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Paperas en tiempos de elecciones

Isabel Arriagada
Por : Isabel Arriagada Abogada. Directora de ONG Leasur.
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Como distintos medios informan, en Chile existe un brote de paperas al interior de la cárcel Santiago 1, Penitenciaría y complejo penitenciario de Valparaíso. Solo en la Penitenciaría el contagio estaría afectando a más de 150 internos. La parotiditis o paperas es una enfermedad infecciosa que puede prevenirse a través de la vacuna tres vírica. Esta vacuna se administra a los 12 meses y en primero básico y es oficialmente obligatoria.

La infancia de la mayoría de la población penal chilena transcurrió lejos de las vacunas. Los internos provienen de segmentos vulnerables, transitan desde el Sename a la cárcel, carecen de acceso a instituciones educacionales y de salud, y concluyen el ciclo de la pobreza en establecimientos penales con escasa capacidad de reacción; a veces retornan a sus poblaciones de origen para revivir el mismo proceso. Las cárceles se convierten así en almacenes de cuerpos abandonados, marginados y frágiles. Pese a que Chile se considera un país exitoso en términos de cobertura de vacunas y salud pública, existen niños que miran desde la calle la vitrina del éxito y que luego se convierten en adultos aislados de la vida social y política, condenados al contagio de enfermedades de riesgo.

[cita tipo=»destaque»]Mientras esta infección de paperas se expande, la cárcel desestabiliza hogares, reduce ingresos familiares, interrumpe vidas en pareja, sustrae niños del cuidado de sus padres, distorsiona la vida social en barrios marginales y perpetúa el círculo de la delincuencia: las paperas infectan a la población penal y la cárcel infecta nuestras comunidades.[/cita]

La precariedad de las condiciones de salud en establecimientos penales constituye una realidad histórica de larga data. Los internos se ven afectados por desnutrición producto de una alimentación inadecuada y envejecimiento prematuro. La expansión de epidemias y contagio de enfermedades infecciosas tienen su origen en condiciones higiénicas inadecuadas, altos niveles de hacinamiento y permanente contacto íntimo.

Ni hablar de los niveles de violencia física y psicológica. Aunque las cifras son preliminares, datos de Gendarmería demuestran que la tasa de mortalidad de la población penal es significativamente mayor a la de la población en libertad.

Mientras esta infección de paperas se expande, la cárcel desestabiliza hogares, reduce ingresos familiares, interrumpe vidas en pareja, sustrae niños del cuidado de sus padres, distorsiona la vida social en barrios marginales y perpetúa el círculo de la delincuencia: las paperas infectan a la población penal y la cárcel infecta nuestras comunidades.

¿Cuál es el camino a seguir? Chile vive desde los años noventa una crisis penitenciaria desatada que cobra la atención esporádica de los medios. Aunque el abandono parece irremediable, tenemos la oportunidad de generar una preocupación institucional, sostenida, pública y cívica con nuestra población penal. El brote de paperas es la punta del iceberg de una denegación masiva de derechos sociales y políticos.

La oportunidad para reconstruir la conexión entre los internos y la vida en sociedad radica en reivindicar su participación ciudadana y facilitar las condiciones para que puedan ejercer efectivamente sus derechos. La democracia nos permite a los ciudadanos capturar el interés de la clase política y realizar las demandas por derechos sociales. Por lo mismo, el poder ejecutivo en Chile debiera recuperar y restablecer el ejercicio ciudadano de esos internos y construir nuevamente los lazos para que la población penal participe de la vida en sociedad. Este brote de paperas no se curará con democracia. Pero quizás la democracia sea uno entre varios remedios para evitar que la infección avance.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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