frustrados en sus buenas intenciones.
Si las resoluciones son las que se tenían desde antes de convocar y de lo que se trata es de ganar puntos comunicacionales para presionar a los propios parlamentarios, la iniciativa será un paso en falso. Romperá las confianzas y se volverá contra sus propios inspiradores.
Lo que va a pasar en la oposición está predicho. Participar de estas instancias de gobierno tiene su costo, y no hacerse presente también lo tiene. El dilema es especialmente agudo en el caso de los parlamentarios. En particular en aquellos que sus partidos han tomado la decisión de no hacerse parte de la iniciativa, y los parlamentarios tienen un alto interés en los temas que se están debatiendo.
En esos casos no hay que ser brujos ni adivinos para saber cómo van a actuar. Varios a lo menos. Mirando las cosas con patriotismo y altura propia de estadistas, quieren contribuir. Mirando las cosas con pragmatismo, no están dispuestos a que la discusión les pase por el lado, la construcción de acuerdos no los tome en cuenta y pierdan protagonismo. Por causas sublimes y/o mezquinas, en el conflicto el hilo se cortará por lo más débil. Y lo más débil hoy son las conducciones partidarias. Como resultado, la oposición se presenta dividida.
Para decirlo de un modo retórico y cándido, uno podría preguntarse si este fue un resultado buscado a plena conciencia por el Ejecutivo. Por supuesto que la respuesta es que sí.
En una convocatoria importa quien convoca y cómo lo hace. La pregunta clave en el caso de la comisión establecida es ¿por qué se usó el método de la designación a dedo cuando era posible concordarlo con las jefaturas de la oposición?
Para decirlo de un modo directo: Esta es una metodología para lograr los votos suficientes en ambas cámaras, sin llegar a acuerdos políticos con la oposición considerada como un todo. El procedimiento empleado viene de la más remota antigüedad. A lo mejor un día se descubra que el mismo que inventó el hilo negro fue al que se le ocurrió la máxima “divide y vencerás”. En estos días debiéramos recordar este aforismo dicho desde el otro punto de vista: “déjate dividir y eres un inepto”.
No cabe duda de que el oficialismo está actuando con confianza, incluso con un exceso de confianza, el que puede tener su origen en una evaluación algo desdeñosa sobre la precariedad de la oposición. Simplemente no habría nada que temer puesto que se estaría ante un conglomerado en plena disolución. Más todavía, los mismos partidos se encontrarían con procesos internos evidentemente complejos.
Por si fuera poco, y en claro contraste, se une la ausencia de un liderazgo aglutinador e indiscutible como lo fue el de Michelle Bachelet en el pasado reciente.
Y si faltara algo por mencionar, se puede decir que las figuras más emblemáticas de la centroizquierda no hacen un misterio de su pesimista evaluación del momento por el que atraviesan. Casi unánimemente estiman que la reconstitución es un proceso que va para largo. Por lo demás, no se dispone de un calendario o cronograma de los pasos a abordar para dar inicio a una etapa de reconstitución.
Por ahora los partidos parecen estar abocados al indispensable pero parcial esfuerzo por establecer un perfil propio que los distinga de sus pares. Y, como era de esperar, el campo escogido para hacer más nítido el perfil propio, se concentra en los contactos con el gobierno. Esto con la finalidad de establecer acuerdos parciales que obliguen a los demás a seguir el ejemplo y sumarse a los logros ya obtenidos. Con esto no se está haciendo un alarde de astucia.
Esta es la situación ideal para un gobierno en el inicio de su período. Más allá del buen concepto que tengan de sí mismas las autoridades oficialistas, lo cierto es que no se necesitan dotes especiales para administrar esta situación a su favor.
Basta saber repartir la atención y el acercamiento entre los múltiples grupos en que se ha dividido la oposición, alcanzar acuerdos en algunos puntos aquí y allá, cediendo en lo lateral, y se pueden construir mayorías circunstanciales en los temas que resulten de su interés.
Uno pudiera esperar que se encendieran todas las luces de alarma en la dirigencia opositora ante una trampa evidente. No necesariamente es así. No todo el que está a la cabeza está dirigiendo. Estar en la cúspide no siempre sirve para ver más lejos, más cuando el que está en la cumbre se está mirando el ombligo.
De momento hay que evitar cometer errores innecesarios. Los partidos de la oposición están en un proceso de reconstitución que va desde dentro hacia fuera. Primero las resoluciones son internas y, luego, tendrán que comunicarse y compartirse entre todos, empleando las modalidades que parezcan más convenientes.
En circunstancias que se está siendo emplazados por el gobierno de derecha, habiendo los partidos definido e implementado cursos de acción diferenciados, hay que tener mucho cuidado en graduar las expectativas que surgen cuando se convoca a reuniones de coordinación. En particular si se deja crecer la ilusión de conseguir una unidad táctica de comportamiento que, a esas alturas, ya no era posible.
Se hizo noticia por algo que no pasó, que no podía pasar y que no se podía tener como objetivo que pasara. En adelante se tratar de actuar destacando en positivo lo que se puede hacer, operar con realismo y destacar los puntos en común.
Lo que más requiere la oposición en las actuales circunstancias es recuperar la capacidad de definir una política de agenda nacional. Establecer un liderazgo responsable en la oposición conlleva la definición en todos los temas de relevancia nacional, a un nivel que le permita establecer un contrapunto con La Moneda. Todo lo demás se quedará por debajo de las exigencias que la ciudadanía le puede hacer para recuperar su confianza mayoritaria.
A la oposición la unen tres cosas: el convencimiento de que, al final del camino, la decisión se toma en el parlamento; la constatación de que Piñera optó por no entenderse institucionalmente con la oposición; y, la necesidad de hacer valer sus puntos de vista propios. Estos son puntos que destacar, junto con el hecho que la real voluntad de diálogo del gobierno es algo a comprobar y no algo que se pueda presuponer. Concentrémonos en explicitar propuestas sin seguir el ritmo que nos quieren poder desde fuera.