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Transantiago: de micros y evasores

Diego Torres
Por : Diego Torres Ingeniero civil mecánico, Universidad de Chile.
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¿Nadie más está cansado de que nos traten pésimo cuando nos subimos al transporte público? No al metro, obvio, porque el metro funciona bonito, limpio, casi sin atrasos, todo bien. Es el transporte por las calles el problema, y un problema ante el que no podemos hacer nada.

Llegué a Santiago el 2007. Marzo de 2007, para ser exactos, así que no conocí las micros amarillas. Sí recuerdo los comentarios de amigos o familiares santiaguinos: nada humano, te llevaban colgando si así podían cortar un boleto, andaban a doscientos por hora tratando de ganarle pasajeros al de atrás o a la otra línea y te tiraban las monedas a la cara si pagabas escolar. No tengo por qué no creer, así funcionan todas las otras micros que todavía se pagan con monedas en el resto del país, como las de valpo, que son entre risa y miedo de que el chofer se desbarranque y te caigas al mar. Pero bueno, era la promesa de un transporte digno, nadie se iba a oponer a viajar como gente, menos cuando se compara con lo que estaba antes.

Nos dijeron un montón de veces que el precio del pasaje no se sostenía con el nivel de evasión actual. Lo primero que nos dice eso es que la lógica del transantiago es de autosustentación financiera, lo que me parece un despropósito para un servicio público. ¿Podría funcionar bajo esta lógica, no sé, un hospital o un colegio público? En Chile sí, claro que podría, este paisito es bien especial. La cosa es que no debería, porque la gracia de que sea público y no privado es que pueda tomar en consideración los beneficios sociales no monetizables. Pareciera que el transporte digno en una ciudad tan mal hecha como Santiago no es relevante para nadie, menos para los paneles de expertos o políticos. No le interesa a la prensa, gente, no sé, nadie. Si el transantiago, luego de dar un servicio digno, queda con números rojos, ¿qué importa? Algo que toque de vuelta a los que tienen que viajar cuarenta o más kilómetros diarios, dos horas o tres arriba de la micro para llegar a la pega y de vuelta a la casa. Porque son ellos los que más sufren. Obvio que si vives en Providencia y trabajas en Las Condes te puedes ir en bici o caminando y te da lo mismo la micro y las ruedas y los asientos y todo eso, pero ¿de Maipú a Las Condes? ¿De Puente Alto? ¿De Quilicura? ¿Una hora y media en una micro llena, rota y que anda a los tumbos con un chofer al que no le importas? ¿Y pagando casi 1500 pesos diarios? Basta. Una ciudad donde la mitad gana menos de cuatrocientas mil pesos te obliga a pagar más del 10% del sueldo bruto en moverte como vaca. Por último que fuera barato, pero no. Es caro y malo. Las micros rotas enteras, te cierran las puertas antes de bajar, no pasan nunca y, cuando pasan, va tan llena que parece que el destino de todos los pasajeros es el matadero. Es obvio que la gente no se siente parte del sistema de transporte público, si es súper deshumanizante. Y como no se sienten parte, menos ganas dan de pagar. El sentido de pertenencia es algo bien complejo, y claramente multifactorial, aclaro, por si acaso.

[cita tipo=»destaque»]Nuestro país está altamente mercantilizado, eso no es un secreto. Todas las soluciones son a través del mercado: si no te gusta algo, elige otra cosa. Eso mismo nos dijo el futuro ministro de economía con respecto a la eliminación de las atribuciones del Sernac: que revisemos, elijamos. En Santiago, elegir andar en auto no es para todos, imagino que es obvia la razón.[/cita]

Y ahí está la conjunción de ambos puntos, la necesidad de dar números azules y la alta evasión provocan un problema. O sea, siempre todo el asunto fue un problema, pero ahora se trata del problema de la plata y de la evasión. Nos subieron el pasaje un montón de veces por la evasión, porque era la evasión la que causaba que el sistema fuera malo, que no se pudieran arreglar las micros, que, no sé, todos los defectos. Todo era culpa de la gente que no pagaba. Así que, obvio, para inyectarle plata al sistema necesitamos que se paguen todos los pasajes. Y para que se paguen todos los pasajes, aplicamos el garrote: fiscalización por todos lados, multas a todos los que descubramos no pagando nuestro transporte, el que financiamos todos nosotros, con nuestros todopoderosos impuestos, yo, contribuyente, exijo que todos esos dejen de robárselos y que los usen de la mejor manera, para que yo, contribuyente, reciba beneficios, si por eso pago. Hasta DICOM del transporte nos pusieron, una lista en la que saldrán todos los datos personales de aquellos que decidan no pagar, o no puedan pagar el viaje en la jaula con ruedas. Y como eso no fue suficiente, se ponen torniquetes a la entrada. Imagino que han visto los torniquetes, unos artilugios pesados, estrechos y duros que impiden cualquier tránsito fluido. Van sincronizados con el validador más lejano a la puerta de subida, por lo que el otro aparato BIP no se usa y, pese a estar prendido todo el viaje, lleva una funda arriba con el logo de la empresa encargada de dicho bus. Mis viajes usuales son en las micros 500 y gracias a los torniquetes he visto aumentos en el tiempo de viaje de más o menos un 10%, porque en los paraderos llenos es común perder una o dos luces verdes esperando que todos suban a tasas de un pago cada cinco segundos (parece rápido, pero no lo es). Además, y peor que el aumento de tiempo de viaje, he presenciado, e imagino que todo aquel que se haya subido a una micro este año también ha visto, la miseria en los ojos de los pasajeros con problemas de movilidad que, por edad, peso o lo que sea, no pueden pasar por el torniquete y quedan a merced de que el chofer, un desclasado y que, por alguna extraña razón, está muy interesado en cuidarle el bolsillo al patrón, le abra la puerta de atrás y lo deje subir. He visto muchas veces señoras que, al ver el torniquete, prefieren no subirse, o señoras con coche que, luego de pedirle al chofer que le abra la segunda puerta, bajan solo para ver cómo el conductor acelera y las deja botadas en el paradero. O sea, los grupos más vulnerables en esta ciudad mal hecha volvieron a quedar a discreción del conductor de la micro, igual que antes del Transantiago. Y eso es solo en las micros 500, hay algunas 100 y 200 que tienen torniquete de piso a techo y que, al pasar, te encuentras con hoyos en el suelo, asientos sueltos, vidrios rotos y puertas que no funcionan. Pero el torniquete reluciente. Bájese por la tercera, señorita, que esa está mala. Hicieron todo lo posible para bajar la evasión, incluyendo el hacer nuestros viajes diarios todavía más pencas. Y funcionó: pasó del 35% al 26%, o algo así, no recuerdo los números exactos, pero fue harto. Tanto que la ministra de transportes salió a vanagloriarse de las medidas que lograron tamaña proeza. Una justa contra la ciudadanía para sacarle más plata a todos los que andamos en transporte público (o sea, los que no andan en auto para todos lados, porque la ciudad es de ellos, hecha por ellos y para ellos). ¿Y para qué servirá esa plata extra? Nadie sabe, porque nos anunciaron una nueva alza en el pasaje ahora en febrero, justo después de las loas a las medidas antievasión. Imagino que faltaba más plata.

Nuestro país está altamente mercantilizado, eso no es un secreto. Todas las soluciones son a través del mercado: si no te gusta algo, elige otra cosa. Eso mismo nos dijo el futuro ministro de economía con respecto a la eliminación de las atribuciones del Sernac: que revisemos, elijamos. En Santiago, elegir andar en auto no es para todos, imagino que es obvia la razón. Elegir andar en bicicleta tampoco es para todos, un tiempo anduve 15 km ida y 15 km en el trayecto casa-pega y sé que no es para todos. Más encima, andar en bicicleta te obliga a compartir la ciudad con los automovilistas, una raza a la que no le importa nada, y que nos pasan matando. No es exageración, a cada rato mueren ciclistas atropellados por andar invadiendo calles no hechas para ellos en ningún caso. Entonces, andar en micro al final no es una elección. Nuestra elección está en dos frentes. El primero es elegir representantes que quieran arreglar el sistema, lo que es imposible, porque los parlamentarios jamás han andado en micro y menos van a andar si tienen asignaciones de bencina como de cinco millones al mes; no le vamos a pedir a la derecha que legisle a favor de algo que sea bueno para la gente. El segundo frente es no pagar. No pagar en las micros que nos están ofreciendo hoy es la única forma de lograr recuperar algo de la dignidad que nos ofrecieron al principio, en febrero de 2007. Esa es la elección que nos queda, señor Valente. Es el gran lujo de elección que nos podemos dar. No en restoranes, no dónde ir de vacaciones ni dónde trabajar. Es la elección de no pagar la micro.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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