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Agenda de Género: Vigilar y castigar Opinión

Agenda de Género: Vigilar y castigar


Muchas y muchos podrían pensar que detrás de la propuesta de igualdad de género planteada por el gobierno de Sebastián Piñera no hay mayor sorpresa. Ya sea, porque es una paso necesario para una sociedad propiamente liberal o porque el tipo de iniciativas entregadas a la ciudadanía van en perfecta armonía con la línea ideológica del mandato de Chile Vamos. De ambas tesis, parece que no puede dejar de sorprender la directa suplantación de las demandas actuales y legítimas de la sociedad por la profundización de un modelo de crecimiento, encargado de hacer a todas las personas cada vez más sujetas a la productividad (por cierto, en un mercado laboral profundamente precario). Esta forma de compulsión laboral que el editor Cristián Bofill defiende con entusiasmo al momento de loar los avances de la mujer en la historia contemporánea en sus comentarios en televisión más allá de ser una respuesta a la demanda histórica de movimientos feministas, es una respuesta para la galería, o mejor dicho para el palco.

Por otro lado, también es peculiar el llamado al orden que hace el presidente mediante la coerción, legislando y judicializando derechos que nadie sabe si se fiscalizarán, intentando poner leyes que castigan una forma de violencia que no se resuelve únicamente encarcelando sujetos sino que cambiando los esquemas de relación social hacia la mujer y su cuerpo, de cambio cultural en la propuesta… nada.

El núcleo de la propuesta oficialista versa en la mayor inmersión de la mujer en el mundo laboral, esta se centra en entregar condiciones para la mayor integración de la mujer en el trabajo, al menos de esa manera fue planteado en la cadena nacional. El objetivo, entonces parece ser, no necesariamente sobre establecer derechos sociales a las mujeres sino que emparejarles un poco la cancha para que sean más productivas, como madres, como asalariadas y que de esta manera puedan dar recursos a la necesidad de mano de obra que requiere el mercado laboral, no necesariamente para la empleabilidad sino que para aumentar la competencia y la precariedad.

[cita tipo=»destaque»]El núcleo de la propuesta oficialista versa en la mayor inmersión de la mujer en el mundo laboral, esta se centra en entregar condiciones para la mayor integración de la mujer en el trabajo, al menos de esa manera fue planteado en la cadena nacional. El objetivo, entonces parece ser, no necesariamente sobre establecer derechos sociales a las mujeres sino que emparejarles un poco la cancha para que sean más productivas, como madres, como asalariadas y que de esta manera puedan dar recursos a la necesidad de mano de obra que requiere el mercado laboral, no necesariamente para la empleabilidad sino que para aumentar la competencia y la precariedad.[/cita]

Luego de siglos de abuso y explotación, hoy el oficialismo quiere mencionarla e igualarla al hombre en tanto sujetos de consumo, dentro de aquella zona gris más lamentable de la democracia liberal contemporánea. Esa zona gris es la que, dentro del discurso de su excelencia, representan las isapres, que luego de décadas de castigar a la mujer por maternidad y género, se ven compensadas aumentando los cobros a los hombres. Es decir, un mercado que por años fue el rostro de la injusticia, hoy es avalado por la institucionalidad y revierte su falta cobrando al género opuesto. Parafraseando al presidente ¿Cómo pueden las isapres tener tanta sed de ambición y de poder, que están dispuestas a seguir causándole tanto dolor y tanto sufrimiento a la gente?

Para que hablar del incentivo a la fertilidad que va justamente en la línea contraria a la ola actual, ya que luego de negar al feminismo sus derechos sexuales y reproductivos mediante la objeción de conciencia, se hace una afrenta pretendiendo hacer más eficiente la natalidad.

Todo esto huele mucho a testosterona, la agenda de género del oficialismo, el discurso, la retórica, al menos en término del cambio cultural que la ciudadanía espera, desde el fondo hasta la forma. Mal que mal, paradójicamente, el discurso del gobierno es dicho por un hombre, con un cuadro de un noble hombre atrás y citando a un ilustre Víctor Hugo (un hombre).

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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