Publicidad
Un Papa latinoamericano Opinión

Un Papa latinoamericano

Pablo Cabrera Gaete
Por : Pablo Cabrera Gaete Abogado y consejero CEIUC
Ver Más

Se trata de una visita pastoral, cuyo hilo conductor “una Iglesia pobre para los pobres”, se impregna del sentimiento que guía al Papa Francisco, sintonizado con las coordenadas del Concilio Vaticano II, respecto de una región que conoce de veras. Cabe agregar que la asume como “un continente aún no realizado, con destino no acabado y tesoro no poseído”: un proyecto en plena evolución que requiere de una fisonomía acorde a ese humanismo forjado en una historia de paz donde la Doctrina Social de la Iglesia ha atizado el Bien Común. En consecuencia, cabe aguardar con confianza y sin prejuicios el mensaje papal. América Latina lo requiere, toda vez que los desafíos de la migración y las denominadas “nuevas esclavitudes” (narcotráfico, prostitución, tráfico de personas, venta de órganos, abuso de menores) están a la vuelta de la esquina y reclaman tratamiento equivalente al drama que conllevan. Son situaciones sensibles que hacen palpitar el corazón de Francisco y le han provocado más de algún sobresalto.


El Papa Francisco, a cinco años de su investidura, realizará un peregrinaje por Chile y Perú. Quizás sea el momento para reflexionar respecto de cómo un pontífice latinoamericano mira a la región de su pertenencia y verificar el grado de sintonía de la población con su figura. El ejercicio puede entregar algunas luces sobre los mensajes que transmitirá justamente cuando el Nuevo Orden Mundial es difícil interpretar por los sucesivos cambios y contorsiones de una sociedad híper digital (40% de la población mundial está diariamente conectada); además, puede motivar una reflexión acerca del perfil, notoriedad o trascendencia que pueda alcanzar la región con un pontífice latinoamericano por primera vez en la historia de la Iglesia quien, además, postula un cambio de actitud de la gente para cuidar la sanidad del planeta. En efecto, la cultura del encuentro como neutralizadora de aquella del descarte se expresa, según Francisco, en el ámbito de la Casa Común: una metáfora de sana convivencia y valor ecuménico sostenida en una arquitectura conceptual conformada por ciudadanos e instituciones de todas latitudes y sin distinción. Ubica a los movimientos sociales como claves para una apuesta que parece hacer suya la definición de democracia acuñada por el académico Jacques Berque (Universidad de Columbia): el derecho a los problemas (a tenerlos) que, en lo medular, significa involucrar a los afectados por la degradación en la solución de aquéllos. En otras palabras, una repartición de responsabilidades algo asimétrica, pero armónica en cuanto a objetivos comunes y  compartidos por el centro y la periferia. La acción no puede quedar reducida a los notables, enfatiza Francisco.

Esta impronta papal ensancha el camino recorrido por las iglesias locales que han sabido escrutar el alma profunda de América Latina para contribuir en la búsqueda de la paz y la justicia. Sensibles al dolor y a la inequidad social han sido reconocidas como la reserva moral del continente. Si bien ello se ha diluido por diferentes razones y requiera de correcciones duras y fraternas, amerita ser contabilizado al haber de un humanismo propiamente latinoamericano que debe acrecentarse. Asumir a Francisco como una figura que entrelaza bien la historia de los pueblos autóctonos del sur del Río Grande con la cultura europea, cuya fusión dio identidad a nuestra región, es necesario para ubicar a América Latina en sintonía con lo que esperan de ella quienes lo eligieron Papa conociendo quien era y su historial. Desde esa perspectiva, resulta oportuno, entonces, realzar su llegada al sillón de Pedro cuando una Globalización devoradora tiende a configurar una cultura universal. Con todo, nadie sabe lo que Francisco dirá esta vez; de ahí la curiosidad de algunos y la aprensión de otros, especialmente por haber siempre demostrado ser independiente e imprevisible. La vida pastoral del presbítero, obispo y cardenal argentino Jorge Bergoglio, puede orientar sobre la centralidad del mensaje que esbozará. Queda claro -eso sí- que el Papa jesuita es riguroso ante el liberalismo moral y el neoliberalismo económico, lo que devela, inequívocamente, los parámetros estratégicos de su pontificado. Por ende, las ideas fuerza que inspiran su ministerio petrino cobran más dimensión de cara a América Latina. Su presencia invitará a discernir sobre lo que se ha tejido sobre su personalidad, sin perder de vista que lo principal se condensa en “la predicación de un evangelio rezado, contemplado y compartido a manos llenas con la gramática de la sencillez”.

Se trata de una visita pastoral, cuyo hilo conductor “una Iglesia pobre para los pobres”, se impregna del sentimiento que guía al Papa Francisco, sintonizado con las coordenadas del Concilio Vaticano II, respecto de una región que conoce de veras. Cabe agregar que la asume como “un continente aún no realizado, con destino no acabado y tesoro no poseído”: un proyecto en plena evolución que requiere de una fisonomía acorde a ese humanismo forjado en una historia de paz donde la Doctrina Social de la Iglesia ha atizado el Bien Común. En consecuencia, cabe aguardar con confianza y sin prejuicios el mensaje papal. América Latina lo requiere, toda vez que los desafíos de la migración y las denominadas “nuevas esclavitudes” (narcotráfico, prostitución, tráfico de personas, venta de órganos, abuso de menores) están a la vuelta de la esquina y reclaman tratamiento equivalente al drama que conllevan. Son situaciones sensibles que hacen palpitar el corazón de Francisco y le han provocado más de algún sobresalto.

Publicidad

Tendencias