Publicidad

Los actores sociales en la encrucijada de la historia

Eddie Arias
Por : Eddie Arias Sociólogo. Academia de Humanismo Cristiano. Doctorando en Procesos Políticos y Sociales.
Ver Más


Los “actores sociales” son la supremacía histórica ineludible, en dictadura fueron las manifestaciones de los miles de pobladores que soportaban la contracción de un modelo neoliberal. Esos “actores sociales” cifrados hoy en la nomenclatura de los “movilizaciones sociales” transfiguran un tránsito no sólo semántico, sino que se impone una gráfica conceptual de sus alcances políticos. Los que tienen límites ineludibles, y activaciones que se pueden transformar en movimientos telúricos.

Pueden representar demandas nacionales, y se politizan como espacio de la “sociedad civil”, al achicarse la posibilidad de alcance de la “sociedad política” que sufre una crisis de representación mundial reflejada en abstenciones contundentes de las poblaciones ante los escenarios electorales. Lo cual es un reflejo de las tesis foucaultianas de los límites a la gobernanza y que se operativizan en las trazabilidades neoliberales del Estado mínimo.

El problema y la inflexión crítica de estos movimientos están en sus relatos y proyectualidades, tienen un vacío de historia y memoria popular, tienen un presentismo cosista muy instalado, les cuesta el discurso histórico y se presentan sin pasado. Como si el mundo y las luchas sociales partieron hoy.

Instalan un imaginario de las injusticias, pero carecen de un proyecto de sociedad, es la reivindicación pura, aunque sea un reclamo con alcances estructurales, será operativizado por las tecnologías de la burocrática gobernanza del Estado a los tiempos procedimentales de lo posible. Porque el “aumento del gasto social” es una dinámica compleja en los términos de la macroeconomía.

Desaparece el “pueblo”, el de la “revolución francesa”, y se instala el “ciudadano”, el vulnerable de clase media que logra una politicidad sin memoria, y a su vez sin una suficiente batería conceptual, esa es una sustracción que se determina por los contextos y las condiciones de un Estado orientado solo a la acumulación, y con la misión focalizada de transformar pobres en mercados segmentados.

Una pregunta insoslayable es qué “movimiento social” ha reemplazado en sus capacidades  al “sindicalismo histórico”, que se instale sustancialmente en la relación capital/trabajo, y articule la lucha en el seno del capitalismo, hoy los descentramientos y las fragmentaciones de la liquidación del trabajo en su etapa de fase del capitalismo financiero han diluido las composiciones de agrupación y filiación de los trabajadores.

Esta es una arquitectura que ha hackeado los desenvolvimientos históricos de las luchas sociales, planteando un espacio de higienización fascista de las problemáticas políticas, es decir ha dejado el debate en una hermenéutica técnica, que es la envoltura más política que sea configurado para generar un cierre perimetral de las opciones de los marginados. Despolitizar la política es lo más certero y político que el capitalismo ha fraguado como contribución a sus intereses.

La “lucha de clases” ha sido revestida de parcializaciones relativistas o francamente opuestas que sitúan cualquier intento de emancipación como una cuestión fuera de época. Esto sucede mientras la concentración de capital en el mundo aumenta, y las desigualdades se transforman en una identidad planetaria.

La ruptura de las proyectualidades sociales terminaron por ofrecer conflictos de baja intensidad, acotados, incluso algunos defendiendo el “no proponerse el poder”, nada más curioso. La exterioridad constitutiva del neoliberalismo produce izquierdas hayekianas, este es el principal problema de las izquierdas en el mundo como lograr no ser absorbidas por una panóptica totalizante.

La cosa es tan convulsa que los hijos de la elite representantes de un liberalismo facho intentan instalar las tesis de una sociología crítica del best seller. Tesis sinópticas de los derrumbes metafóricos y de autopsias de cadáveres equívocos.

[cita tipo=»destaque»]La historia está en la cultura, en su recreación y reapertura, y las historias reales están llenas de intentos que buscaron abrirse paso, los reclamos históricos que forjaron la identidad de la izquierda en el mundo están incluso en circunstancias más agravadas.[/cita]

Parece demasiado sospechoso que no queramos ser pueblo, no por los efectos de la nostalgia, sino por el instrumental político que logro crear una geopolítica distinta a la del capitalismo. Los parámetros del propio instrumental político del neoliberalismo no parecen sustanciales para desafiar su epistémica, al final todo es atrapado, sino se reconstruyen las semánticas para construir otra politicidad de la confrontación indispensable.

El giro instrumental del Estado, no deja espacios de negociación para lo “social”, su reingeniería abandona espacios de gobernanza,  se despolitiza. Politizando todo de mercado, ese mercado biosocial que se construyó un espacio determinante en la cognición humana.

Dicen que uno reclama sujetos históricos, fantasmas, como si la diacronía no existiese. Serán todos solo relatos, percepciones gestálticas y emocionalidad mamífera.

La historia está en la cultura, en su recreación y reapertura, y las historias reales están llenas de intentos que buscaron abrirse paso, los reclamos históricos que forjaron la identidad de la izquierda en el mundo están incluso en circunstancias más agravadas.

Se ha seguido intentando con profundas imperfecciones, ya que la historia no era lineal, y había que ganar la lucha, la hegemonía en la praxis. En la hegemonía epocal de lo “civil” como vaticinaría la erudición gramsciana.

Las posibilidades de la realidad se ensanchan en lo político, cuando los actores sociales irrumpen con estruendosa fuerza, se mueven los poderes a negociaciones estratégicas, que muchas veces reanudan nuevos ciclos de lo “político”. Se producen reformas reformistas, a veces con aperturas, y estrecheces, pero lo “político” cuándo camino sino por espacios de mucha complejidad.

Es decir, la tozudez de intentarlo siempre tiene que ver con una convicción, con unos intereses, forjados también como herencia de las generaciones, negar estas cuestiones y reducir todo a los efectos de una semiología del revestimiento, es no entender las latencias, las pulsiones que pulsan, las viejas y acostumbradas contradicciones, que pueden ser condensadas en las “desigualdades”, como una “cultura de la discriminación” en pleno auge del desarrollo del “multiculturalismo”. Una dicotomía fulgurante, una esquizofrenia del capital como lo han postulado los teóricos de la comunicación.

Estamos en la “era de los nervios” y el vértigo deprime los corazones, la maquina es monumental porque es microfísica, que es la mejor expresión de la fuerza de un poder. Es lo más cercano a una inscripción genética.

Hay infantilismos de izquierda liberal que nos plantean su “desconstrucción”, y ahí nos quedamos perplejos en los laberintos borgianos. Un sujeto atrapado y maniatado, adscrito a un sistema de consumo con movimientos sociales de consumidores descontentos cuyas historiografías solo pueden describirse desde el individualismo metodológico.

La relación partidos políticos y movimientos sociales es de una teorización ineludible, las posibles conjunciones de las fuerzas tiene derroteros inconclusos. Pero sin esa “relación” parece difícil la ruptura de una gobernanza limitada en sus atribuciones, la sustracción del neoliberalismo a todo lo que enfrenta parece ser una tecnologización de su capacidad evolutiva como dominación.

El “movimientismo” puede ser las cosquillas de un efecto disruptivo y democrático funcional, el nuevo look. La recuperación de los patrimonios históricos en la recreación de los conflictos reales, supone la dislocación sectorial con la capacidad de integración nacional.

El “poder popular” de las comunidades en sus barrios, en sus calles, en sus ciudades, en sus trabajos, en sus escuelas, en sus instituciones, en su vida social, en su cultura.

Hay que ser “poder popular”, la epistémica del poder en la base, las multitudes del espectáculo periodístico pueden quedar solo en la sensación de los medios. Crear una base social, ahí donde ocurren las cosas, donde se dan las injusticias, puede hacer organicidad, espacios de poder de las comunidades, de los “otros sensibles” (Rancière).

Las transformaciones dependen de la única posible linealidad de la historia, la voluntad, la voluntad de ser, y decir, la voluntad de un habla, un lenguaje que hable. Que viva.

La unidad de los trabajadores, y estudiantes, vecinos, mujeres y hombres que son parte del 99% que no está en las reparticiones concentradas del PIB.

Si estamos en una brecha infranqueable, un quiebre al precipicio de la historia, sería la telenovela de un reality show del apocalipsis, o el “no lugar” de Coetze, estaríamos en medio de ninguna parte.

Si la emancipación es solo arte, la política se queda sin artefactos, sin habla. Si una mejor vida no es posible para qué sirve la economía política. Si la respuesta es el laberinto, tampoco hay sujeto, y todo esto es una ficción. Modelar al sujeto fuera del sujeto es una intelectualización intencionada que no deja lugar a los decursos que se abren paso, o acaso a principios del siglo XX cuando asomaba la “cuestión social” alguien vaticinaría que llegaríamos a los procesos revolucionarios que se desencadenaron en el mundo.  No hablemos con el habla de los vencedores.

La historia de la política es la historia también de la voluntad y de su moralidad. Y ahí hay que reconstituir las hablas con historia, sin patrimonio no hay emancipación. Todo lo hibrido se desvanecerá en el aire, la única posibilidad posible es reconstituyendo lazos con la historia. No la de los monolitos sino la de las mujeres y los hombres vivientes.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias