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Filosofía, tecnocracia y globalización económica Opinión

Filosofía, tecnocracia y globalización económica

La mecanización, ejercicio y memorización constante de contenidos no ayudan en nada a la posibilidad de la reflexión, a la posibilidad de inquietud y menos a la posibilidad de empujar procesos de cuestionamiento alguno. Entre la reificación y la resignificación del sentido de mundo, sociedad y humanidad, el hilo es muy fino. De esta manera, la tendencia mundial busca el estrecho (y único) vínculo entre la globalización económica y la educación, es la nueva moda de inicios del siglo XXI.


Nuevamente la tecnocracia ha colocado en tela de juicio a la filosofía como enseñanza en el currículo escolar. El poco espacio que ya posee dentro de la educación escolar da cuenta del “grado de importancia” de asumir a esta como fuente de pensamiento y reflexión. Digo «fuente» en un tono un tanto romántico.

Recuerdo una anécdota, como profesor de Filosofía, que tuve en mi práctica profesional. Un profesor se me acercó y me dijo que el curso de 4° medio al que me dirigía era un grupo penca y no pensante, «¿qué harás, como futuro profesor de Filosofía? ¿Cómo formarás el pensamiento?». En ese momento mi respuesta (y se la hago llegar a usted que está leyendo) fue la siguiente: «Si a estas alturas no piensan están jodidos, porque yo no soy una fábrica de pensamiento ni nada por el estilo. El pensamiento se forma a lo largo de toda la vida y no es menester de una asignatura en especial».

Pensar que la filosofía es una industria de producción de pensamiento y su producto naturalmente es elaborar individuos pensantes es de suyo inverosímil. Es ridículo creer en una asignatura divina que haría al profesor de Filosofía una especie de mesías con la buena nueva: «¡Eh, tú, hombre/mujer ignorante… acércate y escucha lo que tengo que decir, pues yo soy el salvador de la ignorancia!». Esta ilustración no es solamente una caricatura, sino que pregunta sobre “las competencias” que tendría la enseñanza de la filosofía. ¿Cómo podemos saber si acaso una persona (una vez formada en filosofía) es pensante? ¿Cómo medirlo, por su cantidad o por su calidad en el pensamiento?

De ahí que tecnócratas y ex ministros de educación se pregunten una y otra vez sobre el rol de la filosofía en el sistema educativo. No es una pregunta sui géneris, es decir, no es un asunto y problema de la educación chilena. Ya el año pasado en España se discutió sobre la eliminación de filosofía de las escuelas y en Japón se discutió el cierre de los programas de humanidades en las universidades (sí, fueron más lejos).

¿Para qué sirve? ¿Cuál es su utilidad? ¿Cuáles son sus beneficios? Son preguntas que afectan al debate educativo mundial. Es el imperio de la tecnocracia que reduce al campo del cálculo, es el triunfo de la racionalidad instrumental que opera bajo la lógica costo/beneficio. Ante el crecimiento y el desarrollo de los países, más la supuesta consumación en beneficios para la sociedad, estas disciplinas poco y nada tienen que hacer, pues no se sabe cuáles son sus logros o desempeños.

Esta tendencia mundial, es la moda del siglo XXI. El imperio del resultado que todo lo mide y todo lo calcula. Por eso tecnócratas que llevan años –de manera directa o indirecta– tomando decisiones o influyendo en el Mineduc han dicho hasta el cansancio que la filosofía no posee competencias; por esta misma razón ha sido una de las pocas materias que no ha sufrido cambio alguno en sus contenidos ni el currículo.

No estoy defendiendo las competencias ni nada por el estilo, es más, hay ciertos proyectos educativos que han dado competencias a la filosofía, en este sentido, habría que preguntarse cuáles son sus propósitos, para qué se la utiliza.

[cita tipo= «destaque»]Nuestra querida tecnocracia no tiene asco, una y otra vez cuestiona el rol de la filosofía en la educación. Increíblemente se atribuyen competencias ciudadanas, como la persona integral y el pensamiento crítico, que pueden ser medibles a través de ciertos resultados. ¡Qué sugerente va a ser cómo estas competencias se van a medir! –una primera insinuación sería a través de los procesos electorales, que tanto importan a nuestra clase política–.[/cita]

No obstante, nuestra querida tecnocracia no tiene asco, una y otra vez cuestiona el rol de la filosofía en la educación. Increíblemente se atribuyen competencias ciudadanas, como la persona integral y el pensamiento crítico, que pueden ser medibles a través de ciertos resultados. ¡Qué sugerente va a ser cómo estas competencias se van a medir! –una primera insinuación sería a través de los procesos electorales, que tanto importan a nuestra clase política–.

A propósito del pensamiento crítico, daré un ejemplo para su reflexión: imagine a treinta estudiantes en una sala de clases, la actividad de hoy será el aborto. Se pregunta a los estudiantes por su opción: ¿está de acuerdo o en desacuerdo con el aborto? Quince personas están de acuerdo y quince en desacuerdo, los que están de acuerdo dan sus argumentos, como también aquellos que no lo están. Ahora bien, el profesor dice que aquellos que están de acuerdo y aquellos que estén en desacuerdo deben defender la opción contraria, para lo cual deben informarse sobre esa opción.

Dado un tiempo (otra clase) los grupos que están de acuerdo y en desacuerdo defienden la opción contraria con argumentos e información producto de su investigación. Nuevamente el profesor pregunta: ¿están de acuerdo o en desacuerdo con el aborto? Quizás algunos cambien su opción –por tanto, varía el resultado de la misma pregunta, ¿se cumple alguna competencia?–, pero puede ser también que nadie cambie de opción, por tanto, ¿qué resultado medible refleja el proceso educativo?, porque este ejemplo plantea eso precisamente, la importancia del proceso.

Por supuesto que varía el sentido y resignificación de la opción antes mencionada, se encuentra informado y ante eso optó por una definición, sin embargo, insisto, ¿varía en algo el resultado? –¿tiene algún nivel de logro evidenciable, algún desempeño evidenciable?–. ¿Puedo estandarizar el resultado? Este ejercicio simple y burdo pone en tela de juicio muchas preguntas que pruebas estandarizadas levantan.

¿Recuerda la pregunta discutible, a lo menos, que se hizo en una de estas pruebas, específicamente en Historia? Decía algo así: ¿cuál(es) son los países que se encuentran dentro del eje del mal? Dando una serie de alternativas. No señor, el pensamiento crítico no puede cerrarse en alternativas. Todo lo contrario, el pensamiento crítico se encuentra precisamente en cuestionar este tipo de preguntas, e incluso establecer la importancia sobre la posibilidad de la pregunta. La filosofía ayuda a eso: cuestiona los dogmatismos, cuestiona las ideologías y cuestiona, finalmente, las condiciones de posibilidad que instalan supuestos incuestionables. Ante esto, la filosofía posee sentido acerca de lo público y sobre todo en la formación del ciudadano… y por eso es peligrosa, máxime para aquellos que vinculan poder con verdad.

La mecanización, ejercicio y memorización constante de contenidos no ayudan en nada a la posibilidad de la reflexión, a la posibilidad de inquietud y menos a la posibilidad de empujar procesos de cuestionamiento alguno. Entre la reificación y la resignificación del sentido de mundo, sociedad y humanidad, el hilo es muy fino. De esta manera, la tendencia mundial busca el estrecho (y único) vínculo entre la globalización económica y la educación, es la nueva moda de inicios del siglo XXI.

Permítame dejar, a modo de ejercicio, este comercial e interprételo en clave política (pensamiento crítico), no le tomará mucho tiempo (verlo, sí reflexionarlo). Y, ¡por favor!, pensemos alguna vez en nosotros y dejemos de seguir irracionalmente modas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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