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Bachelet: ¿quién dijo que no se podía? Opinión

Bachelet: ¿quién dijo que no se podía?

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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El giro progre de la agenda gubernamental durante el último tiempo huele, un poco, a oportunismo político, pues se mejora en las encuestas, pero parece que se pierde nuevamente la continuidad de la coalición y, por segunda vez consecutiva, Bachelet cargará con el karma de transformar a una mayoría sociológica en minoría política, y viceversa, con la derecha al frente. Como el 2009, se salva ella, pero termina por hundirse su coalición.


Ha sorprendido la Presidenta. Si bien en esta última fase no solo ha buscado revertir su baja popularidad sino ante todo trascender como administración, instalando temas propios de una agenda progresista –como el aborto en tres causales, el medioambiente y la compleja trama del conflicto mapuche–, lo cierto es que, si nos remitimos a los énfasis de su programa –las reformas en educación, tributación y nueva Constitución–, su Gobierno originalmente se aproximaba más a un rendimiento bastante mediocre.

¿Y qué fue de las reformas?

Es reiterativo y tedioso, pero no por ello menos significativo, volver al emblemático discurso de El Bosque en que la Presidenta, por entonces aspirante a La Moneda, promete cambiar Chile. Habla, en aquellos días (y sin tapujos), de la desigualdad. Es más, dice en aquella oportunidad que la inequidad amenaza la paz social y que es urgente abordarla.

El crudo diagnóstico fue traspasado luego a su programa de Gobierno, donde –era que no– la sonrisa de un niño anticipaba sus grandes ejes de reforma: educación, tributaria y nueva Constitución. Bachelet compromete entonces un paquete de reformas en su programa gubernamental con los tres ejes conocidos: reformas educativa, tributaria y nueva Constitución, de trayectorias disímiles e irregulares.

El que el primer efecto de la gratuidad vaya en directo beneficio de las universidades privadas es un claro sinsentido de lo que se hizo; la Ley de Inclusión, aparte de transformar a los particulares subvencionados en sociedades sin fines de lucro, alargando los plazos y los tiempos y entregando más recursos a los mismos, o con el nuevo Sistema de Admisión Escolar donde lo único que se garantiza es “postular”, su efecto más importante será a largo plazo: el fin de la escuela portaliana, homogeneizante y disciplinaria cuestión que, en un eventual Gobierno de Piñera, sabemos que tendrá una regresión significativa; que la NEP se aprobase en la forma en que se hizo, como un híbrido más confuso que el del proyecto original y donde aún está por verse la reforma a la educación superior; con la reforma tributaria ya sabemos lo que sucedió –cálculos mal hechos, “la cocina” de Zaldívar, etc.– y reunirá menos recursos de los proyectados; y sobre la nueva Constitución, ni hablar: su postergación para un próximo Gobierno da cuenta de sus dudas e incertezas y de la nula voluntad de este Ejecutivo de avanzar por ese derrotero.

Y es que los proyectos híbridos y sin convicción presentados, y por los protagonistas designados por la Mandataria para encabezarlos, como Eyzaguirre en Educación o Arenas en Hacienda, no podían concluir de otra forma.

Ello explica el envío de una batería de proyectos en ese sentido durante su primer semestre de Gobierno, aprovechando los vientos favorables, como lo era la figura incombustible de la Jefa de Estado (hasta allí), y el corto tiempo de implementación efectiva de medidas con las que cuenta un Gobierno: dos años como tope. Es la época en que Peñailillo manifiesta, a quien lo quiera escuchar, que “hay ánimo de reformas” y, al iniciarse el 2015, con la aprobación del fin del binominal y antes de que Caval amenazara con oscurecer el limpio cielo azul de la administración Bachelet, hubo brindis, resaca y luego partieron todos de vacaciones.

Pero muy pronto, cuando el camino se puso cuesta arriba –explosión del caso Caval, SQM y erosión de la figura presidencial–, la convicción de la Mandataria sobre la urgencia y la profundidad de las reformas ya no fue tan evidente y, entonces, no se dudó en negociarlas, bajarles el perfil y dar un giro al carácter reformista de su administración con el ingreso, en 2015, del dúo Burgos-Valdés al gabinete. Se reinstalaba en gloria y majestad el partido del orden como eje político.

Y allí estuvo el Gobierno, casi dos años y medio, en el limbo, perdido. Incluso en los momentos más complejos, se llegó a pensar en una posible renuncia. Entonces se hizo normal la pérdida de autoridad de la Presidenta, su ausencia –“irme para no verme más”, dijimos en algún momento– y la actitud desafiante y permanente de Burgos mientras permaneció en La Moneda.

Bachelet después de Burgos

Y por más que el mundo político criticase permanentemente la falta de presencia del nuevo jefe de gabinete, Mario Fernández, para Bachelet no era problema: el nuevo inquilino de La Moneda cumple con un rol que a ella le acomoda, es decir, “no la pautea, no le hace sombra, ni la molesta, ni la contradice”, cuestión esencial para determinar su relación con los hombres que le colaboran en la política.

Y el milagro ocurre: el Gobierno lentamente comienza a levantar y Bachelet supera el umbral del 20%, del que estuvo por debajo casi por dos años, y ya se sitúa en el 30%, transformándose ya en un problema para Piñera.

Y ya sin más cuentas públicas, sin recursos y sin tiempo para dejar huella, la Presidenta y su equipo más estrecho –Pedro Güell, de contenidos, y Ana Lya Uriarte– implementan una estrategia que no es casual y que comienza a resultarle exitosa: retomar la agenda progre, en especial aquellas medidas que no involucran recursos y que resultan ser más próximas al perfil de su electorado.

[cita tipo=»destaque»]El mundo sigue girando. Quizá por ese motivo es que la Presidenta continuó su esfuerzo por sacarle el máximo provecho a la defenestración de Valdés, Céspedes y Micco, y su tránsito a la agenda alternativa donde, si bien algunos temas eran parte de su programa –como el aborto en tres causales, el matrimonio igualitario–, otros, como el giro medioambiental, nunca lo fueron, le han dado bastantes réditos y, por lo demás, le han resultado gratuitos y, de paso, ha mejorado su performance en las encuestas. O el reciente episodio Aleuy, en torno al abordaje del conflicto mapuche, donde –como la Mandataria acostumbra– volvió a maltratar a uno de sus hombres más cercanos, como antes lo hizo con Zaldívar, Belisario Velasco, Gonzalo Martner, Camilo Escalona, Juan Carvajal, Rodrigo Peñailillo, Alberto Arenas o el recientemente renunciado subsecretario del Interior, reiterando su carácter.[/cita]

Y es que como ya no habrá más 21 de mayo ni cuentas públicas, tampoco hay tiempo ni recursos para anunciar grandes promesas –en especial cuando se ha renunciado a algunas de las más emblemáticas, como la nueva Constitución–, entonces lo que queda es virar hacia las agendas alternativas, como los temas verdes o las problemáticas de minorías que cuentan con amplio respaldo social, y en los que ella se siente cómoda a pesar de que es precisamente en ese mundo donde menos se le reconoce su obra. Algo tarde, eso sí y, por qué no, un poco oportunista.

Bachelet, reempoderada

Y contra todo pronóstico, y con el Ejecutivo entero jugado en ellas, se impone ante el sector más conservador de la coalición y se aprueba el aborto en tres causales, haciendo un guiño significativo a su electorado femenino; enseguida viene la disputa medioambiental, donde Valdés y los ministros más próximos al empresariado no perciben el cambio epocal –como nunca, en esta administración se cuestionó el rol de los ministros de Hacienda y su infalibilidad– y terminan saliendo del gabinete, además de él, Micco y Luis Céspedes, representantes de carteras incuestionables en la transición.

Y no arde Troya, ni se estanca la economía, ni pasa nada. El mundo sigue girando. Quizá por ese motivo es que la Presidenta continuó su esfuerzo por sacarle el máximo provecho a la defenestración de Valdés, Céspedes y Micco, y su tránsito a la agenda alternativa donde, si bien algunos temas eran parte de su programa –como el aborto en tres causales, el matrimonio igualitario–, otros, como el giro medioambiental, nunca lo fueron, le han dado bastantes réditos y, por lo demás, le han resultado gratuitos y, de paso, ha mejorado su performance en las encuestas. O el reciente episodio Aleuy, en torno al abordaje del conflicto mapuche, donde –como la Mandataria acostumbra– volvió a maltratar a uno de sus hombres más cercanos, como antes lo hizo con Zaldívar, Belisario Velasco, Gonzalo Martner, Camilo Escalona, Juan Carvajal, Rodrigo Peñailillo, Alberto Arenas o el recientemente renunciado subsecretario del Interior, reiterando su carácter.

Epílogo: ¿quién dijo que no se podía?

Y es que, ya casi en el final de su administración, a la Presidenta la volvió a inspirar un cierto sentido de la trascendencia, donde no solo logró comprometer y reencantar al grueso de su coalición sino también aprobar un paquete de medidas sentidas muy profundamente por el chileno medio.

Y si miramos los resultados de las mismas en la performance del Ejecutivo, que empieza a reiterarse encuesta tras encuesta, la evidencia indica que a la Mandataria no le ha ido mal cuando ha intentado, con toda la adversidad del caso, comprometerse con sus convicciones e ideales más próximos.

Las preguntas que quedan entonces rondando en el ambiente y que, seguramente, quedarán como gran deuda de su administración, que tuvo las características que le imprime el carácter de quien la encabeza –feminista sesentera, muy crítica del rol varonil, médica, mujer solitaria, formada en la cultura de la cortina de hierro y con una dramática experiencia política juvenil–, son simplemente las siguientes: ¿por qué no se hizo antes? y ¿quién dijo que no se podía?

Bajo esa perspectiva, el giro progre de la agenda gubernamental durante el último tiempo huele también, un poco, a oportunismo político, pues se mejora en las encuestas, pero parece que se pierde nuevamente la continuidad de la coalición y, por segunda vez consecutiva, Bachelet cargará con el karma de transformar a una mayoría sociológica en minoría política, y viceversa, con la derecha al frente.

Como el 2009, se salva ella, pero termina por hundirse su coalición.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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