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Círculo en el sol: el ominoso presagio de la elección presidencial Opinión

Círculo en el sol: el ominoso presagio de la elección presidencial

Manuel Riesco
Por : Manuel Riesco Economista del Centro de Estudios Nacionales de Desarrollo Alternativo (Cenda)
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El fenómeno atmosférico que se extendió sobre buena parte del territorio chileno al día siguiente de la segunda vuelta presidencial parece un ominoso presagio de sus resultados: “Círculo en el sol, aguacero o temblor”. El sistema político democrático ha quedado expuesto al alejarse las posibilidades de que encauce el creciente descontento popular realizando oportunamente las “reformas necesarias cuya postergación lo conducirá a la hecatombe”, como advertía Alessandri Palma al promulgar la Constitución de 1925. Pero el pueblo ha hablado claramente y sus caminos resultan a veces tan inescrutables como los del Señor. Como hiciera antes con la Concertación, ahora rechazó tajante continuar con la Nueva Mayoría. Como casi siempre sucede, probablemente tiene razón.


La reciente elección presidencial confirmó el creciente desapego del ciudadano con el sistema político; la derecha triunfó porque perdió menos adhesión que la centroizquierda.

Los triunfadores y la “opinión publicada” han sacado cuentas alegres del número de votos del candidato ganador, que fue levemente mayor al logrado en anteriores segundas vueltas presidenciales y superó ampliamente el magro resultado de su candidata el 2013. Olvidan que, como proporción de la población habilitada para votar, el porcentaje obtenido por su candidato en esta ocasión es más bajo que los que le dieron el triunfo el 2009 y el segundo lugar el 2005, y aún menor que el alcanzado por su candidato en 1999. Piñera ganó, en esta ocasión como el 2009, porque la proporción de votantes de centroizquierda en la segunda vuelta presidencial se redujo todavía más que la derecha.

La proporción del total de votos válidamente emitidos en segunda vuelta, respecto de la población habilitada, se ha reducido desde dos tercios de esta en 1999, a menos de la mitad hoy. De este modo, la derecha bajó su proporción de votantes en segunda vuelta de un tercio de la población habilitada en 1999 a poco más de un cuarto de la misma el 2017, pero la centroizquierda bajó la suya desde un tercio en 1999 a menos de un cuarto el 2017.

El creciente desapego del sistema democrático manifestado por la ciudadanía se confirma con los resultados de las votaciones de diputados desde el retorno a la democracia, en las cuales la proporción de votos válidos respecto de la población habilitada se ha reducido casi a la mitad, desde tres cuartos de esta en 1989 a poco más de un 40 por ciento el 2017. La mayor baja se produjo en la elección de 1997, por lejos, aunque el voto era entonces todavía obligatorio.

Las campañas electorales son ocasiones privilegiadas de contacto directo con el pueblo real y concreto y en la reciente se pudo constatar, en interacción personal con miles de ciudadanos y ciudadanas a lo largo de los últimos siete meses, que más de la mitad de la ciudadanía no quiere saber nada con los políticos. En ninguna de las campañas previas se ha visto un desapego similar. No lo ve solo quien no quiere verlo.

Piñera no va a resolver sino a empeorar los problemas que provocan justa indignación popular, la que probablemente va a estallar en protestas masivas. El enardecimiento popular contra el sistema democrático surgido al término de la dictadura es justo porque, en casi tres décadas, no ha sido capaz de terminar sino, al contrario, ha agravado los principales abusos y distorsiones heredadas de esta, con el agravante de que los procesos judiciales por financiamiento ilegal han confirmado que el dinero se apropió de la política.

Siguen en pie los mecanismos institucionalizados de expropiación de parte de los salarios que instaló la dictadura, como el ahorro forzoso con el dinero de las cotizaciones a costa de otorgar pensiones miserables, y la educación pagada. Supuestamente dichos dineros se destinan al “ahorro nacional” o sostener el sistema educacional, en circunstancias que dicho financiamiento corresponde íntegramente al empresariado con cargo a sus ganancias, y así ha sido asumido por todas las élites legítimas a lo largo de la historia universal.

Por otra parte, sigue intacta y es creciente la apropiación sin pago de los principales recursos naturales que pertenecen a todos, por parte de un puñado de grandes empresas que viven de su renta y hegemonizan la élite y políticas públicas. Asimismo, la práctica de grandes grupos empresariales de capturar rentas adicionales mediante conductas monopólicas en todos los demás mercados.

A ello se suma un sinnúmero de otros abusos cotidianos, bajos salarios y empleos precarios, agobiante usura en créditos de consumo popular, cara y deficiente atención de salud, mala calidad del transporte en grandes ciudades, etc..

La situación económica tampoco es auspiciosa para los próximos años. Lo más probable es que el “superciclo” del precio del cobre, del que depende la rentista economía chilena, continuará a la baja sin perjuicio de repuntes transitorios. El referido “superciclo” está determinado por los grandes flujos de capitales especulativos desde y hacia las economías desarrolladas y a contracorriente del dinamismo de estas últimas. Afecta simultáneamente el precio de las materias primas, bolsas de valores y monedas, así como el endeudamiento en moneda dura de los grandes grupos empresariales, en los países emergentes. Principalmente por esta causa, hay un alta probabilidad de que la economía chilena pueda atravesar turbulencias parecidas a las experimentadas en la década de 1980.

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A todo lo anterior hay que agregar la indignación ciudadana al comprobarse los escándalos del financiamiento ilegal de la política, que si bien involucran mayormente a la derecha, también salpican a todos los partidos de la antigua Concertación y algunos grupos y personalidades “progresistas”, que castigan estas prácticas mucho más que los de derecha

Todo lo anterior sucederá igual o peor con el Gobierno de Piñera. Por lo mismo, el riesgo de que se genere un período de gran efervescencia social y protestas populares masivas en los grandes centros urbanos, es muy alto. Baste recordar que circunstancias como estas pusieron a la dictadura de Pinochet contra las cuerdas cuando se encontraba en la cúspide de su poderío. El sistema democrático actual, en cambio, se encuentra en una situación de debilidad extrema. Estos son los “Caballos del Apocalipsis” a que aludía el ex presidente de Renovación Nacional en una reciente entrevista.

De todo esto no se da ni cuenta la “opinión publicada”, que persiste en desconocer su “equivocación profunda, naufragio vergonzoso cuando no humillante”, que reconoció honestamente uno de ellos tras la primera vuelta. No entienden la moderna economía, sociedad y política, puesto que no aprecian su carácter esencialmente contradictorio. Por ello, no aciertan a comprender que una ciudadanía que evidentemente ha mejorado enormemente su nivel de vida se sienta, al mismo tiempo, cada vez más indignada.

En estas circunstancias el pueblo rechazó tajantemente la continuidad de la Nueva Mayoría. Parece corto de vista atribuir la derrota electoral principalmente a la gestión gubernamental, al candidato o la falta de unidad de las fuerzas progresistas y de la coalición, aunque esos factores por cierto incidieron. Más bien, la falta de entusiasmo para concurrir a votar en segunda vuelta por Guillier puede deberse a que el proyecto mismo de la Nueva Mayoría, y con mucha mayor razón su programa, no tocaban los principales abusos y distorsiones antes referidos.

Es difícil afirmar que la derrota se debe a una mala gestión del Gobierno, en el sentido de que este haya llevado a la práctica su programa de modo incompetente, aunque por cierto las cosas siempre se pueden hacer mejor. Por el contrario, en términos del volumen de realizaciones y considerando que fue un mandato de solo cuatro años, se trata sin duda del Gobierno más efectivo, sencillamente porque es el que se agenció el mayor presupuesto, por lejos. Desde el punto de vista político, comprendió la necesidad de iniciar un giro destinado a terminar la transición desde la dictadura, democratizando el Estado y la sociedad y ejecutó algunas medidas trascendentes en esa dirección. La creciente popularidad de la Presidenta Bachelet parece confirmar esta idea.

Sin embargo, el Gobierno no tocó las AFP, por el contrario, está terminando su mandato con el ministro de Hacienda y “hombre fuerte” del gabinete empeñado en aprobar, entre gallos y medianoche y en contubernio con Piñera, un brutal incremento en el ahorro forzoso. La gratuidad por glosa salió con fórceps y alcanzó solo a la mitad de los recursos fiscales destinados a “ayudas estudiantiles”. Para qué decir a las mineras, a las cuales no se les tocó un pelo, a excepción del freno al proyecto Dominga, supuestamente por consideraciones ambientales. Visto desde el ángulo de los abusos y distorsiones principales, el Gobierno de la Nueva Mayoría fue poco menos que más de lo mismo en relación con la Concertación.

Tampoco se puede atribuir la derrota a la figura del candidato, a su comando o la falta de unidad de las fuerzas progresistas o la coalición de Gobierno, factores que por cierto incidieron, especialmente el último en la primera vuelta y los resultados parlamentarios, pero no fueron determinantes en segunda vuelta.

Guillier perdió porque su programa y el equipo a cargo de implementarlo eran explícitamente más de lo mismo, con apenas matices de avance. Tampoco tocaba ni a las AFP ni a las mineras y era mucho más tímido que el de Bachelet en lo que respecta a terminar con la educación pagada.

El estado de ánimo de la ciudadanía sigue un curso cíclico complejo, como todos los movimientos que afectan a grandes masas compuestas por millones de individuos. Se trata de movimientos muy pesados, con una energía y momentos inmensos, porque lo son de millones de personas al unísono. Es imposible generarlos o modificarlos bruscamente a voluntad, pero sí se los puede conducir.

La política es justamente la ciencia y el arte de captar en qué punto se encuentra este complejo movimiento cíclico en cada momento y actuar en consecuencia para darle una dirección. La reducción de este arte esencial para la supervivencia y progreso de las sociedades a la manida frase de “la medida de lo posible”, lo empobrece de manera torpe y limitada, que con razón recibió el apelativo clásico de “cretinismo político”, mal que ha infectado a tantos dirigentes y opinólogos de la plaza por estos años.

La única manera de conducir un ciclo que se acelera es avanzar las consignas cada vez más, hasta abarcar con decisión los grandes obstáculos que hay que remover en cada momento. Solo creció en esta elección la única fuerza que lo comprendió.

Son reglas muy generales, pero útiles como marco de acción, bueno, general, pero pueden servir de orientación para una oposición que tiene el desafío de gestar una nueva coalición, tan amplia como la que apoyó a Guillier en segunda vuelta o más, pero decidida a encabezar en la calle y el Parlamento el descontento ciudadano, ayudar a crear las condiciones para hacer los cambios que hay que hacer y luego realizarlos con toda decisión.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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