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La escuela pública y su urgente resignificación

Carlos Vásquez Órdenes
Por : Carlos Vásquez Órdenes Magister en Educación (Universidad de Chile). Ex Dirigente Nacional Colegio de Profesores
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Desde que ese ícono de la modernidad representado por la escuela se impuso por sobre la familia y el Estado se hizo responsable de educar a nuestros hijos, fue retrocediendo la educación confesional dando paso a una escuela fiscal que abrazando la disciplina y la estructura de mando militar pudo asegurar aprendizajes que garantizaran el orden social, evitando la sublevación de los plebeyos ilustrados y al mismo tiempo asegurar inquilinaje a bajo costo.

Surge además un oficio: el de enseñar, como una forma de traspasar de una generación a otra la reproducción de los contenidos socio culturales que asegure a algunos potenciar sus capacidades para mandar e impregnar a otros de una “agenda valórica” que cultive la obediencia. Es decir, la escuela se volvió nuevamente confesional y al servicio del poder dominante.

Mientras ello ocurrió jamás importó la calidad de la educación pues la escuela cumplía muy bien su rol político, al evitar el conflicto social y los enseñantes más preocupados de sus condiciones materiales de vida no reparaban en su rol domesticador y de contención social que fielmente cumplen con tanta fidelidad como los ejércitos.

[cita tipo=»destaque»]Es cierto que la enseñanza memorística no conduce a la reflexión profunda, pero surge la interrogante: ¿Cuánta información es necesaria para formar un creativo? ¿Con qué elementos un niño aprende procesos más que contenidos? Si para pensar, analizar o sintetizar necesita hacerlo sobre determinados contenidos básicos que algún docente en el aula le debe proponer.[/cita]

Desde entonces, la escuela pública intenta resignificarse recurriendo a principios democráticos y populares. El resultado es que se reivindica una escuela pública que jamás existió, que discriminó nada menos que a Gabriela Mistral, que habiendo aumentado en cobertura ha perdido el marco disciplinario con el que se fundó y que marginada del acontecer histórico ha modificado algunos contenidos curriculares tanto en dictadura como en Democracia, pero no ha cambiado el enfoque ni ha decidido para que tipo de sociedad se enseña.

Se da por descontado que el Curriculum oficial se aprueba bajo criterios técnicos y no políticos seleccionando lo que los niños y niñas deben aprender en este mundo de procesos tecnológicos que van modificando crecientemente los modos de enseñar y aprender. Lo que explica la indefinición del concepto de educación pública desarrollando un plan educativo nacional que carece de claridad  respecto del tipo de formación que debe  otorgar y menos aún del impacto social y económico que desea provocar.

Es cierto que la enseñanza memorística no conduce a la reflexión profunda, pero surge la interrogante: ¿Cuánta información es necesaria para formar un creativo? ¿Con qué elementos un niño aprende procesos más que contenidos? Si para pensar, analizar o sintetizar necesita hacerlo sobre determinados contenidos básicos que algún docente en el aula le debe proponer. Por tanto, las críticas sobre la enseñanza son injustas cuando se impugnan métodos tradicionales y se invoca a los profesores a “enseñar menos y dejar que los niños aprendan”.

Las complejidades de los procesos de enseñar y aprender no se resuelven fuera de la sala de clases, sin considerar la práctica docente y sin preparar al profesor para que sea capaz de sistematizar para mejorarla y lograr que nuestros niños vayan a la escuela a aprender. Si sus agentes no entienden la educación de ese modo entonces la opción de los padres será el “home school” como ya lo practican cuatro millones de niños y niñas en Estados Unidos de Norteamérica. En Chile no se sabe cuántos alumnos son preparados en su hogar para que validen estudios, pero el fenómeno existe y aumenta  crecientemente.

Por otro lado, en su libro “La cola mueve al perro” el profesor Jorge Olivo (si: hay profesores que producen lo que la Academia nos niega) plantea la intolerancia que significan las pruebas SIMCE que no pueden medir los sentimientos, la madurez social ni el talento del niño. Acusa al sistema de preocuparse de contenidos encapsulados en asignaturas, sin considerar el desarrollo neuronal y emocional de nuestros niños y niñas.

Lo expuesto indica la urgencia de una reforma curricular que defina la Escuela Pública,  como consecuencia de los ajustes o cambios estructurales que ha realizado este gobierno y frente a los cuales se organizan resistencias por parte de algunos sostenedores que se niegan a ingresar en la gratuidad como una medida política para enfrentar al gobierno con los apoderados, en defensa de sus ganancias, pero sin preocuparse del proyecto educativo a implementar y que supuestamente originó la creación de colegios particulares subvencionados.

Mientras, la escuela pública sigue siendo una abstracción que  nadie define, que todos suponen, pero que será dirigida por una entidad sostenedora muy cercana en su concepción a las entidades privadas que administran colegios bajo el régimen de subvenciones. Se debe entonces incentivar la apertura de aulas en la escuela pública municipal, acoger a los miles de estudiantes amenazados con que su colegio será particular pagado. Ello pasa por bajar amablemente a los sostenedores del  “Bus de la intolerancia” en que se han embarcado para atacar frontalmente la Reforma Educacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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