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Sobre la desacreditación de las víctimas de abuso sexual y la impunidad de los agresores

Christie Mella
Por : Christie Mella Psicóloga Mg. Criminología y Psicología Forense Candidata a Doctora en Políticas Sociales
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Me he animado a escribir esta columna movida por el impacto que me provocan distintas situaciones recientes, que, si bien en contextos distintos, con marcos y actores diversos tienen un denominador común, que me causa mucho pesar y decepción respecto del tipo de sociedad que hemos y seguimos construyendo por vía de discursos bien instalados y legitimados.

Siendo psicóloga, he trabajado por muchos años brindando atención y acompañamiento en procedimientos judiciales a víctimas de abuso sexual, incluidos niños, adolescentes y mujeres. Es precisamente desde esa experiencia que no puedo quedar ajena a lo que observo a través de diferentes sucesos recientes expuestos a través de la prensa y que apuntan todos a dos elementos centrales: por un lado, el cuestionamiento y la desacreditación de los relatos y denuncia de víctimas de abuso sexual y por otro, asociado al anterior, la impunidad y el completo borrado de la trayectoria de los agresores. Y en esto último, un factor clave para esas operaciones de borrado es el poder, el abuso de poder. Esto elementos son los que he visto en mi trabajo con víctimas de agresiones sexuales.

Esos dos elementos están presentes en el escándalo que sacude a Hollywood con las denuncias en contra del productor Harvey Weinstein, las recientes denuncias de una hija adoptiva de Woody Allen y Mia Farrow respecto de haber sido abusada por él y, más cercano para nuestro contexto y experiencia reciente, los dichos del Papa en su visita respecto de las denuncias en contra del obispo Barros.

Son casos muy distintos, los primeros situados en medio del glamour y el espectáculo y el último dentro del corazón de la institución de la Iglesia. No están relacionados en nada. Sin embargo, respecto de este tema, si lo están en algo, en la forma cómo las operaciones de poder de los abusadores sirven al objetivo de mantener su impunidad. En la literatura sobre los mecanismos del abuso sexual por parte de conocidos y allegados al círculo íntimo, abundan las descripciones respecto de la imposición del silencio y el secreto respecto de los abusos y la intimidación de las víctimas bajo diversas condiciones, que la mayoría de las veces, parten del abuso de poder de quien lo detenta para someter a la víctima y manipular su silencio bajo culpabilizarla por su propia victimización o amenazarla para mantener el secreto durante años. “Si hablas, no te van a creer” o “diré que fuiste tú, que tú me provocaste”, son parte de los artilugios que les aseguran a estos viles personajes la impunidad por medio del silenciamiento de sus víctimas, lo que después será usado para su desacreditarlas, porque el paso del tiempo les juega en contra, ya sea porque no se pueda recurrir a ninguna evidencia ya, o por la narrativa del “¿por qué no hablo antes?

[cita tipo=»destaque»]Como sociedad debemos cambiar los discursos que condonan estos abusos, no podemos seguir tolerando las operaciones de impunidad y el cuestionamiento de las víctimas que tanto daño les hace. Nuestra empatía debe ser con ellas (os) y nunca con los agresores, que desde sus bastiones de poder siguen validando el abuso y la manipulación porque la sociedad se los permite y avala, mediante aquellos que los defienden y legitiman, tratando de hacer una operación de borrado de su condición de abusadores.[/cita]

Me impresiona la forma como estrategias manipuladoras como las que fui descubriendo en mi experiencia de trabajo con familias donde ocurría el abuso se reproduzcan a nivel macro, en el contexto social más amplio, donde estos bastiones de poder recurren a las mismas estrategias de invisibilizar y desacreditar a quienes se atreven a romper la norma del silencio impuesta. Que el Papa se haga eco de los discursos respecto de la falta de pruebas en contra de Barros es repudiable, más aún que lo haya legitimado al hacerlo parte de sus actividades en Chile. Se sabe que los abusos sexuales son muy difíciles de probar, sobre todo porque el que abusa se asegura de que estas pruebas no existan y porque, además, somete para quedar impune, sabe que en definitiva se debatirá su palabra contra la de una víctima que a menudo es desacreditada por no poder “probar”. Y es ahí donde la sociedad falla, porque no son pocos quienes asumen el lado del poder, tal como lo hacen las artistas francesas como Brigitte Bardot o Catherine Deneuve que respecto de las acusaciones en Hollywood ponen la culpa en las victimas, condonando las acciones del abusador Harvey Weintein. Lo que ha hecho el Papa Francisco con desacreditar los relatos de las víctimas de Karadima, validando el poder de su encubridor, el Obispo Barros va en la misma lógica. Esas estrategias discursivas no hacen otra cosa que actuar como operaciones para normalizar el abuso, bajo la premisa de víctimas no creíbles, que levantan “calumnias”. Desde mi experiencia de ser testigo del dolor de las víctimas, sé que ese paso de atreverse a denunciar es muy difícil y penoso. La victima asume una segunda victimización, quedar más vulnerable, aún más cuando ocurre el escrutinio público. En el contexto de las víctimas de Karadima, esa exposición es un más compleja por cuanto involucra enfrentar a este tremendo entramado de poder legitimado desde el dogma y porque además las víctimas son hombres, que asumen las complejidades de asumirse como tales en el contexto de una sociedad patriarcal donde no es esperable para hombres asumirse en esa condición, donde todos los estereotipos en torno a la construcción de la masculinidad operan para reforzar el silencio de muchas víctimas hombres. No esta demás decir aquí que el patriarcado también afecta a hombres, no solo a mujeres, porque desde ese abuso de poder, también los niños varones son víctimas, como ya se sabe lo han sido muchos en contextos institucionales y organismos ligados a la Iglesia.

Como sociedad debemos cambiar los discursos que condonan estos abusos, no podemos seguir tolerando las operaciones de impunidad y el cuestionamiento de las víctimas que tanto daño les hace. Nuestra empatía debe ser con ellas (os) y nunca con los agresores, que desde sus bastiones de poder siguen validando el abuso y la manipulación porque la sociedad se los permite y avala, mediante aquellos que los defienden y legitiman, tratando de hacer una operación de borrado de su condición de abusadores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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