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El dilema de los acuerdos políticos entre Gobierno y oposición Opinión

El dilema de los acuerdos políticos entre Gobierno y oposición

Marco Moreno Pérez
Por : Marco Moreno Pérez Decano Facultad de Ciencia Política y Administración Pública, Universidad Central de Chile.
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La oposición se verá tensionada por la disyuntiva acerca de cómo avanzar en esta lógica de acuerdos. Bien saben en la DC, ex NM y FA que radicalizar la crítica y la oposición es la estrategia a la que más se recurre para hacerse notar en un modelo de democracia de audiencias como el que parece haberse instalado en el país. Este dato de la realidad se convierte en un poderoso acicate y argumento táctico para un escenario donde predomine la lógica del antagonismo.


Comienza el segundo mes de la nueva administración piñerista, donde se estrenara la cuidada estrategia de La Moneda de los llamados cinco acuerdos nacionales. Como se sabe, la implementación de estos se materializará a través de la conformación de mesas de trabajo ejecutivas. La primera de estas en ser instalada será la de infancia y a ella están convocados parlamentarios de Gobierno y oposición –incluidos diputados del Frente Amplio (FA)–, además de funcionarios del sector justicia a cargo institucionalmente del tema, ONGs –como el Hogar de Cristo–, académicos y la propia esposa del Presidente.

La estrategia, sin embargo, sigue siendo objeto de sospecha y recelo por parte de la aún fragmentada oposición en relación con lo que está en juego. Gobierno y oposición, más que hablar o dialogar entre ellos, en lo que parecen estar –por ahora– es compitiendo por la aprobación o legitimación ciudadana. Aquí radica el riesgo para los acuerdos políticos que busca el Gobierno.

El Presidente Piñera sabe que forma parte de un buen político –y su modelo ha sido siempre Patricio Aylwin– tratar de descubrir las oportunidades para el acuerdo, pero también sus límites en lo que los artífices de la transición a la democracia denominaban el “posibilismo estratégico”. En el actual contexto vuelven a tener sentido la gradualidad, la paciencia democrática que sabe renunciar al maximalismo de los propios principios, pero también a la grandilocuencia de retóricas unanimistas tan caras para Piñera y los sectores más conservadores de su Gobierno representados en la UDI y su presidenta, la senadora Jacqueline van Rysselberghe, y en sectores de RN.

Los acuerdos tipo consenso –y que Piñera ha bautizado como segunda transición– ciertamente no son imposibles, pero son escasos, y su apelación suele dificultar los acuerdos modestos que son más necesarios para la coyuntura actual. También sabe que no pueda radicalizar su discurso como lo hizo en campaña. Gobernar es algo diferente, que requiere de acuerdos y concesiones. De ahí que, cuanto más se instalen en el Gobierno las lógicas de campaña en el proceso legislativo, más se debilitará el respeto por el adversario y más improbable serán los acuerdos.

[cita tipo=»destaque»]El Presidente Piñera sabe que forma parte de un buen político –y su modelo ha sido siempre Patricio Aylwin– tratar de descubrir las oportunidades para el acuerdo, pero también sus límites en lo que los artífices de la transición a la democracia denominaban el “posibilismo estratégico”. En el actual contexto vuelven a tener sentido la gradualidad, la paciencia democrática que sabe renunciar al maximalismo de los propios principios, pero también a la grandilocuencia de retóricas unanimistas tan caras para Piñera y los sectores más conservadores de su Gobierno representados en la UDI y su presidenta, la senadora Jacqueline van Rysselberghe, y en sectores de RN.[/cita]

No cabe duda de que Piñera y sus cercanos tienen claro que la incapacidad de ponerse de acuerdo se traducirá más temprano que tarde en problemas de gobernabilidad. Estos se manifestarán en los bloqueos y vetos en el Congreso y, muy posiblemente, también en el inicio temprano del ciclo de protestas.

Pero el riesgo es compartido. La jugada de Piñera el mismo día en que se instaló en La Moneda, apelando a la búsqueda de acuerdos nacionales, dejó en una posición poco confortable a las oposiciones –DC por un lado y PS, PPD, PR y PC más las fuerzas del FA–, al instalar la vieja tensión entre las convicciones y las responsabilidades.

La oposición se verá tensionada por la disyuntiva acerca de cómo avanzar en esta lógica de acuerdos. Bien saben en la DC, ex NM y FA que radicalizar la crítica y la oposición es la estrategia a la que más se recurre para hacerse notar en un modelo de democracia de audiencias como el que parece haberse instalado en el país. Este dato de la realidad se convierte en un poderoso acicate y argumento táctico para un escenario donde predomine la lógica del antagonismo. Las posiciones comienzan a presentarse de modo tal que no se les puede confrontar con argumentos sino con la sola aprobación o rechazo. En el juego social así entendido, más que diálogo entre actores, lo que se busca es hablarle al público por cuya aprobación compiten.

Esto explicaría la tendencia a sobreactuar de los políticos, la priorización irrestricta del mensajes a los “propios” agudizando al interior de los partidos y movimientos el dualismo entre duros y blandos –halcones y palomas–, intransigentes y posibilistas y guardianes de la esencia versus entreguistas. La mala noticia para esta estrategia del antagonismo es que lo que favorece la coherencia interior suele afectar el crecimiento hacia afuera.

Entre el negativismo de la oposición, la lógica de barras bravas de quienes apoyan al Gobierno y la convocatoria a lo que solo puede ser solo un simulacro de búsqueda de acuerdos, se debaten actualmente las fuerza políticas. En dirimir esta difícil cuestión consiste el verdadero dilema de los acuerdos políticos, el límite que separa los compromisos de los acuerdos indignos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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