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Chile: oportunidades abiertas y candidaturas miopes Opinión

Chile: oportunidades abiertas y candidaturas miopes

Graciela Moguillansky
Por : Graciela Moguillansky Economista. Especialsta en temas de desarrollo productivo, competitividad e innovación.
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La bioeconomía podría llegar a ser también una estrategia de consenso ganadora en Chile. Ya algo se ha avanzado en este sentido con la creación de los Programas Estratégico Solar, el Programa Nacional de Minería Alta Ley y el de Industrias Inteligentes, componentes de la iniciativa “Transforma”, de Corfo. Estos programas se han pensado ciertamente dentro de una concepción estratégica para Chile, sin embargo, responden a un Gobierno y no a una política de Estado.


Tras la dificultad para encontrar consensos en torno a las candidaturas presidenciales, los partidos de la centroizquierda han señalado que lo que importa son las ideas y un programa de Gobierno. Más allá de declaraciones  genéricas y expresiones de deseos, es escaso lo señalado acerca de cuáles serían las fortalezas de Chile para enfrentar los desafíos del futuro.  

Poco conocemos acerca de una visión prospectiva del país y del mundo para los próximos 20 o 30 años. Por ejemplo, las definiciones sobre qué tipo de ciudades queremos; qué grado de contaminación aceptaremos; el tipo de energía a privilegiar; o el tipo de educación a fomentar, debieran ser muy explícitas en cualquier discusión programatica y consistentes con los rápidos cambios tecnológicos y desafíos ambientales que enfrenta el planeta.

Hoy enfrentamos una coyuntura que puede ser tremendamente favorable para Chile, y debemos aprovecharla, para que no se nos vuelva a pasar el tren. De acuerdo a un reciente estudio de McKinsey Global Institute, a pesar del fin del superciclo de las materias primas de 2003-2015, la demanda de cobre podría crecer fuertemente en las próximas dos décadas.

Ello se deduce considerando el mayor gasto en electrónica impulsado por el consumo global, a lo que se suma la proyección al año 2035 del uso del motor eléctrico, el que  representaría entre el 10 y el 15 por ciento del parque automotriz mundial, utilizando 4 veces más cobre que un vehículo convencional. Por último, se agrega la mayor inversión proyectada en energías renovables y en la red eléctrica que al  año 2035 considera una participación de las energía solar y eólica del suministro eléctrico mundial 9 veces mayor al existente  en la actualidad, lo que, en términos de uso de cobre, significa multiplicar varias veces la demanda, ya que un MW generado con energía solar y eólica requiere 2,5 y 5 ton más de cobre, respectivamente.

Por tanto, las perspectivas que se abren de la combinación cobre-energías renovables para la producción y exportación de nuevos productos y servicios son enormes, siempre y cuando nos desprendamos del complejo de ser un país demasiado pequeño para crear ciertas industrias o que somos incapaces de generar localmente innovaciones de mayor complejidad que involucren grandes inversiones. Escogemos financiar miles de pequeños montos en startups, pero nos negamos frente a emprendimientos de mayor envergadura que nos permitirían ubicarnos en otra frontera y a los que solo se llega con un persistente y sistemático esfuerzo público-privado en desarrollo tecnológico e innovación.

[cita tipo=»destaque»]Aprovechar la nueva coyuntura favorable para Chile, dada por la prospectiva del cobre y las energías renovables, requiere consensuar en el país una visión de futuro; alinear los programas presidenciales y su implementación con dicha visión estratégica de largo plazo; realizar un esfuerzo conjunto público y privado a todo nivel, alineando y coordinando el accionar de los organismos públicos con el esfuerzo de dicha alianza. De esta forma, David puede volver a vencer a Goliat.[/cita]

La política hacia los startups nos ha dado publicidad sobre emprendimiento e innovación en Chile y el mundo, pero nos olvidamos que debe haber una base de tecnológia e infraestructura científica que la sustente. En el caso de EE.UU., fue la industria militar y aeroespacial, en definitiva el Estado, lo que dio el impulso inicial a las empresas de Silicon Valley. El Estado financió las etapas más riesgosas de la investigación, como ocurrió en el caso agrícola en el siglo XIX, en el desarrollo de la aeronáutica y de la industria espacial en el siglo XX, en la investigación sobre tecnologías computacionales avanzadas entre 1983 y 1993, y en las ciencias de la salud, la nanotecnología y la energía limpia en la actualidad.

Los argumentos contra una nueva propuesta de industrialización involucrando productos y servicios de alta tecnología son múltiples. Uno muy recurrido es ser un país pequeño o que es imposible competir con los más grandes, sobre todo con China.

Sin embargo, existen países que supieron posicionarse de tal forma que, siendo David, pudieron disputarle mercados a Goliat. Son los casos de Finlandia o Singapur, que lograron industrializarse y llegar a dominar ciertos mercados con tecnología de punta, hacer frente a los ciclos de la globalización cerrando industrias que dejaron de competir, pero respondiendo rápidamente a nuevas oportunidades gracias a su persistente inversión en tecnología, educación e innovación y, particularmente, a su visión de largo plazo.

Finlandia pudo hacer frente así a nuevas apuestas después que los teléfonos inteligentes desplazaron a Nokia de los mercados. Entre ellas, se destaca la estrategia de la bioeconomía consistente con una nueva visión de futuro. Ello se refiere a una orientación de todo el sistema productivo hacia los recursos naturales renovables, lo que se traduce en el uso de las nuevas tecnologías para anticipar la demanda futura en los sectores forestal, pesca y agua, industria química, de alimentos, energía y servicios en defensa del ecosistema.

La bioeconomía podría llegar a ser también una estrategia de consenso ganadora en Chile. Ya algo se ha avanzado en este sentido con la creación de los Programas Estratégico Solar, el Programa Nacional de Minería Alta Ley y el de Industrias Inteligentes, componentes de la iniciativa “Transforma”, de Corfo. Estos programas se han pensado ciertamente dentro de una concepción estratégica para Chile, sin embargo, responden a un Gobierno y no a una política de Estado.

Es útil recordar que una política similar ya se planteó en Chile en el primer Gobierno de la Presidenta Bachelet. Esta estrategia fue desechada durante la Presidencia de Sebastián Piñera, a pesar de que el diagnóstico y la propuesta sobre la política de clusters era consistente y en línea con lo planteado por organismos internacionales como OECD. Por otra parte, si bien los programas de “Transforma” han sido liderados por Corfo, con un reconocido sustento dentro del Ministerio de Economía, no estuvieron apoyados monolíticamente por el resto de los ministerios y agencias y sobre todo por Hacienda, que en definitiva tiene el poder sobre los recursos financieros para viabilizar las políticas. Ello se tradujo en la drástica reducción del financiamiento asignado a los programas frente al ajuste de los últimos años.

Por tanto, aprovechar la nueva coyuntura favorable para Chile, dada por la prospectiva del cobre y las energías renovables, requiere consensuar en el país una visión de futuro; alinear los programas presidenciales y su implementación con dicha visión estratégica de largo plazo; realizar un esfuerzo conjunto público y privado a todo nivel, alineando y coordinando el accionar de los organismos públicos con el esfuerzo de dicha alianza. De esta forma, David puede volver a vencer a Goliat.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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