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Ha-Joon Chang proyecta el efecto Trump: “Será necesaria una completa reescritura de las reglas del comercio global” La era neoliberal comienza a crujir

Ha-Joon Chang proyecta el efecto Trump: “Será necesaria una completa reescritura de las reglas del comercio global”

C.J. Polychroniou
Por : C.J. Polychroniou economista/cientista político. Ha enseñado y trabajado en universidades y centros de investigación en Europa y Estados Unidos. Sus principales áreas de investigación son la integración económica europea, la globalización, la política económica de EE.UU. y la deconstrucción del proyecto político-económico neoliberal.
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El destacado profesor de Desarrollo Económico de la Universidad de Cambridge, best seller mundial con su libro «23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo» (2012), analiza aquí el escenario de incertidumbre y dudas que se ha abierto para la globalización neoliberal con las medidas proteccionistas promovidas por Donald Trump. Chang plantea dudas sobre los resultados de las medidas proteccionistas del presidente estadounidense, a la vez que desnuda el proceso de control político ejercido por los economistas sobre la opinion pública. La siguiente entrevista, publicada en la web de la ONG Truthout, fue traducida para El Mostrador por los académicos José Miguel Ahumada y Francisco Larrabe.


En los últimos casi 40 años, el neoliberalismo ha regido de forma absoluta sobre gran parte del mundo capitalista occidental, generando niveles de acumulación de riqueza sin parangón para un puñado de individuos y corporaciones transnacionales, mientras que al resto de la sociedad se le ha impuesto la austeridad, el estancamiento de los ingresos y la reducción del Estado de bienestar. Sin embargo, justo en el momento en que todos pensábamos que las contradicciones del capitalismo neoliberal habían alcanzado su punto máximo, evidenciado en un masivo descontento y oposición al neoliberalismo global, la última elección presidencial de Estados Unidos puso en el poder a un megalómano que adhiere a la economía capitalista neoliberal, al tiempo que se opone a muchas de sus dimensiones globales.

¿Qué es exactamente, entonces, el neoliberalismo? ¿Qué es lo que representa? ¿Y cómo debiéramos comprender las declaraciones en materia económica que ha hecho Donald Trump? En esta entrevista exclusiva, el mundialmente reconocido profesor de economía de la Universidad de Cambridge, Ha-Joon Chang, nos responde estas importantes preguntas, enfatizando que, a pesar de la defensa que Donald Trump hace del “gasto en infraestructura” y su oposición a los acuerdos de “libre comercio”, debemos estar profundamente preocupados por sus políticas económicas, su adhesión al neoliberalismo y su ferviente lealtad a los ricos.

-En los últimos casi 40 años, la ideología y las políticas del capitalismo de “libre mercado” han regido de manera absoluta en casi todo el mundo industrializado y avanzado. Sin embargo, mucho de lo que se entiende como capitalismo de “libre mercado” no son más que medidas diseñadas y promovidas por el Estado capitalista a favor de las facciones dominantes del capital. ¿Qué otros mitos y mentiras acerca del “capitalismo realmente existente” vale la pena señalar?
-Gore Vidal, el escritor estadounidense, muy bien dijo una vez que el sistema económico estadounidense es de “libre empresa para los pobres y socialismo para los ricos”. Pienso que esta afirmación resume de buena manera lo que se entiende por ‘capitalismo de libre mercado’ en las últimas décadas, sobre todo, pero no exclusivamente, en Estados Unidos. En las últimas décadas los ricos han sido protegidos, cada vez más, de las fuerzas del mercado, mientras que los pobres han sido expuestos mucho más a ellas.

Para los ricos las últimas décadas han sido “cara, yo gano; cruz, tú pierdes”. Altos directivos, sobre todo en Estados Unidos, firman paquetes salariales que les dan cientos de millones de dólares por hacerlo mal y las corporaciones son subsidiadas a gran escala y con pocas condiciones, algunas veces de manera directa, pero a menudo de manera indirecta por medio de programas de gasto gubernamental (especialmente en defensa), con precios inflados y tecnología gratuita producida por programas de investigación financiados por el Estado.

Después de cada crisis financiera, empezando por la crisis bancaria de Chile en 1982, pasando por la crisis financiera asiática de 1997, hasta la crisis financiera global de 2008, los bancos han sido rescatados con cientos de trillones de dólares provenientes del dinero de los contribuyentes, y pocos banqueros han ido a prisión. En la última década, las clases dueñas de los activos en los países ricos también han sido mantenidas a flote por tasas de interés históricamente bajas. En contraste, los pobres han estado, crecientemente, sujetos a las fuerzas del mercado. En nombre del aumento de la “flexibilidad del mercado laboral”, los pobres han sido privados, cada vez más, de sus derechos como trabajadores.

Esta tendencia ha alcanzado un nuevo nivel con la irrupción de la así llamada “economía de los pequeños encargos” (gig economy), en la que los trabajadores son falsamente contratados como “trabajadores por cuenta propia” (sin el control sobre su trabajo, que sí ejerce el verdadero trabajador por cuenta propia) y privados de, incluso, los derechos más básicos (por ejemeplo, ausencia por enfermedad, pago de vacaciones). Con sus derechos debilitados, los trabajadores deben comprometerse cien por ciento en una carrera en la que compiten al aceptar salarios más bajos y condiciones laborales cada vez más precarias.

En el área del consumo, el aumento de la privatización y desregulación de las industrias proveedoras de servicios básicos, de la que los pobres tienden a depender más –como lo son el agua, electricidad, transporte público, servicio postal, servicios de salud y educación básicos–, ha significado que estos han visto un aumento desproporcionado en la exposición de su consumo a las lógicas del mercado. En los últimos años, desde la crisis de 2008, los derechos sociales se han reducido en muchos países, y los términos de sus accesos –por ejemplo, los cada vez menos generosos “test de aptitud laboral” para los discapacitados, el entrenamiento obligatorio para la gestión curricular para quienes reciben beneficios de desempleados– se han vuelto más exigentes, haciendo que más y más personas pobres vayan a mercados laborales para los cuales no están capacitadas para competir.

En cuanto a los otros mitos y mentiras del capitalismo, el más importante, para mí, es aquel que afirma que existe un dominio objetivo de la economía, en donde la lógica política no se debe entrometer. Una vez que aceptas la existencia de este dominio exclusivo de la economía, como muchas personas lo hacen, terminas por aceptar la autoridad de los expertos económicos, como si fuesen interlocutores de alguna verdad científica sobre la economía, que dictarán la manera en que esta funciona.

Sin embargo, no existe una manera objetiva de determinar la frontera de la economía, porque el mercado es en sí mismo una construcción política, como lo demuestra el hecho de que hoy en día en los países ricos es ilegal comprar y vender una serie de cosas que se solían comprar y vender de forma libre, como los esclavos y la fuerza laboral de niños.

Es muy importante rechazar el mito de una frontera inviolable de la economía, porque ese es el punto de partida para desafiar el statu quo. Si aceptas que el Estado de bienestar debería ser reducido, los derechos laborales debilitados, el cierre de fábricas aceptado, etcétera, y todo por una supuesta lógica económica objetiva –o “fuerzas del mercado”, como lo llaman­–, se hace prácticamente imposible modificar el statu quo.

-La austeridad se ha convertido en el dogma prevaleciente en toda Europa, y es muy importante en la agenda Republicana. Si la austeridad se basa también en mentiras, ¿cuál es su objetivo real?
-Muchos economistas, como por ejemplo Joseph Stiglitz, Paul Krugman, Mark Blyth y Yanis Varoufakis, por mencionar algunos nombres prominentes, han sostenido que la austeridad no funciona, especialmente en medio de una recesión económica –tal como se llevó a cabo en muchos países en desarrollo bajo los Programas de Ajuste Estructural del Banco Mundial y del FMI en las décadas de 1980 y 1990 y, más recientemente, en Grecia, España y otros países de la Eurozona–.

Muchos de los que presionan por la austeridad lo hacen porque de verdad creen (aunque erróneamente) que funciona, pero aquellos que son lo suficientemente inteligentes para saber que no funcionará, seguirán desplegando este discurso porque es una buena manera de reducir al Estado –y, de este modo, dar más poder al sector corporativo, incluyendo al extranjero– y de cambiar la naturaleza de las actividades del Estado hacia una posición pro corporativa –por ejemplo, el gasto social es el que se elimina primero–.

En otras palabras, la austeridad es una muy buena forma de hacer presión por una agenda política regresiva, sin que lo parezca. Se dice que debes recortar el gasto porque tienes que balancear la contabilidad y poner la casa en orden, cuando lo que realmente estás haciendo es lanzar un ataque sobre la clase trabajadora y los pobres. Esto es, por ejemplo, lo que el gobierno de la coalición conservadora y liberal demócrata dijo en Inglaterra cuando lanzó un severo programa de austeridad al momento de asumir el poder en 2010 –las finanzas públicas del país eran tales en ese entonces, que no fue necesario un programa de austeridad severo, incluso para los estándares de los economistas ortodoxos–.

-¿Cuál es su opinión acerca de todo este debate sobre los peligros de la deuda pública? ¿Cuánta deuda pública es demasiada?
-Si la deuda es buena o mala, va a depender de cuándo fue prestado el dinero –mejor si fue durante una recesión económica–, cómo se usó el dinero prestado –mejor si se utilizó para invertir en infraestructura, investigación, educación o salud, que en gasto militar o construcción de monumentos inútiles–, y quién mantiene los bonos –mejor si lo hacen los propios ciudadanos, porque reducirá el peligro de una “fuga” del país–. Por ejemplo, una razón de por qué Japón puede sostener niveles de deuda pública tan elevados, es porque la gran mayoría de su deuda pública está sostenida por los ciudadanos japoneses.

[cita tipo=»destaque»]“Incluso en el nivel doméstico, la reactivación de la economía estadounidense requerirá de medidas mucho más radicales que las que contempla la administración de Trump. Será necesaria una sistemática política industrial que reconstruya las deterioradas capacidades productivas que tiene la economía estadounidense, desde las capacidades de los trabajadores, las competencias administrativas, una base de investigación industrial, hasta una infraestructura modernizada. Para que esto tenga éxito, las políticas industriales deberán ser respaldadas por un radical rediseño del sistema financiero, de modo que una mayor cantidad de inversiones a mediano y largo plazo (patient capital) esté disponible, en vez de irse a inversiones bancarias o al comercio de divisas, lo que atraerá a personas con talento hacia el sector industrial”.[/cita]

Por supuesto que una deuda pública excesivamente elevada puede ser un problema, pero qué es excesivamente elevada, depende del país y las circunstancias. Así, por ejemplo, de acuerdo a datos del FMI del 2015, Japón tiene una deuda pública equivalente al 248% del PIB, pero nadie habla del riesgo que esto implica. Las personas pueden decir que Japón es especial y señalar que el mismo año Estados Unidos tenía una deuda pública equivalente al 105% del PIB, la cual es más elevada que, digamos, la deuda de Corea del Sur (38%), Suecia (43%) o, incluso, Alemania (71%), pero se sorprenderían al oír que Singapur también tiene una deuda pública equivalente al 105% del PIB, a pesar de que apenas oímos alguna preocupación sobre la deuda pública de Singapur.

-Diversos connotados economistas están sosteniendo que la era del crecimiento económico se acabó. ¿Comparte esa visión?
-Mucha gente está hablando de una “nueva normalidad” y un “estancamiento secular”, en que la elevada inequidad, el envejecimiento de la población y el desapalancamiento (reducción de la deuda) del sector privado conllevan a que crónicamente disminuya el crecimiento económico, lo que solo puede ser estimulado temporalmente por burbujas económicas que son insostenibles en el largo plazo. Dado que estas causas pueden ser contrarrestadas con medidas políticas, el estancamiento secular es evitable.

El envejecimiento puede ser contrarrestado por cambios políticos que hagan que el trabajo y la crianza de los hijos sean compatibles –por ejemplo, guarderías más baratas y mejores, horario de trabajo flexible, compensación de carrera por cuidado del hijo– y aumentando la inmigración.

La desigualdad se puede contrarrestar con políticas de impuestos y transferencias más agresivas y con mejores medidas de protección para el desvalido –por ejemplo, una planificación urbana que proteja a los pequeños negocios, apoyo para las pequeñas y medianas empresas–.

El desapalancamiento del sector privado se puede contrarrestar aumentando el gasto estatal, como lo demuestra la experiencia japonesa de los últimos veinticinco años. Está claro que decir que el estancamiento secular puede ser contrarrestado es distinto a decir que lo será. Por ejemplo, la medida política que puede contrarrestar el envejecimiento de forma más rápida –la inmigración– es políticamente impopular.

En muchos países ricos el alineamiento de las fuerzas políticas y económicas es tal, que sería difícil reducir significativamente la desigualdad en el corto y mediano plazo. El actual dogma fiscal es tal, que parece improbable que se lleve a cabo una expansión fiscal en el futuro cercano en la mayoría de los países. Por lo tanto, en el corto y mediano plazo, parece bastante probable que haya un bajo crecimiento.

Sin embargo, esto no significa que este será siempre el caso. En el largo plazo los cambios en la política y, por consiguiente, en las políticas económicas, pueden cambiar las políticas de tal manera que las causas del “estancamiento secular” sean en gran medida contrarrestadas. Lo anterior implica enfatizar la importancia que tiene la lucha política para poder cambiar las políticas económicas.

-¿Cuál es su opinión respecto de las políticas económicas propuestas por Donald Trump, las que claramente defienden al neoliberalismo y toda clase de regalías para los ricos, pero que se oponen a los acuerdos de “libre comercio”, y qué espera que suceda cuando estas choquen con el presupuesto de austeridad de Ryan?
-El plan que tiene el Sr. Trump para reavivar la economía estadounidense sigue siendo vago, pero, por lo que puedo decir, tiene dos pilares: hacer que las corporaciones estadounidenses creen más empleos dentro del territorio e incrementar la inversión en infraestructura.

El primer pilar parece, más bien, descabellado. Él dice que lo hará, principalmente, comprometiéndose con un mayor proteccionismo, pero esto no va a funcionar por dos razones: primero, EE.UU. está atado a una serie de acuerdos comerciales internacionales –la OMC, el Nafta y varios acuerdos bilaterales de libre comercio –con Corea, Australia, Singapur, etc.­–. Si bien se puede hacer una presión, marginal, en dirección hacia el proteccionismo, incluso dentro de este marco, sería difícil para EE.UU. aumentar los aranceles lo suficiente como para traer de vuelta puestos de trabajo al país bajo las reglas de estos acuerdos. El equipo del Sr. Trump dice que van a renegociar estos acuerdos, pero esto tomará años, no meses, y no producirá resultados visibles, al menos durante el primer periodo presidencial del Sr. Trump.

Segundo, incluso si estos aranceles extras se pudieran, de alguna manera, imponer a pesar de dichos acuerdos internacionales, la estructura económica que tiene EE.UU. hoy en día es tal, que habrá una enorme resistencia en contra de estas medidas proteccionistas al interior del país. Muchas importaciones de países como China y México son bienes producidos por –o al menos producidos para– empresas estadounidenses. Y cuando el precio del iPhone y las zapatillas Nike hechas en China, o los vehículos GM producidos en México, aumenten en un 20%, 35%, no solo los consumidores sino también compañías como Apple, Nike y GM, estarán bastante molestos. Pero ¿harán estas medidas que la producción de Apple o GM se traslade de vuelta a los EE.UU.? No, probablemente se mudarán a Vietnam o Tailandia, donde no tienen esos altos aranceles.

El punto es que el vaciamiento de la industria manufacturera estadounidense ha progresado en el contexto de la globalización de la producción –liderada por EE.UU. – y la reestructuración del sistema de comercio internacional, y no se puede revertir simplemente con medidas proteccionistas. Será necesaria una completa reescritura de las reglas del comercio global y la reestructuración de la llamada cadena de valor global.

Incluso en el nivel doméstico, la reactivación de la economía estadounidense requerirá de medidas mucho más radicales que las que contempla la administración de Trump.

Será necesaria una sistemática política industrial que reconstruya las deterioradas capacidades productivas que tiene la economía estadounidense, desde las capacidades de los trabajadores, las competencias administrativas, una base de investigación industrial, hasta una infraestructura modernizada. Para que esto tenga éxito, las políticas industriales deberán ser respaldadas por un radical rediseño del sistema financiero, de modo que una mayor cantidad de inversiones a mediano y largo plazo (patient capital) esté disponible, en vez de irse a inversiones bancarias o al comercio de divisas, lo que atraerá a personas con talento hacia el sector industrial.

El segundo pilar estratégico del Sr. Trump para reactivar la economía estadounidense es la inversión en infraestructura. Como ya lo mencioné anteriormente, la mejora en infraestructura es un ingrediente más dentro de una auténtica estrategia por renovar la economía del país. Sin embargo, como se sugiere en tu pregunta, esta puede encontrar resistencia de parte de parlamentarios conservadores en materia fiscal, en un Congreso dominado por los Republicanos.

Será interesante observar cómo se resuelve esto, pero mi mayor preocupación es que el Sr. Trump pueda impulsar medidas “erróneas” de inversiones en infraestructura –como aquellas relacionadas con bienes raíces (su territorio natural) –, en vez de aquellas relacionadas con el desarrollo industrial. Esto no solo fallaría en ayudar a una renovación de la economía estadounidense, sino también puede contribuir a crear burbujas inmobiliarias, que fueron una causa importante detrás de la crisis financiera de 2008.

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