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El ostracismo de la Filosofía y algunos molestos silencios

Juan Ignacio Arias y Juan Serey
Por : Juan Ignacio Arias y Juan Serey Juan Ignacio Arias Krause, Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Investigador Postdoctoral FONDECYT, CEA-Universidad de Playa Ancha, y Juan Serey Aguilera, Doctor en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso Investigador Postdoctoral, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
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Hace casi 2.500 años el célebre cómico Aristófanes puso a Sócrates, quien para Platón fuera el más justo y sabio de los hombres de su época, sobrevolando las nubes sentado en una canasta. Antes que esto, elocuente es el gesto de la muchacha tracia al reírse de uno de los padres de la filosofía, Tales de Mileto, al caer en un pozo por ir mirando los asuntos del cielo. Pasado este tiempo, vemos cómo el gesto irónico se reitera tras la propuesta del Mineduc de retirar a la filosofía como ramo obligatorio de los colegios: nuevamente la filosofía vuelve a estar por las nubes o, lo que resulta ser lo mismo en este tipo de debates, en la academia –especie de cielo exclusivo y excluyente donde se encuentra atrincherada esta disciplina–.

Resulta curioso ver cómo, tras unas décadas de renovado impulso que ha tenido la Filosofía política –que es casi tan antigua como la misma filosofía–, los mismos que son sus consagrados exponentes no saben qué hacer cuando un tema se sitúa en la arena política, más que, una vez más, atrincherarse.

No pocos han sido los especialistas que han desfilado por la prensa y las redes sociales pontificando sobre la necesidad –hoy más que nunca– de la filosofía en la sociedad, atribuyéndose la capacidad crítica y reflexiva, como si esta fuera exclusiva de la disciplina. Se ha predicado de la filosofía ser el arma más idónea frente al modelo de mercado que impera hoy y que sin ella la sociedad se estaría entregando de brazos atados al capitalismo más descarnado –uno se podría preguntar qué han hecho estos estupendos atributos los dos últimos siglos contra el instaurado modelo capitalista burgués, o si no ha sido la misma filosofía la que ha ayudado, con estas mismas herramientas, a instaurar los principios sobre los que se encuentra asentado–.

El panorama frente la propuesta del Mineduc es de desasosiego, tanto por la reacción académica como por la soledad de estos –con tendencia a pensar que es una soledad voluntaria– y de constatar, una vez más, cómo los problemas de la educación están jugados a la suerte y a la improvisación en esta ruleta administrativa y tecnocrática que son los ministerios.

La lógica detrás de esto sigue siendo irreflexiva en su forma y contenido: en su forma, pues no todos los estudiantes tendrán acceso a contenidos que son propios de la filosofía, lo que se condice con la lógica de la especialización –hay estudiantes-filósofos, hay estudiantes-científicos, el tufillo a división del trabajo es innegable–; y en su contenido: pues los contenidos de la asignatura de Formación ciudadana no abarcan todo lo que se puede decir acerca de la filosofía. ¿Es filosofía solo formación ciudadana? ¿Qué sucede con las otras áreas de la filosofía: argumentación, problemas del conocimiento, ética, ontología, etc.?

Sin embargo, la “ingeniosa” idea de retirar a la filosofía como ramo obligatorio no es un problema solo de la filosofía sino, en lo fundamental, de la educación –de la crisis de la educación– que vive Chile hace largo tiempo. El problema de la filosofía es un problema educativo y en el contexto en el que se encuentra este problema hoy por hoy, se juega en la arena política. Por ello es que se haga necesario politizarlo, trasladarlo al escenario de la política contingente y no solo perpetuar cansinamente la pregunta –y las probables e innumerables respuestas– sobre el valor social de la filosofía.

En las últimas décadas no ha existido una respuesta en bloque por parte de los profesores a las iniciativas de recortar o modificar los planes educativos que han propuesto –y algunas veces realizado– los ministerios de Educación de turno, ministerios casi siempre encabezados por improvisados ministros que poca o ninguna competencia tienen en el área, llegados a esos puestos producto de la eterna rotación ministerial, fruto del lobby político partidista.

Similar respuesta se ve hoy en día por parte de la filosofía. Los académicos se han encerrado a replantear una vez más la importancia de su disciplina, firmar cartas en rechazo y a organizar encuentros –en los que esperamos asistan más que profesores y estudiantes universitarios de la disciplina– para reformular la importancia de la filosofía en el espacio público.

[cita tipo=»destaque»]Es fundamental comenzar con la reunión y el fortalecimiento sindical de los profesores –partiendo con el consenso de mutuo apoyo contra las arbitrariedades ministeriales y con el diálogo entre áreas disciplinares–, tanto para participar de los debates en torno a sus condiciones laborales y salariales como para formar parte de las iniciativas educacionales, dejadas hace tiempo en manos de improvisados planes que poco o nada han servido para salir de la crisis educacional que ya parece perpetuarse en el país.[/cita]

Junto con esto, causa –una vez más– asombro el mutismo del Colegio de Profesores, que sin inmutarse deja que uno de los brazos administrativos del gobierno interfiera en el desarrollo educativo del país, sin emitir juicio e incluso, pareciera, sin darse por enterado de lo que acontece. Con el régimen de precariedad laboral que afecta a los docentes en general –en principio, muchos profesionales pueden hacer clases, sin tener el título de profesor para ello–, una modificación como esta solo hace las cosas peores, pues cuando se sostiene que filosofía pasa a ser parte de los programas electivos –un movimiento de manos para no admitir lisa y llanamente que se la elimina– esto quiere decir que la asignatura queda a criterio del establecimiento que la imparte. Una asignatura electiva no es “obligatoria” bajo ningún respecto.

Esta nueva modificación deja las cosas tal como estaban, pues en ninguna parte se ve que tales electivos –para los estudiantes, ya que ellos deciden si acceden a ellos o no– serían obligatorios como parte de los contenidos de cada establecimiento educacional.

Por ello el silencio del Colegio de Profesores no hace sino llamar la atención, pues según asegura en sus bases su principal labor es velar por “las condiciones laborales, profesionales y salariales de los docentes”, cuestión que con la propuesta del Mineduc se vería afectada de manera evidente para una parte del profesorado.

Igual extrañeza provoca el mutismo de los jóvenes diputados –ayer dirigentes estudiantiles– que prontos están a luchar por la educación –como si respondiera a un ideal ilustrado– cada vez que esta lucha se encuentra en la base del eslogan que les sirve para subir sus bonos políticos –gratuidad y calidad, así, en abstracto–, pero lejos están cuando la contingencia reclama que se sumen en el debate interno de la misma.

De esta manera, en el momento actual se ve una exclusión interna de la filosofía –el atrincheramiento disciplinar– y una exclusión externa por parte de los dirigentes sindicales y de los políticos que han hecho sus carreras a costa de la educación –algunos de ellos pertenecientes a la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados), que imposibilitaría que el problema concreto de la eliminación de la filosofía como ramo obligatorio en los colegios sea asumido como un problema social y político.

La necesidad de romper con estas exclusiones no solo tiene valor para este caso en particular, sino para las distintas propuestas educativas que, tal como se han presentado en el pasado, se presentarán en el futuro, no únicamente para filosofía sino de cada una de las disciplinas que componen la malla curricular. Para ello, es fundamental comenzar con la reunión y el fortalecimiento sindical de los profesores –partiendo con el consenso de mutuo apoyo contra las arbitrariedades ministeriales y con el diálogo entre áreas disciplinares–, tanto para participar de los debates en torno a sus condiciones laborales y salariales como para formar parte de las iniciativas educacionales, dejadas hace tiempo en manos de improvisados planes que poco o nada han servido para salir de la crisis educacional que ya parece perpetuarse en el país.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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