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Inclusión niños, niñas y jóvenes trans en el sistema educativo: de lo administrativo a lo transversal

Carolina Zapata
Por : Carolina Zapata Licenciada en Historia y en Educación. Colaboradora área de Género Fundación Crea.
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Los temas sobre sexualidad son complejos para nuestra sociedad, en las etapas de la infancia y juventud existe una mirada prohibitiva, y todavía más cuando se relaciona con la temática LGTB.  Dentro de aquello la transexualidad infantil y juvenil ha ido apareciendo tímidamente en el espacio público debido a casos mediáticos  que han remecido y confrontado distintas posturas a nivel país.

Al respecto, Lohana Berkins señala que el ser trans – travesti, transgénero o transexual- supone el quebrar con los patrones de género establecidos socialmente a partir de lo binario, ya sea temporal o definitivamente. Ello supone una doble dificultad cuando sumamos que las decisiones de las y los niños y jóvenes están mediadas por otros que ejercen poder sobre ellos.

En ese contexto, y a contrapelo del modelamiento que intenta instaurar buena parte de quienes dirigen y pretenden imponer la moral diversas expresiones de diversidad sexual, se ha impulsado mediante las exigencias de la sociedad civil, ciertos cambios que van en la dirección del reconocimiento y la inclusión de derechos trans en el ámbito educativo.

[cita tipo=»destaque»]En ese contexto, y a contrapelo del modelamiento que intenta instaurar buena parte de quienes dirigen y pretenden imponer la moral diversas expresiones de diversidad sexual, se ha impulsado mediante las exigencias de la sociedad civil, ciertos cambios que van en la dirección del reconocimiento y la inclusión de derechos trans en el ámbito educativo.[/cita]

Sin ir más lejos este año  el Gobierno, buscando dar respuesta a estas exigencias, ha dado un primer inspirado en experiencias como la de Paraguay y amparándose en el amplio marco normativo internacional que promueve el desarrollo la integral de la infancia y del ser humano (Declaración Universal de los Derechos del niño, Principios de Yogyakarta entre otros). En términos concretos, la Superintendencia de Educación y el MINEDUC emanaron respectivamente la  “Orden 0768” y las “Orientaciones para la inclusión de personas LGTB en el sistema educativo chileno”; política pública que deberán seguir las comunidades educativas en torno a la inclusión de los niños y niñas transexuales y que tendrá como consecuencia inmediata la transformación de los Proyectos Educativos Institucionales (PEI) y los reglamentos internos de los establecimientos.

Si bien este paso formal expresa que existe voluntad de cambiar elementos de un espacio complejo, como son las comunidades educativas, no es menos cierto que posee una mirada acotada de la problemática, generando soluciones centradas en correcciones administrativas.

Por tanto es necesario dar densidad al debate, junto con ampliar y transversalizar la mirada de esta oportunidad de cambio social. Es importante plantear desafíos y tareas que puedan guíar y viabilizar efectivamente la inclusión de niños y niñas trans, en pos de construir nuevas dinámicas sociales, la resignificación del rol de la escuela y el avance hacia la formación democrática e integra de niños, niñas y jóvenes, aportando a un cambio social más profundo. De esta forma podemos considerar al menos los siguientes elementos:

Reconocimiento administrativo versus realidad integradora: En la propuesta del MINEDUC se enfatiza en medidas relacionadas con el reconocimiento de la identidad social, principalmente en los documentos formales, libro de clases, evaluaciones y otros en los que se le reconozca en su transformación de género. Si bien es un paso que permite avanzar hacia un trato digno, este debiese enmarcarse en una estrategia mayor que apunte a normalizar la opción sexual de cada uno de los estudiantes, pero en especial de quienes han optado por una identidad de género distinta a la que se le asignó culturalmente dada sus características biológicas. La expresión de su identidad de manera libre, el hablar de su opción sin censura junto a sus pares, el respeto a las etapas de transformación, son elementos cruciales para avanzar en una inclusión real y efectiva dentro del sistema educativo, que va mas allá del lenguaje.

El trabajo conjunto con otras iniciativas a nivel de políticas públicas: El objetivo expreso del MINEDUC es “Reforzar la responsabilidad del Estado en promover, proteger y garantizar los derechos humanos de todas las personas, y en especial, difundirlo como una medida de reparación dedicada a todos los niños, niñas y estudiantes que han sido vulnerados en el ejercicio de su derecho a la educación debido a su orientación sexual, identidad de género, expresión de género o características sexuales”. A Partir de aquello una primera tarea es lograr un trabajo transversal con otros organismos de diseño estatal, sobretodo en el ámbito de salud, de infancia y de trabajo territorial, puesto que no es posible lograr una educación e integración profunda si no se trabaja con padres, madres, vecinos y vecinas, y en definitiva con la sociedad en su conjunto, para la protección de todos aquellos niños y niñas. El empoderamiento de estas temáticas tanto en barrios o consultorios, así como mediante municipios y otros espacios públicos, debe ser impulsado con fuerza desde un diseño a largo plazo.

Superar la  óptica Adultocéntrica: Esta se entiende como la relación asimétrica y hegemónica de poder entre adultos y niños, y es desde una perspectiva de transformación, una de las mayores trabas que tenemos al hablar de decisiones tan importantes como las sexuales. Darle validez real a la opinión de niños y niñas sin poner como traba  la brecha etaria es fundamental para superar la fase reparatoria y compensatoria para niños y niñas que han sido víctimas de la hostilidad y la violencia.

En el mismo sentido, otorgarle validez a su opinión, sensibilidades, pensamientos y decisiones, supone una visión que no encaja en el sistema educativo actual, donde se recurre constantemente al  modelamiento  y conducción de cada una de las acciones de niños y jóvenes. Para avanzar  en torno a la inclusión es necesario transformar la escuela en la dirección de un espacio realmente  democrático, que confíe en este empoderamiento  y capacidad de opinión en los ámbitos políticos, sociales, culturales y afectivos.

La formación valórica en el contexto escolar: en un sistema como el chileno, donde la formación escolar está enfocada  medularmente en los contenidos y los índices de medición de rendimiento académico, el aprendizaje valórico queda en segundo plano o totalmente invisibilizado. Por ende, para avanzar hacia una verdadera inclusión en cuanto a diversidad de género, es necesario reorientar los objetivos finales del sistema educativo.

En este desafío debemos defender  que  tanto estudiantes como docentes logren el aprendizaje de valores democráticos, de respeto a la vida, a la integridad del otro más allá de sus propios sesgos, ideologías, credos, etc. La educación emocional que permite la expresión libre de los afectos, la solidaridad, el respeto por lo distinto, necesita además  tomar conciencia de la corresponsabilidad entre la  escuela y  la familia en la promoción de  una formación integral y democrática que valide al otro sin importar su identidad sexual y la expresión física y emocional de ella.

En definitiva, la inclusión de niños y niñas que han escogido el pasar por un proceso de transformación no puede abordarse de una vez y para siempre, puesto que existen importantes vacíos entorno a la capacitación y la implementación de dicha política. Aquello requiere de una estrategia de largo aliento que se enfrente a la cultura de discriminación y violencia tan fuertemente enraizada en estudiantes, padres, madres, apoderados, docentes y todos quienes construimos nuestra sociedad.

Es cierto que para comenzar el espacio educativo es primordial, puesto que tenemos la posibilidad de a partir de la  educación inicial incorporar la mirada de género que supere la lógica de discriminación, de un  trato de inferioridad a la “cosa” separada, que puede ser una persona o una colectividad,  por motivos raciales, religiosos, sexuales, de clase o ideológicos. Por tanto tenemos la oportunidad de discutir también como reformar desde sus cimientos una educación que se cuestione la concepción social, las normativas de género y afecto y los derechos de expresión individual y colectivo.

Por cierto lo anterior, debe enmarcarse en una reflexión mayor, que apunte superar   el paradigma educativo y social imperante, que elimine  la discriminación en su totalidad para niños, niñas y jóvenes trans: salud, educación e incluso en su adultez el desarrollo profesional y laboral pleno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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