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¡Bienvenidos los piropos! A las mujeres se les conquista con la palabra


¿Es el hombre chileno piropero? Quiero creer que sí lo es, ya que cuando desde esa apariencia fría y gris emana aquel hombre ingenioso y multicolor, nos hace brillar el sol hasta en el día más nublado. El hombre piropero se arriesga y se atreve confiando en la buena acogida femenina, porque su afán al expresarse es agradar. La lisonja es parte del cortejo y lo condimenta. El sabroso piropero chileno es hábil e inteligente y sabe algo, que muchos otros desconocen: a las mujeres se nos conquista con la palabra.

Las cartas de amor de antaño hacían suspirar hasta el desvanecimiento a quienes eran las musas inspiradoras y receptoras de dichos escritos. El mismo efecto produce la palabra dicha al oído femenino en público o en privado. Las mujeres, por nuestra parte, sabemos que a los hombres se accede por varias vías, partiendo por la vista, por ello invertimos tiempo y recursos en cuidar y cultivar nuestra apariencia y bien sabemos que por ahí se llega a buen puerto. Entonces el caballero que sabe halagar con palabras logrará efectos parecidos a una mujer impactantemente llamativa y atractiva.

Las palabras desatan la prolífica imaginación femenina, en todos los sentidos y la sensación agradable y positiva predispone bien y hace sentirse admirada. En ese momento la mujer es libre de acoger y de dar ánimos al galán, ser indiferente o enfriar sus intenciones.

Lo antes descrito no tiene absolutamente nada que ver con ser acosadas, violentadas, asustadas o coartadas en nuestra libertad. Todos podemos sentirnos intimidados en determinadas ocasiones, independiente de nuestro sexo, edad u otra condición y cuando al intentar evitar conductas inadecuadas terminamos regulando y coartando la espontaneidad y naturalidad de las relaciones humanas; generalmente más que favorecer a la supuesta “víctima”, sólo logramos poner a la contraparte a la defensiva e interrumpimos esa sutil magia natural, opacando la buena convivencia. Como consecuencia pierden todos especialmente a quien queríamos favorecer, porque el coqueteo es un arte y como todo “arte” tiene una lógica propia y misteriosa; que en este caso opera de a dos.

[cita tipo=»destaque»]Las palabras desatan la prolífica imaginación femenina, en todos los sentidos y la sensación agradable y positiva predispone bien y hace sentirse admirada. En ese momento la mujer es libre de acoger y de dar ánimos al galán, ser indiferente o enfriar sus intenciones. Lo antes descrito no tiene absolutamente nada que ver con ser acosadas, violentadas, asustadas o coartadas en nuestra libertad.[/cita]

Las posturas feministas más radicales, muchas veces juegan en contra a nosotras las mujeres; privándonos de una relación sana y natural con nuestros compañeros hombres. Si los hacemos sentir en constante amenaza por posible “mal comportamiento”, no podemos esperar que surja, ni fluya aquel sentimiento espontáneo que, tal vez, en lo más íntimo esperamos. Difícilmente, podremos encontrar compañeros adecuados, entre quienes tratamos como si fueran una amenaza.

En general, para lograr buenas relaciones entre las personas, más que regulaciones o prohibiciones y censuras es efectivo dar consejos y ejemplos positivos y constructivos, premiando las buenas conductas.

Lo justo es que hombres y mujeres nos tratemos con respeto y que nos sintamos dignos. Condición para ello, es que no se ponga a unos como víctimas y otros como victimarios.

Por eso, bienvenidos son los hombres hábiles e ingeniosos con sus halagos y piropos respetuosos, que además ellos también merecen.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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