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Ofrezco mi voto a quien prometa cambiar nuestro empresariado Opinión

Ofrezco mi voto a quien prometa cambiar nuestro empresariado

Edison Ortiz González
Por : Edison Ortiz González Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago.
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Se ha abierto la temporada de ofertas electorales presidenciales. Las hay de las más variadas e inverosímiles: desde aquellas que, salvo el rostro, no cambian nada, hasta las otras que, pretendiendo cambiarlo todo, no hacen referencia alguna al problema central que enfrenta Chile: la persistencia de un empresariado, ya ni siquiera rentista sino, lisa y llanamente, parasitario.


Cuando se descubrió el sitio arqueológico de Monteverde, en las proximidades de Puerto Montt, allá por las postrimerías de los años 70, se provocó una verdadera revolución en la arqueología y en la teoría, hasta allí predominante, sobre el poblamiento americano. Contra el modelo Clovis se levantó la hipótesis, probada luego por un conjunto de expertos que vinieron a Chile, de que el sitio arqueológico descubierto accidentalmente por la familia Barría, en las orillas del río Maullín, constituía un cambio de paradigma en el modelo con que, hasta allí, se había concebido el poblamiento continental. Que en el remoto sur austral de Chile se hubiesen encontrado y datado restos humanos –incluido la huella de un niño– y fósiles más antiguos, por lo menos en 1.200 años, que los de Clovis, indicaba que algo no estaba funcionando bien en la explicación sobre los tiempos y las rutas de la inmigración al nuevo continente.

El que allí, bajo condiciones excepcionales, se hubiesen conservado y preservado plantas alimenticias y medicinales, madera, carne y cuero de mastodonte, estacas y cuerdas de vivienda y pisadas humanas, constituía evidencia insoslayable de la magnitud del descubrimiento de un grupo humano con ciertos niveles de complejidad y especialización que, incluso ya tempranamente, trocaba alimentos por peces y mariscos con habitantes de la costa.

Entonces, desde hace 13.000 años, los primeros grupos humanos que habitaron Chile y de los cuales quedó algún testimonio hacían un uso intensivo de los recursos naturales que los rodeaban.

Trece mil años después, el asunto no ha cambiado mucho. La única gran diferencia es que, con grupos humanos y sociedades mucho más complejas, los recursos que ofrece la naturaleza ya no están disponibles para cualquier grupo de nuestra especie que habite el territorio, sino que, mediante un complejo sistema de apropiación, estos han sido enajenados en beneficio de un grupo selecto de habitantes, los que, mediante prebendas, coimas e influencias, han logrado hacerse con el control casi absoluto de dichos recursos, la mayoría de ellos no renovables.

Pero el modelo Monteverde continúa siendo el mismo: economía de depredación que, por la masividad e intensidad de la explotación, tiene a Chile ya al borde del colapso y eso que, entremedio de Monteverde y las siete familias, transcurrió harto tiempo e historias: vinieron los pueblos aborígenes prehispánicos que siguieron haciendo lo mismo; luego, los españoles que lo hicieron aún con más brutalidad, esclavizando a la población indígena; con posterioridad los criollos que, ahora, pensaron que la explotación de los recursos (y de sus habitantes) debía hacerse en provecho propio y no de la Corona española y decidieron romper lazos con la metrópolis y se insertaron en la economía mundial sin poner un solo valor agregado como economía periférica en el concierto mundial y como un mero proveedor de recurso naturales: sebo y cuero, primero; luego, trigo; salitre después y cobre con posterioridad; hasta llegar hoy a la explotación indiscriminada del mar y a costa de la destrucción de nuestros bosques y ecosistemas.

[cita tipo=»destaque»]Ya sabemos cómo lo hicieron: de mala manera se adueñaron de empresas estatales y, luego, mediante la compra y estipendio de políticos, validaron aquello en democracia y continuaron apropiándose de nuestros recursos y también de nuestros ahorros, como ya lo sabemos. Se compraron cuanto medio de comunicación podían. Encandilaron y obnubilaron a la señora Juanita y a Moya con cuanta comedia, matinal y culebrón pudieron, que todos en algún momento quisieron ser como ellos y eligieron a uno de sus máximos referentes: Sebastián Piñera.[/cita]

Sin intentar repetir el desolador panorama con que, cada cierto tiempo, José Gabriel Palma nos refresca la memoria con el dantesco cuadro de nuestra oligarquía parasitaria que ahora, también, se ha acostumbrado a vivir de la expoliación legal de nuestros salarios –las AFP e isapres -, lo cierto es que tenemos “una canalla dorada” sin parangón en el mundo moderno, floja, que no emprende y que, como buen organismo parasitario, se ha acostumbrado a vivir a expensas de nuestros recursos o de nuestros ahorros.

Allí está, como prueba viviente de su flojera e incompetencia, la comparación con Corea del Sur, país que, hasta mediados de los 80, tenía los mismos índices de productividad que el nuestro pero que, afortunadamente en su caso (y desafortunadamente en el nuestro), contó con un gobierno y con un empresariado distintos, lo que posibilitó que aquella pequeña nación se disparase en el trascurso de tres décadas en todos los indicadores de productividad y bienestar, al punto que, hoy por hoy y con nuestra capacidad productiva, nos costará un milenio alcanzarlos. En tanto, aquí, seguimos haciendo lo mismo: obteniendo máxima rentabilidad con el mínimo esfuerzo y condenando a millones de generaciones al subdesarrollo y a seguir marcando el paso.

Ya sabemos cómo lo hicieron: de mala manera se adueñaron de empresas estatales y, luego, mediante la compra y estipendio de políticos, validaron aquello en democracia y continuaron apropiándose de nuestros recursos y también de nuestros ahorros, como ya lo sabemos. Se compraron cuanto medio de comunicación podían. Encandilaron y obnubilaron a la señora Juanita y a Moya con cuanta comedia, matinal y culebrón pudieron, que todos en algún momento quisieron ser como ellos y eligieron a uno de sus máximos referentes: Sebastián Piñera.

Pero fue justo con él cuando el modelito comenzó a desbordarse por todas partes: el masivo endeudamiento, sea por CAE, AFP o protestas locales, hicieron que el Gobierno de la excelencia terminase en el Gobierno con más imputados de la historia. Se vino abajo, entonces, otro de los mitos sobre los cuales se construyó el relato sobre nuestra transición a la democracia: el rol empresarial.

Luego Luksic, a través del famoso préstamo, nos devela cómo opera el gran empresariado en las sombras, llegando a tener en esta administración más secretarios de Estado que provienen de directorios de sus empresas que los que pueda exhibir cualquier partido político de la Nueva Mayoría, y Penta, Corpesca y Soquimich nos confirman nuestras presunciones: durante toda la transición, el gran empresariado no ha hecho otra cosa que ofrecernos un pool de candidatos con el siguiente eslogan: “Elijan el que quieran, de cualquier modo todos nos sirven”.

En ese modelito, cuyo icono es Sebastián Piñera, todos quieren subirse al barco de la abundancia y de los ganadores: empezamos robando el confort en la oficina y se concluye desfalcando al fisco en cifras siderales. El Ejército y Carabineros no se quedan atrás en el choreo público y se esmeran en poner, también, su rúbrica.

Epílogo: ofrezco mi voto

Y así llegamos hasta hoy, con la cúspide empresarial no solo coludiéndose para jodernos en los precios de los productos sino también no trepidando en ponerse micrófonos para espiarse en su multigremial, ad portas de su elección interna. Si se hacen trampa entre ellos, ¿por qué no habrían de hacerlo con mayor convicción con nosotros, digo yo?

Y, en tanto, Luksic, Saieh y otros no trepidan en comprarse cuanto medio de comunicación pueden para “restablecer el prestigio empresarial”. Acá estamos nosotros, en el peor de los mundos y, además, sin ningún candidato a La Moneda que diga ni una sola palabra sobre el principal problema de Chile: su empresariado poca cosa y flojo, que está condenando a mis hijos (también a los suyos), y a los hijos de mis hijos, a vivir no solo en uno de los países con más desigualdad del planeta sino también en uno donde no se valora el emprendimiento y donde se pagan mensualidades astronómicas en colegios, institutos y universidades, no para que los niños aprendan sino que para que construyan “redes” que les permitan en el futuro, tal como lo confesó alguna vez Nicolás Eyzaguirre, llegar a ser gerentes aunque sean unos idiotas.

Tal vez, en ese sentido, sea mucho más significativo el aporte que están haciendo miles de inmigrantes que, sin nada, han comenzado a construirse un futuro en este país solo con su propio esfuerzo. Ahí hay empresarios de verdad: que trabajan, corren riesgos y generan trabajo y riqueza.

Yo, en tanto, ya viejo y cansado, solo puedo ofrecer mi voto a quien prometa cambiar nuestro empresariado.

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