Publicidad
La frialdad de Peña para retratar la precarizada sociedad chilena Opinión

La frialdad de Peña para retratar la precarizada sociedad chilena

Peña parece ignorar que los llamados «fachos pobres» –esa enorme masa de votantes en busca de «gratificación instantánea»– no aparecieron de la nada ni de la noche a la mañana, sino que son consecuencia de la implementación en Chile de un complejo proceso de ingeniería social orquestado por los grandes capitales locales y transnacionales durante las últimas cuatro décadas, el cual no solo ha sido responsable del exterminio de nuestra clase media ilustrada sino que ha conducido también, deliberada e inexorablemente, hacia la desintegración de todo nuestro tejido social.


Aunque celebro su llamado a rechazar las descalificaciones ofensivas, en el análisis de Carlos Peña es posible advertir una serie de omisiones, suposiciones y reducciones que en su conjunto ofrecen una lectura muy mezquina del actual panorama sociopolítico en nuestro país.

La burda frialdad con que Peña retrata nuestra espiritualmente precarizada sociedad chilena –y la manera en que intenta ridiculizar a la izquierda y el esfuerzo de esta por revertir dicha decadencia– es un claro ejemplo de las limitaciones que presenta el aplicar un enfoque tecnocrático a problemas que son de índole humanista.

Peña parece ignorar que los llamados «fachos pobres» –esa enorme masa de votantes en busca de «gratificación instantánea»– no aparecieron de la nada ni de la noche a la mañana, sino que son consecuencia de la implementación en Chile de un complejo proceso de ingeniería social orquestado por los grandes capitales locales y transnacionales durante las últimas cuatro décadas, el cual no solo ha sido responsable del exterminio de nuestra clase media ilustrada sino que ha conducido también, deliberada e inexorablemente, hacia la desintegración de todo nuestro tejido social.

En ese sentido, su lógica de «es lo que hay» resulta simplemente inaceptable en un analista tan distinguido.

Da la impresión de que lo que ha intentado Carlos Peña, a través de su columna, es además instalar solapadamente la legitimización de la codicia y el consumismo indiscriminado, como si se tratase de leyes biológicas, de incuestionables fuerzas naturales inherentes al hombre contemporáneo.

Peña hace un gran esfuerzo por defender lo indefendible.

Sobre todo, tratándose del rector de una prestigiosa casa de estudios superiores, se esperaría encontrar en sus palabras menos regocijo personal en haberle «atinado» al resultado de las elecciones y más voluntad por indagar en las verdaderas razones por las cuales nuestra sociedad manifiesta el grave analfabetismo espiritual que él mismo tan detalladamente describe.

Lo que le correspondería al rector Peña y al resto de los intelectuales chilenos es, más bien, estar proponiendo ideas para recomponer un país tan dividido, fracturado y desmembrado. Debieran por lo menos estar intentando descifrar cómo y en qué momento nos convertimos en una sociedad lobotomizada y que todo lo «faranduliza», en un país en el que hay una farmacia y una licorería en cada esquina, en una cultura en la que un ex tenista apático súbitamente se convierte en líder de opinión política y en la que la gente va a los museos a tomarse selfies y a las bibliotecas a chequear su WhatsApp.

Y no conformarnos simplemente con que «así está la cosa no más».

Sucede que en nuestro país nos hemos ido acostumbrando, preocupantemente, a que lo malo es normal. Las pautas de convivencia social están dominadas por la desconfianza, la vulgaridad, el egoísmo y la prepotencia. La calidad humana ya no significa nada, ni tampoco importan la solidaridad, la cordialidad, el respeto, la dignidad, la integridad ni el afecto.

Siguiendo el esquema que plantea Peña, da la impresión de que la xenofobia, el arribismo, la hipocresía y la ignorancia ya no serían características tan negativas, como nos lo indicaría un mínimo de sentido común. En el Chile de hoy el más vivo es el rey; es decir, estamos en el país del «sálvese quien pueda», el país del implacable castigo al débil y al ineficiente, el país de la competitividad constante.

[cita tipo=»destaque»]Se confunde, el rector Peña, al acusar a la izquierda local de paternalismo y de una «grave incomprensión de las transformaciones de la sociedad chilena contemporánea», y al suponer que esta se propone favorecer únicamente a los más desposeídos: los modelos económicos y sociales impulsados por la izquierda han buscado históricamente el bienestar de todas las personas, de todos los ciudadanos, no solo de los más pobres. En ese sentido, resulta desconcertante que Peña, por un lado, crea estar desenmascarando ese supuesto paternalismo de la «izquierda burguesa», pero, por el otro, sea incapaz de detectar la infantilización de la ciudadanía –a través del efectismo populista– que nuestra derecha cavernaria propone.[/cita]

Adormecidos por la tramposa anestesia de un combo letal que reúne consumismo, miedo y deudas, ya no nos sorprende el lucro en la educación ni en la salud. En las escuelas y universidades nos fuimos resignando a la progresiva desaparición de la educación cívica, la filosofía, el arte y la poesía de los programas de estudios: las mal llamadas «habilidades blandas» han ido cediéndoles cada vez más terreno a las llamadas «habilidades duras».

Habría que recordarle, al rector Peña, que nada de esto es casual, nada de esto pasa «porque sí no más». Detrás de todo esto existe un diseño.

No ha sido casual el masivo reemplazo de cientos de espacios de encuentro comunitario –como parques y jardines públicos– por malls y centros comerciales (y sus monstruosos estacionamientos y rotondas de comida chatarra), ni tampoco es casual la desbocada depredación –inmobiliaria, forestal, pesquera, minera, etc.– de la que han sido víctimas nuestras ciudades y nuestra naturaleza.

No es casual la vergonzosa e intolerable precarización de contenidos en nuestra televisión abierta, ni tampoco es casual el sometimiento de la gran mayoría de los medios de comunicación a los brutales dictados de la mercadotecnia: a través de cientos de miles de antenas parabólicas adosadas a cientos de miles de techos de mediaguas, cientos de miles de chilenos reciben diariamente la señal que les permite elaborar un espejismo, una ilusión de bienestar, una ilusión de prosperidad, una ilusión de tiempos mejores.

Que la gente pobre es más vulnerable a la chabacanería y al embrutecimiento por bombardeo publicitario, no es un invento de la «izquierda esclarecida», como sostiene el rector Peña, sino una realidad evidente hasta para el más miope.

Vivimos regidos por un modelo en el que las personas, los ciudadanos, hemos sido transformados progresivamente en clientes y usuarios; un sistema que no solo nos niega las herramientas para vincularnos coherente y civilizadamente con nuestro contexto, sino que de manera sistemática nos formatea para que nunca estemos en condiciones de discernir qué nos hace bien y qué nos hace mal.

Vivimos regidos por un modelo en el que la política parece haber sido despojada de sus atributos ideológicos y filosóficos y se ha convertido en un mero instrumento administrativo; ahora bien, más allá de lo que señalan los indicadores macroeconómicos de aquella política administrativa, Chile es –según la OMS– uno de los países con más altas tasas de estrés, depresión y suicidio del continente.

Y nada de esto ha ido sucediendo porque sí.

Se confunde, el rector Peña, al acusar a la izquierda local de paternalismo y de una «grave incomprensión de las transformaciones de la sociedad chilena contemporánea», y al suponer que esta se propone favorecer únicamente a los más desposeídos: los modelos económicos y sociales impulsados por la izquierda han buscado históricamente el bienestar de todas las personas, de todos los ciudadanos, no solo de los más pobres. En ese sentido, resulta desconcertante que Peña, por un lado, crea estar desenmascarando ese supuesto paternalismo de la «izquierda burguesa», pero, por el otro, sea incapaz de detectar la infantilización de la ciudadanía –a través del efectismo populista– que nuestra derecha cavernaria propone.

«La izquierda que modernizó Chile», mencionada por Peña –la de Pedro Aguirre Cerda, la de la nacionalización del cobre, la de la editorial Quimantú–, es la misma que ha encontrado resonancia en los actuales proyectos de gratuidad en la educación, en el plan Auge, en el nuevo proceso constituyente y en el inminente fin de las AFP. Eso no se llama paternalismo ni populismo, se llama autoridad y responsabilidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias