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Relato de la ex República

Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
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Ciertos estupores fueron comenzados hace ya mucho tiempo, cuando el tiempo era más barato, y la rentabilidad del espacio iba en ascenso, se habían consolidado las burguesías urbanas, y las periferias crecían hacia los lados de la ciudad, nuevos guetos silenciosos se erigían de entre los muros de la democracia liberal, se transformaban los gentilicios urbanos para validar el modernismo de la ciudad nueva.

Y la ciudad nueva revalido su vejez, y pese a todo, las inversiones avanzaron, porque esa es la naturaleza del capital, la expansión y la dominación.

Sus capacidades expansivas inventaron estructuras rentables antropométricamente, hasta caber todo en el hoyo de la aguja, y la ciudad avanzó, y ahora se llama región, y concentra a la mano de obra intensiva y extensiva. Expande la trazabilidad humana generando la migración económica forzada, de esta forma configura ejércitos de reserva, que son ocupados como estrategias de ocupación laboral ante el envejecimiento poblacional.

La vieja burguesía dejó de ser tan burguesa, y las transformaciones modificaron su estética, y hasta el color de su sangre, se forjó otro animal, un animal que intentó acabar con el origen y la historia, un animal con discurso anti-ideológico, pero de lo más ideológico de lo que se haya visto, una negación que afirma, que armado de todos los tecnicismos medibles hizo creer que otro mundo era imposible. Nos silenció, nos quitó el habla.

Mientras luchábamos contra la dictadura se hacía la revolución silenciosa que fue mucho más efectiva que el fantasma de la guerrilla urbana.

La ideología del supermercado, terminaba por llenar las caras de productos, nuevos espacios para comprar en la desregulación forzada. Los carros se llenaban aunque se comprara poco, la imagen comenzó a ser más importante que el adentro, y en ese gesto se parió otro Chile, uno moderno.

El capital inmobiliario habló en lenguaje más claro, su política transformó la ciudad, creando espacios rentables a gran escala, desaparecieron barrios completos. Se gentrificó la ciudad ya como un ejercicio constante, la segregación es una producción urbana de primer orden, los pobres de la ciudad se esconden en el barrio periférico, ahora barrio lumpen del retail y el micro emprendimiento colero.

La última gran obra de Pinochet fue meter la droga a las poblaciones para parar la politiquería, y lo logró, la “angustia” terminó por cortar el ya débil tejido social que desmovilizó la transición del arcoíris. Absorbidos por el modelo hayekiano, quedando su proyecto socialdemócrata en un espejismo de “rostro humano”, o en una “corrección” que se dedicó a un proceso de sustracción aún más sustancial de los derechos sociales.

Porque la verdad sea dicha, la “concertación” profundizó el modelo, desarrolló privatizaciones de espacios de servicios estatales, para realizar negocios lucrativos, se preocupó de aprovechar el circuito de las privatizaciones, la externalización fue la tecnología metódica.

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Nunca configuró un “rostro humano” de la democracia, qué rostro humano puede haber con un 80% de vulnerabilidad nacional, donde más del 70% de la población gana menos de $400.000.-, se puede conceptualizar la realidad teóricamente, pero el rostro humano no se ve en las depredadoras jornadas laborales, ni menos en el considerable aumento de los suicidios y depresión en nuestro país.

Las “correcciones” buscaron una racionalidad en el ejercicio de ciertos esfuerzos de política pública asistencialista, la verdad es que la epistemología de la transición, solo se puede salvar por planteos de forma, porque de fondo, es insalvable.

La decisión de abrazar el modelo neoliberal hipoteco la posibilidad de avanzar en una democracia sustancial, esa decisión genero la “jaula de hierro” de la democracia.

El modelo neoliberal cierra el desarrollo de la democracia porque captura la sociedad en un proceso de elitización creciente, la concentración de la riqueza a nivel nacional y mundial pasa por la mejor etapa de su historia, y su correlato corresponde a la arquitectura de la globalización.

Se trató de un golpe de clase, que se complementó con sucesos epocales y argumentación posmoderna. El neoliberalismo más allá de su especulación teórica, es un vulgar golpe de clase. Harvey y Picketty establecen una fundamentación suficiente a este respecto.

Vivimos en el último confín de este lado de la geoesfera, un país que aprendió el monetarismo con la “metralla en la raja”, una generación completa que fabricó miedo y silencio, esto no es marquiano, ni nerudiano, esto es rockiano y parriano.

Es el dolor de los “gemidos”, y la desconstrucción del “padre nuestro”, Chile es una mezcla rara entre dolor y posmodernidad, es un chiste cruel, Chile es un trauma. Dejó de ser el país del edén, para transformarse en un país visual que hace show de la realidad, un show triste, que confunde cultura con gastronomía, amor con sexo, inteligencia con “efectismo”, política con tecnocracia, crítica con obsecuencia, educación con competencias, país con la silueta de un espejismo.

Harto copete y harta comida, tenemos solo hambre en nuestros corazones, porque no tenemos talento, no tenemos talento, solo una copia “china” del edén, una copia estandarizada, que es todo menos el edén. Porque no tiene identidad, su única identidad más plausible es la violación, la violación de nuestros derechos, la disolución de cualquier contrato social. La violación de la república sin la cara de ningún pueblo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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