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Investigación científica: ¿solo para los “problemas reales”?

Pablo Astudillo Besnier
Por : Pablo Astudillo Besnier Ingeniero en biotecnología molecular de la Universidad de Chile, Doctor en Ciencias Biológicas, Pontificia Universidad Católica de Chile.
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En años recientes, se ha vuelto frecuente ver opiniones que argumentan que toda la investigación que se desarrolla en un país debería tener algún tipo de orientación -en particular productiva- y/o resolver problemas o “misiones”. Como país, nos hemos visto sumidos en este fenómeno con particular fuerza. El relato detrás de las políticas de ciencia e innovación en años recientes, enfocado en la idea de la “economía del conocimiento”, de la “ciencia para la competitividad”, y de la “diversificación de la matriz productiva” (o su variante, la “superación del extractivismo”), tiene el efecto negativo de centrar la conversación en torno a la “orientación por misión” y a la resolución de “problemas reales”. Un ejemplo de este tipo de opiniones es la columna que Daniel Contesse publicó hace algunos días en Diario Financiero. Es posible comentar la idea de la orientación de la ciencia desde -al menos- dos perspectivas:

  1. a) El surgimiento de los desarrollos e innovaciones: Resulta inverosímil que la investigación motivada por entender los fenómenos naturales, culturales y sociales no constituya ningún tipo de aporte para un país, y sobretodo que no resulte necesaria para el avance de la tecnología y la innovación. No obstante, se han vuelto recurrentes los trabajos o relatos que se sitúan en una posición relativamente extrema respecto a estos temas (por ejemplo, para exaltar el papel de la “iniciativa privada y emprendedora” o para defender el rol del Estado, sin ningún tipo de matiz), o que hacen un análisis sesgado o simplificado respecto al nacimiento de algunas invenciones e innovaciones. Esto ha llevado a popularizar la idea de que, para promover la innovación y la solución a los problemas de un país, es posible -o incluso deseable- prescindir de la ciencia básica y motivada por curiosidad (o, en su defecto, reducirla a una expresión mínima).

Sin embargo, la realidad suele ser más compleja de lo que algunos recuentos simplificados nos buscan hacer creer. El aporte de científicas y científicos visionarios, impulsados fundamentalmente por su curiosidad, ha sido muy importante para diversas invenciones e innovaciones. Esta es una muy buena razón para sospechar de recetas de política pública que propongan que un país deba “orientar su ciencia hacia una que tenga vocación por resolver problemas reales, generar impacto”, pues incluso si deseáramos solo resolver problemas, la ciencia básica y/o motivada por curiosidad seguirá siendo necesaria.

  1. b) El problema de los “productos” de la ciencia: Hace algunos años, cuando comenzó a observarse el problema del surgimiento de grupos de “negacionismo” científico en torno a problemas como las vacunas, el cambio climático o la enseñanza de la evolución, no se le prestó la atención debida. Hoy, el problema ha adquirido una innegable relevancia política. El año pasado, millones de científicos salieron a marchar en cientos de ciudades alrededor del mundo, para defender -entre otras cosas- el uso de la ciencia en la adopción de políticas públicas.

Pero cuando vivimos en una era en la que el único conocimiento científico que es catalogado como “valioso” es aquel que solo resuelve problemas y fomenta el desarrollo económico, no es de extrañar este retroceso de la valoración de la ciencia. Esto nos recuerda que la ciencia puede (y debe) realizar aportes en múltiples dimensiones. Nos puede ayudar a resolver problemas definidos como relevantes por algunos, por supuesto, de igual forma que nos puede ayudar a adquirir conocimiento ampliado sobre nuestro mundo, así como también a generar información para desarrollar mejores políticas públicas.

[cita tipo=»destaque»]Resulta imposible coincidir con la idea de restringir el fomento de la ciencia a aquella orientada a resolver problemas, pues no solo arriesgamos dejar de recibir otras contribuciones igualmente valiosas de la ciencia, sino que incluso podríamos no ser completamente eficaces en el objetivo central de resolver los llamados “problemas reales”.[/cita]

Entonces, ¿por qué solo algunos tipos de “productos” de la ciencia son “valiosos” o merecedores del apoyo público a la I+D? No podemos olvidar que la investigación científica genera otros aportes que también pueden (y deben) ser considerados como valiosos para nuestra sociedad.

En resumen, resulta imposible coincidir con la idea de restringir el fomento de la ciencia a aquella orientada a resolver problemas, pues no solo arriesgamos dejar de recibir otras contribuciones igualmente valiosas de la ciencia, sino que incluso podríamos no ser completamente eficaces en el objetivo central de resolver los llamados “problemas reales”. Mención aparte merece una de las frases de Contesse que, a la luz de la evidencia, parece imprecisa: “Se trata de un cambio de paradigma y cultural. Pasar de una ciencia gobernada por científicos, con una lógica esencialmente centrada en la curiosidad y el interés personal, a una centrada en el interés del país y en los problemas reales”. Es importante defender la curiosidad científica, pero es igualmente relevante enfatizar que nuestro sistema difícilmente puede ser catalogado como uno “gobernado por los científicos”. Existe una importante discusión pendiente respecto a quiénes (y cómo) determinan los “problemas”, pero podemos afirmar con cierta seguridad que la comunidad científica ha permanecido constantemente excluida de las instancias de debate y diseño de políticas en el sector, e incluso podríamos afirmar que carecemos de una política científica propiamente tal. Entonces, no solo no es posible compartir la frase de Contesse, sino que incluso debemos recordar el enorme desafío que tenemos en cuanto a construir una institucionalidad para la ciencia y la innovación que provea un espacio a la comunidad científica (al igual que al sector privado y a otros actores, por supuesto) para definir una estrategia en estos ámbitos.

Cabe señalar, por último, que debemos terminar con la idea de que el interés o curiosidad de los científicos es incompatible con (o contrapuesto a) el interés del país. Es perfectamente posible que un científico escoja un tema de investigación porque legítimamente considera que responde a un problema real del país, de la misma forma que un problema designado como “prioritario” por un comité (político, por ejemplo) podría obedecer fundamentalmente a los intereses personales de quienes adoptan la decisión.

Cualquier política científica que se plantee el país pensando en el siglo XXI, incluso si se basa en relatos como el de la “cuarta revolución industrial”, necesitará garantizar un espacio importante para la exploración de la curiosidad y la ciencia básica. Como país, deberíamos tener precaución con las recetas que busquen limitar el espacio al desarrollo de la ciencia en cualquiera de sus formas, ya sea por “curiosidad” o por “misión”. Ambas son necesarias en nuestro objetivo de construir un país con mayor bienestar cultural, económico y social. En este sentido, debemos abordar reflexivamente sugerencias como la idea de que los científicos “que regresan” (estas recetas suelen olvidar a quienes se forman en Chile) se dediquen a “el desarrollo del emprendimiento y la innovación”. Nuestro sistema de I+D debe ser fértil, diverso y ambicioso, y las nuevas generaciones de investigadoras e investigadores pueden ser un “aporte valiosísimo” en todas las áreas y formas de generación del conocimiento. Solo de esta forma lograremos que la ciencia nos ayude a dar los pasos necesarios para avanzar en nuestro progreso y bienestar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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