Publicidad
Un poblador de la controvertida Villa San Luis revive la tragedia de sus habitantes Opinión

Un poblador de la controvertida Villa San Luis revive la tragedia de sus habitantes

Eduardo Labarca
Por : Eduardo Labarca Autor del libro Salvador Allende, biografía sentimental, Editorial Catalonia.
Ver Más


Mientras la Inmobiliaria Riesco, dueña de los terrenos, pugna por derribar el último edificio que sigue en pie de los 27 de la antigua Villa San Luis de Las Condes, el anciano jardinero Mario Romero recuerda la tragedia que padecieron después del golpe militar los habitantes de esa población modelo construida por el gobierno de Salvador Allende. Detrás de la Inmobiliaria Riesco, que cuenta con el visto bueno de la Municipalidad de Las Condes y el respaldo de la Cámara Chilena de la Construcción, está el Consorcio Financiero de Hernán Büchi, antiguo ministro de Pinochet.

El objetivo de la inmobiliaria ha sido dinamitar en tribunales la resolución del Consejo de Monumentos Nacionales que declaró monumento nacional los restos de la Villa San Luis, borrar de la memoria esas viviendas sociales y construir edificios de lujo en su lugar. Varios arquitectos de prestigio y un activo Comité de Defensa de la Villa San Luis han logrado bloquear las maniobras de la Inmobiliaria Riesco, de sus abogados y lobistas. Ahora los ojos están puestos en la decisión que adopte el gobierno pro empresas de Piñera frente a esta disyuntiva entre memoria, patrimonio e interés empresarial. El tema marcará el estreno de la ministra de las Culturas, las Artes y el Patrimonio, Alejandra Pérez, y del arquitecto Emilio de la Cerda, subsecretario de Patrimonio, que se ha mostrado dispuesto a escuchar a los defensores de la tesis patrimonial. La apelación del Consejo de Defensa del Estado ante la Corte Suprema contara el fallo de la Corte de Apelaciones que anuló la declaratoria de monumento nacional de los restos de la Villa San Luis es un primer signo a favor del resguardo de ese patrimonio.

Hoy, a los 74 años, don Mario Romero vive aquí en Las Cruces, el pueblito del Litoral de los Poetas donde escribo estas líneas. Se gana la vida jardineando como siempre mientras la salud le aguante. Lo vemos pasar con su sombrerito cuando un vecino lo llama para que le pode los pitosporos o le enchule los rosales y buganvilias. Porque desde niño don Mario se ha entendido con las plantas, yo lo he visto conversar con ellas.

[cita tipo=»destaque»]El objetivo de la inmobiliaria ha sido dinamitar en tribunales la resolución del Consejo de Monumentos Nacionales que declaró monumento nacional los restos de la Villa San Luis, borrar de la memoria esas viviendas sociales y construir edificios de lujo en su lugar. Varios arquitectos de prestigio y un activo Comité de Defensa de la Villa San Luis han logrado bloquear las maniobras de la Inmobiliaria Riesco, de sus abogados y lobistas. Ahora los ojos están puestos en la decisión que adopte el gobierno pro empresas de Piñera frente a esta disyuntiva entre memoria, patrimonio e interés empresarial[/cita]

Mario Romero nació en 1945 en el fundo Santa Rosa de Las Condes, cuyos terrenos al ser urbanizados se convertirán en la comuna de Las Condes, zona de prósperos vecinos y edificios elegantes. Él y su familia vivían precariamente en la población El Ejemplo, en la ribera del Mapocho, y tenían que escapar cada vez que el río venía crecido. El padre poseía un carretón con un caballo pero se dio al alcohol y el niño Mario tuvo que salir a trabajar para apuntalar a su madre y seis hermanos.

Don Mario cuenta que varias señoras del sector de Américo Vespucio lo llamaban para que les arreglara el jardín y recuerda especialmente a una de ellas. Tras una accidente que le dejó graves secuelas, esta dama había sido abandonada por su marido. A Mario lo trataba con afecto y “antes de fin de mes ella me pidió varias veces dinero prestado, que siempre me devolvió”.

La relación amable se encrespó cuando Salvador Allende fue elegido presidente, algo tan terrible para esta señora que al conocer la noticia se desmayó. En cambio Mario, su jardinero, se cuadró con el flamante gobierno que se alzaba contra las injusticias sociales y siguiendo la tradición de un abuelo se incorporó a la juventud comunista. Don Mario recuerda que “cuando Fidel Castro vino a Chile, la señora y sus amigas fueron a lanzarle huevos, pero nosotros llegamos con máscaras, las damas creyeron que éramos de su bando, nos dieron huevos y se los lanzamos a ellas”. El hijo mayor de la señora que le daba trabajo y algunos de sus compañeros del Grange School hacían violentas manifestaciones contra Allende en las esquinas.

Cuando el gobierno de la UP construyó detrás de la Escuela Militar la Villa San Luis, Mario Romero, que ya estaba casado y vivía con su mujer y tres hijos en la ribera del Mapocho, recibió un excelente departamento de dos dormitorios. Mientras él le arreglaba el jardín, la dama lo sermoneaba por ser comunista y en una ocasión fue a conocer los departamentos que él, sus hermanos casados y su madre habían recibido en los flamantes edificios. Un 7 de octubre, fecha en que Mario Romero estaba de cumpleaños, un contingente militar irrumpió violentamente durante el toque de queda en su departamento y en los de su familia. “Las patadas, los culatazos, los cañones apuntados a la cabeza de grandes y niños y un balazo que por suerte no hirió a nadie fueron el comienzo”. Los trasladaron boca abajo en un camión con los ojos vendados, “los milicos nos pisoteaban con sus botas, el viaje fue larguísimo, pasamos por caminos de ripio con curvas y virajes hasta llegar a un lugar que descubrimos era la Escuela Militar, que quedaba al lado de la población donde nos habían detenido: estos miserables pretendieron despistarnos”. Allí, simulacros de fusilamiento frente a un muro donde los pies se adherían al suelo y “cuando se me corrió la venda, vi lo que pisábamos: era sangre”.

“Más tarde una vecina me contó que la persona que nos había delatado a mí y mis hermanos era la señora que me daba trabajo y nos había visitado y sabía dónde vivíamos”, cuenta don Mario. De la Escuela Militar los hermanos Romero fueron trasladados a otro lugar, que resultó ser el cuartel general de Investigaciones de calle General Mackenna. Allí permanecían con los ojos vendados y hacinados en condiciones insalubres en la “Patilla”, de donde los sacaban para golpearlos, torturarlos con electricidad en los genitales y en la boca y ponerles inyecciones que los hacían perder la conciencia: “¿Dónde están las armas?” Cuando un preso murió por la tortura, su cuerpo fue dejado una semana a que se pudriera en la celda.

Los familiares los buscaron en cuarteles y centros de detención, algunos viajaron a los campos de concentración del norte, sin resultado. La mujer de Mario quedó sola con tres hijos sin medios de subsistencia y la dolencia al corazón que padecía se le agravó, lo que la afectará el resto de su vida.

El día de Navidad, tras permanecer dos meses y medio desaparecidos y cuando la familia los daba por muertos, los hermanos Romero fueron liberados y regresaron demacrados y con las marcas de la tortura a la población San Luis. Pero la dictadura no tardó en desalojarlos para “limpiar el sector de la escoria comunista” e instalar militares en esos estupendos edificios, antes de demolerlos y dar paso al negocio inmobiliario que hoy día causa controversia. A los pobladores que seguían junto al Mapocho en la población El Ejemplo, los militares los cargaron en camiones y los arrojaron a tierra en un camino de Pudahuel, levantando la tolva como se hace para descargar ripio.

Al quedar libre, Mario Romero pasó largos períodos sin trabajo y el matrimonio se trasladó donde sus parientes de Las Cruces, con un clima más favorable para su mujer, este pueblito en que ella morirá a causa de la enfermedad que se le había agravado mientras él estuvo desaparecido. Cuando quiso acogerse a las leyes que concedieron una pensión a los antiguos presos y torturados, don Mario tropezó con la imposibilidad de probar su detención pues ni en la Escuela Militar ni en Investigaciones se conserva la lista de los antiguos prisioneros. Hoy recibe una pensión de vejez de ochenta mil pesos mensuales y trabaja todos los días.

En Las Cruces, Mario Romero recuerda que tras ser liberado fue donde la señora que lo había delatado y le enrostró que “usted me mandó preso y no le importaron mis hijos que quedaron abandonados, a mí me pudieron matar”. Atrás estaban los tiempos en que ella conversaba con él, le pedía dinero y le había contado llorando el incidente en que a su hijo lo sorprendieron espiando a sus compañeras del Grange School cuando se duchaban después de la clase de gimnasia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias