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La paliza Opinión

La paliza

Patricia Politzer
Por : Patricia Politzer Periodista y ex Convencional Constituyente.
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El país y la democracia requieren mucho más. Es indispensable recuperar el prestigio de la política y, sobre todo, entender cuál es la ecuación entre mercado y justicia social que buscamos los chilenos, cuánto disfrutamos o padecemos de la modernización capitalista y cómo evaluamos las reformas estructurales que apenas buscan ponernos a tono con el mundo desarrollado


Fue como la mejoría de la muerte, ese fenómeno misterioso que hace recuperar la esperanza de que el moribundo va a sanar justo antes de morir sin apelación. Así vivió el oficialismo ese mes -largo e intenso- entre primera y segunda vuelta electoral.

Pero fue solo eso, la ilusión de una victoria improbable, justo antes de una derrota contundente y demoledora.

Los pronósticos quedaron nuevamente en ridículo. Votó más y no menos gente en la segunda vuelta (331 mil votos de diferencia), el triunfo de la derecha no fue apenitas sino aplastante (más de 9 puntos de diferencia), Sebastián Piñera no sólo arrasó en territorios que han sido bastiones de la derecha sino en aquellos que se suponían de centroizquierda como Antofagasta, Coquimbo y el Maule, entre otros.

Ante estos números no cabe más que asumir –una vez más- la distancia monumental entre las elites (políticas, culturales, periodísticas) y la ciudadanía. Triunfadores y derrotados quedaron igualmente boquiabiertos. Olvidar esta realidad, obnubilados por el éxito o cegados por la paliza, sería un error que volverá a pasar la cuenta.

En la derecha, habrá muchos que quieran adueñarse de una porción del triunfo. Se proclamará la relevancia de Manuel José Ossandón, José Antonio Kast o la renovación de Evópoli, el aporte de Cecilia Morel o Andrés Chadwick, la modificación final a la forma y el contenido del segundo gobierno de Sebastián Piñera, la eficiencia de las campañas del terror en su efecto movilizador.

En el oficialismo, Alejandro Guillier sabe que la derrota tiene un solo dueño: el candidato. Así lo reconoció sin ninguna ambigüedad. Sin embargo, dentro de la Nueva Mayoría, unos y otros se cobrarán cuentas históricas y de última hora.

En el Frente Amplio, aunque muchos sientan que esta fiesta no les era propia, tampoco están ajenos al desconcierto. Sedujeron a un 20 por ciento de los votantes en las elecciones parlamentarias, pero no saben qué representa realmente este sector del electorado. ¿Son votantes que apoyan sus propuestas o sólo están manifestando un descontento contra otros?

Las conclusiones y comentarios después de la paliza parecen superficiales, a un lado, y patéticos, al otro. No parece haber evidencias de que los chilenos privilegiaron el crecimiento, tampoco que rechazan las reformas de Michelle Bachelet, mucho menos que quienes votaron por Sebastián Piñera son rubios, tontos o desclasados.

El país sigue siendo el mismo que antes de las elecciones. Con su desigualdad vergonzosa, sus malls repletos, sus maltratados, su miedo a la robótica y al cambio climático, su mezcla de conservadores fundamentalistas y liberales a toda prueba. El mismo, con toda la complejidad propia del siglo XXI.

Cabe preguntarse cuántos de los que fueron elegidos para gobernar y legislar conocen el país a fondo. Me temo que pocos.

Justo en medio de la primera y la segunda vuelta electoral, le pregunté a un integrante del comando de Alejandro Guillier cómo andaba el puerta a puerta, si estaban todos en terreno. La respuesta me dejó helada: “Tenemos 50 personas en la calle”. Se refería, claro, a los que estaban dedicados a ello, sin contar a los funcionarios de gobiernos que apoyaban la tarea fuera de sus horarios de trabajo.

La frase me sigue dando vueltas. No sólo por la soledad del candidato oficialista y la descomposición de los partidos de la Nueva Mayoría, frente a una derecha movilizada –con temor y mística-, sino por la evidencia de que la política lleva demasiado tiempo encerrada en torres de marfil, muy lejos de la gente.

Además de recibir peticiones y demandas puntuales de sus votantes, ¿cuántos parlamentarios y dirigentes políticos han discutido de política con sus bases? ¿Cuántos han escudriñado un poco más allá de la angustiosa lista de espera o el ahogo de las deudas impagas? El Frente Amplio recuperó esa práctica y tuvo su recompensa con 21 diputados y un senador. Durante el último mes, la derecha recorrió el territorio con frenesí, y ganó la Presidencia con un triunfo arrollador. En la Nueva Mayoría, las variables de la derrota son múltiples, sin duda, pero el alejamiento de la gente es un factor determinante y coherente con la magnitud del castigo.

Sería grave que la dirigencia política siguiera concentrada en sí misma, conformándose con representar sólo a medio país, sin saber mucho por qué se inclina hacia uno u otro lado a la hora de votar. Y, lo que es peor, que siguiera ignorando a esa otra mitad que no se motiva a pronunciarse por ningún candidato.

Sería grave que el nuevo gobierno se conformara con el alza de la Bolsa y, la oposición, con las movilizaciones de protestas.

El país y la democracia requieren mucho más. Es indispensable recuperar el prestigio de la política y, sobre todo, entender cuál es la ecuación entre mercado y justicia social que buscamos los chilenos, cuánto disfrutamos o padecemos de la modernización capitalista y cómo evaluamos las reformas estructurales que apenas buscan ponernos a tono con el mundo desarrollado.

Chile se merece una reflexión rigurosa y sin prejuicios, de perdedores y ganadores.

 

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