Publicidad

La justicia inmanente en acción

Hoy el bacheletismo y el piñerismo hacen causa común para sostener un proceso criminal inicuo, en que el principal acusado es un médico amigo de Frei Montalva que hizo lo imposible, sin éxito, por impedir las consecuencias de la intervención quirúrgica mal practicada, cuyo responsable se había marchado a pescar al sur. “¿A quién culpar?” se preguntan hoy bacheletistas y piñeristas. Y la respuesta es obvia: a Pinochet.


Este país ingrato ha incurrido y sigue incurriendo en dos grandes pecados político-sociales, el bacheletismo y el piñerismo. Ahora ambos han llegado al extremo de condenar a muerte a los que están por nacer (la iniciativa fue del bacheletismo y el voto decisivo, en la hora final, del piñerismo); y ha condenado virtualmente a morir en prisión a militares octogenarios y nonagenarios, algunos ya víctimas de demencia senil. Esto se hace pasando por sobre todos los preceptos legales, constitucionales y humanitarios, y a partir de las mil querellas interpuestas por el gobierno de Piñera y las trescientas de sus antecesores.

En medio de ese imperdonable abuso se promueve publicitariamente el escandaloso proceso judicial que busca inculpar al mayor estadista chileno del siglo XX, cuyo Gobierno cambió de categoría al país en el concierto mundial, del desenlace fatal de una intervención quirúrgica mal practicada, que dejó un punto de sutura infectado y expuesto a una peritonitis, provocando la agonía de 52 días (rodeado de familiares y correligionarios) del ex Presidente Eduardo Frei Montalva, en 1982.

Éste estaba consciente de la obra benéfica del Gobierno Militar, al cual él mismo había llamado a solucionar la situación de 1973 “con fusiles” (Acta Rivera), y cuya obra apreciaba en su dimensión popular, como se desprende de su carta de 7 de marzo de 1977 a su yerno Eugenio Ortega, en que le decía lo siguiente:

“Ayer (6 de marzo de 1977) fui al Estadio a ver el partido Chile-Perú. Nunca he visto un Estadio más repleto. A ese Estadio repleto y ya oscuro, porque había luz artificial, llegó Pinochet. Hubo un aplauso de todo el Estadio. No puedo asegurarle si las galerías se pusieron de pie, pero en la parte en que yo estaba, en las galerías colindantes a las marquesinas, en una de cuyas orillas estaba, vi que se ponían de pie. No hubo un solo chiflidito. Quedé muy impactado. A mí todo el mundo me saludó en forma especialmente cordial. Donde yo estaba había mucho pueblo, y la verdad es que cuando llegó Pinochet se pararon como movidos por un resorte y aplaudían a rabiar. Este es el Chile de hoy.” (Citado de “Augusto Pinochet: el Reconstructor de Chile” de Sánchez, Francisco y Schiappacasse, Mauricio, Maye, Santiago, 2010, y a su vez extraído de la biografía de Frei, de Cristián Gazmuri).

Hoy el bacheletismo y el piñerismo hacen causa común para sostener un proceso criminal inicuo, en que el principal acusado es un médico amigo de Frei Montalva que hizo lo imposible, sin éxito, por impedir las consecuencias de la intervención quirúrgica mal practicada, cuyo responsable se había marchado a pescar al sur. “¿A quién culpar?” se preguntan hoy bacheletistas y piñeristas. Y la respuesta es obvia: a Pinochet. Mientras Michelle formulaba acusaciones falsas de “magnicidio” en La Moneda, basada en un supuesto informe sobre envenenamiento de la Universidad de Gante, que finalmente resultó no existir, Piñera se subía al carro y le prometía a Frei Ruiz-Tagle su ayuda para que un peritaje norteamericano confirmara el magnicidio, lo que también se frustró, porque el perito determinó que no había rastros de veneno.

En todo caso, Frei Montalva dejó por escrito cómo vio que se expresaba el pueblo en 1977, cuando todavía no le habían lavado el cerebro a la gente. Ésta estaba consciente de que se había librado de una matanza, y se lo debía a Pinochet y la Junta. Lean hoy al historiador Álvaro Góngora, en “El Mercurio”, recordando el ideario del “Che” Guevara, inspirador de Michelle Bachelet y quien propiciaba “el odio como factor de lucha, odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales, convirtiéndola (a la revolución) en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.

Eso esperaba a Chile el ’73. De eso nos libró la Junta y eso era lo que en 1977 hacía que los chilenos “se pararan como movidos por un resorte y aplaudían a rabiar” a Pinochet.

Pero la Justicia Divina no ha demorado en castigar a este pueblo ingrato, manipulado por el bacheletismo y el piñerismo para cohonestar un proceso escandaloso y perseguir a los indefensos nasciturus y ancianos militares que le pusieron el pecho a las balas de la “violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Como si hubiera sido guiada, la cabeza de Vidal marcó contra su propia valla, tras haberse entrenado en el casino Monticello hasta las siete de la mañana, mientras su par Alexis vagaba inofensivamente por el campo de juego, tras haberse ausentado de los entrenamientos para extraer “unos dólares más” al Arsenal.

Así, “la roja que nos une a todos” en la desmemoria y el crimen contra los indefensos nonatos y la prevaricación y la ingratitud contra los seniles, ha quedado virtualmente fuera del próximo campeonato mundial, donde la justicia inmanente está determinando que no merecemos estar.

Publicidad

Tendencias