Publicidad
La flojera creativa del progresismo chileno y la izquierda triste Opinión

La flojera creativa del progresismo chileno y la izquierda triste

Guillermo Marín Vargas
Por : Guillermo Marín Vargas Cientista Político, M(c) en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos. Coordinador de nuevociclo.cl. Secretario Ejecutivo en observatoriodecide.cl.
Ver Más

El progresismo derrotado necesita regenerarse, remecer las conciencias de sus militantes y dirigentes, para dejar atrás el método político de la transición y perder el miedo al futuro. Con frescura e innovación en las formas y metodologías, es urgente renovar las energías utópicas de la izquierda y centroizquierda chilena, para lograr nuevamente conectar la ética, historia y tradición de sus diversas expresiones políticas con las pulsiones sociales e identitarias de este nuevo ciclo político que se abre.


Frente a la derrota, volvamos a ser de izquierda, pero de verdad, como éramos antes, con nuestras banderas, nuestras canciones y nuestros símbolos. Socialcristianos, comunitaristas, como antes, cuando fuimos el gran partido de centro, de la marcha de la patria joven. Socialdemócratas y liberales, como hace algunos años en la Concertación, cuando las cosas se hacían bien, cuando le cambiamos la cara al país.

Buscar refugio en las emociones emanadas de procesos políticos del pasado ha sido la primera reacción de la centroizquierda chilena frente al desconsuelo que generó el proceso electoral presidencial y posterior derrota. Escudriñar en la historia, buscar un momento de triunfo, traerlo al presente con su formas y métodos, y decir ‘volvamos atrás’, a ese escenario donde la narrativa política de los partidos y coaliciones progresistas lograba interpretar a grandes mayorías sociopolíticas, y que hoy, en otro contexto, con características radicalmente diferentes, parece ser solución para llenar el vacío utópico y ético del progresismo derrotado.

El futuro produce temor, pues las otrora certezas que generaba el contexto político de la transición binominal se derrumbaron, desplomando con ello un proyecto político que fue parte central de la trayectoria vital de una generación política que ahora se ve a sí misma perdida en el espacio-tiempo.

La transición fue parte de sus vidas, sus afectos políticos están con sus luchas en los ochenta, con sus victorias, penas y alegrías. Volver a ser jóvenes luchando contra el dictador, cuando ya no hay dictador. Volver a ser cuidadosos, secretistas, sectarios, excesivamente moderados, para lograr consolidar una democracia ya consolidada. No como los jóvenes de hoy, que no entienden lo que fue luchar, dicen. Por eso su irresponsabilidad, por eso su falta de visión de futuro.

La sensación de incomodidad ideológica y programática, de desarraigo, es decir, de quiebre afectivo con el lugar de origen, se ha vuelto común en una élite desconcertada respecto del ciclo político que se abre y por lo cual el diagnóstico del fracaso electoral se torna difuso, poco fraterno, de culpas y culpables. La ex militante DC Mariana Aylwin y algunos históricos dirigentes de la Concertación, han reconocido que durante la pasada campaña presidencial se sintieron más cercanos a las ideas de la candidatura de derecha de Chile Vamos que a las del conglomerado oficialista, la Nueva Mayoría. Dicen que la centroizquierda dejó de ser como fue, por eso la derrota.  Entonces, la solución es volver atrás, repetir la receta anterior.

Pero ¿habrán pensado en el pasado los socialistas chilenos al fundar un partido que se proyectó como una alternativa diversa y libertaria al leninismo comunista de aquellos años? ¿Habrán replicado algún ejemplo del pasado los socialcristianos que renunciaron al Partido Conservador para proyectar un centro democratacristiano con raigambre campesina? Y si Aylwin y Almeyda hubiesen pensado en replicar experiencias del pasado, ¿habría existido una alianza del centro con la izquierda que luego lograra gobernar el país por más de 20 años?

[cita tipo=»destaque»]No se trata de hacer borrón y cuenta nueva, de creer que todo lo nuevo es bueno y que lo pasado ya no sirve. Se trata de que la centroizquierda chilena asuma su rol histórico de ser vanguardia política y cultural de su época, alejando el pragmatismo letárgico de las discusiones de fondo, de los debates necesarios, imprescindibles para permanecer en el tiempo. El progresismo derrotado necesita regenerarse, remecer las conciencias de sus militantes y dirigentes, para dejar atrás el método político de la transición y perder el miedo al futuro.[/cita]

Todas estas exitosas innovaciones políticas fueron gestas épicas de personajes visionarios que, con creatividad, lograron interpretar los signos de los tiempos para proyectar un horizonte utópico que logró bosquejar un país imaginado por grandes mayorías sociales. Dejaron la comodidad del hacer copy & paste de los libros de historia e inventaron artefactos políticos, simbólicos y discursivos que marcaron una época.

Por el contrario, las reflexiones emanadas desde la centroizquierda luego de la derrota, basadas en la nostalgia del volver a ser como antes, demuestran la flojera creativa del progresismo derrotado, que ha reemplazado por años el diálogo político de fondo y, con ello, la capacidad de generar proyectos políticos de largo aliento, por un pragmatismo letárgico de datos electorales y técnica económica, aggiornado con las mismas canciones, las mismas banderas y las mismas consignas de antes.

No obstante, esta falta de creatividad y reflexión no es problema nuevo ni se explica solo desde el fracaso electoral reciente. Ya en el año 98 un grupo de intelectuales y dirigentes de la Concertación elaboraron el documento La gente tiene razón, reflexiones sobre las responsabilidades de la Concertación en los tiempos presentes, por el que fueron llamados autoflagelantes por la prensa de la época. Junto con criticar el modelo de modernización que había adquirido el país bajo la conducción de los gobiernos concertacionistas, proponían “romper con la hegemonía cultural que la derecha ha mantenido en Chile, que ha buscado instalar la mala costumbre de no reflexionar, de evitar que se muestren abiertamente los rostros propios y las identidades elementales. Reiteradamente se elude el debate sobre temas esenciales. Para ello se invocan límites, tensiones, peligros y temores”.

Pasados 20 años de la publicación de este documento, parece ser cada vez más urgente reemplazar los temores y flojera creativa por un tipo de diálogo que permita –tal como señaló el documento autoflagelante– mostrar los rostros e identidades de los diversos actores de este sector y mirar el futuro dejando a un lado la comodidad que genera la nostalgia de los triunfos de antaño. Entender que ya no basta con traer al presente los métodos de la Unidad Popular, de la marcha de la patria joven y menos (como se pretende insistentemente) de la Concertación. Que, con las mismas ideas y consignas de antes, no hay triunfo progresista posible, pues el país cambió radicalmente y el tipo de ciudadanía que surgió del proceso de modernización de estas últimas décadas hoy exige nuevos liderazgos, ideas, canciones, proyectos y métodos.

No se trata de hacer borrón y cuenta nueva, de creer que todo lo nuevo es bueno y que lo pasado ya no sirve. Se trata de que la centroizquierda chilena asuma su rol histórico de ser vanguardia política y cultural de su época, alejando el pragmatismo letárgico de las discusiones de fondo, de los debates necesarios, imprescindibles para permanecer en el tiempo. El progresismo derrotado necesita regenerarse, remecer las conciencias de sus militantes y dirigentes, para dejar atrás el método político de la transición y perder el miedo al futuro.

Con frescura e innovación en las formas y metodologías, es urgente renovar las energías utópicas de la izquierda y centroizquierda chilena, para lograr nuevamente conectar la ética, historia y tradición de sus diversas expresiones políticas con las pulsiones sociales e identitarias de este nuevo ciclo político que se abre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias