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Fin de Arcis

Por: Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega, Comunicador Social, Licenciado en Ciencias Jurídicas


Señor Director:

El cierre definitivo de la Universidad ARCIS, anunciado hace unos días por la ministra de Educación, poniendo término de esta forma a una agonía artificiosamente prolongada cuya culminación las autoridades, al parecer, ya tenían prevista, es sin duda la conclusión de un proyecto académico que aportó una mirada propia, interesante y auténtica en el escenario del sector universitario chileno.

Más allá de los puntos de vista particulares que se puedan tener al respecto, la ARCIS fue una institución que logró ganarse un espacio de reconocimiento en la sociedad, consiguió entusiasmar a miles de jóvenes con la perspectiva de estudios superiores y proyectos de desarrollo en el campo de las artes, las ciencias sociales y las humanidades, ámbitos no siempre bien comprendidos en el sector de las universidades privadas; y alcanzó un nivel que le permitió tener una voz relevante en debates y conversaciones académicas, profesionales e institucionales en torno de dichas disciplinas y del conjunto de la educación terciaria.

Además, y esto es verdaderamente lamentable, aun cuando por lo general queda fuera de la consideración de los funcionarios y expertos que prestan servicios en las dependencias ministeriales, el cierre de esta universidad, como de cualquiera otra, significa en la práctica truncar el dinamismo y vitalidad de una comunidad académica, el entusiasmo y motivación de los estudiantes, la entrega calificada de los académicos, el esmero de los funcionarios administrativos y, en suma, el compromiso humano que siempre hay detrás de un proyecto educativo de formación superior.

Prevalecen invariablemente en el enfoque de los reguladores, igual que en el de los evaluadores, prioritariamente los aspectos económico financieros, esos que alimentan y justifican el desenvolvimiento de una racionalidad técnico-instrumental, y que determinan la viabilidad de una propuesta educativa, con prescindencia o mínima atención a las dimensiones de contenido académico, línea editorial, valores formativos y, en definitiva, el concepto de calidad académica entendido en un sentido propio, amplio, sustantivo; no meramente subsidiario de métricas y algoritmos distantes de los fines de la educación.

Gustavo Adolfo Cárdenas Ortega
Comunicador Social
Licenciado en Ciencias Jurídicas

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