Señor Director:
Hace poco menos de dos siglos el señor Diego Portales Palazuelos escribió en unas de sus conocidas cartas que la democracia (en esos tiempos) era una ilusión y un absurdo en países como los americanos. El motivo, según sus palabras, es que dichos países (en particular el nuestro) estaban llenos de vicios y sus ciudadanos carecerían de toda virtud. Dicho de otra forma, no estábamos preparados para ser una sociedad libre.
Hoy me pregunto si el panorama es distinto. La vertiginosidad con que recibimos información pareciera al mismo tiempo exigirnos manifestar una opinión que, generalmente y producto de la nula reflexión, termina siendo al voleo. Las pasiones se han apoderado del debate contingente, transformando el arte de discutir en una cuestión meramente vomitiva y visceral. Internet ha suprimido la noción de responsabilidad, no tanto por lo que hacemos, sino por lo que decimos. Despotricar y maldecir a medio mundo es frecuente en plataformas como Facebook o Twitter donde la ausencia de sujeto (por su nombre o imagen) termina contribuyendo a un libertarismo tóxico. Estas plataformas digitales parecen más un tribunal inquisitivo que alternativas comunicacionales, porque seamos sinceros, para comunicarse hay que estar dispuesto, en primer lugar, a escuchar (aquello implica el esfuerzo por entender).
Y así, las pasiones campean potenciadas por el exponente de la ignorancia. Y nos creemos virtuosos por el sólo hecho de participar, de presentar al mundo nuestras creencias, como si la democracia o la libertad fuesen ese comodín que puede respaldar y justificarlo todo, ¿hay palabras más usadas y abusadas? Quizá nos falta bajar las revoluciones. El café instantáneo, el microondas, el avión, la comida rápida, el internet… Puede que el vértigo saque lo peor de nosotros. ¿Cuántos pasos hay antes de dar una opinión? ¿Leer? ¿Reflexionar? ¿Escuchar? Vaya a saber uno si por ir deprisa terminamos como hace 200 años.
Diego Villegas Aleksov
Estudiante de Derecho
Universidad Diego Portales
