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Trump: un ejercicio económico

Rodrigo Larraín
Por : Rodrigo Larraín Sociólogo. Académico de la Universidad Central
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Supongamos que Donald Trump tenga razón y que sus anunciadas medidas económicas sean acertadas, que la globalización no ha llevado al desarrollo y que una importante dosis de proteccionismo es adecuada, que los mercados laborales no pueden ser alterados por inmigrantes sin consecuencias, y que medidas potentes para desincentivar la inversión de los nacionales en otros países, debieran establecerse.

Una cosa son los lamentables modales del Presidente de USA y otra son las decisiones en materia económica, toda vez que su equipo de gobierno son empresarios exitosos y él mismo lo es, además está graduado de una buena escuela de administración. Así que tal vez no se deba inferir del modo burdo de tratar al prójimo una manera igual de burda de decidir económicamente.

Trump ha propuesto un plan de inversión en obras públicas, por un monto de un billón de dólares, que reactive la actividad económica, pues la inversión privada es muy lenta porque la demanda interna es débil y la recuperación económica floja.  Recuperación de las crisis provocadas por la globalización, claro está.  Para lo anterior está claro que el financiamiento implicará deuda o inflación.

Propone un salario mínimo de 10 dólares la hora; y, al revés de lo que informa la prensa, el programa de Trump no contemplaba la supresión del Obamacare, el seguro de salud, incluso llama recortes neoliberales a la disminución de fondos para los programas de salud para los pobres y los ancianos. Incluso ha sorprendido con una propuesta de separar las funciones de los bancos en bancos de inversión y bancos tradicionales de depósitos. Hubo una ley de ese tipo, derogada en 1999 para favorecer la globalización financiera, a la que se atribuyen las sucesivas crisis también globales.  Ha propuesto eliminar el impuesto federal que grava a los más pobres.

Pero su posición en contra de la globalización es la más resistida por el establishment, en este caso representado por Clinton y Obama, lo que lo acerca, sorprendentemente a Bernie Sanders, el precandidato demócrata más socialdemócrata. De ahí que no ingresará USA al Acuerdo Transpacífico (TPP) y quiera sacar a su país del NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Sanders ha declarado que si “Trump quiere alcanzar políticas públicas para mejorar la vida de las familias trabajadoras, yo y los progresistas estaremos preparados para trabajar con él.  Si su fin es alcanzar políticas racistas, sexistas, xenófobas y contra el medio ambiente, nos opondremos enérgicamente”.  Pero no parece Trump ser un keynesiano, ni un socialdemócrata ni menos un partidario del Estado de bienestar; sí es un magnate gobernando con magnates; es decir, sabe hacer plata.

[cita tipo=»destaque»]Si resultan exitosas las ideas y prácticas económicas de Trump, dejará a bastantes gurúes sin piso teórico.  Y los antimonetaristas de los setenta y ochenta que se reciclaron, aceptando las ideas de sus adversarios, debieran moralmente dar explicaciones, de cualquier tipo, pero debieran darlas: sí, porque desmontar la economía anterior por una nueva significó un costo social altísimo e inhumano, con desempleo nunca visto, extrema pobreza, autoempleo, ollas comunes y otras iniciáticas de subsistencia, liquidación de la empresa productiva nacional, ropita usada, escolares subalimentados que se desmayaban, universidades que empezaron a cobrar, indignidad represora.[/cita]

Entonces lo importante en materia económica del nuevo gobierno americano es la derogación de las teorías y prácticas monetaristas, el modelo de los “Chicago boys” en el caso chileno, neoliberalismo o el modelo, en el uso actual.  Con Trump se estaría cayendo la fe ciega en los mercados sin intervención estatal (aunque los acuerdos monopólicos por debajo abunden), las decisiones supuestamente racionales, la privatización de todo lo público, la desregulación en lo posible absoluta, el apalancamiento y endeudamiento en general, llevados a niveles extremos.  Pero la ideología monetarista tiene otros ingredientes: El excesivo poder los organismos financieros internacionales, como el FMI o el Banco Mundial, la sobrevaloración de acuerdos internacionales, como la OCDE o, en el nivel interno, de un Banco Central; también la creencia ingenua en que todo se puede predecir racionalmente, que es posible construir modelos probabilísticos eficientes para tomar decisiones y que, al final, los mercados no intervenidos tienden al equilibrio, o mejor, que es posible manejar el riesgo (Como los argumentos de las AFP que optimistamente llamaban a no cambiarse fondo ya que, al final todo se recuperaría –lo que era un cuento chino– pues las ganancias sólo son una vuelta a un nivel anterior y la pérdida no se recupera, aunque sin lógica se insista en ello).

Si resultan exitosas las ideas y prácticas económicas de Trump, dejará a bastantes gurúes sin piso teórico.  Y los antimonetaristas de los setenta y ochenta que se reciclaron, aceptando las ideas de sus adversarios, debieran moralmente dar explicaciones, de cualquier tipo, pero debieran darlas: sí, porque desmontar la economía anterior por una nueva significó un costo social altísimo e inhumano, con desempleo nunca visto, extrema pobreza, autoempleo, ollas comunes y otras iniciáticas de subsistencia, liquidación de la empresa productiva nacional, ropita usada, escolares subalimentados que se desmayaban, universidades que empezaron a cobrar, indignidad represora. Y todo para imponer una ideología.  No fue poco.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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