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La DC en busca del tiempo perdido


El partido de la flecha roja vuelve a encontrarse con un viejo dilema muy propio de los partidos que no se sitúan en los extremos y que cada cierto tiempo se ven estresados por la contingencia respecto a la búsqueda de su rol a partir de ciertas identidades o principios que nutren vitalmente la dinámica de la organización partidaria y que deben armonizarse con una contingencia cambiante y compleja.

En épocas pretéritas de la falange, hubo un momento muy difícil en el año 1946, cuando los viejos estandartes se dividieron entre un conservador socialcristiano y un radical. Fue, según nos relató uno de los protagonistas, una decisión muy difícil que puso en tensión los ideales humanistas cristianos con los laicos, en épocas en que se deseaban cambios para el país, pero que tenían distintos acentos. La falange después de este difícil trance no se quebró y lograron converger en torno a las cuestiones más vitales plasmadas en su declaración de principios en materias socioeconómicas y valóricas.

Más tarde, durante el gobierno unipartidario de la Democracia Cristiana, bajo la conducción de Frei Montalva, se produjo una nueva crisis de identidad que podemos resumir en la falta de una visión común sobre la velocidad y profundidad de los cambios socioeconómicos. Del quiebre del año 1969, nace el MAPU y sus derivaciones y ramificaciones, que finalmente aterrizan en el Partido Socialista. Esa crisis ideológica, a la que no se le tomó el debido peso, produjo efectos dramáticos, con efectos electorales, y dañó irreversiblemente al gobierno que dirigía Frei y su proyección, a pesar de que estaba llevando a cabo la única, más profunda y duradera transformación llevada a cabo en Chile de las estructuras socioeconómicas en el agro chileno y concediendo a los obreros campesinos derechos sindicales largamente postergados, a lo que se unió la creación de una prolífica red de organismos sociales de base de carácter vecinal.

Hoy diríamos, en buena lid, que se cometió un grave error con Eduardo Frei Montalva y al intentar apurar las cosas se llegó a una situación traumática, porque, como siempre ocurre, aparecieron otros que querían apurar más las cosas, incluso a balazos si era necesario.

El drama identitario se vuelve a repetir en varios aspectos durante la dictadura de Pinochet. La izquierda, por ejemplo, exigía que solo un partido, sin más lema que volver a la democracia y sin mayor contenido de otra naturaleza, se formase por toda la oposición, uniendo así, en un solo partido instrumental, desde republicanos de derecha hasta socialistas. Algunos nos opusimos a esa idea reclamando el derecho a la diversidad que nos permitía mantener la identidad de las expresiones políticas anteriores al golpe militar, lo que nos parecía más adecuado para incorporar a la lucha libertaria no solo a los conciudadanos que habían sido objeto del golpe y de la represión sino también a otros que se distanciaban crecientemente de la dictadura.

Recordemos que no fue una tarea fácil; hubo muchas dudas y también temores para desarrollar un camino que agregaba a la lucha electoral un matiz identitario que suponía marcar diferencias pero sin afectar el gran objetivo.

[cita tipo= «destaque»]El último año que gobernó un democratacristiano el país, fue el año 2000, hace 16 años, y esto puede prolongarse a 22 años, que pueden ser fatales, si no percibimos la urgencia de presentar una candidatura efectiva a la primera magistratura.[/cita]

El resultado fue positivo, y aún pensamos que, de haber formado un frente amplio de un único partido, pudimos haber restado los votos necesarios para haber ganado el plebiscito y traído otras complicaciones.

El último año que gobernó un democratacristiano el país, fue el año 2000, hace 16 años, y esto puede prolongarse a 22 años, que pueden ser fatales, si no percibimos la urgencia de presentar una candidatura efectiva a la primera magistratura.

Quizás estemos en un escenario en que no es descabellado pensar que sectores de izquierda se sumen a una candidatura democratacristiana.

Existen razones de fondo para retomar algunos hilos de nuestra vieja historia, que le den un contenido refrescante a la política actual y nos saque de las murallas en que se quiere dividir a la sociedad chilena de una manera artificial e irreductible, entre centroizquierda y centroderecha. Eso no es más que un absurdo reflejo de lo que intentó construir forzadamente y para la eternidad el sistema binominal. Ocurre, sin embargo, que hoy dicho sistema está muerto y no asumir la realidad de ese cambio es un peligroso error. No hay predicciones electorales válidas en este escenario por y para la elección parlamentaria.

En efecto, una identidad DC supone poner el acento en los temas de nuestro último congreso y que no son sino los grandes temas de la familia, porque ella está en crisis y la prueba más evidente es que el 70% por ciento de los niños nacen fuera del matrimonio y el más horroroso escenario se vive en el Sename y que, como van las cosas, podría transformarse en un orfanato estatal gigantesco de telúricos efectos sociales.

Hay una impronta también en materia social, que debe recoger una nueva etapa para una identidad renovada. Es preciso pensar, ya no en el socialismo comunitario, que respondió a una época pretérita de antagonismo de la Guerra Fría, pero sí en una sociedad que aspira y tiene derecho a los bienes comunes que le han sido dados a la humanidad y de los cuales Chile administra una porción pequeña.

También es necesario repensar el futuro de muchos emprendedores jóvenes que carecen de una organización estatal financiera más potente donde puedan encontrar verdaderos apoyos del Estado, para tantas ideas nuevas.

También tenemos un quehacer pendiente de la DC, que es compatibilizar lo público y lo privado en materia educacional, en la cual hace falta una orientación a largo plazo que no se sostiene solo en la idea de una buena educación pública a todos los niveles.

Hay una tarea también insoslayable, que es la concentración económica, particularmente la que se expresa en el poder de mercado y que ubica a Chile en los peores lugares y define su economía como altamente oligopólica. Debe enfrentarse este tema con claridad, respetando los derechos constitucionales, pero fijando limitaciones y cargas tributarias que desalienten el proceso concentrador.

En el bagaje sociocultural de la DC está pendiente hacer realidad su visión de la ciudad, hoy día tan dramáticamente segregada y también, aunque se vaya contra la corriente, incorporar la solidaridad entre las áreas de salud pública y privada y en la formación del capital necesario para pensiones más dignas, que no se logran con el solo ahorro individual administrado solamente por privados.

Estas ideas, y muchas otras que por espacio no caben aquí, no son temas de segundo orden y deben ser confrontados con el resto del país. Cuando los partidos están superados por la realidad, como ocurre hoy día, es más urgente que nunca discutir en serio y elevadamente, y eso solo ocurre cuando se hacen planteamientos de cara y para el pueblo y, en consecuencia, cuando no se amañan las candidaturas y no se esconden las verdaderas intenciones y los medios de comunicación colaboran lealmente en ser el espejo de una sociedad y no correas de transmisión de intereses corporativos o elites sociales.

Este mecanismo, idealmente, es la discusión presidencial competitiva, realmente frente a todo el cuerpo electoral y no la acotada frente a un grupo de partidarios o sectores de ciudadanos, porque eso limita soterradamente y penosamente las posibilidades de elegir del ciudadano. Si el país mayoritariamente ha optado por una vía económica en que no hay un Estado que conduce la economía, sino que un sector privado que compite o que aparece como que compite en algunos mercados, resultaría muy grave que en el área política, terminado el binominal, se instalara una suerte de supuesta competencia.

Si en 1969 la derecha y la izquierda hubieran aceptado que el proyecto de don Eduardo Frei, de incorporar en la Constitución de 1925 la segunda vuelta que existe hoy día para la Presidencia de la República, nos habríamos evitado muchos dolores.

De no obrar como lo proponemos, se corre el riesgo de que se cumpla el deseo de ciertas derechas e izquierdas de hacer desaparecer el pensamiento de Eduardo Frei Montalva y todos sus compañeros de ruta.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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