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¡Entiendan, hirieron el alma socialista!


Durante la dictadura hubo, entre otros miles de chilenas y chilenos, 226 militantes del PS que fueron detenidos y desaparecidos y otros 552 que fueron asesinados. A esta dolorosa estadística se suman cientos de socialistas que fueron sometidos a torturas y otros que debieron dejar el país, en muchos casos para siempre.

Y aunque efectivamente la tragedia del golpe militar, con su secuela de muerte y dolor golpeó con fuerza y saña al Partido Socialista, su capacidad para resistir la represión terminó templando el carácter de una organización política con fuerte raigambre social, lo que en democracia se transformó en el aporte de numerosos cuadros técnicos y políticos a la lucha social y a la administración del Estado.

Por cierto, quienes tenemos menos años y no tuvimos la oportunidad de luchar contra la dictadura codo a codo con muchos de estos mártires, crecimos en su ejemplo. Escuchando de su valentía, decisión y generosidad. Su compromiso lo heredamos como un mandato y una obligación. Así lo leímos en muchos libros y testimonios ante la Comisión Rettig y la Comisión Valech, así también lo escuchamos muchas veces de boca de quienes sobrevivieron.

[cita tipo=»destaque»]Pero esto que debiera resultar obvio para cualquier socialista en todo el país, al parecer no lo es para algunos. Y eso es lo que hemos estado tratando de decir desde cuando se conocieron las inversiones que a nombre del PS hizo la comisión de patrimonio, en firmas ligadas a familiares del tirano o en empresas que el Estado debía normar y fiscalizar: que el problema no es el monto o el tipo de inversión o si su rentabilidad económica fue buena para el partido. Que el problema es el golpe que se asesta a la moral de miles de militantes, que no entienden las razones que se esgrimen para tratar de explicar lo injustificable.
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Esa historia es, sin duda, el capital más grande que tiene el PS. Porque pone una vara muy alta en materia de integridad, de consecuencia, de honestidad, de decencia. Partiendo por el ejemplo señero del Presidente Salvador Allende en La Moneda, resistiendo hasta su último aliento, defendiendo su mandato y a ese país que, pese a todo, era democrático.

Por ello, cada vez que alguno de los nuestros ha fallado y eso se traduce en un cuestionamiento público a toda la orgánica partidaria, eso le duele al militante puro y sincero que está desde cuando no había que firmar ninguna ficha para ser socialista, que va siempre a reuniones, que participa en cada elección, que se emociona cantando nuestro himno cada 19 de abril.

Pero esto que debiera resultar obvio para cualquier socialista en todo el país, al parecer no lo es para algunos. Y eso es lo que hemos estado tratando de decir desde cuando se conocieron las inversiones que a nombre del PS hizo la comisión de patrimonio, en firmas ligadas a familiares del tirano o en empresas que el Estado debía normar y fiscalizar: que el problema no es el monto o el tipo de inversión o si su rentabilidad económica fue buena para el partido. Que el problema es el golpe que se asesta a la moral de miles de militantes, que no entienden las razones que se esgrimen para tratar de explicar lo injustificable.

Y para peor, no solo no basta con reiterados comunicados, puntos de prensa y frases hechas, sino que hasta ahora nadie les ha pedido disculpas, por esta afrenta que se hace a la militancia actual y sobre todo, al baldón que se deja caer, gratuitamente, sobre aquellos hombres y mujeres que no dudaron en sacrificar su vida por todos nosotros.

Por eso, aunque algunas informaciones de prensa han presentado mis recientes diferencias con el actual secretario general del PS como producto de discrepancias sobre la conformación de las listas parlamentarias, la verdad es que ese “almuerzo caliente” de hace algunos días atrás, tuvo que ver más bien con que no estoy dispuesto a silenciar mi opinión sobre las inversiones del partido, menos si el argumento para hacerlo es poner en cuestión mi cupo a la reelección como parlamentario.

De hecho, estoy dispuesto a quedarme sin ese cupo si es el precio a pagar por defender los principios socialistas, esos que algunos ya parecen haber olvidado definitivamente.

Porque a estas alturas es más que legítimo preguntarse si se puede ser secretario general de un partido, tras haber sido la mano derecha de una ex autoridad de la colectividad y alegar desconocimiento de todo. Preguntarse si este dirigente está en condiciones de afirmar que hubo presidentes comunales o regionales que conocieron las cuestionadas inversiones. Es evidente que no. Por eso muchos de los actuales o anteriores dirigentes comunales y regionales se han quedado sin las necesarias explicaciones ante la militancia que las exige.

Al parecer, en la lógica del operador, hay más preocupación por tratar de obtener un cupo propio para postular al Parlamento, que por dar la cara ante los trabajadores manuales e intelectuales que decimos representar y pedir disculpas por un error que nos marcará por mucho tiempo, pero del que sin duda podremos sacar lecciones, salir fortalecidos y volver a subir la vara al nivel mínimo que nuestros muertos nos lo exigen.

Por cierto, hay que agregar que en medio de esta polémica, que tiene que ver con las formas de abordar esta temática y no con delito alguno, la derecha oportunista tiene menos moral que nadie para apuntarnos con el dedo como si no se la hubiera pasado dando explicaciones el último tiempo por las irregularidades, imputados y condenados por delitos de su sector.

El Partido Socialista seguirá siendo un partido relevante en la política chilena, de eso no cabe duda. No nos pudo exterminar la dictadura, menos aún podrán hacerlo hechos lamentables como el de las inversiones. Ante las actuales exigencias que nos hace la ciudadanía, el único peligro para nuestra historia y para nuestro futuro, lo constituyen los silencios y complicidades como las del secretario general del PS.

Por eso, aunque resulte un poco majadero insistir en este punto, hay que decir que no se trata de un debate sobre la legalidad de los hechos cuestionados, sino sobre la ética y moral que no nos imponen solo el Estatuto o el código de ética partidaria, sino el ejemplo y el sacrificio de aquellos militantes que nos enseñaron que la mayor diferencia con nuestros adversarios no está en las ideas, sino en la decencia y en la dignidad de nuestros actos.

Esto es lo que al parecer algunos no entienden, o peor aún, no quieren entender.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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