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Una política científica para Chile, ¡ahora! Opinión

Una política científica para Chile, ¡ahora!

Luis Huerta
Por : Luis Huerta Físico teórico, Académico Universidad de Talca
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El sábado 14 de abril, ciudadanos del mundo en diferentes países, incluido Chile, se reunieron para dar testimonio de la importancia de estimular la creación de conocimiento científico, a través de políticas gubernamentales consistentes y sostenibles que posibiliten la existencia de un sistema de ciencia y tecnología adecuadamente financiado y suficientemente fuerte para abordar los diferentes problemas que enfrenta la humanidad.

La ciencia es esencialmente una forma de acumular conocimiento a través del esfuerzo humano de comprender el universo, la naturaleza y nosotros mismos como individuos y organizados en sociedad. La ciencia forma parte del ser mismo de la humanidad, junto al arte, la filosofía, la ética, los valores, las creencias y la política. Pero, junto a hurgar en el sentido mismo del mundo y la existencia, la ciencia nos provee de herramientas de entendimiento de la realidad que nos permiten transformarla –y preservarla– para el bienestar colectivo. En consecuencia, la sociedad se beneficia de personas que se dediquen a la ciencia que ayuden al conjunto a enfrentar las demandas del presente y los desafíos del futuro.

El conocimiento científico no tiene fronteras y, como tal, es transnacional. En el mundo de hoy, particularmente, los descubrimientos fluyen de un lugar a otro del planeta dentro de una comunidad científica que intercambia información e ideas. Aunque la actitud científica es espontánea, el trabajo de los científicos exige una formación larga y rigurosa, medios para el intercambio, infraestructura de laboratorios e instrumentación y procedimientos de estudio y análisis de la realidad. Este conjunto de requerimientos es satisfecho en la actualidad por políticas deliberadas, las cuales surgen en el contexto de las sociedades organizadas en naciones.

Así, los países construyen sus propios sistemas de creación de conocimiento que permiten abordar las inquietudes trascendentales –por ende, universales– junto a programas de investigación que asumen los asuntos más específicos de la nación respectiva. No obstante, es fundamental afirmar que los programas científicos, las personas que trabajan en ellos, la infraestructura y logística de las tareas correspondientes, se hacen sostenibles en la medida de que las políticas estén bien articuladas y provean de manera consistente y permanente cada uno de los elementos que permiten el trabajo de la ciencia.

Tal como un país debe contar con instituciones y normas que aseguren la convivencia de sus habitantes y puedan resolver las diferencias entre las personas, debe tener un sistema con sus elementos y regulaciones que promueva el desarrollo económico, social y cultural. La creación de riqueza material y espiritual es esencial para la misma convivencia de una sociedad que crece en tamaño y expectativas. Las necesidades se diversifican a medida de que el país crece, incorporando nuevos dominios de acción de las fuerzas productivas y de la cultura.

Es evidente que el camino para enfrentar los nuevos desafíos, que en algunos casos implica anticiparse a los mismos, es la creación de conocimiento específico a la realidad del país. Es este el aporte de la ciencia, entendida en todos sus ámbitos, desde la curiosidad pura que nos lleva a elaborar teorías para comprender el origen del universo hasta la capacidad de modelar realidades concretas como el manejo macroeconómico o la producción agrícola. Todo ello desemboca en capacidades para desenvolverse en la realidad cotidiana, algunas en el ámbito filosófico para enfrentar el por qué y para qué estamos, otras para hacer más eficientes los procesos productivos.

[cita tipo=»destaque»]Tenemos el camino abierto. El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación es una oportunidad para construir un modelo de navegación del sistema que mantenga todos sus elementos sintonizados y permita un progreso sostenible y no de idas y vueltas que significa malgastar recursos, afecta la continuidad de los proyectos de investigación y ahuyenta a los y las jóvenes de una posible carrera científica. Pero, para ello, el país debe plantearse seriamente la tarea de crear una verdadera política científica, articulada, consistente, con metas de mediano y largo plazo.[/cita]

¿Tiene Chile una política científica consistente que posibilite un avance sostenible en la creación de conocimiento para nuestros propósitos específicos, junto a aquellos de trascendencia global? Las universidades, institutos estatales y algunos centros científicos privados son los lugares donde se produce el conocimiento científico del país. La Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt) es, por su parte, el organismo estatal que administra los fondos para la ciencia, ofrecidos a través de concursos públicos. Una serie de otros organismos complementan la tarea, algunos como agencias de financiamiento, otros sugiriendo algunas políticas de fomento a la actividad científica y tecnológica. Ninguno de ellos, no obstante, provee en un análisis sistémico las políticas bien articuladas que un sistema de ciencia y tecnología virtuoso requiere.

Conicyt fue fundada hace más de 50 años, como un organismo vinculado directamente a la Presidencia de la República en una acción que llevó la firma de Juan Gómez Millas, un preclaro precursor del rol de la ciencia en el desarrollo de Chile. Conicyt fue “destinada a asesorar al Presidente de la República en el planeamiento, fomento y desarrollo de las investigaciones en el campo de las ciencias puras y aplicadas”. El carácter presidencial se perdió a un mes del golpe militar en 1973, cuando Conicyt fue intervenido y pasó a depender de facto del Ministerio de Educación. Fondecyt, por su parte, uno de los principales instrumentos de financiamiento de la ciencia fue creado hace más de 30 años, coincidente con el momento en que los fondos internos para investigación de las universidades públicas fueron derivados a un ente centralizado.

Desde ese momento, la ciencia en Chile recibió un impulso que años más tarde, tras la vuelta a la democracia, fue complementado por otros fondos de mayor envergadura (Fondef, Milenio, Fondap) que estimularon la asociatividad y el desarrollo de centros científicos orientados a grandes problemas de la ciencia y la tecnología. Desde el sector privado, en la década de 1980, la Fundación Andes incorporó un sistema de becas que estimuló la creación de programas de doctorado en el país, a lo cual se sumó Conicyt y, recientemente, el programa de Becas Chile.

Sería tedioso nombrar todo el conjunto de instrumentos de financiamiento de la ciencia actualmente existentes, pero es justo decir que Chile ha destinado recursos al fomento de la ciencia y la tecnología, y ello ha redundado en una comunidad cientifica significativa que cumple sus labores razonablemente bien. No obstante, la contribución de la ciencia al desarrollo del país sigue siendo el resultado de iniciativas individuales o de pequeños grupos, de manera relativamente azarosa o, al menos, no sistemática. Y ello es el resultado de que no existe realmente una política científica que aporte al “planeamiento” de las actividades.

Tanto el crecimiento como una menor desigualdad dependen de un mayor, y mejor distribuido, conocimiento en la sociedad, particularmente aquel conocimiento que nos permite aumentar la productividad e innovar. Pero, también, un país con una cultura propia en nuestras formas de convivencia, respecto de los derechos humanos, de la relación con la naturaleza y otros seres vivos, etc., necesitan de un sistema de generación de conocimiento que asuma entender nuestra realidad como su principal propósito. Chile no tiene un sistema científico de un tamaño suficiente para resolver los problemas del país y asegurar un futuro sostenible, en cuanto al desarrollo económico, el bienestar social y el progreso cultural. El número de científicos trabajando en Chile, per capita, es un tercio del de China. Paradójicamente, nuestro PIB es un 50% mayor que el del gigante asiático.

El país dio un paso importante al incorporar un Ministerio de Ciencia, aunque es necesario decir, a propósito de los párrafos anteriores, que debió ocurrir mucho tiempo atrás. La existencia de una entidad coordinadora de todos los esfuerzos en ciencia y tecnología, desde la Presidencia de la República, abre la posibilidad de estudiar las políticas públicas de una manera acorde con el carácter sistémico de la ciencia en el mundo actual. A diferencia de los primeros tiempos de la ciencia, cuando un puñado de personas tenía la oportunidad de trabajar como científico, la ciencia moderna avanza debido a la acción de muchos, en diferentes disciplinas. Como tal, la ciencia conforma un sistema de muchas partes interrelacionadas, donde la acción humana, sea esta la tarea individual o de grupos de trabajo de científicos, sea la introducción de políticas públicas, produce efectos que no siempre son posibles de predecir. Así, conforma lo que se conoce como un sistema complejo.

Entender el sistema científico con el fin de diseñar una política exitosa en orientar sus beneficios es imprescindible. Es esencial tener en cuenta la profunda interrelación entre cada parte del sistema a fin de no producir efectos contrapuestos en el desarrollo de políticas de fomento a la ciencia y la tecnología. Para ilustrar las dificultades que se presentan al no considerar este efecto sistémico, tomemos como ejemplo el Programa de Becas Chile, creado en 2008.

Los programas de posgrado, particularmente los doctorados, son esenciales en un sistema científico. Nadie podría disentir de que es necesario formar a los futuros científicos en las mejores universidades y centros de investigación. Ello no implica necesariamente que deban viajar al extranjero, pues, de nuestros doctorados nacionales han egresado investigadores tan competentes como aquellos formados fuera de Chile. No obstante, las oportunidades formativas que se presentan en las instituciones del primer mundo son enormes en comparación con lo que se puede ofrecer en el país, además de crear redes internacionales y adquirir competencias en el idioma inglés.

Uno podría concluir que el resultado de ese esfuerzo será investigadores más competitivos, con más posibilidades y capacidades de interactuar con otros investigadores del mundo. Sin embargo, una pregunta importante es si esa política tiene los efectos deseados respecto del sistema como un todo. Pues, no es importante solamente aumentar el número de doctores, sino con ello contribuir al mejoramiento y fortalecimiento del sistema: crecimiento en recursos humanos efectivamente insertados en el sistema; reforzamiento de las capacidades ya existentes o, eventualmente, apertura de nuevas líneas; impacto sobre la sociedad en sus distintos ámbitos, productivo, social, cultural.

Efectivamente, del programa de Becas Chile surge un efecto no deseado: la disminución de candidatos para los programas de doctorado nacionales, con impacto negativo en la capacidad y productividad de los grupos de investigación asociados a esos programas. Esa consecuencia redunda en un debilitamiento del sistema científico nacional y, con, ello un bajo o nulo crecimiento de los espacios para insertar nuevos investigadores, que justamente implica que los becarios graduados por Becas Chile tendrán dificultades para hallar una posición estable al regresar al país.

En este mismo ejemplo, se dio también inicialmente una situación no deseada. Con el fin de hacer que el acceso a las becas no discriminara socialmente se liberó al postulante de la exigencia de conocimientos de inglés en el momento de la postulación. Una vez adjudicada la beca, el becario debía acreditar un dominio mínimo del idioma en un plazo definido previo a la ejecución del subsidio. El resultado fue que un alto porcentaje de las becas otorgadas no pudo ejecutarse, porque los adjudicatarios no pudieron acreditar el dominio de inglés requerido.

Algunos de los efectos mencionados en el ejemplo anterior fueron subsanados o mitigados. Se posibilitó el acceso a extranjeros para las becas nacionales, con lo cual nuestros programas de doctorado han estado recibiendo estudiantes de otros países, principalmente de Latinoamérica. Se repuso la exigencia del dominio del inglés antes de la adjudicación, aunque ello afectó el propósito inicial –que, verdaderamente, era impracticable–. Pero, los efectos de una política, buena en sí misma, aunque no debidamente complementada con otras acciones, aún están por verse.

Asumir el problema del desarrollo científico y tecnológico desde un punto de vista sistémico posibilita incluir un mayor rigor en el diseño de políticas. A la vez, nos obliga a articular los organismos administrativos que gestionan distintos aspectos del problema. No obstante, siendo un sistema complejo es una empresa difícil. Pero, no sin esperanza: “la naturaleza puede producir estructuras complejas aún en situaciones simples, y que pueden obedecer leyes simples aún en situaciones complejas”.

Tenemos el camino abierto. El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación es una oportunidad para construir un modelo de navegación del sistema que mantenga todos sus elementos sintonizados y permita un progreso sostenible y no de idas y vueltas que significa malgastar recursos, afecta la continuidad de los proyectos de investigación y ahuyenta a los y las jóvenes de una posible carrera científica. Pero, para ello, el país debe plantearse seriamente la tarea de crear una verdadera política científica, articulada, consistente, con metas de mediano y largo plazo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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