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La ciudadanía en el espejo de los candidatos Opinión

La ciudadanía en el espejo de los candidatos

Cristián Valdivieso C.
Por : Cristián Valdivieso C. Psicólogo, Socio y fundador de Criteria Research
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La expresión social de esta proyección de deseos en los candidatos y sus estilos pasa a ser una suerte de radiografía del contexto social y político del país. Un escenario donde la ciudadanía ensambla sus necesidades más apremiantes y de corto plazo con sus anhelos de cambios sociales más profundos, en una especie de péndulo que solo se clava por un instante en el día de las elecciones.


No deja de ser llamativo que, en tiempos de distanciamiento entre sociedad y sistema político, a las personas les guste responder estudios de opinión electoral. Nos resulta atractivo opinar, evaluar y asociar atributos, temas y valores a los candidatos a la Presidencia, en la medida en que ello nos enfrenta al espejo de nuestros propios deseos y juicios sobre el país que queremos habitar.

Al expresarnos a través de los presidenciables de turno reflejamos, consciente e inconscientemente, lo que odiamos de nuestra sociedad, lo que nos alucina de ella y lo que anhelamos para nuestro entorno. En épocas de campaña, los candidatos y sus estilos de liderazgo se nos aparecen como una suerte de alter ego que nos confronta con nuestras visiones, aspiraciones y temores.

Por ello es que, más allá de la desafección por la política, de si finalmente concurrimos voluntariamente a las urnas o no, todos hablamos, de una forma u otra, de lo que más decimos odiar: de política. Aunque digamos detestarla, no podemos vivir sin ella. Basta con observar el regadero de agua política que corre por las redes sociales para confirmarlo.

La expresión social de esta proyección de deseos en los candidatos y sus estilos pasa a ser una suerte de radiografía del contexto social y político del país. Un escenario donde la ciudadanía ensambla sus necesidades más apremiantes y de corto plazo con sus anhelos de cambios sociales más profundos, en una especie de péndulo que solo se clava por un instante en el día de las elecciones.

Antiguamente este juego de espejos se hacía apelando al imaginario que la opinión pública tenía sobre los partidos políticos. Cuando las preferencias ciudadanas se inclinaban a favor de un partido u otro, o incluso de manera más gruesa por la izquierda, el centro o la derecha podíamos interpretar las emociones, tendencias y conflictos que bien describían a la sociedad en su época. Ese era el tiempo en que los partidos políticos eran relevantes, con identidades representativas de un conjunto de valores y significados, a partir de los cuales se podían inferir hasta los estilos de vida que tenían sus simpatizantes.  

Hoy son los candidatos y sus estilos de liderazgos ya no los de los partidos los que nos hablan del Chile actual. Son ellos, y lo que a través de ellos identificamos, los que nos ayudan a retratar el contexto social y político en que nos encontramos.

Pues bien, auscultemos lo que nos están devolviendo los reflejos de los cuatro candidatos a los que más atributos se les asocian.

Partamos por al ex Presidente Sebastián Piñera. Al contrastarnos con su espejo, nos vemos como una sociedad estancada, si no adormilada. Un país que siente haber perdido ritmo y adrenalina, ritmo que en sus momentos altos agota y estresa, pero que en las actuales circunstancias engorda.

En Piñera se deposita la expectativa de un liderazgo energético que nos saque de un aletargamiento que se torna angustiante, más aún frente a un futuro económico incierto. Sin duda que en él no se expresa el lado honesto ni el solidario de nuestro ethos, lo sabemos, y, pese a que cada vez se duda más de su honestidad, representa una solución a una expectativa contingente y urgente, reflejando el pragmatismo que nos caracteriza como sociedad, así como nuestra infinita capacidad de negación.

[cita tipo=»destaque»]Si bien el candidato Guillier cuenta con similar adhesión que Piñera, en él no se identifica experiencia ni capacidad de gestión, tampoco particular claridad en sus propuestas y medidas para la reactivación de la economía. El actual senador nos devuelve la ingenuidad propia de un país adolescente, pero, al mismo tiempo, la expectativa restauradora del paraíso de las buenas intenciones y del sueño reformista, antes prometido por Bachelet. Una ciudadanía contrariada entre sus eternas ansias de cambio social y su temor al mismo.[/cita]

El ex Mandatario vendría, con su liderazgo gerencial, a dinamizar la economía, a generar empleos y a devolver algo de compulsión maniaco-gozosa a un país que huye de su endémica depresión. Se asume que sabrá cómo hacerlo, pues tiene la experiencia necesaria y, por lo mismo, pese a las dudas que nos genera su eterno maridaje entre política y negocios, no sería este el momento de enrostrarle Exalmar, Dominga y tantas más.

En otro espejo, el de Guillier, nos aparece el lado de una población profundamente desconfiada de las elites de todo tipo. Vemos una ciudadanía descreída hasta el hartazgo de la política y sus promesas, que encuentra en el otrora rostro más creíble de la televisión a alguien en quien confiar. Perdida la madre en los entresijos de Caval y ante la ausencia de padre, el senador representa un liderazgo ciudadano, honesto y cercano, en el cual protegerse de los abusos políticos y empresariales.

Si bien el candidato Guillier cuenta con similar adhesión que Piñera, en él no se identifica experiencia ni capacidad de gestión, tampoco particular claridad en sus propuestas y medidas para la reactivación de la economía. El actual senador nos devuelve la ingenuidad propia de un país adolescente, pero, al mismo tiempo, la expectativa restauradora del paraíso de las buenas intenciones y del sueño reformista, antes prometido por Bachelet. Una ciudadanía contrariada entre sus eternas ansias de cambio social y su temor al mismo.

Cuando nos miramos en los reflejos del candidato Ricardo Lagos, nos enfrentamos a una suerte de desconcierto entre los ciudadanos, el que se expresa en que, por un lado, se le critica con encono por su estilo de liderazgo asimétrico y autoritario, por la falta de renovación generacional y como castigo a políticas públicas de su Gobierno; y, por otro, una opinión pública que releva su porte de estadista, su capacidad de direccionamiento, de definiciones asertivas y ampulosas, que nos conectan con nuestra eterna autoestima deprimida y nos hacen soñar con otros tiempos. Un tiempo pasado y acotado donde nos sentíamos alumnos ejemplares en América Latina, incluso jaguares en el concierto de las naciones.

Por último, el retrato de Manuel José Ossandón nos devuelve al Chile patronal, tan autoritario como cercano, de juicios rápidos, tajantes y maniqueos, pero capaces de proponer soluciones pragmáticas para necesidades concretas. Sus reflejos paternalistas iluminan nuestros instintos reaccionarios de protección y contención, que emergen frente a la amenaza externa, a lo desconocido, al inmigrante. En sus dominios, la ciudadanía, más que oportunidades de emergencia social, encuentra cobijo frente a sus miedos e inseguridades.

Cuatro tipos de liderazgos más los que aparecerán que coexisten en un mismo momento social y político, reflejando la diversidad de expectativas y contradicciones ciudadanas expresadas en la imagen de cada uno de ellos.

Lo único cierto es que el péndulo de las preferencias inevitablemente se detendrá en un punto este año, para señalar el estilo de liderazgo por el que nos hemos inclinado. ¿Será de tipo gerencial, ciudadano, estadista, patronal u otro?  

Abierto el debate. Al final, de un modo u otro, por algo nos gusta hablar de política.

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